Parece increíble pero es verdad: En la España actual el nombre de Antonio Machado puede convertirse en una piedra de escándalo para sus gerifaltes. Así lo demuestran las diversas maniobras que los medios oficiales han realizado para obstaculizar los homenajes que los escritores y artistas españoles le han rendido con ocasión del XX aniversario de su muerte; y después, cuando comprendieron que esto era imposible, y hasta impolítico, los manejos ya más turbios, con que trataron de tergiversar el sentido de este homenaje. Veamos los hechos.
A principios de febrero, un grupo de intelectuales franceses de la más alta categoría y del más diverso signo (Picasso, Sartre, Mauriac, Aragón, Cassou, etc.), decidió celebrar un homenaje a don Antonio junto a su tumba en Colliure, y se dirigió a los escritores españoles pidiéndoles su asistencia. El diverso signo ideológico de los franceses que firmaban este llamamiento era como un espejo en el que los españoles veíamos nuestro espíritu de reconciliación nacional. El homenaje a Antonio Machado se convertía así en nuestras conciencias, a la vez que en un emocionante recuerdo del más grande de los poetas españoles del siglo, en una reivindicación de lo que este hombre entrañado en el pueblo, digno y a la vez pacífico, encarnaba de nuestras preocupaciones actuales, y de nuestra necesidad de manifestarnos contra el clima de guerra civil en que quiere mantenernos el franquismo.
Muchos escritores españoles, y en especial los residentes en Cataluña, por aquello de que les era más fácil y económico el desplazamiento, acudieron a Colliure. Allí, junto a muchos emigrados, pudo verse a Castellet, Blas de Otero, los Goytisolo, Caballero Bonald, Costafreda, Valente, Barral, Gil de Biedma, etc. Pero a la vez, el mismo día y a la misma hora, otros muchos escritores españoles -éstos con residencia en Madrid- se reunían en la casa de Segovia donde Antonio Machado vivió muchos años.
El hecho de este homenaje segoviano, si se tiene en cuenta que la prensa, la radio y todos los medios de difusión oficiales lo silenciaron, tiene algo de asombroso. ¿Cómo tantos y tantos cientos de personas llegaron a saber de un acto que sólo de boca a boca o de tú a tú fue anunciado, y esto en el brevísimo plazo de cinco días? Indudablemente, sólo porque existe un clima común entre todos los intelectuales españoles.
No se pueden poner puertas al mar. El franquismo lo sabe. Por lo tanto, decidió reducir el mal que no podía impedir. Y esto por dos medios: prohibiendo que en Segovia se celebraran actos públicos en homenaje a Machado y anunciando a bombo y platillo en toda la prensa, otro acto de homenaje, éste de inspiración oficial, que debía celebrarse, siempre el 22 de febrero y a las doce del día, pero en Soria. La diferencia era clara. En Segovia, concentración de la Policía armada y de la Brigada social. Y por si fuera poco, pistoleros de la Falange que dejaban caer la pistola del bolsillo como al desgaire, y la recogían luego del suelo con un gesto de desafío. En Soria, acto oficial, Muñoz Alonso, flores las autoridades y los poetas vendidos (recordemos sus nombres: Rafael Morales, Manuel Alcántara, Luis López Anglada, Salvador Jiménez y Pérez Valiente, todos poetas de segunda fila, dicho sea por otra parte). En Segovia, cientos y cientos de intelectuales, escritores, estudiantes, pintores y actores que no encontraban un lugar lo bastante amplio para reunirse. En Soria, el elemento oficial, los periodistas y las señoritas de la localidad, y los muchachos arrancados de los colegios para llenar en lo posible la sala en donde se celebraba el acto. En Segovia, la verdad de España y el corazón popular de Machado redivivo. En Soria, la mentira y el fracaso de una maniobra con la que se pretendió desfigurar lo que en verdad había que decir y realmente dijeron los intelectuales españoles. ¿Hace falta otro plebiscito? En lo que respecta a los intelectuales, escritores y artistas, evidentemente no.
Pocos días después, los estudiantes de Madrid, que acudieron en masa a Segovia por sus propios medios despreciando los autobuses y la excursión pagada que se les había ofrecido para que fueran a Soria, organizaron un acto de homenaje a don Antonio Machado en el Paraninfo de la Universidad. Firmaban la convocatoria cuatro «grandes» (Menéndez Pidal, Marañón, Montero Díaz, Teófilo Hernando) y cuatro de los que los universitarios llaman «jóvenes maestros» (Vivanco, Celaya, Hierro y Figuera Aymerich). Una vez más, encontrábamos así reunidos en torno a don Antonio, a hombres de las más diversas edades y de las más diversas tendencias. Nada más pacífico. Nada más esperanzador. Nada tan hermoso como ver a Antonio Machado ganando a los veinte años de su muerte este espíritu de reconciliación, regeneración y amor de España. Nada más limpio. Pero...
