El proceso contra los sublevados de Jaca,
en marzo de 1931, se convirtió en un juicio contra el Rey por
incumplimiento de la Constitución. Las elecciones del 12 de abril,
convocadas para paliar los desastres de la Monarquía, se transformaron en un
verdadero plebiscito contra el Rey. Y así, el 14 de abril del 31 se
proclamó la República y Alfonso XIII abandonaba España para marchar a Roma por
el puerto de Cartagena. “No se ha ido, que lo hemos barrido”, cantaba alegre el
pueblo de Madrid. El advenimiento de la República situó a España ante su destino global. El 14 de abril fue saludado con entusiasmo por la
inmensa mayoría de los españoles y, a diferencia de en 1868, cuando el
levantamiento militar contra Isabel II, ahora se producía una apoteosis
cívica, un entusiástico apoyo popular al régimen que nacía sin derramar sangre
alguna. La frase “que quieren ustedes que les diga de un país que
se acuesta monárquico y se levanta republicano” pronunciada por el Almirante
Aznar, Presidente del Consejo de Ministros, hizo fortuna el 13 de
abril y quedó para la historia de España. Lo cierto es que para
preparar la llegada de la República durante el verano del 30 se constituyó un
Comité Revolucionario, el llamado Pacto de San Sebastián para combinar los
esfuerzos de todas las fuerzas políticas que estaban a favor del cambio de
régimen. Así, Lerroux por Alianza Republicana, Marcelino Domingo, Álvaro
de Albornoz y Ángel Galarza por el Partido Radical Socialista; Manuel Azaña por
Izquierda Republicana; Casares Quiroga por la Federación Republicana Gallega; Carrasco y Formiguera por Acción Catalana, Alcalá Zamora y Miguel Maura por la
Derecha Liberal Republicana e Indalecio Prieto y Fernández de los Ríos,
ambos por su propia cuenta sin la representación total del Partido
Socialista. Al pacto de San Sebastián asistieron como invitados Ortega y Gasset y Sánchez Román. Y Marañón se adhirió a ese comité y a los
acuerdos tomados.
El 14 de abril aquellos que se encontraban
en la clandestinidad tras los sucesos de Jaca se convirtieron en el Gobierno
Provisional de la República, que fue presidido por Niceto Alcalá Zamora,
con Azaña en el Ministerio de la Guerra, Prieto en Hacienda, Largo Caballero en
Trabajo, y Alejandro Lerroux como secretario de Estado. Se
trataba, como puede verse, de una conjunción republicano-socialista
que llevó a cabo las elecciones para Cortes Constituyentes que se celebraron en
julio del mismo año. La primera ciudad en proclamar la República
fue Eibar, que a las 7 de la mañana del 13 izó la bandera tricolor en su
Ayuntamiento. Después, Valencia, Sevilla, Oviedo y Zaragoza,
luego Barcelona. En Madrid, el General Sanjurjo, Jefe de la
Guardia Civil que se sublevaría un año después en Sevilla contra la República,
se puso a las órdenes de Miguel Maura y Alcalá Zamora en el domicilio del
primero. Por la tarde del 14, a eso de las 6, Largo Caballero y Miguel
Maura que tardaron más de dos horas en llegar desde Cibeles a la Puerta del Sol
–tal era la multitud que salió a la calle a gritar “uno, dos y tres el Botas ya
se fue”-, izaron la bandera tricolor y proclamaron la República desde el
balcón del entonces Ministerio de Gobernación y hoy Presidencia de la
Comunidad de Madrid. Los soldados y la Guardia Civil se cuadraron cuando
Maura les dijo: “Señores, paso al Gobierno de la República”. Todo el
aparato de la Monarquía se había derrumbado en horas como un castillo de
naipes.
Y de aquel día del 14 de abril, en
páginas luminosas Antonio Machado ha escrito: “aquellos días, Dios mío,
tejidos todos ellos con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos
viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de
Segovia. Recordemos, acerquemos otra vez aquellas horas a nuestro
corazón. Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los
almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano". La
naturaleza y la historia parecían fundirse en una clara leyenda anticipada en
un romance infantil:
la primavera ha venido
del brazo de un capitán,
cantad niñas a coro,
Viva Fermín Galán.
