Familiares de 29 fusilados de Cervera del Río Alhama (La Rioja) en 1978 - Foto cedida por Jesús V. Aguirre |
Relato de un grupo de curas que abrió
fosas de fusilados y reprobó la actitud de la Iglesia con Franco.
Natalia Junquera - El País, 26 de marzo de 2012.
No quisieron esperar más, y a la muerte
de Franco, un grupo de viudas e hijos de fusilados se lanzaron a la búsqueda y
apertura de las fosas donde los asesinos habían arrojado a sus familiares. En
Navarra y La Rioja, arrodillados en la tierra, sin más herramientas que una
pala y las propias manos, les acompañaban algunos sacerdotes. Sacerdotes como
Victorino Aranguren, Eloy Fernández, Dionisio Lesaca, Vicente Ilzarbe... que
ayudaron a aquellas viudas a desenterrar a sus maridos y que en los funerales
que oficiaban en su memoria pidieron perdón por el comportamiento de la Iglesia
durante la Guerra Civil: “Esta sangre nos salpicó también”, “si decimos que no
hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso”, “desde aquí, yo, sacerdote, aunque
pecador, os pido perdón en nombre de la Iglesia...”.
“Participé en muchas exhumaciones. Era
muy impactante. Las viudas decían: ‘Ese es mi marido, que era un poco chambo’,
‘ese otro es el mío, que le puse yo esa medallita...”, recuerda hoy Victorino
Aranguren, sacerdote, de 80 años. “Besaban los huesos como si fueran reliquias
y me pedían que los besara yo también. Todos tenían el cráneo agujereado por el
tiro de gracia”.
Lo llamaron Operación Rescate. “Les
cogimos por sorpresa. Aprovechamos el inicio de la democracia para hacer algo
que queríamos hacer desde hacía mucho”, añade. En septiembre de 1971 había
hecho un primer intento para que la Iglesia “reconociera el daño causado y
pidiera perdón” en la Asamblea Conjunta de Obispos-Sacerdotes, celebrada en
Madrid. Aranguren redactó la propuesta, que no obtuvo los votos suficientes
(dos tercios) para salir adelante.
Estos curas recibieron presiones y
cartas muy desagradables, “de seglares y de curas”, aclara Aranguren. “Nos
llamaban sinvergüenzas. Otros sacerdotes nos decían que parecía mentira que no
justificáramos la guerra del 36. Muchos estaban convencidos de que había sido
una cruzada [en una pastoral conjunta en julio de 1937, los obispos declararon
el golpe militar “cruzada religiosa salvadora de España”], algo muy bueno,
porque después de la guerra vino un resurgir de las prácticas religiosas, que
desde mi punto de vista era un resurgir un poco engañoso. Los obispos estaban
ciegos. No veían la falta de libertades. La Iglesia siempre tiene el peligro de
apoyarse en el poder, y se apoyó mucho en Franco”.
En aquella asamblea de 1971, a
iniciativa de este grupo de sacerdotes navarros, se habló del derecho de
reunión, de asociación... “Franco prohibió la segunda edición del libro que
salió de aquella asamblea porque decía que en España se estaban violando
derechos humanos. Hubo una campaña muy grande de desprestigio hasta que hombres
del Gobierno y de la Iglesia enterraron la asamblea”.
En 1974 encargaron a los historiadores
Víctor Manuel Arbeloa y José María Jimeno Jurío una lista de fusilados en
Navarra. Después crearon una comisión conjunta de sacerdotes y familiares. A
veces eran estos últimos los que acudían a los curas para pedir ayuda y otras
veces era al revés. “Íbamos a visitar a las viudas, a contarles que podíamos
recuperar los restos y celebrar un funeral y veíamos a familias aterrorizadas,
absolutamente humilladas, que no se atrevían ni a hablar entre ellas de lo que
les había sucedido”, explica Aranguren. A veces, los sacerdotes también
hablaban con los asesinos. Aranguren recuerda que tras un funeral en el que
dijo que no habían encontrado a todos los fusilados que buscaban, uno de los
pistoleros fue a hablar con él. “Vino a verme a las tres de la mañana. ‘Yo
estaba allí’, me dijo. Y esa misma noche, con una linterna, me llevó al sitio
donde estaba enterrado ese fusilado que nos faltaba. Tenía las manos atadas con
alambre”.
