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3113. Madrid, llegada de material de guerra

Madrid, 23 de julio de 1936. Acopio de armas, fusiles y ametralladoras, en el palacio de Medinaceli para ser entregados a los 
voluntarios defensores de la República


Los sublevados, que han logrado dominar la mayor parte de Extremadura, que se han apoderado de Badajoz, Cáceres y Plasencia, se disponen decididamente al ataque sobre Madrid.

En Badajoz los facciosos han cometido el crimen colectivo más enorme y espantoso que registra la historia. Más de tres mil antifascistas, fueron concentrados en la Plaza de toros. Y después de haber ocupado las gradas de la plaza, los elementos oficiales, los falangistas, militares, requetés, incluso "señoritas" empezó el espectáculo.

Los tres mil presos colocados en el redondel, fueron cazados a tiros y muertos todos por las balas de ametralladoras emplazadas en el toril. Y así, de esta forma cruel e inhumana, murieron aquellos seres indefensos, concentrados en el círculo de la muerte.

El avance de las hordas salvajes fascistas, compuestas de mercenarios marroquíes y portugueses, se dirige hacia Navalmoral de la Mata, pueblo de tradición libertaria, que se preparó para recibir a los invasores como se merecían. Y ese gran pueblo, compuesto de campesinos y escasos artesanos, armados solamente con cuchillos y algunas escopetas, se aprestó a la resistencia. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no pudieron impedir que cayera en manos de los mercenarios y éstos, apoyándose en el Tajo y en las cordilleras de Arenas de San Pedro, consiguen llegar por la derecha, al Puente del Arzobispo y por la izquierda al pueblo de Arenas de San Pedro.

Los milicianos, que han salido de Madrid después de haber dominado la sublevación en la villa, se dirigen a Toledo, donde los cadetes, guardia civil y demás fascistas en general concentrados en el famoso Alcázar se hacen fuertes y bien pertrechados, con armas y municiones abundantes, con gran cantidad de víveres, se disponen a resistir hasta la muerte.

Los diferentes intentos que se realizan para conseguir el Alcázar, resultan infructuosos. La ciudad de Toledo, en su casi totalidad, está ya en poder de los republicanos, pero el Alcázar continúa en manos de los rebeldes que lo defienden ciegamente. La desorientación y poca coordinación de los ataques de las fuerzas republicanas, contribuyen poderosamente a que los sitiados no cedan ante la presión de nuestros ataques. Por otra parte, los mismos mandos, que tienen la responsabilidad del ataque, no demuestran tampoco, una firme decisión, muchos de ellos, incluso en los momentos de calma y particularmente por la noche, abandonan Toledo y se marchan a Madrid. En uno de estos innecesarios viajes, muere a causa de un accidente automovilístico, uno de los jefes más ponderados del sitio del Alcázar, Salvador Sediles, conocido en toda España, por haber sido uno que de los que se levantaron en Jaca, en el año 1930, conjuntamente con Fermín Galán.

En realidad, el asedio del Alcázar de Toledo, fue una verdadera sangría para la República. Se perdió un tiempo precioso, que se hubiera podido aprovechar yendo al encuentro del enemigo, que desde el Puente del Arzobispo, se dirigía hacia los llanos de Talavera de la Reina, no encontrando en el camino más que una débil y desordenada resistencia. La falta de experiencia en el arte de la guerra, contribuyó poderosamente a que no se tomaran otras decisiones mucho más prácticas, como hubieran sido las de dejar sitiado el Alcázar y, dominado el pueblo de Toledo, continuar la marcha a lo largo del río Tajo, para conseguir enfrentarse con el enemigo, antes de que tomara Talavera de la Reina por una parte, y por la otra hubiera alcanzado el nudo de comunicaciones de Torrijos, llegando así a Escalona San Martín de Valdeiglesias y también a las alturas de Gredos.

El enemigo hubiera sido fácilmente parado en aquellos terrenos montañosos, a pesar de que las fuerzas que se le hubieran opuesto no fuesen muy numerosas. Y no se habría consumido, poco menos que inútilmente, tanta gente en el famoso asedio del Alcázar de Toledo.

Todo esto ocurría mientras el enemigo, en el Norte, ponía también su empeño en liquidar definitivamente la guerra en Asturias y Vasconia a fin de poder dedicar todo su esfuerzo a la conquista de Madrid.

Los demás frentes de España, permanecían casi en completa inactividad y el Gobierno español, no tuvo la feliz idea de preparar, aunque fuera con los escasos medios con que contaba una ofensiva que, partiendo de Aragón, hubiera permitido muy fácilmente en aquellos tiempos, que las fuerzas republicanas se internasen por la Rioja, e incluso llegasen a Vizcaya, a fin de procurar establecer enlace con los defensores de aquella región. Mientras tanto, caía Talavera de la Reina, Torrijos, Toledo, San Martín de Valdeiglesias, Navalcarnero y el asedio de Madrid se estrechaba cada vez más.