Las elecciones a Cortes Constituyentes
dieron la victoria a la fuerzas republicanas, siendo los socialistas la minoría
mayoritaria. La Constitución republicana se aprobó con 368 votos a favor
y 89 abstenciones. No hubo votos en contra. La abstención se debió
a la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, cuestión que
originó la retirada de Alcalá Zamora y de Miguel Maura del Gobierno
Provisional. Entre el 14 de abril del 31 y el 19 de noviembre del
33 hay que situar lo que se ha llamado el bienio transformador. Podemos
decir que ante todo existía en los medios republicanos el propósito de acabar
con los pronunciamientos y golpes de estado militares como método
para solucionar las crisis políticas. El Gobierno de Azaña estimó que la
democratización de las fuerzas armadas era decisiva para el afianzamiento de la
democracia y de la República. El Decreto del 25 de abril del 31
conocido como Ley Azaña, daba a los generales, jefes y
oficiales, en un plazo de 30 días, la posibilidad de pasar a la reserva
conservando sus sueldos. Casi la mitad de los mismos se acogieron a dicha
Ley, pero como tantas veces se ha comentado fueron los oficiales más próximos a
la República los que pasaron a la reserva, y los monárquicos quedaron al
frente de las FF.AA. de nuestro país. El resultado fue que el Ejército,
en vez de republicanizarse, se derechizó. Recuérdese que tras el
desastre de Cuba el Ejercito contaba en aquel tiempo con 499 generales, 578
coroneles y 23.000 oficiales para una tropa que no excedía de los 80.000
hombres en toda España. Es decir, había un número brutal de jefes, oficiales y generales que vivían de los Presupuestos Generales del Estado
y a los que la Monarquía cuidaba con todo esmero.
La primera intentona se produjo en agosto
del 32: es lo que conocemos como “la Sanjurjada”, el levantamiento
militar en Sevilla de José Sanjurjo, ex director General de la Guardia Civil y
Comandante en Jefe de las Tropas españolas de Marruecos en tiempos de Primo de
Rivera. El golpe pudo pararse, y en ello jugó un importante
papel la organización comunista sevillana, que sacó a la población a la
calle. Sanjurjo fue condenado a muerte, pero se le conmutó la pena. Después, en el 33, salió de la cárcel bajo el gobierno de Alejandro
Lerroux y ya no dejó de conspirar contra la República. (De hecho no hubo
un solo día entre 1931 y 1936 en el que cesaran las conspiraciones y las maquinaciones en las FF.AA. contra el régimen republicano).
El segundo gran problema al que tuvo
que hacer frente la República fue lograr la separación de la Iglesia y el
Estado. La Iglesia se había comportado durante la Restauración como la
fuerza legitimadora de los usos y abusos de la oligarquía y el caciquismo. La alianza entre el trono y el altar había sido total por lo que el 24 de
marzo de 1932 se confiscaron los bienes de los jesuitas y el 2 de junio de
1933, por la Ley de Congregaciones Religiosas, se determinaba el
cese para octubre del mismo año de toda actividad eclesiástica en el terreno
docente, problema, quizá, ante el que en que la administración republicana se
precipitó, pues debía haber previsto antes cómo resolverlo ya que no
había aulas ni lugares suficientes para sustituir los colegios religiosos
que controlaban más del 50% de los puestos escolares, sobre todo en la
primera enseñanza.
