“Y
no hallé cosa en que poner mis ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.”
Francisco
de Quevedo
Heredarás la pena desde el oscuro rincón del recuerdo
donde habita la triste
memoria de los vencidos
y que como muertos
cautivos no hallan reposo.
Camina junto al precipicio desolado de su ausencia
aunque se escuchen con
recelo los miedos y el odio
de los que jamás
tuvieron ni tienen corazón.
Camina junto a ellos cada amanecer, hilando sueños,
métete a horcajadas en
las entrañas de la noche
buscando sus nombres sin
cuerpo y no calles.
Libéralos del olvido de la historia escrita con sangre,
que el silencio no se
agolpe nunca en tus ojos
aunque las lágrimas
desalojen tus renovadas ilusiones.
Viaja en el tiempo como en un bucle y vive el duelo
de los hijos enterrados,
aquellos que no tienen la esperanza
de la luz, la justicia y
la dignidad. Aprieta los dientes.
Pero
no vayas a llorarles porque son grito de libertad,
materia de la tierra
húmeda, aliados de la lluvia,
argumento de tu sangre y
memoria de resistencia
donde la muerte no es
tan solo la triste palabra,
la ausencia, el llanto o
la nada eterna y permanente.
La muerte es más que
nunca el recuerdo de los vivos.
No caigas en el precipicio del olvido,
porque te sobran, nos
sobran, los motivos.
© María
Torres
Mayo
2012
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