El fascismo hace
la guerra por rencor, por impotencia de vivir en paz. Sus creadores son
una casta de impotentes, de débiles bueyes, que se han pasado toda la vida
revistiendo de corazas y máscaras de valentía su debilidad mujeril. Hitler es un
ejemplo de hombre afeminado, débil. Envidioso de la fuerza y el valor que le faltan,
hace teatro de ella, gesticula valientemente, da manotazos de forzudo de feria y
los débiles afeminados le rodean, ahuecan el pecho y el trasero ante las
baterías teatrales y se lanzan rencorosa y teatralmente contra los pueblos
descuidados en su fuerza noble, con nobleza empleada en la agricultura.
Mussolini, el espejo del narciso Hitler, es el bufón mayor de Italia: mucha
mandíbula, mucho labio inferior retorcido (sobre todo cuando le ven) y mucha
debilidad disimulada debajo de una mano de albañilería bruta, y un abuso
chulesco de su apariencia viril. Ninguno de los dos pueden negar que han
salido de una atmósfera de teatro lírico exagerado. Mussolini es un
barítono desmesurado y el bigotudito Adolfo un mal tenor. A los dos se les ve
la ópera y la opereta.
El mono
representante de ambos en España, Franco, resentido y rencoroso, impotente, se
lanza asesinamente contra el pueblo español. Este pueblo, antimilitar, antiguerrero,
que nunca se ha preparado para la guerra, pero que la ha hecho y la ha ganado
siempre por inspiración, por un entendimiento místico de la guerra, se siente herido,
ofendido, atropellado en sus más hondas raíces, y a través de nueve meses de
lucha, dolorosa, inspirada, místicamente, lleva de fracaso en fracaso y de
ridículo en ridículo a Mussolini, Hitler, y, un poquito más abajo, a
Franco el soberanito.
Nueve meses de
lucha contra el fascismo. Como parto glorioso de España, de esta mística
España invencible, la victoria se aproxima a nosotros. El Gobierno, en
representación de la honrada voz española, da ocasión a los españoles que, por error
o fatalidad, se hallen en las filas facciosas, para que se salven. Ninguno de ellos
puede dejar de reconocer y sentir el grito humano de justicia y fraternidad que
late en el decreto del 8 de Abril. Repetimos los dos artículos:
Art. 1º. Los
combatientes facciosos, nacionales o extranjeros, que sean hechos
prisioneros, serán respetados en sus vidas, y sin pérdida de tiempo se entregarán
a las autoridades competentes, no pudiéndose incoar sumario alguno sin previo acuerdo
del Consejo de ministros.
Art. 2º. A los
combatientes del campo rebelde que, voluntariamente, se presenten en nuestras
filas, además de respetarles la vida, se abrirá una información, y, si de
ella resultase probada su adhesión a la República, se les reconocerá por el Gobierno
los cargos, situaciones y preeminencias que acrediten disfrutar o haber disfrutado
tanto en la vida civil como en la militar.
Al copiar esto
pienso, como en una sola sombra emocionante, en todos los trabajadores, en
todas las mujeres y en todos los niños asesinados por el fascismo en
España.
Miguel Hernández
Frente Sur
(Jaén), 18 de abril de 1937
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