La Consejería de Defensa de la Generalidad de Cataluña, estaba preocupadísima por la suerte de Madrid. En diversas ocasiones, se prestó apoyo a las fuerzas que se batían en la capital de España, consistente en el envío de partidas de material bélico, pero estas no eran suficientes para las necesidades de la campaña. Era necesario un apoyo más decisivo, más efectivo, para lograr por lo menos, detener el enemigo y establecer una línea resistente, salvando así el inminente peligro de la caída de Madrid.

Se hicieron múltiples gestiones y se convino de momento en que todo el material o su mayor parte, que estaba a punto de llegar a España se destinaría a los defensores de Madrid.

Y, por fin, llegó a Cartagena el petrolero "Campeche". En sus bodegas, en lugar de esencia transportaba armas y municiones. También los marinos, desde el principio de la contienda, libraron grandes batallas y expusieron su vida por la República y la independencia de España.

Me presenté allí, delegado por la Consejería de Defensa de la Generalidad de Cataluña y recibí la nota de todo el material, en su mayoría ametralladoras rusas, Maxims, munición en abundancia y esencia especial para avión. En breves horas, fue descargado el barco. Este material, el primero que llegó a España, fue cuidadosamente depositado en el Arsenal de Cartagena y desde allí, transportado al frente de Madrid.

Unos días después, llega a Cartagena también, otro barco. Este, de nacionalidad rusa motivo por lo cual no recordamos su nombre que trae también abundante material móvil. Trescientos camiones que después fueron popularmente llamados "Katiuskas" salieron de sus bodegas y se ponen seguidamente en marcha. Otro barco ruso, llega poco después y del mismo son desembarcados siete mil fusiles "Winchester", americanos con varios millones de cartuchos. Transportaba también esté barco, trescientos fusiles ametralladores rusos, conocidos con el nombre de "fusil de plato". El material es excelente. El Winchester americano, es de una precisión y potencia formidables. No obstante, adolecía de un defecto capital: no tiene cargador y las balas han de ser colocadas en la recámara una a una, cosa que en los momentos de dura batalla, ponía nerviosísimos a los milicianos.

Por otro conducto, llega también material aéreo, que es rápidamente montado y se pone en vuelo. Es aquél momento, cuando por vez primera, truenan sobre el espacio de la invicta capital de España, los potentes motores de los "chatos" y de los "moscas" nombre con los que el pueblo bautizó a estos primeros aviones de caza, al servicio de la República.

Desde aquél día estos aparatos, pilotados por personal entusiasta y arrojado, se lanzaron en forma decidida contra los "Junkers" alemanes, que hasta entonces habían bombardeado a placer y con toda impunidad Madrid y sus alrededores. Y podemos ver, como estos pajarracos de la muerte, que mas tarde se conocen vulgarmente con el nombre de "pavas" caen incendiados y sé estrellan en el pavimento de las vías madrileñas.

El entusiasmo popular y la moral del pueblo madrileño, se elevan a una altura tal que en la capital de España crece por momentos la decisión de no caer en manos del enemigo. Son tan formidables los combates aéreos que se suceden en el cielo de Madrid que basta decir, para destacar su importancia, que en solo un día se estrellaron veintisiete aparatos. Diez y ocho enemigos y nueve leales.

Las milicias de la República, se baten en los frentes del centro, con gran decisión y arrojo. Muchas veces vemos que este y esta decisión llevan a los hombres, por su temeridad, a la muerte segura. Y, a pesar de este coraje, el enemigo continúa avanzando y su ofensiva sobre Madrid va ganando terreno. El cerco de la capital de España, poco a poco y día a día, se estrecha cada vez más. como se estrecha la argolla en el cuello de un condenado a muerte.

En medio de un mar de angustias, el Estado Mayor del Ejército leal, en manos del entonces comandante Rojo, estudia la forma de contener al enemigo. El general Miaja, no descansa un solo momento. Se estudia la formación de Unidades regulares, encuadradas con toda disciplina. Está en el ánimo de todos, la constitución de un mando único, que coordine las actividades de la guerra, no ya solamente en Madrid, sino en toda España.

Los partidos políticos y organizaciones obreras, hablan de unificación. Se celebran infinidad de reuniones y centenares de actos públicos, encaminados todos a conseguir este objetivo. Los hombres solo se dan cuenta de su difícil situación, cuando la adversidad y la desgracia se cierne sobre su cabeza. Y a pesar de esto, a pesar de la gravedad del momento, se tropieza con serias dificultades. No todos son comprensivos. No todos son amantes de renunciar a ciertas prerrogativas, para conseguir que la guerra se desenvuelva con más soltura y con mayores posibilidades de éxito.

Se recurre a la intriga política. A la falsa promesa. A la zancadilla traidora. Y la palabra dada y el documento firmado, no sirve para nada. La comprensión y el sentido de responsabilidad, permanecen ausentes de ciertos elementos, que hasta el momento del levantamiento fascista, eran verdaderas nulidades, verdaderos miserables de cuerpo y alma, que cuando se han visto colocados en cargos de mayor o menor importancia, olvidan que pueden perderlo todo, ya que con la pérdida de la guerra se hundían todas las prerrogativas y todas las esperanzas. Pero no se comprende así en ciertas mentes y se juega a la política en los momentos más peligrosos. Se habla de unificación y de renuncia a los puestos de privilegio y la realidad, más elocuente que las palabras demuestra que no se hace nada de esto. Gente que solo piensa sacar el máximo provecho de la nueva situación. ¡Pobres infelices...!

