En este levantamiento unánime de toda la
masa productora española contra la opresión fascista ha desempeñado la mujer
uno de los papeles más destacados. Aquí en Asturias son escasas las hembras que
tienen en los frentes una actuación puramente bélica. Hay algunas, sin embargo,
cuyas proezas bien merecen destacarse. En la columna Otero, de la que hablaré
otro día, hay varias muchachas que componen un grupo mandado por una joven
llamada Maruja, a la que se han concedido los galones de sargento. Es una mujer
joven, de aspecto agradable y enérgico, socialista militante, que ya en el
glorioso movimiento de Octubre tuvo una actuación destacada. Sufrió después
prisión, y con la prisión torturas que templaron su espíritu para la lucha, porque
las persecuciones sólo hacen retroceder a los cobardes. Hoy lucha con un brío
tal que ningún hombre podrá superarla. Une a estas dotes otra peculiar en la
mujer: la astucia. Como forma en una columna de choque, que cada día opera
en sitio distinto, ella sabe como nadie preparar las emboscadas. El grupo
femenino de la columna Otero ha prestado ya excelentes servicios.
En todos los frentes hay también mujeres
que si viven un tanto alejadas de las tareas bélicas, comparten con los
milicianos la vida azarosa de la campaña, los cuidan y atienden y, situadas en
la línea de fuego, exponen también su vida sin regateos.
En el frente de San Esteban lucha, fusil en
mano, hombro con hombro con sus compañeros, Pili Lafuente, hermana de la
heroica Aída, que murió al pie del Naranco en los últimos días de la revolución
de octubre. Es casi una niña, pues acaba de cumplir los diecisiete años, y su
temple ya de acero. La he preguntado si quería vengar la muerte de su hermana
y ha respondido sin titubeos:
—No; no quiero vengar nada. Quiero luchar
como luchó ella. Seguir su camino. Lo interesante son las ideas, no
las venganzas personales. Yo defiendo hoy lo mismo que ella defendió hace
dos años.
Ha hecho una pausa concienzuda, propia de
una mujer madura, y sin la menor alteración de la voz ha dicho:
—Yo escapé de Oviedo el lunes, 20 de julio.
Sentí la necesidad imperiosa de salir al campo y unirme a mis camaradas
antifascistas para luchar contra la reacción. Dos días más tarde recibí un
recado de mi madre, que había quedado en Oviedo, en que me decía: "A tu
hermano Daniel le han fusilado; pero no te preocupes y sigue luchando." Y
aquí estoy.
Hay que descubrirse ante esta familia de
temple inigualable. Aída, asesinada. Daniel, fusilado por los traidores
secuaces de Aranda; Pili, luchando en el frente y una madre que desde la
prisión aún tiene "reaños" para decir a su hija de diecisiete
años:
—¡Sigue luchando!
Otro rasgo revelador de la moral que anima
a las mujeres antifascistas de Asturias es el que realizaron en Gijón en los
días funestos en que se manifestó la deslealtad.
A las cinco de la mañana de aquel lunes de
tan triste recuerdo salieron a la calle la primera y segunda compañías del
regimiento de Zapadores. La noticia cundió por la ciudad como un relámpago y de
todas las bocacalles salieron hombres animosos para combatir a los rebeldes.
Cercados ya los sediciosos en el paseo de Begoña, entraron en acción las
mujeres. Resueltamente avanzaron hacia los soldados, gritándoles:
—Os engañan. Os hacen sublevaros contra el
Gobierno legítimo del país al que servís. Quieren traer a España el fascismo,
que esclavizará a vuestros padres, obreros, y labradores, y os esclavizará a
vosotros también. No hagáis caso y venid con nosotros.
Una descarga cerrada de la oficialidad y
los fascistas respondió a la arenga. Cayeron varias de estas heroicas hembras.
Pero las que quedaron siguieron repitiéndola hasta desgañitarse, y el resultado
fué magnifico. Primero fueron unos pocos soldaditos, que abandonaron las filas
de los traidores con el pañuelo blanco en la punta del fusil. Algunos cayeron
perforados por las balas facciosas. Luego siguieron otros, y a las doce del día
la segunda compañía se pasaba entera a las fuerzas leales entre clamorosos
vivas a la República.
Así son las hembras de estos bravos
asturianos con los que tengo la suerte de compartlr las amarguras de la odiosa
lucha en que nos hallamos empeñadas.
Cuartel general de Sama
Antonio Soto
Estampa, 13 de septiembre de 1936
Fotografía: Pilar Lafuente (hermana de Aída Lafuente)
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