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3122. Discurso de Félix Gordón Ordás en el segundo aniversario de la lucha del pueblo español por su libertad

¡Qué grandioso resultó el acto ofrecido por el pueblo de Cuba a la República española en el segundo aniversario del crimen que contra ella están llevando a cabo! Ha sido el acto más grandioso que se celebró en Cuba. El representará, en el recuerdo y en la emoción una huella imborrable. Los caínes y traidores que han vendido a su patria a la invasión asesina, si tuviesen un átomo de sentimiento, percibirían en esa gran demostración el desprecio que les espera a través de toda la odisea, iQué pueden importar los accidentes materiales de la lucha, cuando así responden los pueblos todos a la conjura de rescatar la dignidad para el mundo entero, gracias al heroísmo, la bravura y el coraje del pueblo español? Coincidió ese acto, con la llegada a Cuba de Félix Gordón Ordás, Embajador en México y en Cuba. Su discurso en ese acto, refleja bien cuanto en torno a él se pudiera decir. No pudo tener mejor aliciente. Por eso, no hemos de reseñarlo. Baste solo decir que en el Stadium Polar, aguantando primero el sol y el calor; después lluvia, cien mil personas de todas las clases sociales, representando a todos los sectores del pueblo de Cuba, escucharon ese discurso, igual que lo habrán escuchado en el extranjero y fuera de La Habana millones de personas. Este acto, junto al que en igual lugar se ofreció cuando la presencia de Marcelino Domingo, son las dos afirmaciones contundentes que los verdaderos españoles de Cuba podemos exponer contra los vergonzantes "ex-españoles" que quieren pasar a ser súbditos de los países invasores de España, de los que están asesinando, a niños y mujeres españolas, arrasando sus ciudades; aniquilando su suelo. Para ellos el Mundo entero guarda ya el desprecio más absoluto, por su condición de traidores.



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Ciudadanos: Sean mis primeras palabras de honda y emocionada gratitud para el Comité organizador de este acto magnífico de homenaje a España y para las entidades y personas que con tanto entusiasmo y fervor se han adherido a él, de igual manera que en este día otras personas y colectividades se encontrarán fervorosamente reunidas, llenas de cariño para la causa legítima que encarna el Gobierno de la República Española. Y es que se ha despertado, con nuestro drama la emoción de todos los pueblos que aspiran a su libertad, que aspiran a la justicia en todos los continentes, en todas las islas, en todas las naciones y en todos los hombres de todas las razas y de todos los idiomas, que vibran en este momento como en España, porque se dan cuenta de que nuestro dolor es la representación genuina del dolor universal, porque comprenden que en España se está debatiendo en estos instantes el porvenir de la Humanidad; todos los hombres videntes vienen anunciando la transformación económica del mundo, y el primer acto culminante de ese gran drama universal, se está desarrollando en España, no es por eso extraño que en todos los pueblos se sienta con la misma emoción que en el nuestro esta hora trascendental y crítica de la Humanidad. ¿Cómo no ha de sentirlo el pueblo cubano, que vivió su historia casi completa al unísono de la nuestra; que sufrió las mismas tiranías que sufrimos los españoles; que tuvo los mismos hombres que lo expoliaron y lo destrozaron y lo hicieron sufrir todas las humillaciones? ¡Que cuando aquí se gemía bajo el yugo de la tiranía española, no éramos los españoles los que poníamos el yugo, sino los que sufríamos también el mismo yugo de vosotros los cubanos que sois por eso como todos nosotros!

Nació una nueva era de la vida internacional aquel día triste en que como expresión de su cobardía, la Sociedad de las Naciones levantó las sanciones económicas impuestas a Italia por la invasión bárbara de Abisinia. (Aplausos). Ese día en que más de cuarenta naciones reunidas acordaron, no obstante estar convencidas de la justicia de aquellas débiles sanciones, dejar a Italia continuar con manos libres la invasión de un pueblo que no podía defenderse más que con las uñas o con instrumentos primitivos de lucha, dejando al mismo tiempo en libertad a todos los pueblos del universo capaces de realizar sus aspiraciones por la violencia, ya que dentro del derecho y de la ley, no podían realizarlas. Por eso, tras de la supresión de las sanciones, vino la invasión de España; la impunidad de esta invasión forzó a otro pueblo imperialista a invadir China, más tarde se produjo la agresión de Austria y únicamente, cuando estaba en vísperas de realizarse un nuevo crimen con una democracia ejemplar, Checoslovaquia... (Aplausos). El despertar, siquiera fuera momentáneo, del sentido democrático de los grandes países liberales de Europa, hizo contener la marcha insolentemente progresiva del despojo de los pueblos libres. Los españoles llevamos dos años sufriendo una lucha que no hemos provocado. La Constitución de España determina en el Artículo Sexto que no se apelará a la guerra como instrumento de política internacional. Después de estos dos años de sufrimientos, no tenemos que rectificar nada. España quiere la paz. España no quiere la guerra, y España, cuando se dirigió a la Sociedad de Naciones, no lo hizo, ni lo hará nunca, sino en defensa de sus derechos, del Derecho Universal. (Aplausos).