Mientras tanto, el fascismo, que no discute, que solo tiene una razón y una idea fija, va ganando terreno en el avance hacia su objetivo: Madrid.

La situación es cada día más angustiosa. Madrid está condenado a morir entre las garras del invasor, que cada día está más cerca. El Gobierno está desacreditado. No existe. Y es que en realidad, no tiene ningún plan de defensa ni se preocupa de esto. Solo el pueblo está a la altura de las circunstancias y se dispone, desesperadamente, a no sucumbir ante el invasor.

El desagrado entre el pueblo, por la acción pasiva e incomprensible del Gobierno que rige los destinos de España, es cada día mayor. Y finalmente, se manifiesta en forma pública, exigiendo la creación de un Consejo de Defensa Nacional que vele sobre el País. Lo pide y lo exige insistentemente. No obstante, el Gobierno continúa indiferente a todo. Es el único vencido. Es el único que vive fuera de la realidad y que no sigue las cosas de cerca. Por esto, cada momento que pasa, queda más divorciado del país que ya le repudia y desprecia. La presión popular se acentúa. Y finalmente el Gobierno que se ve cada día más desautorizado dimite y se constituye un nuevo Gabinete, que por su composición satisface, en principio, a la opinión en general.

Este nuevo Gobierno, se encuentra con una realidad que es más poderosa qué sus propias fuerzas. La proximidad del frente y la posibilidad de una inminente caída de Madrid no le permiten hacerse cargo de todos los asuntos pendientes y trabajar con cierta independencia. Y por esto decide, con la disconformidad de varios de los propios Ministros, trasladar su residencia a Valencia, para desde allí, aglutinar las necesidades de todos los frentes, no ya solamente para salvar Madrid, sino además de modificar el plan general de la defensa de la independencia de España.

Libre Madrid de la carga pesada, que representa un Gobierno con su inmenso aparato burocrático, que entorpece y complica hasta las cosas de más sencilla solución, el pueblo, en lugar de sentirse abandonado y decaer sus ánimos, como creyeron muchos, revive. Se recobra a sí mismo. Se opera una reacción formidable, que asombra incluso a sus propios habitantes.

No obstante, el peligro de la caída de Madrid en manos del invasor, no se aleja. Es cada día más inminente. Pero los ciudadanos no desfallecen. Morirán todos antes que ceder su tierra.

Y mientras se constituye la Junta de Defensa de Madrid, allí, en la calle de Serrano 111, se encuentra instalado en un modesto hotelito, el Comité de Defensa de la C.N.T. que no descansa un momento. Cuenta con un gran cerebro. El de un modesto trabajador. El de un hombre casi ignorado antes del movimiento subversivo: Eduardo Val. Todo está concentrado en él. Nada ni el más pequeño detalle escapa a su poderosa imaginación, y a todo cuanto se le plantea encuentra solución inmediata. Es de una capacidad que no se agota. Los defensores de Madrid los que están en las trincheras, cuando tienen que consultar algo, no van a los despachos oficiales. Saben que allí no se soluciona nada. Todo está completamente muerto en Madrid. Solo en un lugar de la capital, se vibra y se vive la guerra. En la calle de Serrano. Se ven coches, que llegan y parten rápidamente. Camiones, que se acercan y desaparecen enseguida.

Fue, en resumen, el Comité de Defensa Confederal el nervio, el receptáculo, que por espacio de varios días, dirigió la defensa de Madrid.

Y allí Val, el alma del Comité, con media docena escasa de compañeros que le rodean, logró de forma sencilla, sin aparatos burocráticos y sin ostentaciones, coordinar la defensa de la capital, que no pudo antes organizar todo un Gobierno de la Nación.

Mientras el Comité de Defensa Confederal de Madrid desplegaba esta inmensa actividad, se iban coordinando las actividades casi abandonadas por la partida del Gobierno a Valencia. Y el general Miaja con amplios poderes del Gobierno llama a las organizaciones sindicales y a los partidos políticos y les plantea la necesidad de que se constituya una Junta de Defensa de Madrid integrada por sus representantes. Los reunidos coinciden con las apreciaciones del general Miaja y se procede rápidamente a la constitución de la junta en la que estaban representados todos los partidos y organizaciones sindicales.

Esta Junta, que presidía el propio general Miaja, ejerció durante bastante tiempo las funciones del Gobierno en Madrid, y todas las resoluciones de importancia le eran sometidas. Poco a poco, fue desapareciendo su eficacia, a consecuencia de que el Gobierno, desde Valencia, iba decretando y daba soluciones con carácter nacional, a los problemas de la guerra.

