Natividad Yarza, maestra nacional,
nacida en Valladolid
Recia, con una cara enérgica de mujer
acostumbrada a luchar, así es doña Natividad Yarza, primera alcaldesa catalana,
y también primera alcaldesa española elegida por sufragio ya que las otras no
han sido, hasta ahora, más que presidentas de los comisiones gestoras.
Camina de prisa, con el andar de las gentes
acostumbradas a cruzar largos espacios de campo y monte por malos senderos. En
el horizonte, sobre una pequeña colina, el pueblo de Bellpart asoma blanco y
diminuto.
—En Barcelona he gestionado —me dice— un
camino que una el pueblo con la carretera. El señor Companys me ha recibido.
¡Es un hombre tan amable!
Atravesamos un arroyo. La alcaldesa salta
como puede entre unos pedruscos y alcanza la orilla opuesta.
—Ahora va a conocer usted mi pueblo. Es muy
pequeño, muy campesino, pero yo siento por él una gran pasión.
Todo el campo catalán la emociona. Ha
vivido siempre en él.
—Ha nacido usted en una aldea
catalana?
Se echa a reír.
—He nacido en Valladolid. Cuando tenía dos
meses me llevaron a Zaragoza y a los cuatro años a Barcelona. Desde entonces,
no he salido de Cataluña.
Llegamos a Bellpart. Unos mozos vuelven de
las huertas con azada al hombro, y dos muchachas los siguen con el delantal
cargado de legumbres recién arrancadas de la tierra. Todos saludan a la
alcaldesa, todos se acercan a hablarle como a una compañera,
Y es que doña Natividad Yarza, maestra de
Bellpart era, durante las elecciones, el candidato de esas gentes humildes que,
al amanecer, van a inclinarse sobre un pedazo de huerta. Y de todas las
mujeres.
Su amor por la campesina catalana
La escuela está en el edificio del
Ayuntamiento. O al revés, si ustedes prefieren. Es una casita de dos pisos; en
el de abajo, hay una sala donde se hallan colocados pupitres para unos cuarenta
niños; en el de arriba, una habitación minúscula amueblada con una mesa y un
retrato de don Niceto Alcalá Zamora, hace las veces de secretaría, y al lado,
una alcoba, en el espacio que deja libre la cama, hace de archivo.
La alcaldesa está acostumbrada a estos
arreglos que impone el poco dinero. Durante tres años fué maestra en Santa
Margarita de Monbuy; luego, en Villanoveta del Cami. Más tarde, regentó una
escuela en Igualada, otra en Pontons, y para recordar Aragón, estuvo durante
una temporada al frente de la escuela de Candasnos. Pero prefería Cataluña,
donde se crió, y una mañana llegó a Bellpart.
—Era —me dice— mucho antes del advenimiento
de la República. Yo sentía entonces los mismos deseos que ahora de intervenir
activamente en la política y de redimir a la mujer. Pero aquel régimen no me
permitía llevar a cabo proyectos. Cuando la Constitución republicana declaró a
la mujer igual al hombre, entonces decidí luchar.
Durante unos segundos, la alcaldesa
permanece silenciosa para contemplar, desde la ventana, un grupo de muchachas
que avanza por el camino del río.
—¡Si supiera usted qué dura y qué
trabajadora es la mujer del campo catalán! Como los hombres, labran, aran,
cavan. Como los hombres, arrancan a la tierra su corteza de piedras y malezas
para plantar la vid. Saben vivir con muy poco y saben ahorrar. Sí; son sus
iguales para el trabajo, para las obligaciones, ¡para todo!, ¿por qué no lo han
de ser en sus derechos? No basta que se haya afirmado esto en una Constitución.
Hay que decírselo, hay que enterarlas de esta buena nueva.
—¿Y los hombres?
—Los hombres, aquí por lo menos, aceptan
encantados este estado de las cosas. Ninguno ha sentido su amor propio herido
por el hecho de que sea una mujer quien gobierne. O, por lo menos, no lo he
advertido. Es más: me piden que los oriente, que les resuelva sus
conflictos.
Se oyen en el piso de abajo risas y voces
infantiles. Son los niños que van llegando al colegio. Algunos, que viven en
masías apartadas, han tenido que atravesar varios kilómetros de campo.
—Las elecciones se celebraron aquí el día
14 de enero —nos dice la alcaldesa mientras busca los libros y los cuadernos de
apuntes—. No hubo ni un solo incidente. Fué el día más bello de mi vida.
L.G. de L.
Estampa, 3 de marzo de 1934
No hay comentarios:
Publicar un comentario