La República puso también en vigor en enero
de 1932 las leyes de matrimonio civil, divorcio y secularización de cementerios
sin oposición popular alguna y sin que se produjera inmediatamente ninguno de los cataclismos sociales anunciados por los agoreros de la Iglesia
española y sus acólitos. Se produjeron importantes crispaciones entre el
Gobierno de la República española y la Jerarquía eclesiástica de nuestro país y
el Vaticano. Crispaciones que llevaron tiempo después a que la Iglesia
española y el Vaticano fueron los principales legitimadores del golpe militar del 36, al calificarlo y bendecirlo como Santa Cruzada, proporcionando a
los sublevados una base social ideológica y de masas, sobre todo en
determinadas zonas agrarias de nuestro país. No cabe olvidar que el clero
bajo acogió con fuerte recelo al régimen republicano, acostumbrado como
estaba a ir de la mano de los propietarios de la tierra y de las autoridades
militares y de orden público, sobre todo de la Guardia Civil. Había
entonces en nuestro país 35.000 curas, 36.000 frailes, 8.400 monjas, 2.900
conventos y 760 monasterios en números redondos que eran la garantía ideológica
del poder eclesiástico en una España que contaba, en 1931, con
24.000.000 de habitantes. Para la jerarquía eclesiástica, salvo
alguna excepción, la República llegaba a contrapelo de sus intereses. Para el Cardenal Herrera, por ejemplo, la República era “esa catástrofe”. También había que considerar que a la cabeza de la Iglesia se encontraba D. Pedro
Segura, arzobispo de Toledo y Cardenal Primado quien había pedido a los
creyentes en las elecciones de 1931 que “apoyaran a los candidatos que
defendieran el orden social existente”, es decir, a los partidarios del antiguo
Régimen.
La Iglesia no sólo se enfrentó a las leyes
republicanas sino que creó su propio Partido político. Ángel Herrera
Oria, abogado del Estado, Presidente de Acción Católica y Director de El Debate, siguiendo instrucciones de la jerarquía eclesiástica encargó entonces
al abogado José Maria Gil Robles la organización de un partido confesional de
derechas. Nacía así Acción Popular, que más tarde se transformaría
en el núcleo central de la CEDA, (partido de masas con características parafascistas), que a lo Dollfus, a lo ultradrecha austriaca, en el
34 y el 35 compartiría el poder con el partido radical de Lerroux a lo
largo de lo que se llamó el “bienio negro”, preludio de la Guerra Civil
Española.
Si la Ley de Reforma Militar fue
usada sobre todo por la oficialidad antirrepublicana, la Iglesia utilizó a fondo la legalidad vigente para organizar metódicamente su propia
formación política. Los púlpitos se convirtieron en tribunas de mítines
derechistas y los curas en agitadores de primera clase.
Una tercera cuestión a la que la República
quiso dar cauce político fue el tema de los estatutos de autonomía que se
reclamaban desde el País Vasco, Cataluña y Galicia, aunque en esta última
nacionalidad de forma más atenuada. Ya en el Pacto de San Sebastián se
trató del asunto y se dio salida a dichas reivindicaciones. Sin embargo,
una parte muy importante de las capas medias del resto del Estado y,
sobre todo, el Ejército, recelaban de una política a la que se
consideraba separatista. El Estatuto de Cataluña se aprobó el 15 de
septiembre del 32 en medio de bastantes dificultades, dificultades que sólo pudieron resolverse favorablemente tras el fracaso del golpe militar que se
intentó en Sevilla llamado “la Sanjurjada”. El Estatuto, en general, se
cumplió de una manera satisfactoria. Puede decirse que Cataluña conoció
entonces, durante el periodo republicano, una estabilidad política mucho
más sólida que en el resto de España.
La cuestión vasca fue dilatándose en el
tiempo, después de varios proyectos autonómicos que, inicialmente
con el fallido Estatuto de Estella, comprendía a los navarros. Pero éstos
prefirieron seguir su propio camino foral, y estalló la guerra civil sin
que se hubiera proclamado el Estatuto de Euskadi, que vio la luz en octubre de
1936, con Alava y parte de Guipúzcoa ocupadas ya por las tropas de
Franco.
En otros aspectos, puede decirse que
el problema de cómo resolver las demandas nacionalistas y regionalistas sin romper
el Estado empezó a encontrar en la República una vía de solución original que
se llamó el Estado Integral, ni federal ni unitario, en el que se pretendía
compatibilizar las distintas autonomías de difierente techo competencial con un
Estado que mantuviera las relaciones exteriores, la defensa y los principales
resortes de política económica, social y cultural.