En unos días se producen en Madrid acontecimientos de gran importancia. Por una parte han llegado las primeras fuerzas internacionales, que vienen bien equipadas y armadas. Son hombres de ideas casi todos. Hombres que ante la convulsión que atraviesa España, han abandonado su país, para desafiar la muerte, defendiendo la libertad de un pueblo. Se presentan bien formados. Bien alineados. Sus mandos, excelentes luchadores, Hans Beimler, Kléber, Walter, Lukask y Wolpianski, llevan su hombres a la línea.

Y lo primero que hacen los internacionales, al ser trasladados a la línea de fuego hasta aquél entonces casi no se había hecho nada en este sentido, en la guerra sostenida en el centro fue construirse cada uno su pozo de tirador. Una trinchera, un parapeto y el refugio contra la aviación.

Los defensores de Madrid, se dan perfecta cuenta que esto es esencialísimo. Y Madrid, que había permanecido poco menos que indiferente a la fortificación, entonces pone todos sus efectivos no combatientes a esta tarea. El Ramo de la Construcción hace un llamamiento a sus afiliados y todos se prestan a trabajar por la guerra. Allí, a escasos metros del enemigo, construyen las trincheras. Muchos son los que mueren, sosteniendo su arma: el pico o la pala. Pero esto no es obstáculo para los que quedan. Las trincheras se profundizan, se construyen refugios sólidos, zanjas de enlace, etc. Es el primer paso firme que se da para la verdadera y eficaz defensa de Madrid.

El enemigo, que a lo largo de la guerra ha demostrado que no se ciñe nunca a una dirección fija de ataque y que tantea los frentes para conocer cual es el lugar que menor resistencia le opondrá a su acción, logró en algunos lugares infiltrarse y así consigue apoderarse de las alturas de Garabitas, desde las cuales domina, con artillería, todo el casco urbano de la capital. Desde entonces, los cañonazos del enemigo truenan noche y día, sin cesar un momento. Se hace un verdadero derroche de municiones, y las azoteas, ventanas y balcones del pobre Madrid, saltan hechos añicos ante el fuego enemigo. No obstante, Madrid se mantiene firme. Madrid no capitula.

Los moros y los legionarios, que han logrado colocarse en los márgenes del río Manzanares, en la parte de la Casa de Campo y Ciudad Universitaria, abren un boquete y se filtran hasta las grandes construcciones de la ciudad estudiantil. Nadie los detiene. La defensa se hace cada vez más difícil, debido a la espesura de los bosques que existen en los alrededores (Parque del Oeste, parte del cual ya está en poder del enemigo). Y Madrid lanza desesperadamente el S.O.S.

El Gobierno de Valencia, insinúa a la Generalidad de Cataluña, la necesidad de que fuerzas del frente de Aragón, entonces inactivo, se trasladen inmediatamente a Madrid. Ocurría esto en los días 7 y 8 de Noviembre de 1936.

La Consejería de Defensa de la Generalidad, Celebra una reunión. Asiste a la misma Federica Montseny, ministro del Gobierno de la República y representaciones de todos los partidos políticos y organizaciones sindicales. También asisten representantes de las Columnas que operan en Aragón.

La cuestión se plantea con toda crudeza. Madrid dentro de unas horas, de días como máximo, se perderá dice Federica Montseny si no se va inmediatamente en su ayuda.

Y todos convienen en ayudar Madrid. Muchos jefes de Columnas se ofrecen voluntarios para ir con sus hombres a la defensa de la Capital. Pero esto no puede aceptarse. Es imposible abandonar el frente de Aragón por completo. Y se conviene que salgan unos millares de milicianos para Madrid, al mando de un hombre de prestigio. Y se señala allí que este debe ser Durruti.

En el frente, cuando los milicianos se enteran que es necesario defender Madrid y que fuerzas de Aragón se trasladarán allí se arma un verdadero revuelo. Todos se disputan el lugar de honor. Quieren luchar. Quieren salvar Madrid del peligro que le acecha.

Y cuatro mil hombres aproximadamente son concentrados con urgencia en los lugares de partida. Durruti, deja provisionalmente el mando de su Columna en Aragón y se traslada a Madrid.

Hace el viaje rápidamente. Solo se detiene unos instantes en Valencia, para recibir instrucciones del Gobierno. Y llega a Madrid. Era el día 11 de Noviembre de 1936.

Durruti, a su llegada, se presenta inmediatamente al jefe de las fuerzas y a su Estado Mayor. O sea al general Miaja y al comandante D. Vicente Rojo y anuncia la llegada de sus milicianos.

La noticia corre por Madrid como un reguero de pólvora. Ha llegado Durruti. Viene con su formidable Columna a defendernos se dice por todas partes Y el entusiasmo que esto despierta, ya hace creer que Madrid no puede perderse.

Gira Durruti una visita de inspección a los frentes, cosa que puede realizar en unas horas, ya que el frente solo está separado del centro de Madrid por escasos kilómetros y con vías de comunicación excelentes. Y queda asombrado del abandono existente en las fortificaciones.

