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150. Jorge Pérez Troya



Al terminar la guerra, me encontraba en el ejercito de Cataluña, por lo tanto tuve que atravesar la frontera y incorporarme en el campo de San Cyprien donde estábamos guardados por senegaleses. Como se sabe por otros documentos y testimonios, fuimos muy mal recibidos por el gobierno francés.

Ingresé en el Partido Comunista en este campo, pues en España, no pertenecía a ningún partido ni organización sindical.

Allí, nos organizaron en compañías de trabajadores (CTE), la mía era la 211a. Nos mandaron a trabajar para arreglar los daños que había causado el desbordamiento del río Ter, en viñas, caminos y otros puntos. Después nos mandaron con diferentes patrones a trabajar en otras viñas así hasta que estallo la guerra con Alemania. Francia fue cortada en dos zonas: una zona ocupada (por los alemanes) y una zona “libre”que controlaba el mariscal Petain.

Luego  los franceses nos entregaron a los nazis: unas compañías fueron a parar directamente al campo de Mauthausen, otras a la línea de defensa fortificada Maginot, y la mía, que seguía siendo la 211a, fue mandada a Brest (campo de Saint Pierre) para hacer refugios para los submarinos alemanes en el canal de la Mancha. Lo que suponía estar bombardeados todos los días por la aviación aliada.

Un día nos reunimos por primera vez la organización del partido y de la JSU y decidimos que aquella misma noche teníamos que escapar de allí. Así hicimos cada uno por nuestro lado. Yo por mi parte fui a parar a la estación de ferrocarriles de Brest Los demás no se como se las arreglaron para escapar.

Estando en la estación de Brest se acerco un señor que hablaba español. Me puso la mano encima del hombro preguntándome que si venia del campo de Saint Pierre. Dije que si, y me hizo esperar unos momentos que yo creía que iba a llamar a la policía. Pero no fue así. Se presentó con un billete de tren hasta Burdeos, una caja de galletas y dos direcciones. Me subí al tren y fui hasta Burdeos. Una vez en Burdeos me presenté a las direcciones que me dio aquel desconocido y así empecé a entrar en la Resistencia. Hicimos varios atentados, volando trenes y líneas de alta tensión.

Empecé a  trabajar en el matadero general de Burdeos. Allí la Resistencia consistía en sabotear todo lo que saliera en los trenes hacia Alemania, y en sacar carne para los presos y sus familiares. En los hornos que servían para ahumar salchichones y jamones para los alemanes, en lugar de ponerlos para ser ahumados, los echábamos directamente al horno para que se quemaran. Y la carne la sacábamos en los cubos de la basura que recogían los camaradas de la Resistencia del exterior del matadero. Así pasábamos los días, haciendo acciones contra el invasor nazi, hasta que recibí la orden de incorporarme en París.

Aquí en París entré en un grupo de Resistencia donde estaba Luis Montero, Fernández, Cagancho y María Illena entre otros. Hicimos varias operaciones idénticas a las que hacíamos en Burdeos. Yo era responsable de grupo donde éramos 6 o 7 camaradas que en estos momentos no recuerdo.

En la calle Vaugirard, atacamos un local que los alemanes dedicaban para distraerse. Después continuamos atacando grupos de alemanes por las calles de París. Custodiamos también a los camaradas que hablaban a la salida de los obreros de la fabrica Renault. En el distrito 16 de París, atacamos la casa de la milicia fascista francesa cuando estaban celebrando una reunión en dicha casa. En Issy les Moulineaux atacamos una formación de soldados alemanes y así donde surgieron concentraciones o en bares.

Y así hasta que un día fui a recoger materiales en una casa situada en el numero 19 de la calle des Chaufourniers en París 19. Al entrar en el piso me encontré con dos pistoleros de la milicia francesa. Allí me detuvieron y me llevaron al depôt de la policía francesa en la prefectura. Me subieron al primer piso y recibí la paliza más grande que se puede imaginar, golpes por todas las partes del cuerpo y sangrando por la nariz, por la boca y por todo el cuerpo. Me tiraron al suelo creyendo que estaba muerto y cogiéndome por las manos y los pies, me bajaron al deposito donde estaban otros presos. Me dejaron allí como muerto. Ocho días después, gracias a los medicamentos que me dieron los de las Juventudes Francesas que recibían de sus familiares, pude salir adelante. Ocho días mas tarde me daban de comer con un dedo por la boca porque no podía recibir la comida de otra manera. Unos días después me mandaron a la cárcel de Fresnes, 2° piso célula n°63, y allí estuve solo unos dos meses.

