María Torres/ 13 diciembre 2011
En España la Iglesia Católica se ha esforzado a lo
largo de los siglos por controlar todos los aspectos de la vida del país. Desde
principios de la Edad Media hasta el día de hoy, ha sido un poder superior
que gobierna en las escuelas, en la prensa, en las Cortes (las asambleas
parlamentarias), en el Gobierno, en el Ejército; sostenida por una militante y
obstinada jerarquía, opulentas órdenes religiosas, el capital y la monarquía.
Cuando la República fue aplastada el Papa Pío
XII, después de haber declarado que debía agradecerse a Dios, porque "una
vez más la mano de la Providencia Divina se ha manifestado sobre España" (transmisión,
el 16 de abril de 1939), envió el texto que figura más abajo a los vencedores.
Franco, el dictador, rindió tributo a la
Iglesia Católica que "colaboró en la victoriosa cruzada y espiritualizó
la gloria de las armas Nacionalistas." y sobre los principios
religiosos, morales, sociales, económicos y como no, políticos, se construyó la
nueva España.
El Catolicismo fue proclamado religión del Estado y la
única religión permitida. Se persiguió al resto de los credos, y sus
ministros fueron arrestados e incluso ejecutados. Un sistema Corporativo,
basado en la Encíclica Papal Quadragesimo Anno, comenzó a funcionar; la
educación religiosa se hizo obligatoria; los libros de texto eran supervisados
por la Iglesia Católica y eran despedidos los maestros que no asistían a misa;
la enorme riqueza de la Iglesia Católica fue devuelta y se restituyeron los
privilegios y las subvenciones para el clero y los obispos.
Como según la Iglesia Católica, la autoridad no deriva
del pueblo, se invistió con autoridad absoluta a un hombre, que se
convirtió en la piedra angular de un Estado construido como una réplica exacta de
la Iglesia Católica.
No olvidemos que Francisco Franco fue Caudillo
de España por la gracia de dios, sólo responsable ante dios y ante
la Historia.
Discurso de Pío XII sobre la victoria
franquista
16 de abril de 1939
Con inmenso gozo Nos dirigimos a vosotros, hijos
queridísimos de la Católica España, para expresaros nuestra paterna
congratulación por el don de la paz y de la victoria, con que Dios se ha
dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probado en
tantos y tan generosos sufrimientos.
Anhelante y confiado esperaba Nuestro Predecesor, de
s. m., esta paz providencial, fruto sin duda de aquella fecunda bendición, que
en los albores mismos de la contienda enviaba «a cuantos se habían propuesto la
difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de
Dios y de la Religión»; y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la que él
mismo desde entonces auguraba, «anuncio de un porvenir de tranquilidad en el
orden y de honor en la prosperidad»
Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se
han vuelto a manifestar una vez más sobre la heroica España. La Nación elegida
por Dios como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como
baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del
ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima
de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu. La propaganda
tenaz y los esfuerzos constantes de los enemigos de Jesucristo parece que han
querido hacer en España un experimento supremo de las fuerzas disolventes que
tienen a su disposición repartidas por todo el mundo; y aunque es verdad que el
Omnipotente no ha permitido por ahora que lograran su intento, pero ha tolerado
al menos algunos de sus terribles efectos, para que el mundo viera, cómo la
persecución religiosa, minando las bases mismas de la justicia y de la caridad,
que son el amor de Dios y el respeto a su santa ley, puede arrastrar a la
sociedad moderna a los abismos no sospechados de inicua destrucción y
apasionada discordia.
Persuadido de esta verdad el de sano pueblo español,
con las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la
generosidad y la franqueza, se alzó decidido en defensa de los ideales de fe y
civilización cristianas, profundamente arraigados en el suelo de España; y
ayudado de Dios, «que no abandona a los que esperan en Él (Jdt 13, 17) supo
resistir al empuje de los que, engañados con lo que creían un idea humanitario
de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo.
Este primordial significado de vuestra victoria Nos
hace concebir las más halagüeñas esperanzas, de que Dios en su misericordia se
dignará conducir a España por el seguro camino de su tradicional y católica
grandeza; la cual ha de ser el norte que oriente a todos los españoles, amantes
de su Religión y de su Patria, en el esfuerzo de organizar la vida de la Nación
en perfecta consonancia con su nobilísima historia de fe, piedad y civilización
católicas.
