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2870. El miliciano Miguel Sáez

El miliciano Miguel Saez (Fotografía: Vicente López Videa / Mundo Gráfico)


En la Sierra, en Villanueva de la Serena y frente a los "pacos" 

Estos dos hermanos, Miguel y Rafael Sáez, del Sindicato de la Madera el primero y del de Artes Gráficas el segundo, son dos auténticos héroes populares; perfil obrero y enérgico, de hombres dispuestos a dar su sangre por la Libertad. Callados, modestos, austeros y poco amigos de hacer comentarios alrededor de sus intervenciones en la lucha contra los sublevados. 

Hablando con ellos, apenas es posible hacer un guión de los hechos de armas en que han tomado parte, enrolados desde el primer día en las Milicias populares. Cuando se les pregunta de un modo concreto por su actuación en cualquiera de los frentes en que han peleado, se limitan a sonreír y a hurtar una respuesta concreta, diciendo simplemente que se han limitado a cumplir con su deber. Pero hablando con los vecinos de los alrededores de las Ventas y finales de la calle de Goya, donde el padre de estos bravos milicianos tiene un puesto de periódicos, oiréis en todas las bocas los más altos elogios para su comportamiento. 

Rafael Sáez está en el frente de la Sierra desde el día en que se organizaron las Milicias para batir al enemigo por aquella parte del Guadarrama, en las brigadas de choque, luchando sin desmayos en los lugares de máximo peligro. El otro hermano, Miguel, se ha reintegrado estos días a su trabajo por orden de la U.G.T. y del Partido Socialista, a los que pertenece, después de una destacada actuación en tres frentes: en la Sierra, en Villanueva de la Serena y en la vigilancia de las calles en aquellos primeros momentos en que los «pacos» acechaban, parapetados en los pisos altos y en las azoteas, el momento propicio para no malgastar una bala. 

—Otra vez al trabajo—nos dice—; pero sin abandonar el fusil, por si hay que volver a jugarse la vida. 

—Yo estoy movilizado— continúa diciendo— desde el primer día. Estoy casado y tengo hijos; pero aquellos momentos no eran propicios a sentimentalismos, y había que defender a la República, en peligro, sin reparar en otro género de consideraciones. Al principio, hasta que se formó la Milicia de mi gremio, me alisté en la motorizada de choque que formó Enrique Puente. Con ella estuve en Torrelaguna, en la toma de aquel pueblo, y luego, en la incautación del palacio de Medinaceli, donde por cierto nos ocurrieron algunos episodios graciosos, que por tener relación con determinados hechos no le puedo contar

Al día siguiente tuvimos que salir para Villanueva de la Serena, que se había sublevado con algunos fascistas disfrazados de guardias. Salimos para la toma de Villanueva cincuenta milicianos y veinticinco guardias de Asalto, al mando de un capitán, que, por cierto, tenía en aquel pueblo a varias personas de su familia. Fueron aquéllas unas jornadas interesantísimas, llenas de agitación, durante las cuales, a lo largo de muchas horas, tuvimos que hacer un fuego nutridísimo y con extraordinarias precauciones, porque muchos campesinos, en la confusión de aquellos momentos, nos atacaban, confundiéndonos con los fascistas. ¡Si viera usted el trabajo que nos costó llegar hasta el edificio de la zona de reclutamiento! Los rebeldes se habían parapetado en la estación, en una fábrica próxima a la vía del ferrocarril, y hubo que tenerlos a raya durante mucho tiempo, disparándoles con las ametralladoras que llevábamos en la máquina del tren que nos había conducido hasta allí. Siete compañeros desaparecieron en aquel ataque. Luego, afortunadamente, han parecido todos. Uno de ellos, directivo del Sindicato de Ebanistas, logró llegar hasta la casa del jefe de estación de Villanueva y tirotear desde allí, hasta el útimo momento, a los rebeldes más próximos.

Miguel Sáez nos cuenta todo esto con una conmovedora sencillez de hombre que quiere pasar inadvertido. «Estuve en tal sitio...» «Me encontraba en la línea de fuego...» Pero sin comentarios ni vanidades. Con la auténtica sencillez del verdadero héroe popular, carne de choque y de arrojo, sangre generosa que, cuando más, cristaliza en una lápida al soldado desconocido. No hace alto en las acciones destacadas, en los matices heroicos que son la sal y pimienta con que se animan las gestas del pueblo. Pero si la labor de estos héroes anónimos no suele hinchar las trompetas de la fama bullanguera, acaba siempre por cuajar en esa gloria más perecedera y entrañable que son los comentarios de las gentes populares, punto de partida para el romance y la copla. 

Así el comentario de una vecina que nos ha oído hablar con Miguel: 

—Diga usted que ha sido milagroso el que no le mate una bala del enemigo. Siempre ha estado en primera fila, en los lugares de mayor peligro. Ha pasado muchas fatigas, y es un valiente donde los haya. Ahí tiene usted un valiente. 

Y una viejecilla remacha, más rotunda: 

—¡Un hombre! 


Mundo Gráfico, 5 de agosto de 1936






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