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3117. Natividad Yarza, la primera alcaldesa de Cataluña

Natividad Yarza, maestra nacional, nacida en Valladolid

Recia, con una cara enérgica de mujer acostumbrada a luchar, así es doña Natividad Yarza, primera alcaldesa catalana, y también primera alcaldesa española elegida por sufragio ya que las otras no han sido, hasta ahora, más que presidentas de los comisiones gestoras. 

Camina de prisa, con el andar de las gentes acostumbradas a cruzar largos espacios de campo y monte por malos senderos. En el horizonte, sobre una pequeña colina, el pueblo de Bellpart asoma blanco y diminuto. 

—En Barcelona he gestionado —me dice— un camino que una el pueblo con la carretera. El señor Companys me ha recibido. ¡Es un hombre tan amable! 

Atravesamos un arroyo. La alcaldesa salta como puede entre unos pedruscos y alcanza la orilla opuesta. 

—Ahora va a conocer usted mi pueblo. Es muy pequeño, muy campesino, pero yo siento por él una gran pasión. 

Todo el campo catalán la emociona. Ha vivido siempre en él.

—Ha nacido usted en una aldea catalana? 

Se echa a reír. 

—He nacido en Valladolid. Cuando tenía dos meses me llevaron a Zaragoza y a los cuatro años a Barcelona. Desde entonces, no he salido de Cataluña. 

Llegamos a Bellpart. Unos mozos vuelven de las huertas con azada al hombro, y dos muchachas los siguen con el delantal cargado de legumbres recién arrancadas de la tierra. Todos saludan a la alcaldesa, todos se acercan a hablarle como a una compañera, 

Y es que doña Natividad Yarza, maestra de Bellpart era, durante las elecciones, el candidato de esas gentes humildes que, al amanecer, van a inclinarse sobre un pedazo de huerta. Y de todas las mujeres. 


Su amor por la campesina catalana

La escuela está en el edificio del Ayuntamiento. O al revés, si ustedes prefieren. Es una casita de dos pisos; en el de abajo, hay una sala donde se hallan colocados pupitres para unos cuarenta niños; en el de arriba, una habitación minúscula amueblada con una mesa y un retrato de don Niceto Alcalá Zamora, hace las veces de secretaría, y al lado, una alcoba, en el espacio que deja libre la cama, hace de archivo. 

La alcaldesa está acostumbrada a estos arreglos que impone el poco dinero. Durante tres años fué maestra en Santa Margarita de Monbuy; luego, en Villanoveta del Cami. Más tarde, regentó una escuela en Igualada, otra en Pontons, y para recordar Aragón, estuvo durante una temporada al frente de la escuela de Candasnos. Pero prefería Cataluña, donde se crió, y una mañana llegó a Bellpart. 

—Era —me dice— mucho antes del advenimiento de la República. Yo sentía entonces los mismos deseos que ahora de intervenir activamente en la política y de redimir a la mujer. Pero aquel régimen no me permitía llevar a cabo proyectos. Cuando la Constitución republicana declaró a la mujer igual al hombre, entonces decidí luchar. 

Durante unos segundos, la alcaldesa permanece silenciosa para contemplar, desde la ventana, un grupo de muchachas que avanza por el camino del río. 

—¡Si supiera usted qué dura y qué trabajadora es la mujer del campo catalán! Como los hombres, labran, aran, cavan. Como los hombres, arrancan a la tierra su corteza de piedras y malezas para plantar la vid. Saben vivir con muy poco y saben ahorrar. Sí; son sus iguales para el trabajo, para las obligaciones, ¡para todo!, ¿por qué no lo han de ser en sus derechos? No basta que se haya afirmado esto en una Constitución. Hay que decírselo, hay que enterarlas de esta buena nueva. 

—¿Y los hombres? 

—Los hombres, aquí por lo menos, aceptan encantados este estado de las cosas. Ninguno ha sentido su amor propio herido por el hecho de que sea una mujer quien gobierne. O, por lo menos, no lo he advertido. Es más: me piden que los oriente, que les resuelva sus conflictos. 

Se oyen en el piso de abajo risas y voces infantiles. Son los niños que van llegando al colegio. Algunos, que viven en masías apartadas, han tenido que atravesar varios kilómetros de campo. 

—Las elecciones se celebraron aquí el día 14 de enero —nos dice la alcaldesa mientras busca los libros y los cuadernos de apuntes—. No hubo ni un solo incidente. Fué el día más bello de mi vida. 


L.G. de L.
Estampa, 3 de marzo de 1934







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