El miliciano Arturo de la Rosa (Fotografía de Vicente López Videa/Mundo Gráfico) |
Las tres heridas de un miliciano de la
Juventud Unificada
En uno de los frentes de la Sierra, donde
tantos milicianos se han destacado de modo brillante por su arrojo, cayó herido
el soldado popular Arturo de la Rosa perteneciente a la Juventud Unificada.
Desde el mismo sábado 16 de Julio, en que
se inició la sublevación militar, está el joven miliciano al servicio del
Gobierno de la República. Fueron aquellas en que la rebelión se iniciaba unas
horas angustiosas, de hondo dinamismo organizador, durante las cuales la
Juventud Unificada —destacada por su heroísmo el primer momento—, sin perder la
serenidad, trabajó de modo incansable y certero para lograr la conjuración del
peligro de aquellos momentos. Corrían los más encontrados rumores, las
más opuestas y absurdas profecías, lanzadas a volar por los que también en la
retaguardia ejercen su ofensiva de «paqueo» fabricando y echando a volar el
rumor, y los jóvenes milicianos, con un estupendo sentido de guerrilleros
eficaces, adoptaron una serie de medidas que más tarde, en el momento oportuno
de su ejecución ofrecieron un magnífico resultado.
Con la Juventud Unificada —nervios de
acero, arrojo reflexivo, decisión inquebrantable de vencer—estuvo Arturo de la
Rosa desde el primer fomento. La noche de aquel sábado inolvidable y todo el
día siguiente los pasó el joven miliciano acuartelado en la Casa de Campo a la
expectativa de los acontecimientos que se iniciaban y que luego habrían de
cristalizar plenamente en la sublevación de algunos cuarteles de Madrid, en la
mañana del lunes. A sofocar uno de aquellos focos acudió Arturo de Rosa
enrolado en un batallón de Milicianos formado por la Juventud. Fueron aquellas
seis horas de combate peligroso, de lucha heroica, sin un desmayo, hasta lograr
la rendición de los cuarteles del Campamento de Carabanchel. Luego, dominado
aquello, el soldado popular partió para la Sierra, en uno de cuyos frentes, en
la línea de mayor peligro, ha sido herido hace pocos días por tres balas de
ametralladora.
*
Todo esto nos lo han contado algunos
camaradas y amigos del heroico miliciano, porque él, a quien hemos ido a ver a
su casa, donde convalece de sus heridas, no quiere hablar del asunto.
Se escuda en su deseo de pasar inadvertido,
en su inapetencia de publicidad, en un propósito insobornable de quitarle
importancia a su gesto y a su gesta.
—Lo que hagamos nosotros—nos dice—apenas
tiene importancia, porque esa es nuestra obligación. Es a la organización a que
pertenezco a la que corresponden los méritos que podamos contraer sus miembros.
Ella es la que organiza, la que ordena, la que lucha. Hable usted de la
Juventud Unificada; el mío es uno de tantos casos de los que a diario ofrece en
el campo de lucha esa Juventud, a la que pertenezco con orgullo.
Lo que para Arturo de la Rosa apenas tiene
importancia es nada menos que todo esto, sacado del laconismo frío de un parte
oficial, surcado, sin embargo, por río hondo y ancho de emoción: tres heridas
graves de ametralladora: una en la rodilla, otra en el hombro izquierdo y otra
en la cabeza, que necesitarán muchos días para curar definitivamente, si es que
no dejan al final la impronta imborrable de una imperfección física. Tres
heridas sufridas en el frente, cuando sin hacer caso de la lluvia de balas
enemigas se disponía a tomar un coche con otros compañeros, después de haber establecido
un arriesgado y eficaz servicio de alambradas.
—El mejor librado fui yo —nos dice Arturo de
la Rosa, insistiendo en quitar importancia a su actuación—. Dos camaradas
cayeron allí para siempre. Y otros cinco fueron heridos de consideración.
—¿Recuerda usted cómo fué aquel ataque del
enemigo?
—No. Caían tantas balas en aquel momento,
que no pude darme cuenta del lugar de donde venían las que me hirieron. De lo
que pasó después, tampoco puedo acordarme, porque hasta que transcurrieron
muchas horas no recobré el conocimiento. Cuando esto ocurrió estaba ya en la
sala número 21 del Hospital Provincial.
Por cierto —continúa— que ahí sí que tiene
usted un motivo auténtico para el elogio, en la labor callada y magnífica que
desarrollan las camaradas del Comité de nuestro Radio, dirigidas por la
camarada María Aviñó, que hace unos días marchó a Zaragoza. Esas mujeres
abnegadas están haciendo por el triunfo de la República, en la retaguardia, una
labor tan admirable como la de los milicianos de la vanguardia.
Después de esto, el joven miliciano se
escuda en un silencio que quiere hacer definitivo. Una nueva guerrilla de
preguntas consigue arrancarle estas nuevas palabras:
—Si por algo me duelen estas heridas es
porque me impiden regresar al frente. Aun con ellas quise, hace unos días,
unirme a la columna agregada al Batallón de Acero, que partió para la Sierra;
pero los médicos no me dejaron. Habrá que tener paciencia y esperar.
Y al decir esto, Arturo de la Rosa mira al
fusil, inactivo en un rincón de su casa, con ojos melancólicos.
Mundo Gráfico, 12 de agosto de 1936
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