Al estallar la rebelión en España —hoy hace dos años— el Gobierno de la República, apeló a preceptos hasta entonces invulnerados del Derecho Internacional, pidió que se le permitiera adquirir armas que tenía el derecho de reunir para luchar contra aquella rebelión, en la cual unos militares no sólo fueron traidores a su palabra de honor, sino que fueron ladrones también, apoderándose de las armas que eran del Estado Español. (Aplausos).

Y cuando el Gobierno de la República, desprovisto de sus fuerzas coactivas de Ejército y de policía, sin armas con que poder improvisar un ejército, se dirigió a los países con los cuales tenía firmados convenios y pactos de amistad cuando acudió a la Sociedad de las Naciones en la misma demanda, en todas partes se le contestó: "La razón está contigo y te seguimos reconociendo el derecho como Gobierno legítimo de España, pero no te damos elementos para sofocar esa rebelión". (Aplausos). Con Francia nuestro dolor fué doble. Yo puedo hablar de ello con excepcional competencia, porque siendo Ministro de Industria y Comercio se inició con Francia la negociación de un nuevo tratado de comercio y como hasta entonces la balanza nos era favorable, para ver el modo de equiparar su déficit en esa balanza comercial, Francia nos exigió una serie de compras de distintos elementos a los que nosotros, después de mucho discutir, accedimos en gran parte y una de las cláusulas que en el tratado comercial firmado por el señor Samper, mi sucesor, figuran, es la de la compra de un número de aviones de guerra. Estaba en el poder un socialista: León Blum, cuando la guerra estalló y el Gobierno español, con su tratado en la mano, acudió a Francia a pedirle que le vendiera los aviones y Francia no se los vendió y no solamente no se los vendió sino que por motivo de esa reclamación del Gobierno español, ideó el instrumento antijurídico más inmoral que ha existido jamás en la relación entre pueblos: el Comité de No-Intervención. Aún hace poco tiempo en el Congreso Socialista de Rayón quería explicar León Blum este hecho sin explicación posible y decía ante sus correligionarios que le pedían responsabilidad, que no había podido cumplir aquel tratado comercial no sólo por dificultades de orden exterior sino por evitar complicaciones de orden interior, y yo me pregunto: ¿Pero es tan poca la potencia y la fuerza del Gobierno de un pueblo, que por temores a problemáticas complicaciones, sin denuncia previa falta a un pacto firmado que debía ser sagrado para todos los que intervinieron en él? (Aplausos). 

Aquel Comité de No-Intervención, por ser falso en todo lo es hasta en su nombre. El Gobierno de España no pidió nunca a nadie que interviniera en su favor. Somos los españoles excesivamente orgullosos para solicitar en ningún momento ayudas ajenas en nuestros pleitos y para resolver nuestros problemas. iNo! El Gobierno de España ni entonces, ni ahora, ni nunca, ha pedido la intervención de ningún país en nuestro pleito; (Aplausos) al contrario, conscientes de nuestra responsabilidad histórica, hemos procurado en todo momento circunscribir la tragedia a nuestra patria, porque siendo hombres que amamos a la Humanidad, no queremos que nadie sufra los dolores, las angustias, los tormentos qué nuestro pueblo está sufriendo; no queremos que haya guerra en ninguna parte.  Lo que España pidió, pide y pedirá es que le vendan las armas a que tiene derecho. (Aplausos)

