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2958. Residencia en la tierra. Un artículo de Miguel Hernández en El Sol, 2 de enero de 1936





Ha llegado este libro a mis manos, y su lectura —repetida inagotablemente— se graba para siempre en mi sangre.

Es una guitarra del corazón la que oigo, es un Pablo del corazón el que veo ante mi, cubierto de relicarios de barro, triste y amargo, húmedo y sonando como una intima rabia al arrancarse. Es un roble con la piel descortesada, las heridas del hacha y el tiempo al aire, el tronco desgarrado y el alma hecha aposento de pajares afligidos; un río invernal lo ataca, lo recome y lo deja con las raíces en carne viva sobre las orillas donde truenan toros enamorados. 

Necesito comunicar el entusiasmo que me altera desde que he leído "Residencia en la tierra". Ganas me dan de echarme puñados de arena en los ojos, de cogerme los dedos con las puertas, de trepar hasta la copa del pino más dificultoso y alto. Sería la mejor manera de expresar la borrascosa admiración que despierta en mi un poeta de este tamaño de gigante. Es un peligro para mi escribir sobre este libro, y me parece que no diré casi nada de lo mucho que siento. Temiendo escribo. 


La forma

Hay poetas cuya voz cabe en un dedal, en un verso de tres sílabas; hacen mal en extenderse hasta el alejandrino. Se parecen a loa ríos que llevan mucho lecho y ningún caudal.

La voz da Pablo Neruda es un clamor oceánico que no se puede limitar, es un lamento demasiado primitivo y grande, que no admite presidios retóricos. Estamos escuchando la voz virgen del hombre que arrastra por la tierra sus instintos de león; es un rugido, y a los rugidos nadie intenta ponerles trabas. Busca en otros la sujeción a lo que se llama oficialmente la forma. En él se dan las cosas como en la Biblia y el mar: libre y grandiosamente. Canta como un profeta desventurado.

Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso, 
entre el sabor creciente, poniendo el oído
en la pura circulación, en el aumento,
cediendo sin rumbo el paso lo que arriba, 
a lo que surge vestido de cadenas y claveles,
yo sueño sobrellevando mis vestigios morales

Y advierte en su canción:

Nada hay de precipitado ni de alegre, ni de forma orgullosa;
todo aparece haciéndose con evidente pobreza...

La desconsolada lluvia, que sólo sabe prodigarse y llorar,

Se me parece, con su desvarío, solitaria en el mundo muerto...

La lluvia

rechazada al caer y sin forma obstinada.

Rehuye la crueldad del perfil, le repugna el frío de lo premeditado y artificioso: la forma obstinada. La poesía no es cuestión de consonante: es cuestión de corazón. Exige prácticas del consonante al joven que empieza y al viejo que no acaba. Basta con que Pablo Neruda diga en versos completamente anárquicos:

Hecha de olas en lingotes y tenazas blancas, 
tu salud de manzana furiosa se estira sin límite,
el túnel temblador en que escucha tu estómago,
tus manos hijas de la harina y el cielo...

para que no se pueda pedir más; la forma ha sido vencida y superada. 


El solitario poeta

El hombre anda solo por el mundo; pero en general no lo sabe. Se da cuenta de la infinita soledad del hombre que además de hombre es poeta. Para él están reservadas desde el principio las terribles tempestades de la soledad. Pablo Neruda, el solitario poeta, se sabe profundamente solo y se queja de su soledad, que aumentan los muertos con su silencio y los vivos con su trato Esa queja de su soledad está manifiesta en toda su poesía de insatisfecho, tremendo y desangrado sensualismo. Su voz pasional, desolada, tierna y lúgubre siempre, es a veces sorda y mansa como la de un tambor apaleado lleno de tierra, y a veces, furiosa y fatal como la del hacha. Parece estar rodeada de desiertos, mares y crepúsculos lluviosos. 

Fiel como una condena a cada cuerpo ...

Como el sueño que canta genialmente, la soledad lo sigue

Hay mucha sombra, muchos acontecimientos funerarios
en mis desamparadas pasiones y desolados besos 

Insatisfacción, dolorosa Insatisfacción inapagable, demuestran estos versos. Encuentra las imágenes más trágicas y angustiosas para expresar el desamparo de su soledad: 

Y por un agujero de alfiler corre un río de sangre sin consuelo...

Busca una comparación de su soledad y la encuentra y nos sobrecoge terriblemente. Es

... una sola botella
andando por los mares ...