La conciencia nacional había adquirido una
gran profundidad en Cataluña, y algo parecido estaba sucediendo en
Euskadi. En Galicia comenzaba a suceder, y en Andalucía Blas
Infante iba aglutinando fuerzas en favor de un cierto regionalismo de nuevo
cuño. La derecha española, como ya se indicó, trataba de identificar
todo ese proceso con el separatismo, y en el Ejército la mayoría de la oficialidad anti-republicana y centralista entendía el autonomismo como el principal de los
desastres de España. El dirigente derechista Calvo Sotelo decía preferir
una España roja a una España rota, aunque lo cierto es que ese político de la
Dictadura tampoco estaba dispuesto a aceptar, como luego se vio en el 36, una
España de izquierdas aunque ésta llegara por vía electoral.
La reforma agraria
La República también trató de dar respuesta
a uno de los problemas más importantes para la modernización de España. Tanto
para esa modernización, como para paliar injusticias seculares, las zonas
rurales latifundistas eran una rémora en el desarrollo de nuestro país y fuente
permanente de injusticias y de desordenes públicos. La Reforma agraria era
cuestión esencial para la República si quería tener el apoyo de las masas
trabajadoras. Lo cierto es que la desamortización de Mendizábal en 1840,
es decir la venta de los bienes de la Iglesia, había producido un vasto
proletariado agrario en la España Occidental. El 14 de abril de 1931 España tenía tres millones de obreros agrícolas sin tierra que
esperaban su redención a través de la Reforma Agraria. Los gritos
de “Tierra y Libertad” y ”la tierra para el que la trabaja” eran el
sueño de todos y lo han sido hasta hace bien poco tiempo. Valgan
unos datos: el 45% de la población era agraria y 99 grandes de España
poseían más de 600.000 Ha: los Medinaceli, los Peñaranda, los Vista Hermoso,
los Alba.
El 29 de abril de 1931 se discutió la
prórroga automática de los contratos de arrendamiento, y en mayo se dio
prioridad a la Agrupación de Obreros Agrícolas en el arrendamiento de las
grandes fincas. El 1º de julio se estableció oficialmente la jornada de 8
horas que antes se había logrado para la industria, lo cual, en la práctica de
entonces de jornadas de sol a sol, significaba un aumento de salario para los obreros del campo. También se subieron los salarios y se
introdujeron jurados mixtos para evitar los conflictos. Se negociaron por primera vez convenios colectivos colectivos. Las facultades de contratación de
los propietarios se vieron limitadas por el decreto llamado de “términos municipales”, que impedía la entrada de esquiroles para abaratar los
salarios.
También el 7 de Mayo se promulgó la Ley de laboreo forzoso de tierras para impedir que los grandes propietarios boicotearan a la
República dejando de cultivar las tierras: “Si tenéis hambre, que os dé de
comer la República”, decían los terratenientes. La Ley de Reforma Agraria
se hizo esperar hasta el 9 de septiembre de 1932; ley que facilitaba la
expropiación de fincas para los campesinos sin tierra en régimen de explotación
privada o colectiva. Pero cuando dicha ley comenzaba a tener
consecuencias reales se produjo en el 33 el cambio de Gobierno (el de Lerroux
y la CEDA) que paralizó su puesta en práctica. La Ley de
agosto del 35 fue ya, con un Gobierno de la derecha, una verdadera
contrarreforma agraria, lo cual excitó el animo de los jornaleros sobre todo en
Andalucía y en Extremadura y provocó graves conflictos.
El Frente Popular
Una República que era gobernada por la
derecha e incluso por algunas fuerzas que habían sido monárquicas poco tiempo
antes. Las elecciones del 36, con la victoria del Frente Popular,
supusieron el retorno a la Reforma Agraria. Sin embargo, al
estallar la Guerra Civil las realizaciones eran mínimas. Además, la
República no había tenido en cuenta el tema de los precios agrícolas:
centenares de miles de cerealistas vieron cómo los precios del trigo caían, y se arruinaron en los años 32 y 33 por la recesión que llegó de los
EE.UU. No es de extrañar que al comenzar la guerra civil, mientras
los jornaleros de las zonas de latifundio se unían a la República, los
campesinos de Castilla la Vieja y León se integraran masivamente en el bando
franquista.