León Blum dice: ''como nosotros no podíamos cumplir el tratado comercial hecho con España, hicimos el pacto de no intervención, al qué se apresuraron a adherirse los principales países de Europa; lo hicimos con el propósito de evitar que otros países intervinieran en la guerra española ayudando a los rebeldes". ¡Santo propósito!, pero ya dice nuestro refrán, "que el infierno está sembrado de buenas intenciones". (Risas) Porque la realidad sangrante de esa enorme farsa internacional, es ésta: Mientras en el Comité de No Intervención repetían constantemente que estaban de acuerdo que en España no se podía intervenir, en el Marruecos Francés, por disposición de la Divina Providencia, que se declaraba republicana caían aviones italianos y en aeródromos leales caían aviones alemanes, y hay que suponer que por muchos milagros que el fascismo haga, no estará entre ellos el fabricar aviones en la atmósfera para que vayan... (murmullos).

Inútiles todas las reclamaciones ante el Comité de No Intervención. Su seráfico presidente es el modelo de lo que en España llamamos los sordos que no quieren oír, y no se entera de nada. Pasaban sesiones y sesiones, meses y meses; se presentaban reclamaciones por nuestros amigos en el Comité y se contestaba invariablemente: "Eso no está probado" y cuando ocurrió aquel vergonzoso hecho de que Mussolini, viajando por el mapa con aparato imperial, mandó un mensaje a sus tropas de Guadalajara ordenándolas vencer, y sin duda por eso fueron derrotadas. (Aplausos), lo cual hizo caer en poder de las tropas de España miles de prisioneros italianos a los cuales se les encontró toda clase de documentación con la que el Gobierno de España publicó un voluminoso libro blanco en el que se demostraba, con los documentos de los propios jefes de las unidades italianas, la intervención de Italia, descarada y cínica, en el problema de España, mientras sus representantes en el Comité de No Intervención, seguían diciendo que no había que intervenir (Aplausos); cuando este libro blanco se llevó al seno de la Sociedad de las Naciones, primero se realizó entre bastidores una conspiración para que nuestro representante no presentara aquel libro, como si estuviéramos jugando a un juego de escondite, y después nadie contestó a los discursos contundentes, sobrios, llenos de documentación, impregnados de amargura, que los delegados de España pronunciaron. Cuando se repasen las actas de todas esas sesiones de la Sociedad de Naciones en que los delegados españoles han formulado sus conclusiones terminantes, el mundo se sentirá enrojecer de pudor, porque jamás hubo hechos tan claros de aislamiento de un pueblo, que es padre de pueblos, que se libertó hace muchos siglos del imperialismo, que lo único que quiere propagar es un sentido humano de fraternidad entre los hombres; que no tiene odios, que no tiene rencores... (Aplausos). Y a pesar de todo y de todos, no pierde nuestro Gobierno jamás su sentido y sigue manteniendo la misma política internacional. Cuando tiene el corazón sangrando por el abandono sistemático de la Sociedad de Naciones, continúa diciendo: "Hay que hacer la política de la Sociedad de las Naciones, porque eso responde a lo más agudo, a lo más profundo, a lo más intenso del pensamiento y del sentimiento español", expresado por aquellos maravillosos teólogos y tratadistas de Derecho del siglo dieciséis, que fueron los que hicieron la grandeza de España, y no los militarotes de entonces, que eran iguales a los que ahora se han levantado contra la República. (Aplausos).