Es el sur del Océano, "esa región tan sola", donde 

no hay nadie sino el viento, nadie 
sino la lluvia que cae sobre las aguas del mar, 
nadie sino la lluvia que crece sobre el mar. 

Es el vino

... el vino amargamente sumergido. 
el vino ciego y subterráneo y solo. 

En medio de ese desamparo, el remedio es llorar, desesperarse, cansarse a grito tendido:  

Sucede que me canso de ser hombre. 
Sucedo que me canso de mis pies y mis uñas 
y mi pelo y mi sombra. 
Sucede que me canso de ser hombre. 

El remedio es esperar en su desesperación la repetición monótona del tiempo, y los días lo ven llegar con su "cara de cárcel"... 

... porque estoy triste y viejo, 
y conozco la tierra, y estoy triste. 


El corazón

Hace unos días me pidió una muchacha lejana y querida: "Escríbeme una carta que te salga del corazón." Yo le hubiera mandado versos de Pablo Neruda. Su poesía tiene para mi mucho de eso: es como una sucesión de cartas y cartas amorosas, intimas, familiares, de despedida y muerte, saliendo y saliendo inagotablemente del corazón. 

Cuando la tristeza nos hace dar con la boca en el pecho, la lectura de un libro triste nos consuela. Me ha descansado este libro al pasar el otoño entre la luz vespertina de todas sus horas y las hojas azotándome la cara. Son cosas del corazón las cosas que lo inundan, asuntos del corazón que no podrán comprender los que tienen por corazón una oficina o una maquinaria. Me irrita oír a los oficinistas de la poesía, me angustia ver este libro entre sus manos. Si se pudiera impedir la entrada a las narices —porque son las narices y no el corazón lo que meten en un libro de poesía— de estos hombres, pediría fervorosamente que se les impidiera. Cuando comentan perjudican.  

Para poder respirar la atmósfera del libro de Pablo Neruda se necesita una imaginación muy trabajada, no muy trabajosa, y un corazón de sentimiento y guitarra. No tiene derecho el superficial que llega y tropieza en sus poemas a decir ni pío, que es lo más que puede articular su frivolidad de gorrión. 

Para ellos no se escriben sangrientamente cosas como ésta:  

Oh niña entre las rosas, oh prisión de palomas, 
oh presidio de peces y rosales,
tu alma es una botella llena de sal sedienta, 
y una campana llena de uvas es tu piel. 

Uno de esos "ellos", folletinista, filósofo, editor y algo, hizo una antología de las mil mejores poesías castellanas —según él—, y colocando —naturalmente—  algunas tristes tonterías suyas, puso como ejemplo de mala poesía estos versos de Pablo Neruda: 

Bajo las tumbas, bajo las cenizas, 
bajo los caracoles congelados, 
bajo las últimas aguas terrestres, 
vienes volando 

Pero me olvido del corazón, que es mi faena, ocupándome de nadie. Digo que Pablo Neruda va a las cosas con el corazón, no con la cabeza. Rodea las cosas de insignias del corazón, y se arrodilla ante ellas para darlas como perdidas, aun teniéndolas bajo su poder. Un sentimiento de pérdida irreparable alienta en toda su poesía. Canta siempre como desposeído de algo idolatrado, como si le faltara el calor de la criatura más entrañablemente querida.

Como si la vida no tuviera remedio, como si se hallara mortalmente herido y derribado bajo el peso de una desgracia intensa. exclama:

Mi corazón es tarde y sin orillas

No encuentra orillas a que acogerse. Parece hablar por boca de la botella flotante y desamparada en alta mar. Me da este verso una emoción de sirena de barco náufrago sonando dramática entre sombra y agua. 

Ese sonido revuelto, dolorido y opaco que sale de su pecho lo lleva a imaginar su corazón como un caracol marino en una costa solitaria esperando una boca que lo sople. Con una grandeza y un acento desolado, de hermosura infinita, desarrolla la imagen en el poema "Barcarola":  

... y soplarás en mi corazón de miedo frío, 
soplarás en la sangre sola de mi corazón.
soplarás en su movimiento de paloma con llamas.
sonarán sus negras sílabas de sangre, 
crecerán sus incesantes aguas rojas,
y sonará, sonará a sombras, 
sonará como la muerte, 
llamarla como un tubo lleno de viento o llanto, 
o una botella echando espanto a borbotones.

