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3261. Don Miguel de Unamuno en su intimidad de Salamanca

En Bordadores, 4... 

En Salamanca, llamada por don Migue! "florón de literatura, tierra que se declina por luz sobrenatural", vive Unamuno en un edificio de viejas piedras. La casa tiene algo de recogimiento, como huidiza de homenajes y entregada al silencio de la labor callada y constante de su morador.

Estamos aguardando al maestro en una sala clara, con un balcón que recoge los verdes cándidos de un huertecillo. Son las dos de la tarde; apenas apeados del coche, nos hemos dirigido a visitar al ilustre rector de la Universidad salmantina, a quien la República, con motivo de su jubilación, acaba de organizar un homenaje en que se le dará la rectoral perpetua de Salamanca. 

Son las dos y don Miguel almuerza —vimos la escena íntima al entrar, desde el pasillo— en un comedor pequeño y obscuro, de tonalidad de tabla clásica. 

Entra amasando esa miga de pan que es su entretenimiento de sobremesa. 

—Estoy —nos dice— aguardando al pintor gallego Marquina, que está pintando mi retrato para el día del homenaje. 

Está allí, en la sala, el lienzo, ya muy avanzado. Don Miguel —piel siempre juvenil, encendida por su sangre, que parece enriquecida por las ideas, por su corazón macerado en hondos sentires, cuyo color resalta en la plata suave de los cabellos y la barba— aparece con un traje azul, la diestra en la mejilla, con un fondo del paisaje de "La Flecha" que enluce el fluvial encanto del Tormes.

—"La Flecha" es la finca de fray Luis de León, donde están inspiradas muchas de sus poesías. Aparece en los primeros capítulos de Los Nombren de Cristo. Yo voy con frecuencia a deambular frente a ese paisaje consagrado por el gran poeta. 

Hay en la sala en que hablamos otro retrato al óleo de don Miguel, joven. El autor es Losada.   

—Retratos —dice don Miguel— me han hecho Zubiaurre, Sorolla, Vázquez Díaz, Bustos, Victorio Macho y Moisés Huertas... 

He aquí una nota intima, y creo que inédita, del genial escritor, del poeta civil de España. Me dice sonriendo. 

—Losada, el autor de este retrato, fué compañero mío de arte, cuando yo dibujaba y pintaba. Si; yo he pintado retratos y escenas al óleo.

Y como advierte en mí un gesto de extrañeza, me dice que él suele contar aquello que no se le pregunta, y que, en cambio, suele no contestar a las interrogaciones. Sin embargo, yo interrogo. 

—¿En qué consistirá el homenaje ? 

—No sé nada; es más; no quiero saber nada..

—Pero algo del programa se le habrá anticipado... 

—Sí, desde luego; sé que he de leer el discurso de apertura, qué titulo... no sé...¡ en el fondo es una Historia de mi labor como profesor. 

Miguel de Unamuno nació en Bilbao en 1864. Allí estudia el Bachillerato. Viene a Madrid en el año 1880 a estudiar Filosofía. 

—Mi cátedra, en Salamanca, la comencé a explicar el año 1891: Lengua y Literatura griegas. 

—¿Ha vivido usted siempre en esta casa? 

—No, desde luego. En muchas. Y un gran tiempo en la rectoral. Una casa de gran carácter, frente a la estatua de Fray Luis de León, que tuvo su cátedra en esta Universidad. 

—Rector fui nombrado en 1900... Desde entonces Salamanca es mi patria espiritual. Vasconia  —Bilbao— me dió con su sangre espiritual el hueso del alma que Castilla —Salamanca—, con su habla, sobre todo, me soldó y arreció el meollo tuétano español. 

Notamos que está vigoroso y fuerte Unamuno. No le endolece su jubilación; pero le preocupa el tiempo y la muerte, sin embargo. Recuerda con frecuencia en su conversación con aliento dolorido, amigos muertos, familiares difuntos... Hablando de los grandes personajes europeos que han pasado por Salamanca —acaso a conocerle a él— en el tiempo en que es rector de ella, don Miguel recuerda a Guerra Junqueiro, el poeta civil portugués. 