Y ¿por qué esa insubordinación en España? ¿Qué agravio podían tener los militares y las gentes a quienes ellos representaban en el momento de alzarse contra el Poder Público de España? Ninguno. En España había, en efecto, un estado perfectamente comprensible de convulsión social. Había ocurrido la huelga revolucionaria de octubre de mil novecientos treinta y cuatro, en la cual un gobierno vesánico, el primero que trajo a España los moros para matar españoles, realizó la represión más bárbara que es posible imaginarse. Yo, que no soy ni socialista ni comunista, sino que soy republicano y demócrata simplemente, pero que tengo el corazón lleno de sentimiento contra la injusticia social, acudí a Asturias, recorrí todas aquellas zonas, quise ver por mí mismo el horror de la tragedia, y al descubrirla y proclamarla ante el mundo entero, dije esto: "Si no se hace rápidamente justicia contra los criminales autores de estos atropellos, en España surgirá la revolución social". Y era natural, porque lo único que podía calmar a los hombres en su desesperación, era el restablecimiento del equilibrio, para tener fe en la justicia de los hombres. Cuando esta se pierde, ¡qué lejos pueden ir las masas! Pero cuando se tiene un sentido de responsabilidad, es necesario acudir a realizar aquella justicia que está reclamando castigo para los delitos cometidos. No se hizo por los gobiernos de derechas y de centro, ni se hizo por el propio gobierno del frente popular, tan calumniado, que quiso realizar una investigación judicial minuciosa antes de proceder; pero las masas, que sentían en su carne y en su espíritu el dolor del atropello, no estaban para disquisiciones de esta clase, y es lógico que revelaran una efervescencia considerable. La misma efervescencia que se ha dado en todos los países en situaciones análogas. Por eso un hombre, que no puede ser sospechoso para las derechas, el doctor Gregorio Marañón (silbidos), publicó en el mes de mayo de mil novecientos treinta y seis, cuando Calvo Sotelo, Gil Robles y sus satélites realizaban su campaña de infamias contra la República, un artículo en el diario "El Sol de Madrid", en el cual se enfrentaba con los demagogos blancos, diciéndoles: "En España no ha pasado nada que no haya pasado en otro país en situación análoga". Si el doctor Gregorio Marañón, que no es revolucionario, que no lo fué nunca, que es republicano de salón a lo sumo, amigo de cortesanas y de reyes, dijo en el momento más agudo de la crisis, que en España no ocurría nada verdaderamente anómalo, y esta era la verdad, ¿no era lo procedente que las clases conservadoras de mi patria, en caso de que hubieran sido realmente conservadoras, se hubieran apresurado a ayudar al gobierno del Frente Popular para calmar las pasiones por la persuasión y no por el asesinato? (Aplausos). No había razón para el levantamiento, y como no la había, fué necesario crear mitos, sobre todo dos: el comunismo y la persecución religiosa. Para todo el que conozca a España, a la España anterior al 17 de julio de 1936, no es un secreto que el Partido Comunista de España era una expresión mínima de la voluntad popular. En las dos primeras Cortes de la República, solamente pudo tener un Diputado, en el Frente Popular, yendo unido con los demás partidos obreros y republicanos, obtuvo en un Parlamento de quinientos diputados, dieciséis representantes. ¿Puede haber nadie que se imagine que esta es una fuerza de comunismo, que pretende la implantación rápida de ese régimen al que todos los tontos le tienen miedo y le tienen miedo todos los ricos? (Ovación).

En España no hubo tampoco jamás persecución religiosa por el Gobierno de la República. Jamás. Cuantos son capaces de sostener lo contrario, o dicen lo que no saben, o si saben lo que dicen, mienten. (Aplausos). Yo lo digo desde esta tribuna, a sabiendas de que oídos de frailes me escuchan desde lejos, y yo les reto desde aquí, a que prueben un solo hecho de persecución religiosa oficial en la España anterior al diecisiete de julio de mil novecientos treinta y seis. Estoy tranquilo, ninguno recogerá el reto; es posible qué todos hayan colgado el auricular. España realizó con su revolución la política más tolerante que jamás ha hecho en el mundo ninguna revolución. Tan tolerante que si hubiéramos querido provocar una verdadera revolución clerical y no religiosa, en España no teníamos que haber hecho más que una cosa: cumplir al pie de la letra el Concordato establecido con Roma en el año cincuenta y uno, porque aquel Concordato determinaba la existencia legal en España de sólo tres Órdenes religiosas: dos cuyos nombres figuraban en él, y otra indenominada. Cuando advino la República había sesenta y cuatro Órdenes religiosas de hombres y más de trescientas de mujeres. La República no solamente no las persiguió, sino que las legalizó. El artículo veintiséis de la Constitución Española, sometiéndose a determinadas reglas de Derecho Civil común, permitió que todas las órdenes religiosas pudieran seguir viviendo en España normalmente con la República, mientras que con la Monarquía estaban viviendo de un modo clandestino. (Aplausos).