Esta ea la especie de poesía que prefiero, porque sale del corazón y entra en él directa. Odio los juegos poéticos del solo. cerebro. Quiero las manifestaciones de la sangre y no las de la razón, que lo echa a perder todo con su condición de hielo pensante. 


Las cosas

¿De qué elementos prescinde Pablo Neruda? De ninguno. Es un enorme río desbordado que todo lo arrastra en su corriente turbia y tormentosa. Es la vida con sus plagas y sus tumultos animales de siempre, la tierra con su flora y su fauna, el mar con sus secretos y ahogados. Todo está en Pablo Neruda; todo lo atiende, todo lo canta. Su sangre está siempre atenta al llamamiento enamorado de las cosas que lo rodean desde los cuatro puntos cardinales. Su voz quiere responder, y se acongoja respondiendo a la de cada objeto con que tropieza. Es un amor y un dolor infinitos por todo. El mundo circula por sus venas. Su corazón ea un sistema planetario de penas, recuerdos y pasiones. Las cosas, las adoradas cosas, lo atormentan y lo inundan: 

Pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho, 
las noches de sustancia infinita caen en mi dormitorio,
el ruido de un día que arde con sacrificio
me piden lo profético que hay en mí con melancolía
y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos
¡Ay! y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso. 

Ante su voz desmesurada y poderosa, ¡qué ridículos encuentro el romancillo, la cosita, los cuatro versos tartamudos, verbales, vacíos, incoloros, ingeniosos; el poemilla relamido y breve que tantos cultivan y acatan! 

Estoy harto de tanto arte menor y puro. Me emociona la confusión desordenada y caótica de la Biblia, donde veo espectáculos grandes, cataclismos, desventuras, mundos revueltos, y oigo alaridos y derrumbamientos de sangre. Me revienta la vocecilla mínima que se extasia ante un chopo, le dispara cuatro versitos y cree que ya esta hecho todo en poesía. 

Basta de remilgos y empalagos de poetas que parecen monjas confiteras, todo primor, todo punta de dedo azucarado. Pido poetas de las dimensiones de Pablo Neruda para acabar con tanta confitura rimada. 


El tiempo y la muerte

Se ciernen trágicamente la amenaza y el castigo mudos del tiempo y la muerte en la poesía de Pablo Neruda. El tiempo es para él humo silencioso, lengua  hostil, polvo podrido:

... una lengua de años diferentes 
del tiempo. Es una cola 
de ásperas crines, unas manos de piedra llenas de ira,
y el color de las casas enmudece, y estallan 
las decisiones de la arquitectura, 
un pie terrible ensucia los balcones ...
... todo se cubre de un sabor mortal 
a retroceso y humedad herida. 

El tiempo, desde el comienzo del mundo del libro, galopa, huella y destruye:  

Solamente las aguas rechazan su influencia,
su color y su olor d» olvidado fantasma ...

El tiempo y la muerte:   

Hay cementerios solos, 
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón paseando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro;
como un naufragio hacia dentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón
como irnos cayendo desde la piel al alma. 

El tiempo, manifestándose en el fantasma de un buque de carga, en una calle destruida, sobre la ropa, en el fondo del mar: 

Hay meses seriamente acumulados en una vestidura
que queremos oler llorando con los ojos cerrados, 
y hay años en un solo ciego signo del agua 
depositada y verde.

Y la muerte:

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo, 
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

El tiempo, que viene, odiándonos, a besarnos la frente, y nos la tizna; que cae y no se oye su caída; que pasa y no se va:  

... algo que toca y gasta apenas,
una confusa huella sin sonido ni pájaros,
un desvanecimiento de perfumes y razas.

Y la muerte:

La muerte está en los catres, 
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla,
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.

El tiempo y la muerte, golpeándolo y exterminándolo todo en silencio inútilmente, porque 

Ahí están, ahí están 
los besos arrastrados por el polvo junto a un triste navío,
ahí están las sonrisas desaparecidas, los trajes que una mano
sacude llamando el alba:
parece que la boca de la muerte no quiere morder rostros,
dedos, palabras, ojos;
ahí están otra vez como grandes peces que completan el cielo
con su azul material vagamente invencible.

Con estos versos nostálgicos y rotundos acaba "Residencia en la tierra", libro de proporciones, valor e  importancia definitivos, que, revolucionario da aspecto y eterno de voz, viene a empequeñecer y derribar cosas consideradas hasta hoy como grandes y resistentes.


Miguel Hernández
El Sol, 2 de enero de 1936







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