Carmen Herranz - Foto: Mayo |
La encontramos tirada bao el coche. La
cabeza un poco levantada y a su altura la rueda desarticulada de un coche. Al
advertirnos nos hace mohín de grasa y polvo, contrariada.
—Es excesivo. Yo no hago más que lo
que siento y lo que debo. Cualquier compañero vale más. Hace mucho más.
—Ellos son hombres y tú no, camarada. La
sociedad capitalista solo os reservaba a las mujeres del pueblo la cocina, el
fregadero y el lecho. A ello limitaba vuestro pasar por la vida. Lo demás era
para vosotras inabordable, salvo que vuestros papas estuvieran podridos de
duros para comprar el titulo de cualquier carrera. Y en esté panorama miserable
las excepciones eran tan extraordinarias como escasas. Han cambiado los
tiempos. Ahora están a vuestro alcance los oficios, las especialidades. Y a
ellas un dedicáis con el magnifico afán que da vuestro sano espíritu de clase.
Vuestro esfuerzo por la guerra, guerra dura por la libertad y la paz, merece estímulo
y sacarlo a la luz para vergüenza de vuestros tiranos, que no han de volver
porque vosotras mismas os lo habéis propuesto, y para demostrar el gran aliento
creador de nuestro pueblo.
Afán de superarse
La hemos convencido.
—Por eso lo hice yo —afirma—: porque
sé lo que es la esclavitud y la miseria, porque se lo que es el fascismo y
quiero ayudar a su aplastamiento definitivo.
Carmen Herranz es un buen chófer ahora.
Conoce la emoción de llevar en sus manos el control de un motor sobre ruedas,
de velocidad útil. Y tiene también los conocimientos de mecánica que le dan
posibilidades de arreglar pequeñas averías, de cuidar el auto como las
circunstancias exigen. Es consciente y responsable. Sabe que en nuestra lucha
todo el esfuerzo bien encauzado es importante.
—Lo hace ya muy bien —nos dice el camarada
Ferreiro, que ha sido su profesor—. Sabe lo que es un carburador, un delco. Es hábil para desmontar una rueda, la correa, una bujía. Cosas que
parecen fáciles, pero que es el principio de un dominio mayor. Además tiene
facilidad y una formidable voluntad para aprenderlo. Y esto lo dice un
compañero que tiene una experiencia de más de veinte años.
—Mi ilusión —dice esta muchacha— sería
llegar a ser capaz de dirigir un taller grande de mecánica. Dominar la técnica
de este oficio, que es muy bonito. Sí, no os ríais. —continua
enérgica— Luego, cuando triunfemos, vamos a hacer falta muchas.
Nos reímos, sí, por la satisfacción de ver
la disposición y el entusiasmo de nuestras magníficas y abnegadas mujeres. Así
como del formidable esfuerzo de nuestro pueblo.
Antes fue pobre y hacendosa
directora de su hogar
Cuarto pequeñito del popular barrio del
Terol, en los Carabancheles. Muebles modestos y amontonados casi. Una misma
habitación es comedor y dormitorio. En ellas, escenas de trabajo, de
privaciones, de dolor, de lucha.
Varios hermanos, y de ellos ésta, la
madrecita. La muerte se llevó muy pronto a la madre.
Carmen conoció así las fatigas de las
huelgas seguidas por sus hermanos y por su padre, de oficio cerrajero
todos ellos. Hasta que llegó el día que cambiaron las limas por el fusil. Se
atentó contra el pueblo y, como gentes del pueblo, había que defenderlo.
—Fíjate —nos dice ella— aquello suponía
acabar con las fatigas y con la esclavitud, o quedar con ellas para siempre. En
los días duros del noviembre histórico, la fecha gloriosa en la que el pueblo
de Madrid asombró al mundo, Carmen y los suyos perdieron su pobre y querido
hogar. Las mesnadas de la invasión lograron rebasar su casa, aunque no pasaran
de allí.
—Lo perdimos todo —nos dice esta chófer
simpática—, pero no importa. Teníamos la vida y la voluntad de seguir luchando
hasta acabar con todos los fascistas. Lo demás ya vendrá.
En tal situación surgió la idea: "Tú
debes hacer algo positivo, porque eres enérgica y fuerte — le dijo el
hermano—. ¿Qué te gustaría más?" "Ser chófer", dijo ella.
—Yo pensaba que harían falta conductores
—nos dice ahora— y he visto que ciertamente, era necesario. Además, las
mujeres debemos saber trabajar, por si acaso.
Una gran voluntad y un sano
optimismo
Así, Carmen Herranz llegó a ser mecánica
conductora. La suerte estaba echada. Sólo quedaba el esfuerzo de la voluntad y
la aptitud.
De las dos cosas le sobraba a Carmen.
Ingresó en las escuelas de capacitación profesional de las O.S.R. Allí, entre
los hombres, dos mujeres.
—La otra compañera está actuando también ya
—nos dice—. Pero ésa sabe mucho más que yo.
Fueron veinte días de curso bien
aprovechado. Conoce la conducción, las distintas piezas del motor, aunque
confiesa todavía no conoce a fondo su montaje.
—Tengo un libro muy bueno —nos indica—. En
el que estudio en los ratos libres para no olvidar lo aprendido y por si
aprendo más.
—Sí —afirma su profesor su poquillo
orgulloso—. Conoce el porqué de cada avería, y muchas las repara sola. Pero
tiene la gracia de no dar importancia a las cosas. Si se le parte una rueda da
gritos de alegría.
—¡Claro—explica ella—, porque se podían
haber roto las cuatro y mi cabeza!
La indignación de dos guardias de
asalto
Sus dieciocho años, pelo rubio ensortijado
y su cara fresca y simpática, dio origen a un curioso caso durante su
aprendizaje. Al volante, con su profesor al lado, pasaron por una pareja de
Asalto que cumplía servicio de vigilancia.
—Mientras unos lo damos todo —comentaron
con justa indignación—, otros gastando gasolina para pasear mujeres...
Ellos lo oyeron, y frenaron el coche.
—No camaradas —dijo el profesor—. Es una
legítima hija del pueblo que quiere ayudarnos, y para ello está
aprendiendo. Dentro de pocos días la veréis sola de chófer.
Fué suficiente para desarrugar loa duros
gestos de aquellos soldados, que convirtieron en otros expresivos de
felicitación y alegría.
—Así debían hacer todas; así la victoria
llegará antes.
—Ahora —ataja ella contenta— me ven
muchos días y me saludan como mis mejores camaradas.
Ayudarles es una gran labor de
guerra
Es formidable el movimiento de
incorporación de la mujer al trabajo. Metalúrgicas, chóferes, obreras en todos
los talleres. Ellas lo están demostrando con un gran cariño, con una enorme
voluntad. Abnegadas y conscientes, ayudan a nuestros obreros, a nuestros
soldados, cada vea más eficaz e intensamente. Ayudarlas, capacitarlas,
estimularlas es una gran labor de guerra. Porque ellas han de acelerar el ritmo
de nuestra lucha y acercar la hora de la victoria definitiva.
—Y después ayudar a la reconstrucción y
formación de nuestra nueva España —como Carmen Herranz nos dice—. Hacer de
nuestra patria otro país próspero y feliz como la Unión Soviética.
Este es el ejemplo que a nuestras mujeres
han dado las ahora felices trabajadoras de la U.R.S.S.
López Abad
Estampa, 8 de enero de 1938
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