Sólo se disolvió una Orden, la de Jesús, que no tiene nada que ver con las doctrinas de Cristo. (Risas). La disolución de esta Orden Religiosa y la incautación de sus bienes no solamente era un hecho legal, sino que era una reivindicación histórica de derecho español, porque esta Orden había sido disuelta y confiscados sus bienes, primero por Carlos III y después por Isabel II y no existe una sola disposición española que la autorizase a volver a España otra vez. (Aplausos)

No se cerró por el Gobierno Español ni una sola de las Iglesias abiertas al culto; no se impidió ni una sola procesión, con la única diferencia de que los curas, para celebrar sus actos en la calle tenían que solicitar la autorización del poder público como cada hijo de vecino; más aún, en las famosas procesiones de Sevilla, (que de todo tienen menos de manifestaciones religiosas), que son la expresión más clara y terminante del paganismo, hubo incluso gestiones privadas para que se celebraran y el pueblo sevillano no perdiera su negocio, gestiones a las que no atendieron los cofrades por hacer política. Este es el secreto: hacer política. La iglesia en España constantemente no ha sido iglesia, ha sido política. Se olvidaron los sacerdotes en nuestro país de que eran representantes de Dios en la tierra y en vez de ganar almas para el culto religioso, para su Dios, lo que hacían era apoderarse impíamente de Dios, para convertirlo en agente electoral. (Aplausos).

Por eso, al estallar la guerra, con los pretextos completamente ficticios que acabo de enunciar y con la realidad de hacer imposible la reforma agraria que diera pan al campesino hambriento; por eso repito, al estallar la rebelión militar, una enorme cantidad de sacerdotes y de frailes españoles no ejercieron lo que su sagrado ministerio les ordenaba hacer; dirigirse a los contendientes de uno y otro bando y decirles: "Sois hermanos, predico entre vosotros la paz, debéis uniros". No, no hicieron eso, sino que se armaron de los fusiles que en los conventos y en las iglesias había escondidos y en vez de bendecir con el crucifijo en la mano, asesinaban hombres, casi todos católicos. (Aplausos).

Para vergüenza y deshonor de la iglesia española, el Cardenal Primado de las Españas, el Dr. Goma, la figura más representativa de la iglesia española, salió a la palestra pública como un beligerante más, pidiendo sangre, exterminio, destrucción de los "rojos", de los "rojos", que si es verdad que son, o somos tan malos como dicen es la mayor condenación para la iglesia católica española, porque todos nacimos, nos criamos y nos educamos en el seno de dicha iglesia. (Aplausos).

He leído con vergüenza de español, el discurso pronunciado por el Dr. Gomá en el Congreso Eucarístico de Budapest hace unos meses. En este discurso no se habló de la Eucaristía para nada, no se habló más que de ametralladoras y de cañones, y de la imposibilidad de la reconciliación, (son palabras textuales). El sacerdote de mayor jerarquía en España dice ante el mundo católico, desde la tribuna de un Congreso Eucarístico que no puede haber reconciliación, y por si alguien dudara de su expresión anticristiana, aun añade: "En España no puede haber más paz que la que traigan las armas". Y por si fuera poco remacha: "Los rojos, si no se entregan, deben ser vencidos con la punta de las espadas". ¡Bravo hombre! ¡Maravilloso representante de Cristo en la tierra! Cómo quieren que en España haya hoy respeto para los sacerdotes de una religión que son ellos, los sacerdotes, los primeros en mancillar, pisoteando sus preceptos. Contra aquellos verdaderos sacerdotes que en todo momento se negaron a tomar parte en la contienda, que rezan con el corazón lleno de fe a su Dios, que sufren con los hijos de su comunión que están en la guerra de uno o de otro lado que imploran la paz y desean la reconciliación, los "rojos", los terribles "rojos" no han hecho nada. Son miles, en contra de lo que la leyenda ha hecho circular, los sacerdotes que en nuestra zona se encuentran.

Jamás el Gobierno prohibió el culto. Por eso, cuando el Ministro Irujo pidió que se restableciera en uso de su sentimiento católico, hubieron de contestarle: "Pero, si son los católicos los que han dejado de celebrarlo. El Gobierno no lo ha impedido nunca".

Por esa serie de antinomias y contradicciones se está dando la realidad dramática en España de que los rebeldes dijeran: "Nos hemos levantado para defender la patria", y la patria la han deshecho ellos; "nos hemos levantado para defender la religión" y la religión se ha convertido en la más baja bandera de partido; "nos hemos levantado para defender el orden", y no existe más orden que el de las bayonetas y de los fusiles, cañones, tanques y aviones; "nos hemos levantado para defender la familia", y los padres luchan contra los hijos y los hermanos entre sí; "nos hemos levantado para defender la propiedad", y la única verdad es que la riqueza privada se ha acabado en España. (Aplausos).

