Si uno no lleva un chófer que
conozca bien la provincia, no es fácil dar con el pueblo de Albistur, que
buscando donde esconderse, al fin ha dado con un rinconcito muy disimulado
entre Tolosa y el alto de Vidania.
Tengo que llegar hasta él, porque aquí también hay alcaldesa y he
de ver hoy si es posible a las cinco mujeres fuertes elegidas en Guipúzcoa para
un cargo tan importante.
La de Albistur ha agradecido mucho la visita.
Me lo dice ella misma:
—Estoy encantada de que hoy haya venido a verme un periodista. Se
lo digo con toda sinceridad. He luchado por el cargo y lo he conseguido. Estoy
satisfecha.
—¿Pero había posibilidad de lucha estando la ley tan
terminante?
—Hubo lucha porque los eternos amos del pueblo no querían
abandonar sus posiciones. Usted ya sabe que la ley ha obedecido al deseo de
acabar con el caciquismo, que hacía posibles los Ayuntamientos elegidos por el
artículo 29. Las comisiones gestoras que los sustituyen están integradas por
tres vocales: un contribuyente, un obrero y un funcionario —el más joven— del
Estado. En estos pueblos pequeños es el maestro el único funcionario que el
Estado tiene. En algunos de ellos se ha elegido alcaldesa a la maestra, de
común acuerdo entre los tres vocales, considerándola como la más capacitada.
Aquí fué por sorteo. En eso no hubo lucha. La lucha fué porque nacionalistas y
tradicionalistas, que habían hecho de este pueblo un coto de su propiedad,
opusieron a mi nombre, hasta el último momento, el de un maestro municipal
hechura suya. Si yo, ayudada por mi compañero el maestro nacional del pueblo,
no hubiera luchado con valentía, acaso hubieran llegado a convencer al
gobernador.
—Usted, según eso, en política...
—Soy republicana, más republicana cada día. La única republicana
en Albistur. Figúrese usted si tendré que serlo con fuerza.
—¿Se propone usted demostrarlo en su gestión?
—Sí, pero sin ensañarme con nadie, empezando por respetar las
ideas de todos, para que ellos respeten las mías. Si yo pudiera, haría en
primer lugar la política de higiene y saneamiento que el pueblo necesita; pero,
por lo menos, trataré de traer un poco de alegría a esta juventud. Todos los
domingos tocará el taxistu en la plaza, para que bailen y se diviertan estos
muchachos, que están tristes porque no les dejan ser alegres.
José R. Ramos
Estampa, 11 de febrero de 1933
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