Desde su Puesto de Mando instalado en la calle de Miguel Ángel 27 llama al ministro de la Guerra Largo Caballero y le expone con ruda crudeza sus impresiones. Se lamenta de que se le encargue hacer frente a una situación tan delicada, más que por otra cosa, por el abandono que se ha tenido con Madrid. Le dice Durruti, textualmente, al Ministro, que si el fascismo no se ha hecho con Madrid, ha sido porque los sublevados no han tenido decisión, pues Madrid, en realidad, está completamente indefenso y las fuerzas que lo defienden, si bien en distintos puntos se baten con heroísmo, en otros no hacen nada para detener al enemigo. Y así se explica la constante progresión de este y principalmente en la Ciudad Universitaria, Cerro de los Ángeles, Carabanchel Alto y Bajo.

El Ministro de la Guerra, se excusa. Dice que queda Durruti facultado para atender, de acuerdo con el Estado Mayor, la Defensa de Madrid, la cual debe ser hecha con las posibilidades existentes teniendo en cuenta que el Gobierno, por su parte, dará las facilidades necesarias y pondrá en manos de los defensores de la Capital todos los medios que tenga a su alcance. Anuncia la llegada de más fuerzas internacionales y también, aviación y algunos tanques los cuales serán inmediatamente que lleguen puestos en juego para poder oponer una resistencia más eficaz al enemigo.

Mientras tanto, las fuerzas de Durruti, están a punto de llegar a Madrid. Se les espera por todos. Reina gran entusiasmo popular. ¡Es la salvación de Madrid! dicen.

Y con esta esperanza, se combate y se muere en las trincheras como no había ocurrido hasta aquél entonces.

Se busca alojamiento para las fuerzas que han de llegar y se determina queden instaladas en unos amplios locales, de la calle de Granada. Y llega el 13 de Noviembre de 1936.

A últimas horas de la tarde aparecen en la Capital de España los milicianos de Durruti, que son aclamados. Se trasladan a la calle de Granada, con la intención de que pasen allí la noche y puedan ser atendidos y alimentados debidamente, ya que llegan fatigadísimos de un pesado viaje.

Pero los cálculos fallaron. Pocos momentos después de haberse colocado las fuerzas en los locales de la calle de Granada, se sabe que el enemigo ha conseguido ocupar la mayor parte de los edificios de la Ciudad Universitaria y que avanza sin encontrar casi resistencia, hacia la Cárcel Modelo y Plaza de la Moncloa. En la noche anterior habían sido retirados los presos fascistas de la Cárcel, ya que los sublevados, sin tener para nada en cuenta que los detenidos allí son los suyos, desde hace horas bombardean el edificio constantemente.

Miaja llama a Durruti y le da cuenta de la situación. Le pide que las fuerzas que han llegado, con todo y reconocer su estado de cansancio, partan inmediatamente al frente pues de no oponerse una barrera al enemigo, este habrá entrado en la Moncloa antes de hacerse de día y penetrando por la calle de Giner de los Ríos, se colocaría en las mismas entrañas de Madrid. Dice Durruti que esto es imposible. El ha visto a sus hombres. Conoce el agotamiento de los mismos. Y manifiesta que la entrada inmediata en fuego de sus hombres, puede dar resultados funestos.

Miaja comprende todo esto. Pero está seguro que son los únicos que pueden salvar Madrid. Y Madrid se "salvó" el 14 de Noviembre y no el día 7 como por todas partes se ha dicho, por los milicianos que han venido de Aragón. El comandante Rojo, coincide con él. Piden ambos a Durruti, que con su autoridad moral consiga convencer a sus milicianos y que aquella misma madrugada entren en línea.

Durruti ni contesta. Sale precipitadamente del Ministerio de la Guerra lugar donde residía el Estado Mayor y se dirige rápidamente a la Calle de Granada.

Reúne a sus hombres. Les expone la necesidad de salvar Madrid. Les dice lo que se espera de ellos: "Comprendo lo que representa para vosotros salir ahora mismo a luchar dice Durruti pero es necesario hacerlo. Y a la cabeza vuestra iré yo añade a luchar con vosotros, contra el invasor".

Sin discusiones y sin dilaciones, vibran todos. Se preparan. Contentos y decididos, recogen las armas y el equipaje. Inician su formación en el amplio patio de la casa-cuartel. Durruti los revista. Y con ellos, en el silencio de la noche, sale Durruti hacia el combate. Hacia el lugar de la muerte. A la Plaza de la Moncloa.

A medida que las fuerzas se aproximan al frente, se perciben más claramente las explosiones de los cañones y el fragor del combate. En diferentes lugares de la ciudad, se lucha encarnizadamente.

Los internacionales han ocupado la parte izquierda de la Ciudad Universitaria y se extienden por el interior de la Casa de Campo hacia la Puerta de Hierro, en dirección a Aravaca. Solo falta que los hombres de Durruti lleguen a tiempo de taponar el boquete existente, que se extiende desde el Parque del Oeste, hacia la Estación del Norte y que representa una constante amenaza para la Seguridad de la capital.