La crisis económica, ya dije, llegó a
España en aquellos campos en el año 29 y dificultó enormemente la solución de
los problemas y las reformas proyectadas. El 20 de diciembre de 1932 se
promulgó una ley progresiva, la de la renta de las personas físicas. Y la
Ley de Ordenación Bancaria representó un reforzamiento importante de la
intervención del Estado en el Banco de España, cuyo Consejo de Administración
era el centro de la oligarquía financiera. “España es del Banco, no
el Banco es de España”, se decía popularmente por entonces. La Ley
de Contratos de Trabajo reguló el derecho de huelga y el lock-out. El
número de parados ascendía a 750.000, el 9% de la población existente. Había
levantamientos campesinos, huelgas revolucionarias en determinadas
zonas.
Educar al pueblo
La Reforma de la enseñanza fue uno de los
grandes logros de la República en un país que se acercaba al 40% de
analfabetismo. Por vez primera en la historia de España el propósito de
educar al pueblo se convertía en una directiva permanente. La España de cerrado
y sacristía, la que ora y bosteza en palabras de Machado, iba a recibir un
serio golpe. Tras el cierre de Universidades en el 30 decretado por el
Gobierno Berenguer se creó la llamada Universidad Libre. En el 29
funcionaba ya la Editorial Zenit y se publicaba, por ejemplo, a Henry Barbusse, a John dos Passos, a Lenin, a Marx, a Sinclair, a
Faulkner, etc. Y la Residencia de Estudiantes y la Institución
Libre de Enseñanza funcionaba con gentes, como dije antes, como Buñuel, como
Celaya, como Lorca, como Bello. En el 31, las misiones
pedagógicas se lanzaron a culturizar nuestro país. Se crearon en tiempos
de Marcelino Domingo multitud de nuevas escuelas, al tiempo que se ponían
en marcha más de 5.000 bibliotecas ambulantes. Cine, teatro, pintura,
libros, llegaron por primera vez a muchos rincones de España. Los
intelectuales se volcaron entonces: Garcia Lorca llevó el teatro La
Barraca por toda España, Max Aub hacía lo mismo con una compañía teatral que
había creado la FUE. Consignas de Rafael Alberti, Espadas como labios de
Vicente Aleixandre, Poeta en Nueva York y Bodas de Sangre de Lorca, La Voz a ti
debida de Pedro Salinas. Arconada, Carranque de Rios, Benavides
-los llamados treintistas- intentan novelar la realidad social de la época. El compromiso del intelectual hacía acto de presencia masiva en nuestro
país.
Bienio negro
Pero la lucha de clases se
manifestaba en todos los terrenos, aparecían las primeras manifestaciones de la
extrema derecha. La corriente fascista que recorría Europa llega a España con
la Conquista del Estado de Jiménez Caballero, Ledesma Ramos y Juan Aparicio que
si bien recordaban a Ramiro de Maeztu se dejaban llevar por Jose Antonio Primo
de Rivera.
La disolución de las Cortes Republicanas
por la defección de Alcalá Zamora y Lerroux dio paso al llamado ”bienio
negro”. La abstención de la CNT en las elecciones facilitó el triunfo de
la derecha, y en ese tiempo Hitler había alcanzado ya el poder en
Alemania. En octubre del 33, en el Teatro de la Comedia de Madrid,
Ruiz de Alda, García Valdecasas y José Antonio Primo de Rivera fundan Falange
Española. La derecha obtuvo entonces 386 diputados y la izquierda 98, entre
ellos Bolívar, primer diputado comunista. El “bienio negro” duró del 33 a
octubre del 35.
Lerroux como Jefe de Gobierno trató
de desmontar el reformismo de la primera etapa republicana, inició la
contrarreforma agraria y expulsó a muchos braceros de la tierra que trabajaban. Paralizó las reformas militares y nombró a generales de clara filiación
monárquica y anti-republicana. En el tiempo en que Gil Robles fue Ministro de
la Guerra se creó el entramado militar golpista del 36. Volvieron con
fuerza las tensiones políticas a Cataluña, donde se paralizó su
experiencia autonómica. También se detuvo la negociación con gallegos y vascos,
con lo que se dificultó la consolidación republicana en aquellas tierras.
La confrontación en la calle era el
pan nuestro de cada día. En las tertulias literarias ya no se hablaba de
“flores naturales” sino de conflictos sociales e ideológicos. España olía
ya a guerra civil.
