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3291. Vicente Muñoz, el miliciano que salió con vida después de su fusilamiento

Ante nosotros tenemos otro hombre que ha escapado inverosímilmente de la muerte. Es un muchacho alto y huesudo, con los ojos abiertos al asombro. Vicente Muñoz es miliciano desde los primeros días de la lucha. Su relato es hecho de un modo tan sencillo como emocionante. Del asalto al cuartel de la Montaña salió con un fusil al hombro. Estuvo en la toma de Guadalajara. Allí permaneció hasta el día 23 de Julio, en que con otros tres compañeros salió a hacer una incursión por demás peligrosa. 

Los fusiles estaban inactivos en Guadalajara. Había en todos un ansia frenética de luchar, de encontrarse cara a cara con el enemigo, para liquidar cuanto antes la guerra civil. El teniente coronel que mandaba las fuerzas contenía los ímpetus. Según él, los facciosos estaban a seis kilómetros de la población. En estas condiciones era imprudente iniciar un ataque, desconociendo los efectivos de los rebeldes. 

Vicente Muñoz y tres compañeros más cogieron un automóvil, y sin consultar con nadie echaron carretera adelante para comprobar por sí mismos la distancia exacta a que se encontraban los rebeldes. El automóvil iba recorriendo kilómetros y kilómetros sin que los contrarios dieran señales de vida por ninguna parte. Estaban cerca de cierto pueblo. A la vuelta de un recodo, y cuando el coche enfilaba una cuesta abajo, se encontraron cogidos como en un cepo. A menos de doscientos metros, los facciosos tenían el campamento. 

Vicente Muñoz se bajó del coche. Un oficial le hizo señas de que se acercara. 

—Yo me acercaré a ellos, mientras vosotros dais la vuelta al coche. Si veis que me cogen prisionero, huid, sin preocuparos de mí. 

Pero ninguno quiso abandonarle en el trance difícil. Los cuatro fueron detenidos y desarmados. Después les hicieron objeto de un minucioso registro. Desde el atardecer hasta la noche estuvieron en el campamento, sin hacerse ninguna  ilusión sobre la suerte que les esperaba. Estaban convencidos de que iban a ser fusilados. Los ataron a todos con la misma cuerda, y de esta forma les obligaron a subir hasta un pueblo inmediato, donde por lo visto, estaba el cuartel general de los facciosos. 

Una vez allí, los metieron en una covacha llena de filtraciones de agua y a la que llegaban las emanaciones desagradables de una cuadra contigua. Pan y sardinas fué el alimento durante los dos días que permanecieron encerrados. 

Los llamaron a declarar. Un oficial faccioso los fué interrogando separadamente, preguntándoles detalles sobre la situación de Madrid, Guadalajara y Toledo. No debió quedar muy satisfecho de las explicaciones de los milicianos. 

Bajaron a la plaza del pueblo. Allí se les unieron dos fugados de la ley de Vagos, de Alcalá de Henares, y un hombre que por su uniforme, debía ser el conserje de un parador del Patronato Nacional del Turismo. Los siete subieron a una camioneta con varios soldados. 

A la salida del pueblo, unos guardias civiles hicieron bajar a los soldados para subir ellos. Los esposaron, y el vehículo se puso otra vez en marcha. A los pocos kilómetros les obligaron a apearse. Los llevaron a lo alto de un pequeño cerro y les ordenaron ponerse de espaldas. Así lo hicieron. Vicente Muñoz volvió la cabeza, y vio tras ellos una ametralladora, con la que se disponían a barrerlos. Casi al mismo tiempo empezó el fuego. Vicente estaba en un extremo de la fila. Habían empezado por el opuesto. Uno tras otro fueron cayendo. Al mismo tiempo que caía desplomado el que estaba a su lado, se tiró Vicente al suelo. No estaba tocado. Sus compañeros se retorcían en el dolor de la agonía, pidiendo a gritos angustiosos que los remataran cuanto antes. El teniente que iba al mando de los guardias civiles se encargó de administrarles los tiros de gracia. Se fueron al coche, dejándolos a todo; por muertos. Pero Vicente vivía. Tenia la cabeza atravesada por un balazo, que le entraba por la región mastoidea. Oyó el motor, cada vez más lejano. Se vendó con la camiseta y se echó a rodar cuesta abajo, hasta llegar a un río que pasaba por la falda del montecillo. Esto ocurrió el día 26 de Julio. Dos días después, Vicente Muñoz llegó a Guadalajara, después de penalidades sin cuento, dando un gran rodeo para no caer nuevamente en las manos de los rebeldes, padeciendo dos vómitos de sangre, en el primero de los cuales le salió la bala por la cara anterior del cuello. 

En el Hospital Militar de Guadalajara le hicieron la primera cura. Poco a poco, Vicente Muñoz, que entró con pronóstico gravísimo, fué recobrando el habla y quedando fuera de peligro, y hoy el resucitado sale ya a la calle, convaleciente de su herida, que le deja, tal vez para siempre, un brazo casi inmovilizado. Pese a ello, Vicente no tiene más que una idea fija: volver otra vez al frente a seguir luchando.


R.M.G.
Crónica, 6 de septiembre de 1936









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