Lo Último

3487. El cuartel de caballería

El capitán de guardia del regimiento de caballería de Valencia asesinado el 1 de agosto de 1936 (Foto. Archivo ABC)


Desde su cuartel adusto, 
en las riberas del Turia, 
un oficial renegado 
estás bravatas sufría: 
"Valencia, huelo tus campos; 
Valencia, tú serás mía; 
te tomaré por sorpresa 
cuando amanezca de día. 
El pueblo estará dormido 
cuando por Andalucía 
me habrán enviado moros 
mis amigos de Sevilla. 
¡Qué matanza está en los aires, 
que frenesí me domina 
cuando veo las acequias, 
pardas de sangre teñidas! 
Apagaremos la lumbre 
de esa bandera maldita; 
e impondremos por las armas 
la de España, que es la mía. 
Tú, forjador de Sagunto; 
tú, pescador de Gandia, 
se te avecinan las horas 
de rendirme pleitesía; 
cerrarás tus Sindicatos, 
trabajarás todo el día, 
para que sobre tus hombros 
descanse la monarquía. 
¡Ay los olores de huerta, 
los olores que me envía, 
para placer de mí casta, 
dueña y señora de vidas!"
Hablaba así el renegado 
con el odio que tenía, 
en un cuartel de caballos, 
en las riberas del Turia. 
El río viejo pasaba, 
pasaba, pero lo oía 
cuando nocturno, entre hierbas
hacia el mar se dirigía. 
Su venerable cabeza,
por el dolor sacudida, 
emerge por los cañizos 
aprovechando la umbría, 
donde las ramas ocultan 
su potente voz herida:  
"¡Oh tierra que voy regando. 
Quieren arrancar tu vida,
los traidores militares 
ociosos en sus guaridas! 
No pasan ya los soldados 
sobre el puente, por el día, 
no pueden ver las palmeras 
que en calabozos se hastían.
Iremos a liberarlos 
de manos de villanía, 
porque están hoy los villanos
sentados en blanda silla." 
Dijo la voz, y emanando 
del cauce que discurría, 
va la ciudad desvelada, 
pregona por las esquinas, 
por los caminos del puerto 
expande el eco que hacía: 
"Vuestro viejo río os llama. 
¡Traición se os hace en su orilla!"
En la ciudad se consumen 
nerviosas las energías, 
quince noches esperando 
a los de caballería. 
Nadie duerme en sus cercados;
las azoteas vigilan 
muchachos carabineros, 
que van cazando fascistas. 
Alumbradas las mansiones. 
en calles de burguesía, 
simulan escaparates, 
donde la, muerte se enfría. 
"¡Valencia: de madrugada  
querrán tenerte rendida,
con un reguero de sangre, 
manchando tu lozanía!" 
Sordos rumores se escuchan 
al interior de la villa, 
que se discute en los grupos, 
la voz del río cernida. 
Está poblada la noche 
de extraños seres que anidan 
por los árboles copudos, 
y en las acequias vigilan. 
"¡Valencia, cruza del mar 
ese mi puente sin vida,
que por él los militares 
quieren invadir la villa! 
No puedes enviar hijos 
a batirse en serranía, 
mientras cerrado el peligro,
tan cerca esté en tus orillas." 
La voz ha sonado en Cuarte, 
y en el Portal de Valldigna, 
por Ruzafa a Encorts se extiende 
y por la Correjería; 
los finos abaniqueros, 
que ahora llevan carabina, 
los de las manos pintadas 
para la ebanistería, 
los que destilan azahar, 
los riberiegos de Alcira, 
los que cargan en los barcos 
cestos de huerta florida, 
noctámbulos por caminos 
sus pasos ya se avecinan, 
del olor a los caballos 
en la Alameda dormida.

En el adusto cuartel 
de las riberas del Turia, 
escuchan los militares 
esos pasos que venían. 
No saben si serán pasos 
o ramajes que movían, 
si ese rumor es de agua. 
o de gente que acrecían. 
Extinguen la radio alegre, 
que están oyendo Sevilla
y al punto con claridad
llegan las voces; decían: 
"Los militares traidores 
gozan momentos de vida. 
¡Abrid las odiosas puertas 
o asaltamos la guarida! 
Valencia está con nosotros; 
no es vuestra. Valencia es mía; 
Los obreros y artesanos 
que la trabajan y pintan 
lo sabemos por la, boca
del anciano río Turia." 
Palidecidos escuchan 
la sentencia de agonía, 
que en una nube de horror 
les cae de tal cercanía. 
Se agitan por corredores, 
salen al patio y fustigan; 
los soldados van reacios, 
formando en la compañía. 
Todo se vuelve enemigo, 
a su soberbia sucia,
cuando por última vez 
ordenan poner las bridas. 
"Es inútil, renegados 
que aleteáis con angustia; 
las verjas están colmadas
de un temblor de valentía, 
y las ametralladoras 
que habéis puesto en las cornisas, 
no consiguen sino enfrente 
quebrar las cristalerías. 
¡Ésas llaves, insurrectos 
abrid, que el pueblo está encima; 
si le matáis tanta sangre 
yo os he de traer sequía! 
Reinaréis sobre unos campos, 
de charcas sin lozanía, 
donde los mosquitos cundan 
la peste por mis orillas!" 
Despacio amanece, fresca, 
la veraniega colina, 
cuando con su mano, el río, 
las verjas de hierro abría; 
miles de rostros asoman 
por la noche esclarecida, 
con insomnes voluntades 
y el gran tumulto que hacían: 
"¡Venid, valencianos todos, 
los de antiguas Gemanías, 
pisoteemos las piedras 
de la flor de cobardía!" 
Ya relinchan los caballos, 
porque tienen alegría, 
ya los presos van en hombros, 
que ya nadie los fusila; 
ya las armas se arrebatan 
de manos de la perfidia
para volar a los campos
de Teruel y Andalucía.
Los militares huyendo, 
rapaces los perseguían 
y un oficial renegado 
sale a la livor del día 
disparando su pistola, negra, 
cual furia asesina, 
que a un miliciano ha doblado 
con la muerte que caía. 
Arremeten compañeros, 
blancos de pavor en ira; 
desde la acacia un balazo 
al teniente lo derriba, 
quedando los sesos sucios 
sobre la jardinería. 
¡Ay; ni su madre conoce 
a este montón con heridas! 
"No te han enviado moro:'
tus amigos de Sevilla, 
pues que los huertanos cantan: 
Valencia, te tengo mía, 
para que con tus vergeles 
nutras la sangre aguerrida 
que sale a batirse el alma 
contra la peña encendida." 

Y regresaba a su cauce, 
como antaño, el río Turia.


Juan Gil-Albert
Septiembre, 1936


El Mono Azul, 15 de octubre de 1936








No hay comentarios:

Publicar un comentario