Este es el triunfo el enorme triunfo de esta rebelión de insensatos que pusieron las armas y la autoridad que el Gobierno de la República les dio, en contra de los principios del orden y de la justicia que la República representaba. Después de aquellos primeros meses, la gesta heroica y magnífica en que el pueblo en pintoresca confusión, salía de los talleres, de las barberías, de los almacenes, de los despachos, de las bibliotecas, para ir juntos en una hermandad de espíritu no provocada por nadie, sino nacida con espontaneidad maravillosa, a defender como podían el territorio atacado por los rebeldes; cuando esta conjunción heterogénea, sin armas, puede vencer, como vencida estuvo la rebelión, estos hombres que se consideran representantes sistemáticos del honor no tuvieron inconveniente en acudir a ejércitos extranjeros, para ver si les ganaban la partida que no pudieron ganar ellos. No puede haber, desde el punto de vista profesional, mayor cinismo que la incompetencia de estos hombres, que en sus guerras coloniales, lo mismo por tierras de América que por tierras de África, fracasaron siempre, y en la guerra que tenían que hacer contra estas gentes no profesionales en España, fracasaron también, y en vez de humillar su cerviz y declararse vencidos y respetar la voluntad nacional que había establecido el Gobierno con sus votos y lo sostenían con sus armas rudimentarias; en vez de hacer eso, acudieron mendigando ayuda a los países cuyos tiranos están dispuestos siempre a reírse del derecho de los demás y a apelar a la fuerza como razón suprema de todos los derechos. (Aplausos).

Desde aquel día la guerra civil terminó en España y comenzó la guerra por nuestra independencia nacional. Franco y sus marionetas vestidas de generales, nada pintan ya en el país. A veces han querido rebelarse contra la ignominia de su situación, pero de nada les vale. Todos los hombres que habiendo estado al servicio de la rebelión pudieron salir de aquel infierno y ya pueden confesar libremente la verdad, dicen lo mismo. Allí mandan las fuerzas extranjeras. Desde lo más alto a lo más bajo de la vida oficial está dirigido en la España rebelde por técnicos de otros países; unos con ruido de espectáculo muy propio de su temperamento —los italianos— viven la vida puramente militar; los otros, con su sentido cauto y aprovechado de la vida —los alemanes— procuran incluso disimular su existencia no vistiendo casi de militares, pero unos y otros viven la misma realidad; unos y otros son los verdaderos dueños de España, y aún se atreven las gentes que siguen a Franco, y Franco mismo, a hablar de nacionalismo y de imperio y no sé cuántas cosas más. (Aplausos).

¿Nacionalismo? ¿De qué nación? Si ellos, los promotores de la rebelión tienen que confesar humildemente, por boca del Duque de Alba ante el Gobierno de Inglaterra: "Es verdad que hunden buques ingleses, pero como Franco no manda en la aviación, sino que mandan los italianos y los alemanes, nosotros no podemos intervenir ''.

¿Imperialismo? ¿De qué Imperio? No hay palabras más grotescas que las palabras imperialistas de estos hombres que del único país de Europa que vivía sin deuda exterior de ninguna clase, han hecho un país financieramente arruinado; de estos hombres que del tesoro artístico más fuerte y poderoso que en Europa existía, han hecho un conjunto de pavesas, de estos hombres que han destrozado para muchos años nuestro comercio exterior, conquistado a pulso durante decenios; de estos hombres que han deshecho la economía, entregado las minas, los puertos y los ferrocarriles a la explotación extranjera... Pues de estos hombres sale todavía la voz de que están haciendo el Imperio de España. ¿El Imperio de qué? El Imperio del hambre, de la muerte, de los piojos. (Aplausos y risas).

Contra esta locura de cerebros débiles emborrachados de literatura fuerte, nosotros no oponemos más que nuestra serenidad inalterable. Estuvimos seguros primero, de que teníamos la obligación de defender con las armas en la mano el régimen que el pueblo soberano quiso darse contra unos rebeldes militares estilo siglo XIX; y estamos ahora seguros de que pretendieron repetir un pronunciamiento más que al convertirse la guerra civil en guerra por invasión, seríamos indignos de ser hijos de España, sino siguiéramos la tradición gloriosa de nuestro pueblo, que jamás aguantó bota dominadora extranjera sobre su suelo. (Aplausos).