Al día siguiente de llegar la CEDA al
Gobierno en octubre del 34, después de la huelga de Extremadura y de Andalucía,
tras la amnistía al General Sanjurjo, la UGT declaró la huelga general y
Lerroux el estado de guerra. En Asturias, como se sabe, el conflicto
adquirió el carácter de insurrección armada. Sindicalistas de UGT y CNT,
militantes comunistas y socialistas al grito de UHP tomaron Oviedo y las
cuencas mineras. Entraron en la capital con los fusiles cogidos a la
Guardia Civil, con las armas de la fábrica de Trubia. Los dirigían
Belarmino Tomás y Leoncio Peña. En Madrid, algunos grupos socialistas y
comunistas trataron de ocupar el Ministerio de la Gobernación situado en
la Puerta del Sol. En Barcelona, Companys declaró el Estado Catalán de la
República Española, y el 8 de octubre la Legión y los Regulares
desembarcaron en Asturias enviados desde Marruecos. Franco y Goded
dirigieron la operación desde Madrid, y el General López Ochoa,
sobre el terreno, con el Tercio.
En las operaciones militares se
empleó artillería y aviación contra ciudades y cuencas mineras. El
18 de octubre de rindió lo que había sido la Primera Comuna española. Había habido violencia. La Prensa cita el fusilamiento de un cura en
Turón y también la de un ingeniero de minas, pero calla la represión
gubernamental que daría más de 1.300 muertos y 30.000 detenidos en toda
España. Las cárceles rebosaban, se conocían torturas, sevicias policiales
de todo tipo. Asturias, los presos de Asturias, los muertos de Asturias
iban a originar importantes movilizaciones sociales y de los partidos de
izquierda. Indalecio Prieto tuvo que marchar al exilio y Largo Caballero
fue encarcelado.
Los falangistas desfilaban uniformados por
las calles de Madrid, los carlistas lo hacían en Navarra. Estos últimos
habían abierto una Academia militar para la formación de oficiales en
Italia, y habían enviado a ese país 4.000 jóvenes a instruirse en la
guerra moderna. Las luchas contra las condenas a muerte en Asturias
movilizó al conjunto de la izquierda. El Gobierno retrocedió y la CEDA
volvió al Gobierno, y entonces Gil Robles nombró a Franco Jefe del Estado Mayor
central. Llegó la crisis del estraperlo, de Lerroux y del partido
Radical. Dimitió Gil Robles y Alcalá Zamora encargó a Portela Valladares, exministro de la Monarquía, la formación de un Gobierno que convocara
elecciones generales.
El 16 de febrero del 36 se celebraron
dichas elecciones. La campaña electoral por parte de la derecha fue
dominada por la CEDA de Gil Robles, que era apoyada por el
Vaticano. El Cardenal Pizzar, entonces Nuncio de su Santidad, instaba a los nacionalistas vascos -que por mor del estatuto de autonomía
apoyaban a la República- a que se unieran a la CEDA. Decía el cardenal
Pizzar que las elecciones eran “entre Cristo y Lenin”. El Partido
Nacionalista vasco hizo caso omiso al Cardenal a causa del antiautonomismo de
la derecha española. La izquierda se agrupó en torno al Frente Popular a
propuesta del PC, cuya fuerza comenzaba a ser significativa por haber jugado un
papel importante en la crisis asturiana y, tras el viraje del 32, con la
llegada de José Díaz y Dolores Ibárruri a la máxima dirección de dicho
partido.
Por otra parte, Dimitrov ante el
ascenso del fascismo en Alemania, en Italia y en Austria, había planteado
la acción conjunta de social-demócratas, católicos de izquierda,
comunistas y otros para hacer frente al fascismo. Y hay que decir que la
C.N.T. y la F.A.I. pidieron el voto a favor del Frente Popular. El resultado fue 268 diputados para el Frente Popular, 205 para la derecha y el
centro. Los comunistas alcanzaron 17 diputados. Conocidos los
resultados, el General Franco instó a Portela Valladares a que declarase
el estado de guerra, pero en toda España el entusiasmo popular no tenía
límites: manifestaciones en la Puerta del Sol de Madrid por la amnistía; en
Oviedo se abrían las puertas de las cárceles, salieron a la calle miles y miles
y de personas. En abril, cesó Alcalá Zamora como Presidente de la
República y tras un corto período presidido por Martínez Barrio alcanzó el
puesto Manuel Azaña, siendo Jefe de Gobierno Casares Quiroga. El Gobierno
sustituyó a Franco y a Goded, que fueron enviados a Canarias y a
Baleares.