Llegan los milicianos a los parapetos. Parapetos improvisados. Adoquines levantados de las calles, que no son trincheras sino simples barricadas. Se está haciendo la guerra en Madrid, de la misma forma que se habían hecho huelgas en Barcelona. Es una verdadera pena.

Durruti coloca a los hombres, nerviosos y anhelantes que desean entrar en combate. Quieren ver a los moros, que son la pesadilla de todos los combatientes. Los más bravos, han sido dotados de fusil ruso ametrallador de plato con los que aún no han disparado un solo tiro pero que, en los breves minutos que los han tenido en sus manos, han aprendido ya a manejar. Los acarician como el niño acaricia su nuevo juguete. Esperan la hora de emplearlos. Y esta llega al fin.

Los tanques enemigos han cruzado ya el Manzanares. Van progresando hacia adelante. Y los hombres de la Columna Durruti, sabiamente colocados entre los coquetones hotelitos que se esparcen alrededor del Parque del Oeste y sus inmediaciones, esperan el momento de atacarlos.

Grupos de milicianos se adelantan y lanzan bombas de mano sobre los tanques de la muerte. Estos, uno tras otro, retiemblan y se inclinan hacia adelante, hacia atrás, hacia sus costados, rotas sus cremalleras por las bombas. La infantería enemiga que sigue a los tanques, vacila y no se atreve a avanzar al ver la metralla que cae sobre estos. Hacen un alto en el camino e inician la retirada. Es entonces, cuando los milicianos disparan sin cesar contra el enemigo. Los fusiles ametralladores vomitan la muerte. Las filas enemigas, son diezmadas continuamente. Los soldados al servicio del fascismo, reaccionan y hacen frente. Pero no les vale de nada. Los milicianos, disparan incansablemente. El olor de la pólvora anuda sus gargantas. Les ahoga y emborracha. Y saltan de los parapetos, persiguiendo el enemigo, al cual obligan a refugiarse en su punto de partida: La Ciudad Universitaria. Existen allí unas explanadas, que los milicianos de Durruti, ciegos de coraje y decididos a exterminar a todos los enemigos, intentan salvar. Pero no pueden conseguirlo porque el fuego de ametralladora enemigo les barre completamente. Y no hubo más remedio que volver a los parapetos.

Y así, con el acto de heroísmo de unos hombres, que antes de entrar en lucha, estaban cansados y agotados. se salvó Madrid en la mañana del día 14 de Noviembre de 1936.

¡Las fuerzas de Durruti, se han cubierto de gloria! Es la exclamación que se oye por todo Madrid. Ya todo el pueblo conoce lo ocurrido. Los internacionales que se han batido también excelentemente admiran y elogian a los hombres llegados de Aragón. El entusiasmo popular traspasa los limites de la capital de España y se traslada a todos los frentes de lucha.

Los sublevados, por su parte, están coléricos. Las órdenes decisivas que habían recibido de sus mandos para apoderarse de Madrid, les fallan todas por uno u otro motivo. Se han enterado de la forma que combaten los milicianos. Han visto el valor de la Columna Durruti. Y preparan nuevas ofensivas, más fuertes aún si cabe, que las llevadas a la práctica hasta aquél entonces.

Ya no confían tanto en la infantería mora. Preparan más bien las armas pesadas. Los cañones. La aviación. Los tanques. Y las casas de Madrid, tiemblan ante la lluvia de metralla que cae sobre ellas.

Intentan nuevamente la toma de Madrid. Persisten en su ataque por la Plaza de la Moncloa. Y se puede ver como donde no existían mas que simples parapetos, los milicianos de Durruti habían construido, en pocas horas, como por arte de magia, verdaderas trincheras y excelentes parapetos, e incluso, refugios contra la aviación. Conocen el empeño del enemigo, para conseguir la toma de Madrid. Por ello, saben que la lucha no ha terminado con el triunfo obtenido en su primera batalla. Esperan, decididos y vigilantes, a los invasores, para hacerles morder nuevamente el polvo de la derrota.

Los combates, se suceden nuevamente. Combates que se prolongan noche y día, sin descanso, durante varios días. Pero el enemigo no consigue sus propósitos. No puede avanzar ni un solo paso, ante la tenacidad de las milicianos republicanos. Ya Madrid está definitivamente salvado. Lo ha salvado Durruti. Lo han salvado sus hombres. Y lo han salvado, también, los internacionales y con ellos todos el heroico pueblo madrileño, que ha renacido con el apoyo y el sacrificio de los que han acudido en su defensa.

Va combatiéndose sin interrupción. Y llegamos así hasta el día 19 de Noviembre de 1936, fecha de triste memoria. Hecho el recuento de las bajas, se calcula en más del 60 % las sufridas por el personal de la Columna Durruti, en su mayoría, por muerte. Y en las filas de los Internacionales las bajas también fueron numerosísimas.

