Luis Cernuda (Sevilla, 21 de septiembre de 1902 – Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963) |
No me queréis, lo
sé, y que os molesta
Cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende.
¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?
Porque no es la persona y su leyenda
lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.
Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado
leyenda alguna, caísteis sobre un libro
primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.
Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.
¿Mi leyenda dije? Tristes cuentos
inventados de mí por cuatro amigos
(¿Amigos?), que jamás quisisteis
Cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende.
¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?
Porque no es la persona y su leyenda
lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.
Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado
leyenda alguna, caísteis sobre un libro
primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.
Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.
¿Mi leyenda dije? Tristes cuentos
inventados de mí por cuatro amigos
(¿Amigos?), que jamás quisisteis
ni ocasión
buscasteis de ver si acomodaban
A la persona misma así traspuesta.
Mas vuestra mala fe los ha aceptado.
Hecha está la leyenda, y vosotros, de mí desconocidos,
respecto al ser que encubre mintiendo doblemente,
A la persona misma así traspuesta.
Mas vuestra mala fe los ha aceptado.
Hecha está la leyenda, y vosotros, de mí desconocidos,
respecto al ser que encubre mintiendo doblemente,
sin otro escrúpulo
a vuestra vez la propaláis.
Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria,
vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme.
Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre
aquí. Y entonces la ignorancia,
la indiferencia y el olvido, vuestras armas
de siempre, sobre mí caerán, como la piedra,
cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis
a otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra
precipitó en la nada, como el gran Aldana.
De ahí mi paradoja, por lo demás involuntaria,
pues la imponéis vosotros: en nuestra lengua escribo,
criado estuve en ella y, por eso, es la mía,
a mi pesar quizá, bien fatalmente. Pero con mis
Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria,
vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme.
Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre
aquí. Y entonces la ignorancia,
la indiferencia y el olvido, vuestras armas
de siempre, sobre mí caerán, como la piedra,
cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis
a otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra
precipitó en la nada, como el gran Aldana.
De ahí mi paradoja, por lo demás involuntaria,
pues la imponéis vosotros: en nuestra lengua escribo,
criado estuve en ella y, por eso, es la mía,
a mi pesar quizá, bien fatalmente. Pero con mis
expresas
excepciones,
a vuestros escritores de hoy ya no los leo.
De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente,
escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros
al viento del olvido que, cuando sopla, mata.
a vuestros escritores de hoy ya no los leo.
De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente,
escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros
al viento del olvido que, cuando sopla, mata.
Si vuestra lengua es la materia
que empleé en mi escribir y, si por
eso,
habréis de ser vosotros los
testigos
de mi existencia y su trabajo,
en hora mala fuera vuestra lengua
la mía, la que hablo, la que
escribo.
Así podréis, con tiempo, como venís
haciendo,
a mi persona y mi trabajo echar
afuera
de la memoria, en vuestro corazón y
vuestra mente.
Grande es mi vanidad, diréis,
creyendo a mi trabajo digno de la
atención ajena
y acusándoos de no querer la vuestra
darle.
Ahí tendréis razón. Mas el trabajo
humano
con amor hecho, merece la atención de
los otros,
y poetas de ahí tácitos lo dicen
enviando sus versos a través del tiempo
y la distancia
hasta mí, atención demandando.
¿Quise de mí dejar memoria? Perdón por
ello pido.
Mas no todos igual trato me dais,
que amigos tengo aún entre
vosotros,
doblemente queridos por esa
desusada
simpatía y atención entre la
indiferencia,
y gracias quiero darles ahora, cuando
amargo
me vuelvo y os acuso. Grande el
número
no es, mas basta para sentirse
acompañado
a la distancia en el camino. A
ellos
vaya así mi afecto agradecido.
Acaso encuentre aquí reproche nuevo:
que ya no hablo con aquella
ternura
confiada, apacible de otros días.
Es verdad, y os lo debo, tanto
como
a la edad, al tiempo, a la
experiencia.
A vosotros y a ellos debo el cambio. Si
queréis
que ame todavía, devolvedme
al tiempo del amor. ¿Os es
posible?
Imposible como aplacar ese fantasma que
de mí
evocasteis.
Luis Cernuda
Desolación de la Quimera
Desolación de la Quimera
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