En plena guerra, y totalmente empapado en la guerra, aparece un libro de Arturo Serrano Plajá: «El hombre y el trabajo». El libro está dedicado a Virginia, una mujer de España, invocada al coumenzo de la obra entre campanadas de pólvora y retratada, al fin de ella,
(vuelve hacia mi la maravilla triste, la delicada pena de tu rostro)
con los mejores versos de su poeta. Saludemos a esta Virginia con todo respeto y toda simpatía; con algo también de gratitud, por la parte que haya podido tener en este bello libro. Porque hoy la poesía vuelve a humanizarse, y hemos de reconocer, otra vez, que apenas hay poema que no deba algo a la musa de carne y hueso, señalada con singular encomio por el maestro Darío.
Es Arturo Serrano Plaja, directo amigo nuestro, un poeta-soldado o soldado-poeta, hombre tan a la altura de las circunstancias, que no ha pensado nunca en colocarse au dessus de la mélee, sino más bien au dedans, en el corazón mismo de la refriega. Es posición la suya de poeta verdadero, y no precisamente porque escriba versos (nadie menos que el poeta está obligado a escribirlos), sino porque no ha de negarse a vivir la guerra quien pretenda cantarla. Y si se nos arguye con el ejemplo abrumador del ciego inmortal, responderé que Homero la vivió como pudo al imaginarla; y tanto pretendió hacerla suya, y tanto la acercó a su oído, que en sus exámetros resuena, no sólo el mar multisonoro que bañaba las naves de los aquivos, sino el estruendo que hacían las armas de sus héroes al desplomarse sobre la tierra. Por lo demás, ¿qué podrá decirnos, que merezca oírse, sobre Ayax de Talemón o Aquiles de Peleo, mucho menos sobre Viriato o Juan Martín, quien se niegue a sentir el santo orgullo de oír la voz, o de estrechar la mano de un Carlos, de un Modesto, de un «Campesino», de un Lister, de un Galán? ¿O esperaremos a que pasen los siglos para decir algo bueno de esos gigantescos capitanes de nuestros días? Mañana se irá, ciertamente, a rezar un poco a la tumba del soldado desconocido y yo no sé si esto es, en verdad, un rasgo piadoso o, como sospechaba Mairena, un pequeño absurdo, cuando no una macabra cursilería. De todos modos, es algo qué carece de sentido, si antes no enronquecemos por haber gritado a los cuatro vientos los nombres de los heroicos soldados que conocemos
«El hombre y el trabajo» es un libro de guerra; porque el hombre a que alude Serrano Plaja es el que está defendiendo con las armas nuestro suelo y el porvenir de nuestra España; es el hombre también del trabajo fatal con que se gana el pan, que emplea toda la libertad de que dispone en combatir al esclavo del ocio. Y ello por conquistar, para todos los hombres, el ocio santo sine qua non de la cultura.
Quiero, dice Serrano Plaja, palabras desgastadas
por el uso y el tiempo, como los azadones,
olor resuelto a encinas
y dulce pesadumbre de músculos con sueño
Digamos de paso que, cuando el poeta renuncia —¡ya era tiempo!— a todo dándysmo literario, surge la expresión original, que no necesita ser nuevo el tópico poético sometido a reacuñación cordial.
Los músculos con sueño a que alude Serrano Plaja son los músculos de la fatiga humana, los músculos que se duermen de puro cansancio y que sueñan despertar en el ocio fecundo, dicho de otro modo, en el trabajo libre.
Para terminar esta nota, que no pretende ser la crítica de un libro, digamos que Serrano Plaja nos trae del corazón de la refriega visiones más hondas de las que hubiera podido tener al margen o por encima de ella. Digamos también que los trabajos y los días de nuestro siglo, como los Erga kai hemerai del viejo Hesiodo, no se encaminan a redimir al trabajador por el deporte, porque antes habrá que redimir al deportista por el trabajo.
...
Frente a frente nos encontramos hoy deportistas y trabajadores, trabados en una guerra que han inventado ellos, que nosotros sufrimos y que, por ser más suya que nuestra, tiene mucho más de trágico deporte que de trabajo cruento. Ellos han desvitalizado, deshumanizado, mecanizado el juego, quitándole toda su alegre espontaneidad, toda la gracia que en él ponen los niños, para quienes el juego es la vida misma, y han dado, al fin, en la concepción de ese deporte monstruoso, francamente homicida, que sería la guerra total contra el hombre que trabaja y contra el niño que juega, esa guerra mucho más estúpida que una partida de polo —juego imperial por excelencia— que nadie podría ganarla, porque nadie puede sobrevivir al total exterminio de su especie.
...
Cerrado el libro de Serrano Plaja, para su relectura, que es el mayor encanto de los libros bellos, pienso en una pléyade de poetas de España que, como Lorca y Alberti, son mucho más que aprendices de folklore. La voz de Lorca se ha extinguido para siempre, pero ha sido escuchado y vive en sus libros; la de Alberti alcanza hoy su plenitud, por fortuna nuestra, en sus labios y en sus libros. Y pienso en una voz que ha enmudecido, cuando apenas pudo ser escuchada y, sin embargo, merecía escucharse. Me refiero a otra voz, como la de Lorca, asesinada, la de mi amigo Morón, el poeta onubensé. Morón escribió un libro (y acaso llegó a publicarlo) titulado «Minero de Estrellas», dedicado a los mineros de Ríotinto. Como Alberti, como Emilio Prados, como Serrano Plaja, Morón se acercó al alma del pueblo, no solamente para oírle cantar; supo también, piadosamente, escuchar su fatiga. Y descendió con él a las entrañas de la tierra, a las tinieblas de la mina... Creo que el libro de Morón debe publicarse y si se publicó, reimprimirse.
Antonio Machado
La Vanguardia, 21 de octubre de 1938
La fotografía está tomada del libro Vanguardia, revolución y exilio: la poesía de Arturo Serrano Plaja (1929-1945). José Ramón López García, Volumen I. Departament de Filologia Espanyola. Facultat de Filosofía i Lletres. Universitat Autònoma de Barcelona 2005
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