Niños muertos por los efectos de los bombardeos sobre la población civil
Archivo fotográfico del Arxiu Històric de la Ciutat, Barcelona
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El País de Catalunya - Hilari Raguer - 11 MAR 2012
Los bombardeos de los días 17, 18, 19 y 20 de marzo de
1938 fueron muy especiales y con severa reacción internacional.
Barcelona fue bombardeada a lo largo de toda la Guerra
Civil, pero los bombardeos de los días 17, 18, 19 y 20 de marzo de 1938 fueron
muy especiales. En vez de la táctica habitual de atacar con el mayor número
disponible de aviones y lanzar todas las bombas en un lugar y un momento
determinados para producir un efecto más contundente, aquellos días los ataques
aéreos italianos desde Mallorca se programaron en una cadena ininterrumpida,
día y noche, de modo que los ciudadanos no sabíamos si las sirenas anunciaban
la llegada de los aviones o que ya había pasado la alarma. Por otra parte, si
los objetivos solían ser el puerto, los depósitos de gasolina y las estaciones
ferroviarias, aquellos días se atacaron preferentemente barrios residenciales.
Joan Villarroya, que es quien más a fondo ha estudiado aquellos bombardeos,
recorrió los archivos de los hospitales de Barcelona y examinó los partes de
llegadas de muertos y heridos, en los que se indicaba el lugar donde habían
sido recogidos. Situando estos lugares en un plano de la ciudad, puede verse
gráficamente el ataque a barrios residenciales. El balance oficial de víctimas
contabilizó 875 muertos (entre ellos 118 niños, la mayoría de ellos alumnos de
una escuela que se habían refugiado en la iglesia de Sant Felip Neri) y más de
1.500 heridos.
Fueron bombardeos de intencionalidad literalmente
terrorista. He tenido en mis manos, en el Archivio Centrale dello Stato de
Roma, los originales de dos telegramas personales de Mussolini al alto mando
del cuerpo expedicionario italiano. En uno ordena que, para cooperar con la
ofensiva de Aragón, se emprendan ataques aéreos para terrorizare le retrovie (“aterrorizar
la retaguardia”, sic). En el otro dispone que se haga algo sonado para distraer
la atención pública de los actos que los antifascistas preparan en París para
conmemorar el primer aniversario de la batalla de Guadalajara. Ya después de
aquella sonada derrota había escrito Mussolini en Il Popolo d’Italia: “Los
muertos de Guadalajara serán vengados”.
La reacción internacional fue severa. El secretario de
Estado norteamericano dijo el 21 de marzo, en una declaración oficial: “En esta
ocasión, cuando la pérdida de vidas entre la población no combatiente es quizá
mayor de lo que jamás lo haya sido en la historia, creo que estoy hablando en
nombre de todo el pueblo norteamericano cuando expreso un sentimiento de horror
por todo lo que ha sucedido en Barcelona”. El embajador nazi Von Stohrer
informaba así desde Salamanca: “He sabido que los efectos de los ataques aéreos
efectuados hace unos días sobre Barcelona por bombarderos italianos han sido
literalmente terribles. Casi todos los barrios de la ciudad han sufrido. No hay
ningún indicio de que se haya querido alcanzar objetivos militares”. Pero la
reacción que más dolió a Franco fue la del Vaticano. El Osservatore romano del
24 de marzo deploraba los muertos de los bombardeos de Barcelona, “víctimas inocentes,
que la Santa Sede más que nadie deplora”, recordaba las “palabras de moderación
y consejos de blandura” que repetidamente había dirigido a los responsables y
anunciaba que el Papa, el día 21, había encargado a su representante, monseñor
Antoniutti, “un nuevo y urgente paso cerca del Generalísimo Franco”. Más
contundente fue la nota del Osservatore del 10 de junio: “Los centros
bombardeados no tienen ningún interés militar, ni se hallan en la proximidad de
centros militares o de edificios públicos que de cualquier modo sean de interés
para ganar la guerra”, y hablaba literalmente de “inútil matanza de la
población civil”.
Había discutido mucho sobre estos bombardeos con don
Ramón Salas Larrazábal, hombre honrado y concienzudo historiador, pero condicionado
por su ideología franquista. Él justificaba aquellos bombardeos alegando que
toda Barcelona era un inmenso polvorín. En vano le aducía yo la condena del
Vaticano y hasta de los alemanes. Finalmente, un día le dije: “Es inútil que
sigamos discutiendo, porque nunca nos entenderemos, pues usted veía aquellos
bombardeos desde arriba y yo los veía desde abajo”.
Hilari Raguer es historiador y monje de
Montserrat
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