Madrid está intranquilo aquel día. Se nota la preocupación en todos los rostros. Algo anormal ocurre. Lo que no había conseguido el enemigo, con sus constantes ataques lo logra un hecho que, por su significación, conmueve a todo el mundo. Se dice que ha sido gravemente herido uno de los hombres más representativos del frente. Y no se concreta su nombre. Pero se procura que entre los combatientes de la Columna Durruti no trascienda la noticia. Eso hace suponer a todo el mundo, que el herido es el propio jefe de la Columna, Buenaventura Durruti.

Hay otros heridos también. Manzana, el técnico militar de la Columna, Miguel Yoldi, Liberto Ros y otros destacados elementos de la Columna Durruti también están heridos.

Esto hace aumentar el rumor. Y finalmente se sabe la noticia: Durruti está herido. Y herido de muerte. Una bala disparada desde el Clínico, ha penetrado en su cuerpo por la tetilla y por la espalda. Se le traslada al Hospital de las Milicias Confederales, donde el experto cirujano, Dr. Santamaría, trabaja lo inenarrable para salvarlo.

La mesa de operaciones, donde descansa el hercúleo cuerpo de Durruti, aún palpitante, está rodeada de sus mejores amigos y compañeros, que anhelantes, interrogan al Doctor para saber si la gravedad de la herida permitirá salvarle. El Dr. Santamaría presto a empezar la delicada operación, no contesta a nadie. Ordena inmediatamente que todos, absolutamente todos, se retiren de la sala de operaciones. Marchan todos. Y allí, Santamaría con los mejores cirujanos madrileños, que se han congregado para auxiliarle, empieza su trabajo. Todo es inútil. La bala cumplió su misión de muerte. Y el cuerpo de aquel gran hombre, fue perdiendo poco a poco el calor y la respiración se hace más pesada y difícil.

Muere Durruti. Muere el salvador de Madrid, en el momento que más falta hacía para continuar defendiéndolo y para poner todo su vigoroso esfuerzo, en defensa de toda España. Era el día 20 de Noviembre de 1936.

La noticia, corre Por toda España. Hombres y mujeres, lloran desconsoladamente. No hay forma humana de consolar a todo el pueblo antifascista español. La muerte de Durruti fue sentida por todos. Sin haberlo pedido se convirtió Durruti en el ídolo del pueblo. Y, más que ídolo, era la propia alma del pueblo español... Fue esta una de las más duras pruebas en el transcurso de la guerra.

La muerte de Durruti traspasa, incluso, los umbrales de lo suyos. Los propios fascistas reconocen que, con la muerte de este gran hombre, han ocasionado una pérdida irreparable a las filas de los republicanos. Su radio lo dice públicamente, dedicando incluso elogiosos recuerdos al héroe, al que dan el nombre de "general rojo". Madrid se ha salvado.  ¡Pero a qué precio!

La sangre derramada defendiendo la capital de España no sido estéril. Los hombres que anhelantes han llegado a Madrid procedentes de Cataluña y del extranjero, han sucumbido en su inmensa mayoría, pero la capital de España, continúa en manos de los republicanos.

Mientras tanto, en Cataluña existe una preocupación enorme. Pasados los momentos de dolor, al conocerse la muerte de Durruti, se hace necesario encontrarle un substituto. Alguien que sea capaz de seguir la obra del gran desaparecido y que, al propio tiempo, inspire confianza a los combatientes catalanes. Se habla primeramente de García Oliver. Pero éste es ministro de Justicia del Gobierno de la República y no puede ocupar el lugar del caído.

En la Consejería de Defensa, se estima que soy el más indicado para ocupar la vacante. Y en Figueras, donde me encontraba inspeccionando la defensa de las costas de Cataluña, recibo una llamada telefónica, en la que se me da la terrible noticia de la muerte de Durruti y la inesperada, también, de que he sido designado para substituirle. Y con ella, la orden de que deje inmediatamente todos los trabajos que realizo, en suspenso y me presente en Barcelona, para salir sin pérdida de tiempo hacia Madrid.

Comunico estas noticias al comandante Ramos de Carabineros que es jefe de las Fuerzas de la Costa y que se encuentra a mi lado. Y se promueve como en todas partes al conocerse la noticia una escena verdaderamente conmovedora. Esta noticia, cae allí y produce un efecto mayor que él que produce un bombardeo de la aviación.

Serenados los ánimos, todos piensan en la misión que deben cumplir. En Barcelona, por el propio Consejero de Defensa, se me entrega un nombramiento oficial que dice textualmente: "Por el presente escrito, se nombra jefe de todas las fuerzas catalanas que operan en el frente de Madrid, al compañero Ricardo Sanz, el cual se hará cargo del mando de dichas fuerzas, en el plazo más breve posible, por exigirlo así las actuales circunstancias. Dado en Barcelona a 20 de Noviembre de 1936. El Consejero de Defensa de la Generalidad de Cataluña. Sandino (firmado)."

A la mañana siguiente, estaba ya en Madrid. La muerte de Durruti había logrado desmoralizar un tanto a sus fuerzas, que hasta entonces habían luchado con gran arrojo y heroísmo.