Por esto exhortamos a los Gobernantes y a los Pastores
de la Católica España, que iluminen la mente de los engañados, mostrándoles con
amor las raíces del materialismo y del laicismo de donde han procedido sus
errores y desdichas y de donde podrían retoñar nuevamente. Proponedles los
principios de justicia individual y social, sin los cuales la paz y prosperidad
de las naciones, por poderosas que sean, no pueden subsistir, y son los que se
contienen en el Santo Evangelio y en la doctrina de la Iglesia.
No dudamos que así habrá de ser, y la garantía de
Nuestra firme esperanza son los nobilísimos y cristianos sentimientos, de que
han dado pruebas inequívocas el Jefe del Estado y tantos caballeros sus fieles
colaboradores con la legal protección que han dispensado a los supremos
intereses religiosos y sociales, conforme a las enseñanzas de la Sede
Apostólica. La misma esperanza se funda además en el celo iluminado y
abnegación de vuestros Obispos y Sacerdotes, acrisolados por el dolor, y
también en la fe, piedad y espíritu de sacrificio, de que en horas terribles
han dado heroica prueba las clases todas de la sociedad española.
Y ahora ante al recuerdo de las ruinas acumuladas en
la guerra civil más sangrienta que recuerda la historia de los tiempos
modernos, Nos con piadoso impulso inclinamos ante todo nuestra frente a la
santa memoria de los Obispos, Sacerdotes, Religiosos de ambos sexos y fieles de
todas edades y condiciones que en tan elevado número han sellado con sangre su
fe en Jesucristo y su amor a la Religión católica: «maiorem hac dilectionem nemo
habet», «no hay mayor prueba de amor » (Jn 15, 13).
Reconocernos también nuestro deber de gratitud hacia
todos aquellos que han sabido sacrificarse hasta el heroísmo en defensa de los
derechos inalienables de Dios y de la Religión, ya sea en los campos de
batalla, ya también consagrados a los sublimes oficios de caridad cristiana en
cárceles y hospitales.
Ni podemos ocultar la amarga pena que nos causa el
recuerdo de tantos inocentes niños, que arrancados de sus hogares han sido
llevados a lejanas tierras con peligro muchas veces de apostasía y perversión:
nada anhelamos más ardientemente que verlos restituidos al seno de sus
familias, donde volverán a encontrar ferviente y cristiano el cariño de los
suyos. Y aquellos otros, que como hijos pródigos tratan de volver a la casa del
Padre, no dudamos que serán acogidos con benevolencia y amor.
A Vosotros toca, Venerables Hermanos en el Episcopado,
aconsejar a los unos y a los otros, que en su política de pacificación todos
sigan los principios inculcados por la Iglesia y proclamados con tanta nobleza
por el Generalísimo: de justicia para el crimen y de benévola generosidad para
con los equivocados. Nuestra solicitud, también de Padre, no puede olvidar a
estos engañados, a quienes logró seducir con halagos y promesas una propaganda
mentirosa y perversa. A ellos particularmente se ha de encaminar con paciencia
y mansedumbre Vuestra solicitud Pastoral: orad por ellos, buscadlos,
conducidlos de nuevo al seno regenerador de la Iglesia y al tierno regazo de la
Patria, y llevadlos al Padre misericordioso, que los espera con los brazos
abiertos.
Ea pues, queridísimos hijos, ya que el arco iris de la
paz ha vuelto a resplandecer en el cielo de España, unámonos todos de corazón
en un himno ferviente de acción de gracias al Dios de la Paz y en una plegaria
de perdón y de misericordia para todos los que murieron; y a fin de que esta
paz sea fecunda y duradera, con todo el fervor de Nuestro corazón os exhortamos
a «mantener la unión del espíritu en el vínculo de la paz » (Ef 4, 2-3). Así
unidos y obedientes a vuestro venerable Episcopado, dedicaos con gozo y sin
demora a la obra urgente de reconstrucción, que Dios y la Patria esperan de
vosotros.
En prenda de las copiosas gracias, que os obtendrán la
Virgen Inmaculada y el Apóstol Santiago, patronos de España, y de las que os
merecieron los grandes Santos españoles, hacemos descender sobre vosotros,
Nuestros queridos hijos de la Católica España, sobre el Jefe del Estado y su
ilustre Gobierno, sobre el celante Episcopado y su abnegado Clero, sobre los
heroicos combatientes y sobre todos los fieles Nuestra Bendición Apostólica.
La implicación de la iglesia católica con el genocidio franquista, fue fundamental. Se asesinaba por mandato divino, y así no había ni responsabilidad ni culpa en los asesinatos. Todo por mandato divino.
ResponderEliminarFueron complices del genocidio, de la represión institucionalizada. Açun esperamos que alguien pida perdón ...
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