En Irún, mucha gente está
afónica. Se explica. Estos días no dejaron de oírse ni un solo momento los
gritos que el día 13 eran aún "subversivos". El entusiasta
recibimiento a Marcelino Domingo, a Indalecio Prieto, a Queipo de Llano, a
Franco, a Martínez Barrios... Pero lo que me extrañó fué oir grandes ovaciones
dedicadas a Ramón Sánchez. ¿Ustedes le conocen?... Yo, hasta ahora, tampoco le
conocía. ¿Y qué ha hecho Ramón Sánchez?... Ramón Sánchez fué uno de los
iruneses complicados en los sucesos de diciembre en San Sebastián. Los demás
han permanecido cuatro meses en la cárcel de Ondarreta o expatriados en
Francia. Ramón Sánchez, no. Ramón Sánchez ha hecho vida monástica. Se encerró
en su casa. Y en una, carbonera, una carbonera pequeña —un metro de largo, otro
de profundidad y medio de ancha— ha pasado la mayor parte del tiempo. Cada
vez que sonaba el timbre, ¡zas!, a la carbonera. Pero dejemos que él mismo nos
cuente sus peripecias.
"¡Me parece que pierdo el tren!"
—Pues verá usted... A los dos días de los sucesos regresaba yo a
casa do trabajar. Serian las cinco de la tarde. Tres policías se acercan, a
mí.
—Haga el favor... ¿Usted es Ramón Sánchez? —Sí, señores... No
lo trate de negar... Lo sabemos todo... Ustes estuvo en San Sebastián... No lo
dejó terminar al que hablaba. —Sí, señor. —Bien, pues sígame. Los otros
dos policías marcharon. En cuanto me quedó con uno solo pensé en la fuga. Dimos
unos pasos. Al llegar a la Aduana, frente a las vías del tren, eché a correr
con todas mis ganas. Al llegar a las vías recordé que siempre hay allí un
carabinero de servicio. Efectivamente, estaba el carabinero. Y como ola policía
venía tras de mi gritando, yo, para que el carabinero no lo oyera, también
empecé a gritar:
—¡Me parece que pierdo el tren!... ¡Me parece que pierdo el tren!
El carabinero me miró asombrado. —¡Este hombro está loco!— debió
pensar.
La lancha del Bidasoa
En los andenes de la estación, confundido entre los viajeros, me
detuve un momento. Miré a ver si salía algún tren para Francia. No salía
ninguno. Entonces decidí ir al barrio de Ventas, y seguí corriendo por las
vías. En Ventas, entré en casa de una familia conocida. Les conté lo que me
ocurría. Pedí, por favor, que me escondieran. Aceptaron de buen grado. Nunca
podré pagarles el favor que me hicieron. A la mañana del siguiente día mandé un
aviso a casa. Me contestaron. Por la noche me esperaría un hermano mío en un
callejón de Irún, en las afueras, e intentaríamos pasar a Francia por el Bidasoa,
en una lancha. Nos fracasó el plan. Otros habían pasado antes por ahí. Los
carabineros se dieron cuenta, y se incautaron de la lancha que pensábamos
utilizar.
Frío
Esa noche tuve que dormir en la cuadra de un carnicero amigo mió.
Después pasé cinco días en un desván del taller de herrería de mi hermano. Pero
allí no podía continuar. Hacía un frío horrible. ¡Qué noches! Era peor el
remedio que la enfermedad. Si continúo en aquel desván me muero de frío. Mi
padre decidió que fuera a casa. Y el día 24 de diciembre, a las seis de la
mañana, vine. Traía un tabla grande al hombro, que me servía para ocultar tras
ella la cara. Tan pronto estaba la tabla en el hombro derecho como en el
izquierdo, según el lado con que me cruzaba con alguien.
Un policía
—La Policía española interesó mi paradero a la francesa. Esta me
buscó por los puntos donde tiene sucursales la agencia do Aduanas en que
trabajo: Hendaya, Burdeos, Cette... Nada. No aparecía. Preguntaban a los
emigrados políticos. Estos estaban tan asombrados como la Policía. —Pero
no le han detenido en España? Y la Policía debió pensar: —¡Está en
España!...
Fueron interrogados mis amigos, se hicieron pesquisas por ahí...
todo en balde. Al mes y medio de estar yo en casa, vino un policía. Mis
hermanas le vieron subir por la mirilla de la puerta. Yo me metí en la
carbonera, como hacía siempre que entraba o llamaba gente extraña en casa. Mi
familia lo preparó bien todo, como estaba dispuesto: colocó un hule, sujeto con
clavos mohosos, sobre la carbonera, y encima de él, cacharros,
legumbres...
Una de mis hermanas, la mayor, salió a abrir.
—¿Vive aquí Ramón Sánchez?
—Vivía... Ahora está en Francia.
—Le advierto a usted que soy policía. En Francia le han buscado
por todos los sitios, y no le encuentran. Ramón Sánchez se halla en España, y
ustedes saben dónde...
—Le digo a usted que está en Francia.
—¿En qué punto?
—¡Ah!... Eso no lo se.
—¿No le ocultarán ustedes en casa?
—Puede usted pasar.
El policía asomó la cabeza al pasillo. Todas las puertas estaban
abiertas de par en par. Miró... Nada. Y se marchó.
—¡Qué a gusto respiré... y estornudé ! Porque, claro está, aunque
limpiabamos bien la carbonera quedó algún polvillo del carbón, que a veces se
metía por las narices. ¡Cuántas veces tuve que hacer esfuerzos terribles para
no estornudar!...
El huésped trasnochador
—En otra ocasión también pasé unos apuros grandísimos. Solíamos quedarnos
hasta las dos a las tres de la mañana jugando a la baraja. Cierta vez,
aproximadamente a las tres, oímos fuertes golpes en la puertos. Con el
apresuramiento con que me metí en la carbonera, coloqué las manos sobre la
chapa de la cocina. Estaba caliente. Me quemé los dedos. Mire usted.
Ramón Sánchez me enseña las manos. Efectivamente: en las yemas de
los dedos se ven cicatrices.
—Sufrí unos dolores agudísimos. Pero mí atención estaba
concentrada a lo que ocurría en la puerta. Los golpes fuertes seguían.
Abrieron. Y oí la voz ronca de un hombre que decía: —¿Dónde está mi
cama?... ¿Dónde está mi cama?
—Abajo, en el primer piso, ya lo sabe usted, hay un hotel. El
huésped trasnochador se confundió. Llamó en casa. No sé quién es, pero guardo
de él un recuerdo nada grato.
Las visitas
—¿Y las visitas?.. Era terrible. Venían con una frecuencia
espantosa..Como todo el mundo decía que se ignoraba mi paradero, trataban de
consolar a mi familia, darle esperanzas... ¡Y yo, mientras tanto, metido en la
carbonera!
¡Viva la República!
—El día 14... ¡Figúrese usted mi alegría! Oímos los cohetes, la
música... Mi hermana mayor salió a la calle. Se enteró de todo. Fué al Centro
Republicano. Le contó mi caso al presidente. —¿Pero su hermano está en
casa?— le preguntó asombrado éste—.¡Que venga en seguida!... ¡Que venga en
seguida!
Lo supo la gente. Frente a casa se formó una verdadera
manifestación que me ovacionaba. Tuve que salir al balcón. Y dí el ¡viva la
República! más sincero que se ha dicho nunca. Quise gritar también: ¡Viva la
libertad! Pero no pude. La emoción no me dejó...
C. del Esla
Ahora, 22 de abril de 1931
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