Barbilindo, curvirrostro,
amariconado y necio,
rizándose las pestañas
con humaredas de incienso,
entra el pollito fascista
en la iglesia y el convento
con plácidos dientes fuera
y el bigotito hacia dentro,
la corbata ensortijada
y el sombrerito de queso.
Su mamá, que le acompaña,
sacado se ha sus dos pechos:
¡Por estos que son redondos,
robustos pechos que tengo;
por estos que te han criado,
tienes que ser caballero,
pirata como tu tío,
banquero como tu abuelo,
o, si no, como tu padre:
saberte casar a tiempo;
puedes sacar de una boda
hectáreas de buen terreno!
¡Anda, afíliate al fascismo,
a defender tu dinero,
tu rostro de barbilindo
y tus ideas de necio!
Y la señora se agita
como un torillo berrendo.
Suave de sedas y tules
se entró el gran obispo negro,
roja la frente y la sangre
en negra pasión ardiendo.
Las manos se las besaban
llenas de anillos y vellos,
como si fueran confites,
pasteles o caramelos.
El obispo ya no puede
dominarse los deseos.
—Venid conmigo, hijos míos,
venid conmigo hacia adentro,
fuerte cordera de raza, y tú,
corderito tierno.
Después de comer conviene
que charlemos los tres quedo
entre obscuras celosías
y bocanadas de incienso.
Fuerte cordera, a tu hijo
hay que armarle caballero,
y hablaremos del fascismo
y de hacer un movimiento
que salve a los curvilindos
y a las ideas de necio
de las rojas pretensiones
de algunos cuantos obreros.
Baba echaba la señora,
el hijo, suspiros tiernos,
y el obispo, por los ojos,
chispas de pasión y fuego.
¡Hoy tendré para mi siesta
dos gentiles compañeros!
José Herrera Petere
El Mono Azul, 17 de septiembre de 1936
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