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3212. La odisea de una capitana. Anita Carrillo

Anita Carrillo fué primero una ráfaga del campo andaluz, una de esas niñas que los turistas suelen encontrar "pintorescas" y buenas modelos para sus "kodaks", y que la realidad de la miseria cotidiana obliga a ganarse el pan, el pobre cacho de pan, como un hombre, a la edad en que las niñas de los países sin tanto pintoresquismo y tanto latifundio van a la escuela y tienen juguetes. Luego fué una mocita pinturera que seguía trabajando como no se debería trabajar, y muy pronto, a los dieciocho años, una casadita hacendosa, que tenía su pisito de Málaga como los chorros del oro. Luego fué, igual que su compañero, una militante socialista. Y luego, por fin, igual siempre que su compañero José Torrealva, una buena militante comunlsta de La Línea. Y luego ya... 

Luego viene la sublevación, que sorprendió a Anita Carrillo de dirigente del Partido en La Línea. El viernes 16 de julio, ante la inminencia de ''lo que se veía venir", se reúne en La Línea el Bloque Popular. Los comunistas, por mediación de un informe de los Torrealva, exponen la gravedad de la situación. Como en todas partes: dilaciones, vacilaciones... Nadie responde. El 17 llegan de Algeciras dos coches con oficiales fascistas, que vienen a sublevar la guarnición. Esta, ese día no se subleva, cierto, pero el 18 entra un tabor de Regulares con morteros y ametralladoras, y la guarnición se rinde. Torrealva y Anita, con unos cuantos compañeros, van al Partido y recogen toda la documentación, que Anita quema ella misma en su casa. Tras lo cual, obedeciendo órdenes, marcha a Gibraltar. La Línea ya está totalmente ocupada por los rifeños; los elementos significados de los partidos de izquierda se internan en los huertos. A los tres días, a Anita le llega la noticia de que su marido ha sido muerto; sin pensar más se disfraza y regresa a España. En la Aduana, repleta de falangistas, un carabinero escudriña indolentemente el cabás de esa inglesa estrafalaria, con gafas, sombrero absurdo y falda cubriéndole los tobillos. Anita, pasado ese primer peligro, va derecha a los huertos donde están "los huidos"; allí tiene la alegría de encontrarse vivo a su compañero, y con él y otros tres camaradas se queda a vivir esa vida, que parece inverosímil, de espera de las fuerzas anunciadas de Estepona, que nunca acaban de llegar, pero que aquellos cinco empecinados esperan día tras día, durmiendo en los cañaverales y con seis pistolas y ciento ochenta tiros para defender la existencia de los cinco contra todo lo que pueda surgir. 

Y así, veintiocho días. El que hace veintinueve, lo que sucedió fué un grito desgarrador, brotado con riesgo de la propia vida de quien lo profería, de la garganta angustiada de la hija de un huertano, un viejo luchador: "¡Peeepe! ¡Los civiles!" Estaban copados por los del tricornio y los moros; un huertano, un pobre miserable, los había vendido. Y allí estaban, con ese grito de aviso desesperado metido en el temblor del cuerpo, y sin saber por dónde buscar una salida, ni atreverse a mover. Y así, ¿cuántos minutos o cuántas horas? El hecho es que un camarada del Partido, Manolo Corral, uno de los futuros héroes de la guerra en los frentes del Sur, se vistió de aldeano y cruzó cerca de ellos, descubriéndoles la única posible salida del cañaveral: "Seguidme, que estáis copados." Para seguirle había que saltar tapias; con los fugitivos estaba un chiquillo de quince años, herido, y que no podía andar; Anita se lo puso en la cadera y con él saltó como los demás, tapia tras tapia, de huerto en huerto, hasta el último. Y vuelta a disfrazarse, esta vez de hortelana, con un pañuelo a la cabeza, y a llegar jugándose el todo por el todo, hasta el bote preparado por el bueno de Manolo Corral. 

Al pontón de Gibraltar. ¿A ponerse a salvo? Eso no lo hacen unos comunistas. A pedirle al cónsul pasaportes para volver a Estepona en una motora y empezar a luchar. Torrealva organiza unas compañías de Milicias, el batallón Méjico, que muy pronto se hará famoso como "batallón de choque". Anita es el "responsable político" de la tercera compañía, y al formarse poco después la compañía de ametralladoras y ser nombrado Torrealva comandante, el jefe de la columna nombra a Anita responsable político de esta nueva compañía, "por ser quien más confianza le inspiraba". Por cierto, que el nombramiento se extiende en esta forma: "Al compañero Anita Carrillo." Y hasta el 6 de febrero la existencia de Anita se confunde con la de este "batallón de choque", que tan alto había de dejar el pabellón de los voluntarios malagueños. Después del duro combate del pantano de El Chorro, la "responsable político" es felicitada por el jefe de la columna por el arrojo con que se ha batido, y a petición de la compañía, es propuesta para recompensa. 

El 6 de febrero... ¿Cómo hablar con serenidad de lo que no debió nunca ocurrir, y es más terrible que cuanto pudiera describirse? Anita está en el cuartel, en su puesto, en Málaga. Se da cuenta de lo que pasa y va a decírselo a su marido, que se encuentra herido en el hospital: que el enemigo está en puertas. Torrealva se niega a creer lo que no puede, lo que no debe ser. El batallón se halla dispersado en tres puntos distintos: "la responsable" no puede abandonarlo. Está bien. Quedará en el cuartel en espera de órdenes. Las órdenes llegan, y las dan los médicos del hospital: hay que evacuarlo en seguida, cómo sea. Anita llena cinco camiones de la columna con heridos y sale al frente de ellos hacia Almería. El batallón se batirá en retirada, con un heroísmo de locura, paso a paso, hasta Motril.

Camino de Almería. Bombardeo por tierra, mar y aire. Los falangistas, valientes ante las mujeres, los niños y los heridos, ametrallan por detrás ese éxodo, que parece resucitar, en pleno siglo XX, los pánicos dé las huidas de los tiempos más remotos de la Historia. (Sólo que entonces no había fascismo, y tamaña barbarie no se podía imaginar.) Anita es contusionada por la explosión de una bomba de avión; sufre fuerte hemoptisis, y al llegar —¡por fin!— a Almería, ingresa en el hospital. 

Hoy, ya está curada. Y fuerte y animosa como el primer día.

—¡Qué magnífica eres, Anita!  

Y la capitán responsable de una compañía de ametralladoras, rápida nos contesta: 

—¿Magnífica? Nada de eso. Soy comunista. 


Margarita Nelken
Estampa, 27 de marzo de 1937







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