Los espíritus débiles se asustan ante la ocupación creciente de nuestro territorio por las hordas invasoras; nosotros, no. Sabemos que cada vez contamos con mayor número de almas en el interior de España y a nosotros nos interesa la patria como expresión geográfica cuando sobre ella se- puede asentar la expresión espiritual de la patria; pero sino no. Un suelo español poblado de españoles esclavos, no, jamás. (Aplausos).

Veinticuatro meses lleva de invasión y de martirio la tierra bellísima de Galicia; veinticuatro meses de crueldad inaudita, familias enteras se han hecho desaparecer por el asesinato; el terror invade desde la mayor de las ciudades, Coruña hasta la última de las aldeas; no hay un pueblo una villa, una ciudad de Galicia, donde el crimen y la expoliación no hayan Llegado a límites inconcebibles. Más de sesenta mil asesinatos se han cometido en la tierra sagrada de Galicia. No han dejado con dinero a nadie; no permiten salir al mar a los pobres pescadores sin llevar a bordo falangistas que los vigilen, porque las barcas, por pequeñas e insignificantes que sean, desafían las iras del oleaje y se van a las costas de Inglaterra. A este país humillado, destrozado, asesinado, deshecho, no lo han podido vencer. Por los montes de Galicia hay unas partidas de guerrilleros gloriosos que salen cuando menos se lo imaginan los rebeldes y destrozan a los asesinos en cuanto pueden y que tienen sembrada la intranquilidad por toda aquella tierra en la que los traidores dominan el terreno que pisan, pero en la cual no hay con ellos ni una sola alma, porque hasta aquellos que, por un sentido conservador de la vida, apoyaron en un principio la rebelión, están hoy contra ella y clama Galicia entera por la libertad de su tierra española. (Aplausos). 

Y como Galicia, Huelva. Los mineros de Río Tinto no han podido ser vencidos jamás. En lucha desigual, con escopetas de caza, pistolas y revólveres, se pusieron contra un ejército motorizado. Fueron expulsados de sus minas y perseguidos; pero se refugiaron en aquellas abruptas montañas y de ellas descienden y se defienden constantemente y si algún día, por el abandono criminal del mundo para nuestra causa sagrada, el exceso de mecanización hiciera que los pueblos que invaden a España se apoderaran de su tierra, aquel día empezaba la guerra sorda, constante, callada del español contra el invasor. (Aplausos). Porque como Huelva y Galicia está toda la España mártir.

No conocen a España los países que pretenden sojuzgarla por la fuerza. El español se entrega a efusiones de amor y de cordialidad, pero el español frente al hombre que lo quiere dominar por la fuerza, hasta cuando es una malva se vuelve una fiera. Son muchos siglos de lucha por la independencia.  Cuando la orgullosa Alemania de hoy no era más que un conjunto de pueblos selváticos, en España se escribían códigos en verso, nuestros poetas llenaban con su fama el mundo y nuestros filósofos y juristas dictaban las bases del derecho internacional. España es un pueblo muy viejo, muy viejo, que no quiere decir anciano; es un pueblo viejo con el alma joven, no siente ninguna decrepitud en su espíritu. En el transcurso de muchos siglos ha formado una civilización tan honda y substancial que gracias a ella existe esa maravilla que es el campesino castellano, a veces analfabeto, que parece un filósofo, porque la cultura se puede alcanzar en grado superlativo y seguir por debajo de la cultura; lo prodigioso es que hasta cuando se es inculto se tenga un pozo de civilización. (Aplausos).

España es el país de la libertad en todos los momentos hasta cuando la expansión imperialista de los Austrias, que eran austrias y por lo tanto no españoles, realizaban la obra de conquista de América. La conquista pueden haberla hecho ellos pero con ellos iban desde los soldados hasta los misioneros, toda una serie de gentes  de espíritu civilizador español, que es lo que ha quedado en América. Se cometieron por ejemplo en México muchos crímenes por los conquistadores, pero los civilizadores dejaron muchos monumentos arquitectónicos, filosóficos y lingüísticos de valor imperecedero. Así es España, la que pide la libertad para los demás antes que para ella misma.