En marzo se entregaron tierras a
75.000 jornaleros en Extremadura, y los grandes financieros como Coca,
March y otros comenzaron a evadir capitales para hacer caer el valor de
la peseta. Falange y otros grupos, como las JONS de Valladolid y
las Juventudes de Acción Popular, se iban fascistizando disparando desde
vehículos por las calle de Madrid. Los sindicatos y los partidos de
izquierda, socialistas y comunistas, respondieron creando sus grupos
armados. El PSOE se radicaliza a través de Largo Caballero, al que
se le llamaba entonces el Lenin español, y se enfrentó a las tesis de
Prieto y de Besteiro, centro y derecha del Partido Socialista en esa
época. El PC, con 17 diputados y ya con una gran sólida
organización, editaba periódicos y revistas. Y de febrero a
marzo del 36, pasó de 30.000 a 50.000 militantes. En junio alcanzaba los
84.000 y en julio, antes de la sublevación militar, los 100.000
militantes.
En el Congreso el papel de Gil Robles
lo cubre, radicalizado, Calvo Sotelo, el antiguo ministro de la
Monarquía, que llamaba al Ejército a imponerse por la fuerza. El 1º
de abril del 36 las juventudes socialistas y comunistas se unificaron
constituyendo las Juventudes Socialistas Unificadas que llegó a alcanzar
medio millón de militantes. La JSO era la organización más
importante de la juventud en toda Europa. Banqueros, falangistas,
carlistas, generales y sectores de la Iglesia conspiraban abiertamente contra
la República. El General Mola aparecía en el centro de la
conspiración. Desde Pamplona, contacta con otras regiones militares; Fal
Conde y otros carlistas tejían también la trama civil y eclesial. Sanjurjo, desde Lisboa, participaba abiertamente en contactos con
los servicios secretos de Hitler. Atentados falangistas contra Jiménez de
Asua, redactor de La Ilustración, asesinato del juez Pedregal. En un solo
día, 15 de abril mueren violentamente 15 personas, entre ellas
Sáenz de Heredia, primo de Jose Antonio Primo de Rivera. El 12 de julio
es asesinado el Teniente Castillo a manos de 4 falangistas. En respuesta,
Condes, capitán de la Guardia Civil amigo de Castillo y hombre de
izquierdas, mata al Jefe de Renovación Española Calvo Sotelo, diputado cuyo
cadáver fue encontrado en la carretera del Este. La guerra civil ya
estaba servida, el destino de la República ya estaba echado.
"Mueran las caenas"
Militares felones, con el
concurso del fascismo alemán, italiano y portugués y con la ayuda
vaticana, se alzan en armas contra la República. República de
oberos y campesinos. República de intelectuales. República de las Brigadas Internacionales,
de Zalka, de Malraux, de Fox, de Nicolás Guillén. República de D. Antonio
Machado, que ofrece sus brazos al 5º Regimiento para defender Madrid. República de Alberti, de Herrera Petere, de Miguel Hernández, de Vicente
Aleixandre. República de “la Marsellesa”, del Himno de Riego, de “la
Varsoviana”, de “la Internacional”, del “Eusko Gudariak”, del Batallón del
Talento donde se encontraban escritores, investigadores como Faustino Cordón,
el biólogo recientemente fallecido y al que se le rindió no hace demasiado un homenaje. Sí, derrota republicana, medio millón de españoles marcharon al exilio. Medio millón en cárceles y campos de concentración. La
noche oscura del fascimo iba a durar casi 40 años. Cortes de pelo al
cero, torturas, sevicias policiales, aceite de ricino, fusilamientos en cunetas
y tapias de cementerios, hasta 1.975.
Armando López Salinas
República, intelectuales y lucha de clases
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