Hasta 1981, estas comisiones de
sacerdotes y familiares recuperaron a 3.501 fusilados en 56 pueblos de Navarra
y 10 de La Rioja. Tras los funerales se levantaron en los cementerios
“monumentos muy similares a los que ya tenían los muertos del bando nacional,
que habían sido elevados a la categoría de mártires y héroes mientras los
fusilados de izquierdas habían caído en el olvido”, recuerda el sacerdote Jesús
Equiza.
En Arnedo (La Rioja), el párroco se negó
en redondo a participar en algo parecido. “Y fueron los sacerdotes navarros los
que nos ayudaron y los que celebraron el funeral”, recuerda José Urbano Muro,
nieto de fusilado. “Recuperamos los restos de 51 fusilados. Los asesinos eran
vecinos. Y el día del funeral, atravesamos el pueblo y la gente bajaba las
persianas al paso de los ataúdes. Aún había muchísimo miedo”, agrega.
También eran del mismo pueblo los que
mataron a los 29 de Cervera del Río Alhama, entre ellos, tres mujeres y un
chaval de 15 años. Las víctimas dejaron “52 hijos sin padres”, recuerda José
Vidorreta, que tenía seis meses cuando mataron a su padre, e impulsó en 1977
uno de los primeros homenajes a los fusilados. “El sacerdote Tomás Navarro nos
ayudó a trasladar los restos y pronunció un discurso muy emocionante en la
plaza del pueblo. Él sí nos ayudó, pero los curas de La Rioja no habían hecho
nada para evitar los fusilamientos. Al revés”, dice.
Terminadas las exhumaciones y los
funerales, los sacerdotes Victorino Aranguren, Dionisio Lesaca y Eloy Fernández
publicaron en una revista de las Comunidades Cristianas Populares Historia de una ignominia y de
una rehabilitación algo tardía,
donde explicaban aquella experiencia: “Sentíamos en carne viva el largo
silencio de la Iglesia (...)aquellos hombres no eran malos, tenían unos nobles
ideales republicanos y fueron injustamente asesinados (...). Cuánto dolor hemos
palpado en estas familias porque vieron que la Iglesia jerárquica española
apoyaba la Guerra Civil, se identificaba con los sublevados contra la República
y no impidió estas muertes. Y porque fueron los matones los que frecuentaban
las iglesias y se tenían por buenos y católicos, a veces amigos de los curas.
No. La guerra civil del 36 no fue una cruzada religiosa, salvadora de España
(...). Fue fundamentalmente lucha de intereses económicos contrapuestos (...),
cortar brutalmente una revolución social que, corrigiendo deficiencias, podía
haber traído una sociedad más justa”.
Eran la excepción. Todavía lo son. El
presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, es
contrario a la ley de memoria histórica. “Si en todas las provincias se hubiera
hecho entonces lo que se hizo en Navarra y La Rioja, hoy no seguirían llenas
tantas fosas y cunetas”, opina Aranguren. “Es una humillación que sigan ahí. Y
una obligación de la sociedad sacarlos. Muchos obispos creen que no debería
tocarse este asunto, que es reabrir heridas, cuando es justamente lo
contrario”. Este sacerdote cree que el exjuez “Garzón iba por el buen camino” y
agrega: “Pienso en la pacificación en Euskadi con ETA y en el ejemplo admirable
que dieron esos familiares de los fusilados, que perdonaron a la Iglesia, a los
que mataron, a todos. Hay que pedir perdón a las víctimas, y las víctimas
tienen que aceptar también ese perdón. Aunque cueste”.
Partidas de defunción de fusilados escritas por el sacerdote Victorino Aranguren |
Es emocionante, gracias.
ResponderEliminar