De izquierda a derecha: Lorenza Díaz, Luisa Carnés y María Sánchez (Foto: Lázaro) |
En otros tiempos nos hubiera asombrado un
poco la noticia; hoy, no. La guerra cruenta que desangra nuestro país nos tiene
acostumbrados a cosas mucho más sorprendentes.
En Valencia vivían estas dos monjas, en el
aposento que descansaron ayer, descansan hoy, aunque esta casa que les cobija
haya cambiado de nombre: Hogar Infantil del Socorro Rojo Internacional se llama
actualmente el que fué en época no lejana —pero que los acontecimientos hacen
antigua— Asilo de Huérfanos de San José de la Montaña. ¿Dos monjas
republicanas? Dentro de la pesadilla terrible de esta guerra a muerte entre el
fascismo y la democracia, ya nada nos sorprende. Pese a las criminales ayudas
compradas de los fascismos internacionales, el fascismo español no puede evitar
que la verdad honrada, que el aliento liberador del pueblo, lleguen hasta
voluntades que hasta ayer fueron exclusivamente feudo vaticanista.
Sor Elena se ha convertido en la
camarada Lorenza
Se llamó Lorenza Díaz. Era huérfana. Por
desavenencias de familia fué a parar al que fué Colegio de Sirvientas de la
calle de Fuencarral, de Madrid. Lorenza Díaz permaneció algún tiempo con las
monjas; luego, estas mismas la colocaron en una casa de su confianza; pero
pronto la echaron de menos. Lorenza era trabajadora y hacendosa. ¡No estaba mal
para servir a las pensionistas del colegio y a las mismas monjas! Muchas horas
de trabajo. A las cinco y medía, arriba. Dos horas de rezos en la capilla fría
en invierno (la calefacción sólo se utiliza para las señoritas pensionistas).
Luego, el desayuno, un poco de caldo, un agua sucia, en la que flotan unos
mendrugos duros, sobras de otras mesas. Los estómagos delicados, que no
transigen con la bazofia matinal, han de abonar veinte céntimos a cambio de un
vaso de mal café. Pero son demasiados rezos, poca comida y muchas horas de
trabajo. Lorenza se cansa del Colegio de Sirvientas, de su régimen y de las
pensionistas, el piso de cuyas habitaciones hay que pulir todos los días. Una
conocida le habla de otro convento, de otras monjas (Lorenza no piensa que
todos los conventos y todas las monjas son iguales), y hacía allá se dirige. De
aquel convento de Madrid, Lorenza Díaz pasó al Asilo de Huérfanas de San José
de la Montaña. Hoy, 12 de octubre del decisivo 1936, está hablando conmigo, en
el jardín del ex asilo. Lorenza se ha pintado los labios y las mejillas, se ha
empolvado. Es una muchacha reflexiva y serena. Me habla:
—Ellas (las monjas) decían que yo había
nacido para monja, porque soy calladita y seria. Pero la verdad es que los
rezos me cansaban, y aquella autoridad, aquel dominio de las monjas, también.
No nos dejaban hablar unas con las otras, ni reír. Aquí había muchas niñas, que
en las horas de recreo yo prefería su compañía a la de las monjas, pues esto
tampoco les agradaba. Ocho meses pasé así en el convento. Me hicieron
novicia.
—¿Y al llegar la guerra?
—Algunas monjas "perpetuas" se
marcharon a Chile y a la Argentina. Pronto llegaron a hacer guardia nocturna
algunos señoritos fascistas valencianos. Las monjas les preparaban buena cena y
buena cama... Cuando empezaron los tiros los fascistas se marcharon y ya no se
volvió a saber de ellos. Las monjas decían que habían llegado "los
malos", "los ateos" y que quemarían la iglesia y nos matarían a
todas. No fué así. Cuando las Milicias llegaron al convento hicieron levantar a
una de las monjas, que se había puesto de rodillas y en cruz ante ellas, y la
dijeron que no temieran nada, pues los trabajadores son unos hombres que sólo
quieren paz y trabajo, pero no asesinos de mujeres indefensas. Luego dijeron:
"La que se quiera quedar a trabajar, que se quede." Todas, menos una,
nos fuimos. Los milicianos nos trasladaron a pensiones y a casas de
particulares. Yo echaba de menos a "mis niñas" y volví.
Entonces me puse en contacto con la
organización del S.R.I., que había transformado el convento en Hogar Infantil.
—Sor Elena. "Ellas" no querían
nada que me recordase el mundo exterior.
La ex monja que daría la última gota
de su sangre por servir a la causa de los trabajadores
María Sánchez Martínez tiene diecinueve
años. Es de Mojente, un pueblecito valenciano. Ha sido sirvienta varios años.
Luego, monja. Muy alegre e inquieta. Sobre su pecho luce con orgullo una
insignia del Partido Comunista, y al. enfocarla el objetivo el camarada Lázaro
le dice a éste:
—¿Se ve bien la insignia?
En el brazo izquierdo un brazalete del
S.R.I. Trabajadora infatigable y entusiasta. Cuida las aves, los bichos, las
vacas del Hogar Infantil, las ordeña, hace colectas para las Milicias, vende
"Ayuda" y la revista femenina de Valencia
"Pasionaria".
—Y grito que es un gusto. Y saco mucho
dinero para las Milicias.
—¿Has sido monja mucho tiempo?
—No; poco más de un mes.
Luego, con el pretexto de que no tenía más
familia que unas hermanas, que no me hacían ni caso, me trajeron con las
monjas. Pero estaba de ellas hasta el último pelo. Eso de que no podía asomarme
ni a una ventana... Con lo que a mí me gustaba la libertad... Por eso, cuando
vinieron las Milicias me quedé con ellas.
—¿Qué hacías?
—Anda, trabajar... Nadie entiende a las
vacas y a las gallinas como yo. Y no crea que, al principio, me dió miedo
cuando empezaron a quitar los santos de la iglesia... Una, aunque no era beata,
tenía sus creencias. Pues temía que nos pasara a todas algo malo.
—¿Y qué pasó?
—Mira, tú..., no pasó nada. Los santos eran
de madera pintada... ¿Qué había de pasar? Los santos no matan. Esto me
convenció de que todo lo que nos decían las monjas eran mentiras.
—¿Es verdad que te has hecho
comunista?
—Claro que es verdad —me dice la monja—.
Pertenezco al S.R.I., pero trabajo también para el partido, vendo periódicos y
pido para las Milicias. Lucho y lucharé, hasta dar la última gota de sangre, al
lado de los comunistas, para que no haya el día de mañana mujeres que a mi edad
no sepan leer ni escribir... y porque no vuelvan las monjas a España... ¡Quita,
camarada, no quiero ni mentarlas! Con lo que a mi me gusta la libertad, con lo
que me gusta hablar fuerte y reír...
Luisa Carnés
Ahora, 14 de octubre de 1936
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