—¡Pobrecito! ¡Murió ya! Era casi constante visitante de Salamanca, por la línea de Oporto, que tiene límite con esta provincia. También vinieron Ramao Ortigao y Eça de Queiroz. Blasco Ibáñez, que, por cierto, no quiso estarse mucho, pues quería conservar nada más que una visión instantánea de las cosas, decía: "Si las veo mucho tiempo me confundo; sólo necesito primeras sensaciones." 

Vuelvo a preguntarle sobre el homenaje y él vuelve a sonreír. 

—¿Qué va usted a hacer después del homenaje? —le digo. 

—Declararme... —contesta rápido y tajando el aire con su mano fina— declararme en huelga como monumento nacional. Ni turistas ni nada...

Un ansia de reposo; que se me deje tranquilo trabajar en mis cosas... Mi vida ahora es sencilla: voy por las mañanas a firmar a la Universidad. Luego aquí, al hogar... Un poco anda esto revuelto y en desorden desde la muerte de mi mujer y de mi hija... Luego salgo al campo, a un paisaje bellísimo de aquí, Campo de San Francisco; un pequeño jardín provinciano, silencioso... 

Llega el señor Gallego Marquina y don Miguel se prepara para posar. Y habla entre tanto de sus recuerdos de Bilbao. Cuenta una anécdota de Eusebio Blasco, a propósito de la frase "la cuestión es pasar el rato... sin compromisos serios." 

—Murió mi padre en el balneario, al lado de Marquina... Tiene Bilbao pueblos muy bellos: Oñate..., Lequeitio, Bermeo... 

Y los va pintando con un adjetivo exacto para cada uno de ellos... Se alza, inquieto

—Va usted a ver el jardincillo en que paso muchos ratos... Pero antes veremos la casa... 


La obsesión de la muerte

Y antes de salir de la sala, entristecida su voz, indicando con su índice al suelo, dice Unamuno: 

—Aquí estuvo mi hija, muerta... Aquí mismo. Y yo suelo leer y escribir en el lecho donde ella murió. Venga usted... 

Y pasamos por el comedor, de tono de tabla clásica, y a la izquierda, entramos en una pequeña alcoba con una ventanita de celda, al fondo, iluminada de árboles. El lecho amplio, con un crucifijo en la cabecera; sobre el damasco, volúmenes de poetas ingleses; Keats, Tennyson, Shakespeare. Unamuno se echa en la cama, abre un libro... Y allí no hay más que un veladorcillo con volúmenes y cuartillas, la ventana, el lecho y el Cristo de marfil. 

—Aquí leo y escribo...; así, tal como usted me ve ahora, tendido en el lecho mortuorio de mi hija.,. Y parecen resonar en la celda los versos suyos, de este don Miguel genial: "Nada deseo, mi voluntad descansa, mi voluntad reclina, de Dios en el regazo su cabeza, y duerme y sueña..." 

Aquí murió también su hermana María. 

También murió su otra hermana, que era monja... 

—¡Sólo quedo yo!... 

Pasamos a su jardincillo, descuidado desde que murió la hermana: jardín con un albérchigo, una higuera, peonías y rosas que hubo... y no hay ya. Me cuenta que en esta casa vivió la mujer de Besteiro, Dolores Cebrián, y le parece que nació en ella... 

Salimos. Es la hora en que un crepúsculo acaricia de oro pálido y triste la belleza plateresca de la fachada de la Universidad. Florón de encaje que llega a emocionar como ninguna obra de arte; sobre los muros, letras rojas, españolas. La estatua de fray Luis, que de perfil tiene un parecido espiritual con Unamuno, con el de hoy. 

¡Salamanca, Salamanca, 
renaciente maravilla!

Arde de sol dorado la portalada de la catedral, el patio de la Universidad, con el eco de mil sueños de juventudes románticas y desvanecidas. Entre los ramajes y medallones de la portalada, flor delicada de arquitectura española, tres cráneos miniados decoran una columna. La muerte se agranda y se embellece en Salamanca, y la obsesión de Unamuno es como la llama misma de ese fuego precioso de las arquitecturas opulentas... "Florón de literatura"... Su llamarada genial. 


Emilio Fornet
Estampa, 29 de septiembre de 1934







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