La comisión de la falla recorre las calles para recaudar fondos. Valencia, 1934 - Foto Barberá Masip |
El año pasado, y a los pocos días de
extinguirse la alegría del festejo fallero, un grupo muy nutrido de
encantadoras mujercitas tuvo la feliz idea de construir uno de los satíricos
monumentos que adornan las calles de Valencia en la popular fiesta de San José.
Y un buen día, cuando nadie lo esperaba,
las calles de la populosa barriada del Mar se vieron invadidas por las nuevas
falleras, que se desplazaban bulliciosamente para comenzar la tarea difícil de
la recolecta...
Nadie pudo resistir la gracia de estas
muchachas, que abandonaron por unos días las cotidianas ocupaciones
domésticas, y hasta los elementos más humildes del vecindario ofrecían su óbolo
modesto.
—¿Qué da usted para nuestra falla, que será
la mejor?
—Pues no sé; pero...
—No hay pero que valga. Necesitamos su
cooperación como buen valenciano.
—¿Cuánto?
—Ponga un chavo.
Y la cajera apunta en una lista
interminable al nuevo contribuyente.
Después, y cuando ya se aproximan los
preliminares de las fallas, abandonan la calle por unos días y se recluyen
entre las paredes del taller. Dentro de unos días, los "muñecos"
reposarán en el taller femenino, esperando el momento oportuno que las falleras
los trasladen al tablado de madera para lucir sus gracias y crear la
pintoresca falla, que se acoplará exactamente al boceto que ellas mismas
dibujaron con la esperanza y el deleite de rendir públicamente un homenaje a
los dos genios de la pintura y de la literatura valenciana: Joaquín
Sorolla y Blasco Ibáñez. Unas magnificas labradoras aposentadas en una
gigantesca cesta de flores, dejan caer pétalos de rosa, cubriendo las cabezas
de los homenajeados. Todos los relieves que la adornan tienen un puro sabor de
rancia valencianía.
Vicente Viñals
Estampa, 17 de marzo de 1934
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