Como la muerte de Durruti se había producido al bajar este de su coche y precisamente no se encontraba con sus hombres en los parapetos, se corrían los más absurdos rumores, hasta el extremo de asegurarse que Durruti había sido muerto por la espalda al dirigirse a la línea de fuego. Estos rumores acompañados del quebranto existente en las filas de la Columna como ya hemos dicho antes, había tenido un 60 % de bajas, nos colocaba a todos en una situación muy delicada.

En medio de aquél ambiente enrarecido y confuso, me hice cargo del mando del resto de los hombres que habían salido de Aragón con Durruti, con el premeditado propósito de salvar Madrid, aunque tuvieran que morir todos. Pero este propósito estaba ahora algo cambiado. Pesaba sobre ellos el terrible hecho de la muerte de Durruti. Y pedían, en su inmensa mayoría, volver a Aragón, donde la guerra no exigía en aquellos momentos tan grandes sacrificios a unos hombres que voluntariamente combatían por la causa de la República.

No obstante esta situación confusa, auxiliado con el apoyo de la ministro Federica Montseny y de otros buenos amigos que se encontraban en Madrid y se habían hecho la promesa de no abandonarlo hasta que estuviera completamente salvado, se logró que solo un número reducidísimo de combatientes regresara a Aragón y la mayoría permanecieron en Madrid, dispuestos a defenderlo por encima de todas las cosas.

Días más tarde, la Consejería de Defensa atendiendo mi petición, organizó una nueva expedición de fuerzas. Y así la Columna Durruti de Madrid volvió a estar nutrida y en condiciones de ocupar su sitio de honor en el frente, lo que hizo inmediatamente, relevando a una de las Columnas internacionales que ocupaban las posiciones existentes desde la Casa de Campo hasta las inmediaciones de Aravaca.

Allí, en los famosos combates de Aravaca y de la Casa de campo, los hombres de Durruti, los milicianos de Cataluña continuaron ofrendando su vida para conseguir sus deseos: Que el enemigo no avanzara un solo paso en Madrid.

Contenido el enemigo en la Ciudad Universitaria y en Aravaca, intenta otro nuevo golpe sobre Madrid. Escoge el sector del Jarama, donde por sorpresa, consigue avanzar y ocupar La Marañosa, cortando finalmente la carretera general que une Madrid con Levante. Pero esta maniobra. le falla también. Los obreros madrileños, trabajando noche y día incesantemente, abren nuevas vías de comunicación que, aún dando un pequeño rodeo, sirven para que más adelante, se unan nuevas carreteras con la principal de Valencia, cortada por el enemigo.

Se combate encarnizadamente y la batalla del Jarama ha sido una de las más duras. Murieron millares de hombres, de ambas partes. Pero el enemigo no logra sus propósitos. El poco terreno que conquista, no le recompensa el esfuerzo realizado la preparación y desarrollo de su gran ataque.

No cejan en su empeño los militares traidores. Madrid es su objetivo y su pesadilla. Franco y sus lacayos, preparan nuevos ataques.

Las fuerzas enemigas que operaban por Majadahonda, Pozuelo de Alarcón, La Rosa, Boadilla del Monte y que pretendían ocupar El Pardo, eran de nacionalidad alemana. Alemanas eran también, las que atacaban por el Jarama y que tuvieron un fracaso tan evidente.

Y se suscitó, por lo visto, en el campo enemigo una cuestión de competencia internacional. Los italianos quisieron probar su suerte, quizás con el premeditado propósito de colocarse en plan superior al de los alemanes. Y entonces fue cuando se inició la fuerte ofensiva sobre Madrid, partiendo del sector de Guadalajara.

Las fuerzas italianas, compuestas de camisas negras y flechas de todos los colores al mando de Bergonzoli, partiendo de la vía general que une Madrid con Zaragoza, se lanzaron al ataque con ímpetu, pretendiendo cercar, una vez más, la Villa del Oso y el Madroño. Y logran en los primeros días, algunos progresos que les infunden confianza. Avanzan, triunfan en parte.

Pero el Ejército Popular que ya está constituido en su casi totalidad por Divisiones y Brigadas bien encuadradas se prepara para el contraataque, a pesar de contar con muy pocos elementos. Y la contraofensiva se produce con tanto éxito, no solo logra paralizar el avance del ejército italiano, sino que le infligen una de las más grandes derrotas y quebranto que haya soportado ejército alguno en la guerra moderna.

La 14 División, mandada por un obrero, Cipriano Mera y por el ingeniero Venardini, con sus millares de hombres, propinaron esta gran derrota a los extranjeros que querían dominar Madrid y que solo consiguieron cubrirse del ridículo espantoso que registra la historia.

Y Madrid queda definitivamente salvado. Se estabilizan sus frentes. Ya no hay ofensivas brutales contra la invicta capital. Tiroteos de trinchera a trinchera, minas subterráneas que estallan por ambas partes. Así, transcurren los meses.



Ricardo Sanz
Los que fuimos a Madrid, 1969 - Capítulo VIII










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