El
archivo de la memoria gráfica colectiva de la Guerra Civil expone en Ginebra
más de 650 imágenes casi desconocidas en España.
EFE GINEBRA 13/07/2012
Parecen muñecas rotas y
sucias apiladas en el suelo, pero no lo son. Son un grupo de niñas, víctimas de
un bombardeo en Zaragoza en marzo de 1937. Es la imagen del horror de la
guerra, una foto captada por un delegado del Comité Internacional de la Cruz
Roja (CICR) que forma parte del valioso e inédito archivo que esta organización
tiene en su sede central en Ginebra. Junto a esta foto, hay otras 654 que
muestran a civiles caídos junto a una cuneta tras ser ametrallados desde
aviones en la carretera que une Málaga y Almería, a familias con la evidente
huella de la malnutrición en Barcelona y a brigadistas internacionales presos
en el campo de prisioneros que los franquistas instalaron en San Pedro de
Cardeña (Burgos).
También golpean la mirada las
imágenes de destrucción de la madrileña plaza de Antón Martín, la de dos niñas
refugiadas en la capital de España que miran al fotógrafo con una mezcla de
timidez, curiosidad y diversión, y la de las lesiones que se causaban los
combatientes para no volver al frente de batalla. La memoria gráfica colectiva
de la Guerra Civil española (1936-39) gira por lo general en torno al frente de
batalla. Pero lo novedoso de estas imágenes es que acercan la terrible y
violenta realidad de la retaguardia, de los prisioneros en ambos bandos, de las
familias que esperaban noticias de sus seres queridos que quedaron del otro
lado, de los niños que hacían cola para conseguir un bote de leche condensada.
Cuando se cumplen 76 años
desde el inicio de la contienda, este archivo fotográfico es casi desconocido
en España, pese a que fue transferido de manera íntegra en 2008 al Centro
Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. Los originales están en
Ginebra, donde su consulta está abierta a investigadores, historiadores,
estudiantes y periodistas, y donde, hasta la fecha, han pasado casi
desapercibidos. Fabrizio Bensi, archivista de la Cruz Roja y gran conocedor de
los grandes conflictos del siglo XX, considera que estos fondos documentales
"merecen la atención de los historiadores españoles e investigadores
interesados en elaborar una historia integral de este conflicto".
"Pocos investigadores se
han acercado a estos archivos, sobre todo por el hecho de que hay una falta de
conocimiento de la intervención del CICR en la guerra de España", añade su
colega Daniel Palmieri, para quien el valor central de este archivo es que
ofrece "la mirada de una institución humanitaria que no era parte
implicada en el conflicto". "Es también -añade Palmieri- la mirada de
simples ciudadanos que fueron 'lanzados en paracaídas' en plena guerra civil y
que se vieron frente a las atrocidades que estaban ocurriendo allí". Esos
"simples ciudadanos" fueron los 15 delegados que la Cruz Roja envió a
España para reforzar sus nueve oficinas locales y ayudar a la población civil.
Viajaron a España con la
misión de facilitar la localización y el intercambio de prisioneros, distribuir
alimentos y suministros médicos, y reagrupar a las familias que quedaron
divididas entre las "dos Españas". En su equipaje personal incluyeron
cámaras fotográficas, con las que dejaron este legado gráfico de gran valor
histórico. Estos "misioneros humanitarios", como los define la propia
Cruz Roja, no eran Robert Capa ni Agustí Centelles, ni pretendían serlo, pero
sus fotos están a la altura de las de los dos grandes fotógrafos de la
contienda española, porque tuvieron acceso prácticamente ilimitado en las
retaguardias del conflicto.
Fruto de ello fueron las
visitas, y sus respectivas fotos, de cárceles y campos de prisioneros de ambos
bandos, donde llegaron a conocer la situación de 89.000 presos, misiones en las
cárceles que continuaron hasta el final de la guerra en el lado republicano y
que el lado rebelde suspendió en agosto de 1938. El intercambio de presos fue
uno de los grandes objetivos del Comité Internacional de la Cruz Roja, que
designó como máximo responsable en España a Marcel Junod, un médico con
experiencia previa sobre el terreno en Etiopía, durante la segunda guerra de
Abisinia (1935-36).
Junod tuvo como misión
"humanizar" la guerra, inicialmente mediante el canje de prisioneros
entre "rojos y blancos", la reveladora terminología que utilizaba la
Cruz Roja para nombrar a los bandos enfrentados en España y que tenía su origen
en la guerra civil rusa entre zaristas y bolcheviques. Palmieri explica que
Junod y la mayor parte de los delegados "no eran neutrales ideológicamente
hablando". "La mayor parte de ellos eran oficiales del ejército suizo
y por lo tanto más bien posicionados a la derecha del tablero político.
Algunos, como anticomunistas, tenían una cierta admiración por el ejército
franquista, que a sus ojos encarnaba el orden", dijo.
"Sin embargo, una vez en
España, en contacto con las víctimas, tanto republicanas como profranquistas,
los delegados no se dejaron subyugar por su sentimiento político y demostraron
una imparcialidad total, ayudando a todas las víctimas de la misma
manera", indicó. Todos ellos escribieron durante la guerra decenas de
informes, que forman parte también del archivo y que son un gran pie de foto
descriptivo del horror de la guerra. Los más prolijos son los de Marcel Junod,
que llega a España a finales de septiembre de 1936 y que pronto se da cuenta de
que choca contra un muro cuando habla de Convenciones internacionales, de leyes
de la guerra y de respeto a las poblaciones civiles.
Para abril de 1937, cuando la
guerra aún no ha llegado a su primer año, la frustración y la impotencia son evidentes
en los informes de Junod, que describe España como "un país donde el
asesinato y las ejecuciones han llegado a un grado que la Historia no ha
conocido jamás". "El problema de los asesinatos no es ni rojo, ni
blanco, sino sencillamente español", concluye el delegado.
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