Hay en la Historia de la Colonización de España en México un pasaje muy curioso que pone de manifiesto lo que acabo de decir. Un soldado con la audacia característica en los hombres de nuestra raza, se metió, saliendo de México, por aquellos bosques intrincados en busca de aventuras. Se perdió y llegó hasta un terreno de la que es hoy la Alta California. Anduvo por unas partes y por otras durante años de aventura, en cuyo tiempo tuvo de todo: esclavitud, malos tratos, reverencias y consideraciones como un dios, ser considerado médico, vivir de todas las maneras. Un día, en ese peregrinaje, llegó de nuevo a tierras que le eran conocidas, eran las tierras de México, y vio a dos soldados que caminaban con un indio. Al acercarse a ellos notó que el indio iba atado y les preguntó a los soldados: ¿Por qué habéis atado a este hombre? ¿Qué crimen ha cometido? Uno de los soldados le contestó: "Crimen ninguno, nos lo llevamos para venderlo como esclavo". Al oír aquello, el soldado, que había pasado nueve años de lucha y privaciones, de hambre, se soltó el cinturón que llevaba puesto y la emprendió a golpes con los soldados que llevaban al indio preso y dijo esto: "Nadie tiene derecho a hacerlo esclavo, porque Dios lo hizo libre". (Aplausos).

Así es España, así será España, esta es nuestra gloria y este es el tradicionalismo español, del cual somos nosotros los verdaderos representantes; el otro tradicionalismo el que llevan en sus labios y no en sus corazones los hombres que en España han desencadenado nuestra tragedia, no es el tradicionalismo español es el tradicionalismo extranjero. Nosotros pedimos la restauración de las libertades perfectamente marcadas en nuestra gloriosa Edad Media, naturalmente, con el aire de hoy; ellos piden la fuerza bruta, el imperio establecido por los Austrias, y esto no es que lo diga yo, lo dicen ellos mismos. Han perdido el sentido de la dignidad patriótica hasta tal extremo que uno de los espíritus más finos que entre ellos tienen, Eugenio D'Ors, para comentar la derrota de los españoles en Santander por los italianos, publicó un artículo de los que deshonran un nombre para toda la vida. "¡No les pudieron vencer las legiones del Imperio Romano, habéis tenido que venir vosotros, ¡oh, legiones del fascio inmortal!, para lograr la gloria de vencer a estos hombres!" Y es un español, inteligente y culto, el que pronunció esta inmensa blasfemia contra la patria, y se llama nacionalista. (Aplausos).

Un poeta lleno de ripios y de ambición —me refiero al yerno de Domecq, el señor Pemán— dijo algo peor. Este hombre ha escrito en los periódicos fascistas de España una soflama en la cual habla de que por dos veces España tuvo el imperio, traído una vez por Roma y otra por los germanos, y que las dos veces se dejó escapar. No repitamos —añade— la insensatez de Viriato y de los comuneros, y ahora que tenemos la ocasión de tener el imperio, traído por esos dos países unidos, aprovechémonos de ello. ¡Miserable! ¡Hombre sin conciencia ni honor el que difama a los hombres más representativos en la Historia de la libertad española y se atreve a pedir a los ciudadanos españoles que con tal de llamar imperio a nuestra tierra, se sometan al dominio de los países ajenos! (Aplausos).

Si los intelectuales rebeldes han perdido el decoro nacional hasta ese extremo, calculad cómo estarán los que de inteligencia, no tienen más que la indispensable para poder manejar la espada y adquirir la cultura rudimentaria de las academias militares. Pues contra ese concepto mezquino de la patria luchamos nosotros, que somos los verdaderos nacionalistas. Pretendemos que España, que era una democracia libre al empezar la guerra, lo siga siendo al terminarla. El presidente Negrín lo manifestó diáfanamente al exponer los trece objetivos de nuestra guerra para la paz. Luchamos y lucharemos por nuestra independencia, por nuestra libertad y por nuestro derecho a disponer soberanamente de nuestros destinos. (Gran ovación).


Félix Gordón Ordás
Julio 1938



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Eran las siete y media de la tarde. Las cien mil personas allí reunidas acogieron las últimas palabras del doctor Gordon Ordás, con una ovación estruendosa, delirante, demostrativa de la honda emoción que sus palabras produjeron y de solidaridad al heroico pueblo español que hoy lucha por mejores formas de vida y el derecho a la felicidad que proclamara Thomas Jefferson en momentos memorables y hoy es el lema de combate del Presidente de la Democracia americana Franklin D. Roosevelt.






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