Con  una sardina salada y un panecillo cada día.

Una noche, sobre las cuatro de la madrugada se presento un soldado alemán que yo cría que era para fusilarme. Sobre la cama tenia un chapetón de cuero del Ejercito de la República. No me lo puse, creyendo que no lo iba a necesitar. Pero al salir de la celda, el soldado me lo puso sobre los hombros, lo que me hizo pensar en otra cosa. Me bajaron, me metieron en un furgón y me llevaron al Castillo de Romainville donde solían fusilar todos los días. Me metieron en una nave donde estaban todos los presos.

Todas las mañanas, al ser de día, nos formaban, nos contaban y, acto seguido, aparecía un oficial alemán con unos soldados con metralletas y perros.

De las filas de los presos, sacaban unos quince y los fusilaban.

En Romainville, estuve una semana hasta que un día nos apartaron a unos cuantos y nos metieron en un furgón. Nos llevaron a la estación del Este y allí nos subieron en un vagón de animales. Y desde aquí salimos marchando en dirección desconocida hasta que el día siguiente paramos en el pueblo de Mauthausen. Nos llevaron al campo del mismo nombre. Me desnudaron, me pelaron, nos miraron la boca para ver si teníamos dientes de oro, nos quitaron la ropa de civil y nos dieron el traje del campo de concentración. A partir de ese momento, no nos llamaban por nuestro nombre sino por un numero que nos dieron a cada uno de nosotros (el mío era el numero 25.537) y nos metieron en la barraca de cuarentena donde teníamos que dormir con los pies cruzados con el cuerpo de otro porque faltaba sitio para dormir.

Unos días después nos mandaron a la barraca n°11 donde había otros presos en las mismas condiciones. Allí estuve algunos días sín poder salir de la barraca, hasta que por fin un día me bajaron a la cantera de piedras de granito, donde el Fhurer decía que con aquellas piedras haría un monumento a su ejercito en todas las capitales que ocuparan, aquellas piedras había que sacarlas a hombro por una escalera que en los 186 escalones que cuenta la escalera habían muerto tres mil españoles, y así teníamos que subir todos los días, los que morían al no poder subir con las piedras que les ponían los cabos de presos comunes a quien daban un poco mas de comida y un paquetillo de tabaco.

En el campo formamos un comité político de personas de todas nacionalidades y de confianza que se encargaban de recoger noticias para que los presos no se desmoralizarán, así pasaban los días y los anos hasta que llego el día de la liberación donde atacamos los guardias que quedaban el campo, nos liberamos y perseguimos al responsable del campo al que matamos en un bosque de las cercanías del campo, que iba vestido de tyroliano, el resto de los alemanes los echamos al otro lado del Danubio, y a la mañana siguiente se presentaron los tanques americanos y quedamos liberados. 

Regresamos a París, y en el hotel Lutetia que acogía la llegada de los deportados y que había que distribuirlos según su estado de salud, unos iban a los hospitales y otros quedaban allí para recuperar fuerzas. Aquí me tire dos años haciendo la clasificación de todos los que iban llegando.

A los dos años, me planteo el Partido que si quería desarrollar la organización de Resistencia contra Franco porque este se quedaba en España a pesar de ganar la guerra los aliados y del proceso de Nuremberg que había condenado a los nazis alemanes. Respondí al llamamiento del Partido y regresé a España seis veces cruzando los pirineos a pie y de noche, para desarrollar la organización contra el franquismo hasta que vino la democracia.

Con el franquismo fui detenido y juzgado por el tribunal militar. Los jueces pidieron 20 años de cárcel pero no pudieron demostrar que era un enlace con la dirección del Partido y me dejaron en cuatro años en Carabanchel; pena que no cumplí porque se aceleraron los acontecimientos. Fui liberado porque se presentó Monsieur Emile Valley que era el secretario general de la Amical de Mauthausen, dio las cincuenta mil pesetas que pedía para ponerme en libertad y así continué hasta que llego la democracia en nuestro país.

El que lea este relato puede imaginar que he continuado con la lucha por la democracia en nuestro país a pesar de todas las cosas que después hemos tenido que soportar.


Jorge Pérez Troya





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