Cuando ya el acto había sido anunciado, hasta en la prensa, y los estudiantes pletóricos de entusiasmo se agolpaban en el paraninfo, llegó una increíble noticia: el acto había sido suspendido. Unos carteles fijados en las puertas lo anunciaban. Pero con esto nos hallábamos otra vez en las mismas: no se pueden poner puertas al mar. Los estudiantes que abarrotaban la sala decidieron no moverse de allí, y cuando Hierro, Celaya y Figuera Aymerich ocuparon sus lugares en la presidencia, estalló una ovación. Poco después, el rector don Valentín Andrés Álvarez, ante la presión de las circunstancias, revocaba la prohibición y hasta presidía el acto. No podía hacerse otra cosa, so pena de provocar una estrepitosa manifestación estudiantil. Por otra parte, el acto fue planteado en términos académicos. Habló uno. Y luego otro. Y luego otro. Hasta que se levantó Gabriel Celaya y dijo lo que todo el mundo estaba esperando que se dijera y nadie decía por cobardía. Y entonces, el paraninfo se vino abajo de ovaciones. Y se entendió por qué razones las autoridades habían querido suspender el acto.
Muchas revistas y periódicos españoles han recordado estas últimas semanas el nombre de Antonio Machado. Pero las coerciones que pesaron sobre el homenaje de Segovia y sobre al acto de la Universidad, han gravitado aún más fuertemente sobre ellas. Sólo pondré como ejemplo lo ocurrido con la revista «Acento».
«Acento» es una revista del «S. E. U.», pero es una revista que, pese a las subvenciones de que vive, viene mostrando, por el ánimo de sus directores y de su consejo de redacción, un gran espíritu de independencia, valentía y amor a la verdad. Cuando invitó a los escritores españoles a que colaboraran en un número de homenaje a Machado, pocos se negaron. Pero... Ya estamos en el pero. El Director general de Prensa, Adolfo Muñoz Alonso, se alarmó: ¿Por qué? El sabrá. Empezó por exigir que al frente del número de «Acento» figurara un texto suyo. Recomendó -es un decir- que no faltaran los poemas que los cinco traidores habían leído en Soria. Prohibió que se hiciera alusión a los homenajes de Colliure, Segovia, la Sorbona y la Universidad de Madrid. Y a última hora, cuando la revista ya estaba tirada, ordenó la supresión de algunas colaboraciones, a pesar de que ya habían pasado por la censura. Así, por la sencilla razón de que entre los colaboradores habían «demasiados rojos» («nos ganan 11 a 5», fue la frase), se tiró al cesto el maravilloso poema a Antonio Machado que Blas de Otero leyó en la Sorbona, una estupenda y completamente apolítica crónica de Carlos Barral, otro poema de Celaya en el que se evoca la habitación de la pensión de Segovia donde vivió don Antonio, etc.
Varias revistas han publicado o tienen en preparación homenajes a Machado. Y todas han pasado y están pasando por peripecias semejantes a las de «Acento». En el fondo, el juego está claro. El franquismo no puede renunciar a Antonio Machado. Pretende hacerlo suyo, como ha pretendido hacer suyos después de muertos, a todos los grandes españoles que le combatieron y negaron (Unamuno, Falla, Juan Ramón, etc.). Pero esto exige «interpretaciones». Machado tal como fue, tal como se pronunció, y habló, y cantó -y ese Machado en verdad, en verdad, es el que hoy arranca tantos fervores y admiraciones- constituye una piedra de escándalo. Por eso a los veinte años de su muerte siguen sin publicarse en España sus obras completas. Muñoz Alonso le admira, según dice, pero prohíbe, no sólo sus libros, sino hasta los comentarios en prosa, verso o gritos de quienes sabemos lo que significa la verdad y la entereza de nuestro poeta.
España clama por donde puede. Estas últimas semanas lo ha hecho a través de nuestro don Antonio, y a pesar de todos los pesares de la censura, de la policía y de las intervenciones arbitraria y extralegales, ha conseguido decir lo que quería: Antonio Machado fue pueblo. Y porque fue pueblo estuvo siempre contra lo que el franquismo significa. Antonio Machado fue sencillo y a la vez digno; fue pacífico y a la vez insobornable. Fue ese gran poeta y ese gran hombre que en estos momentos difíciles nos sirve de ejemplo y guía.
(España, junio de 1959)
Juan de Juanes
No hay comentarios:
Publicar un comentario