Lo Último

2937. Desde el mirador de la guerra. La gran tolvanera

La segunda cortina de humo que, para hacer pendant a la centro-oriental, ya casi extinguida, ha de levantarse en el occidente europeo, va a consistir en sobrestimar lo que se pretende escatimar a Hitler y a Mussolimi —por ejemplo: las colonias africanas que Hitler parece reclamar, etc.— para encubrir o paliar concesiones mucho más graves, no sólo para nosotros, los españoles, sino también, y sobre todo, para Inglaterra y para Francia, las concesiones que en la zona española piensan hacer los defensores del fascio en Londres y en París.

Es evidente, de toda evidencia, que el simple otorgamiento de la beligerancia a Franco, sin que Italia y Alemania hayan retirado la totalidad de las fuerzas invasoras de nuestra península, implica un apoyo, una ayuda y un aliento para los propósitos en España de Hitler y de Mussolini, y que ello supone para el porvenir de Francia y de Inglaterra un daño mucho más grave que la devolución de unas colonias que, digámoslo de paso, fueron arrebatadas a Alemania en aquel abuso de una justa victoria que se llamó tratado de Versalles. Alemania, por su parte, no ha de hacer demasiado hincapié para que se les devuelvan con premura, porque cree tener sobrada fuerza para recobrarlas, porque aspira a mucho más y porque, fiel a sí misma, no gusta de invocar sus razones, mientras pueda inventar alguna sinrazón monstruosa que aterre al mundo.

Quienes disponen todavía de los destinos de Inglaterra y de Francia para servir intereses sin patria, complicados con el provecho de las patrias ajenas, pretenderán otra vez engañar a sus pueblos, haciéndoles creer que ellos son los más fieles guardadores de la integridad de sus respectivos dominios coloniales. El tratado de Versalles es intangible. Tal es una de las frases más huecas que pueden proferirse. En primer lugar, porque el tratado de Versalles viene siendo violado hace ya muchos años; en segundo, porque, en cuanto tiene de injusto y de inepto, no hay razón alguna para que sea intangible. Aun suponiendo que haya sido Alemania la única responsable de la guerra de 1914, cuesta algún trabajo creer que los alemanes que no habían nacido en aquella fecha puedan ser también culpables de la gran contienda. No creo que haya hoy en el mundo ningún hombre de mediana conciencia, que no esté convencido de la perfecta tangibilidad de ese tratado. Frases de esta índole se profieren, no obstante, en Francia y en Inglaterra, con la complicidad de la inconsciencia por un lado, y por otro, de la Prensa venal para levantar una tolvanera, un remolino de polvo que encubra la complicidad del fascio anglofrancés en el chantaje de gran estilo que hoy perpetra en el mundo el eje Roma-Berlín. Hoy sabemos todos que ese chantaje ha sido y es posible entre otras cosas, por la llamada no intervención en España, quiero decir por el apoyo que Inglaterra y Francia —los Gobiernos, no sus pueblos— han prestado a los invasores. Merced a este apoyo, Hitler y Mussolini tienen en su mano las prendas que les permiten ejercer el chantaje, a saber: las posiciones estratégicas contra Inglaterra y Francia que han logrado tomar en el Mediterráneo y en nuestra península. Los Gobiernos de Francia e Inglaterra, ¿lograrán su propósito, el de engañar a sus pueblos? No me atrevo a creerlo. Ellos tienen gran fe en la lentitud con que se forman los verdaderos estados de opinión, y en el poder de la Prensa afecta para retardarlos y para desorientar y desencaminar a los pueblos. Confían, no sin razón, en que cultivando el miedo, aumenta la eficacia de la amenaza de guerra. La lucha política, en cuanto tiene de artificial, les ayuda, porque las verdades más obvias se debilitan en boca de quienes las usan exclusivamente como arma polémica. Sin duda, la verdad no deja de serlo cuando se convierte en proyectil o coincide con intereses de partido, pero pierde para los neutros toda eficacia suasoria. El gran chantaje está perfectamente organizado. Los unos amenazan con la guerra, a que no están, ni mucho menos, decididos; los otros fomentan el miedo de sus pueblos, y les prometen una paz, que de ningún modo está en sus manos. La resultante de todo ello es, por de pronto, que el chantaje prospera.

Con todo, yo no dudo de que la verdad ha de abrirse paso en Inglaterra y en Francia. De Francia sobre todo, espero, la voz inconfundible del acusador, voz de timbre francés, que es, como tantas veces lo ha sido, el timbre de lo universal humano. Entre tanto hemos de reconocer que el mingo de la incomprensión lo están poniendo nuestros buenos vecinos. Todavía hay en Francia quien cree de buena fe que nosotros, los llamados rojos, luchamos contra una España auténtica amante de sus tradiciones, campesinos y falangistas auxiliados por marroquíes, también españoles, y que no ha reparado aún en el hecho insignificante de la invasión italogermana. Por fortuna, piensa el articulista a que aludo —nada menos que un miembro de la Academia Goncourt— el labrador, en las tierras reconquistadas por los nacionales, a retrouvé son isolementsa peine et sa vérité. Y acaba citando las palabras de un oficial español, modelo —según él— de buenos (patriotas y de hombres de ingenio sutil: La phalange.... est une bellee maitresse ! Mais le monarchie.... ...c'est l'épouse!. Cuando se piensa que hay todavía en Francia hombres de prestigio poseedores de tan insuperable estolidez... Por suerte, este caso de suprema incomprensión no ha de representar allí el nivel mental más frecuente en la Academia Goncourt.

La opinión en Inglaterra no parece tan desorientada como en Francia. Ya son muchos los ingleses que ven el aspecto de dictadura que va adquiriendo la actuación de Chamberlain y de sus amigos. Mas todavía no han visto con suficiente claridad que esa dictadura es de una categoría moral muy interior a las de Hitler y de Mussolini, porque no se ejerce, en favor de Inglaterra —ni como democracia ni como imperio— sino en favor de la City y del eje Roma-Berlín: que es, sencillamente, una tiranía encubierta y una traición al destino futuro de la Gran Bretaña.


Antonio Machado
La Vanguardia, 23 de noviembre de 1938

Fotografía: Chamberlain y Daladier después de firmar el acuerdo de Munich, 30 de septiembre de 1938 (Deutsches Bundesarchiv)







No hay comentarios:

Publicar un comentario