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3481. Antonio Varela Berástegui, "el cura"

Un sacerdote, soldado del Ejército Popular

De sus veinticinco años, doce los ha pasado encerrado entre las frías paredes del Seminario de Pamplona. Nacido en un pueblecito perdido en la agreste Navarra —Villalba de nombre—, su niñez se desarrolló como la de tantos otros pequeños, hijos genuinos del montaraz vasco. A los once años la indiscutible autoridad paterna dispuso su destino: la de sacerdote. 

Y el que de niño entró en los claustros salió ya hombre, vistiendo las togas del sacerdocio. 

Fuera del contacto con la realidad, fue anidándose el afán de luchar por el bienestar de la humanidad. Ensimismado en sus libros, soñaba que el mundo cristiano había de estar en consonancia con sus escritos. Y al cumplir los veinticuatro años, sin más bagaje de experiencia que la aprendida en las páginas, salió hacia un mundo tan distinto al soñado.

Destinado al pueblecito de Navagalamella (Madrid), ejerció su ministerio en forma muy distinta a la que nos tenía acostumbrados el clero español. Se colocó junto a los necesitados. Y los umbrales del cacique no supieron de su presencia. Solamente los traspasó en determinada ocasión: setenta familias padecían los rigores del invierno en frías chozas. El sabía que si los ricos quisieran la situación se remediaría. Y recurrió a ellos. 

Se le oyó fría y despectivamente. Y al hacer hincapié en sus peticiones se le contestó con ira reconcentrada: 

—Parece mentira... Eso que nos pide lo hacen también los revolucionarios. Usted es un comunista.

 —Yo no soy sino sacerdote. Nunca me han interesado las luchas políticas. Pero reconozco que ellos coinciden conmigo. Quieren, como yo, un mundo más humano y justo. 

Y desde entonces la guerra de los ricos contra el nuevo sacerdote entró en periodo franco y abierto. 


Octubre 

En el Seminario de Pamplona la paz monótona y ritual fue rota en la mañana del 6 de octubre del 34. Los seminaristas, alarmados ante el tiroteo de fuera, corrían inquietos de celda en celda, inquiriendo noticias. Nadie se las dio. La curiosidad se estrelló ante el hermetismo del mayor. 

El tiroteo cesó días después. Nueva paz volvió a reinar en la mecánica vida de los alumnos. Pero algo se susurraba. Se decía que el pueblo había intentado sublevarse contra sus verdugos. Pero había que callar. 

Y así dos años más. Al terminar sus estudios se le entregó el nombramiento. Y al llegar al pueblo destinado, al formar las escuelas en favor de los hijos de obreros y campesinos, en sus clases, veía las huellas del hambre reflejadas en las caras infantiles. Y desfilaban en imagen los días de un octubre, para él misterioso, en que una rebeldía santa impulsó el levantamiento. 

Y sin perder la fe en sus doctrinas, cada día se acercaba más a los pobres. 


Y surgió el 16 de julio... 

En el pueblo, todos le querían y veneraban. El nombre de Antonio Varela Berastegui "el cura", era pronunciado con respetuoso cariño. Hasta que un día...

Un nuevo levantamiento surgió en España. Pero ahora era distinto. El era libre de elegir. Y consecuente con su línea, eligió. Se colocó al lado del pueblo. Y Navagalamella le amparó. Puso guardia en su casa para evitar que incomprensivos de fuera le ocasionaran disgustos. 

Pero "el cura" quería ser útil a la causa del pueblo. Y al hablar con él, me dice: 

—Yo continúo creyendo como antes. Fiel a la causa de los oprimidos, cambié mis ropas de sacerdote por la de miliciano. Esta decisión la tomé libremente. Nadie me forzó en esta resolución, sino mi voluntad. Yo podría vivir cómodamente en mi pueblo rodeado del cariño de mis amigos. Pero era preciso hacer algo por la victoria. Ayudarles a conseguirla. Y el 17 de agosto decidí enrolarme en el tercer batallón del primer regimiento de voluntarios de Asturias: "Solicito incorporarme en vuestro batallón. Soy sacerdote. Pero defensor de la causa del pueblo". 

Se acordó pedir informes a Navalagamella. Cuando llegaron se le admitió. 

Con orgullo me muestra su carnet con el número 61 del batallón. 


Yo no soy político 

—En el batallón —me dice— "los camaradas" me trataron con cordialidad y afecto. Se admiraban de que yo, sacerdote, pudiera comprender su lucha, que hice mía. En ocasiones se despertaba en alguno determinada curiosidad por saber mis ideas políticas. 

—¿Tú qué eres, comunista, republicano o socialista? 

—Sacerdote. 

Los "camaradas" me decían una verdad que yo comparto: 

—Nosotros, si perseguimos a los sacerdotes no lo hacemos por el mero hecho de serlo, sino por erigirse en enemigos de la clase trabajadora. Pero los que como tú han estado con nosotros... Quienes como tú saben de nuestras miserias y privaciones, no recibirán de nosotros daño alguno. Son hermanos nuestros.


Herido 

El 22 de enero ingresó en las Milicias Vascas. Pero antes fué herido. En los combates del 10 de noviembre en la Casa de Campo el ex sacerdote Antonio Varela Berastegui, como un miliciano más, estuvo en su puesto de combate. Un obús estalló cercano y le alcanzó. Recogido por sus compañeros comprobaron que estaba herido en las dos piernas. Diez casquillos en la derecha y cinco en la izquierda. 

Ingresó en el hospital. Restablecido, no se acobardó. El había de continuar su línea de luchar con el pueblo contra la amalgama de invasores, interesados en sojuzgar nuestro suelo, e ingresó en los batallones formados por sus hermanos de raza. 

Ahora el Gobierno vasco le reclama. Dentro de unos días el que ayer fué sacerdote, soldado hoy del Ejército popular, abandonará el invicto Madrid camino, de Euzkadi, después de haber mostrado ser un flel defensor de la causa del pueblo. 


Aurora
Ahora, 13 de abril de 1937








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