Montserrat Roig i Fransitorra
(Barcelona, 13 de junio de 1946 - 10 de noviembre de 1991)
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Señor Ramón Serrano Súñer: acabo de leer en la prensa unas manifestaciones suyas, a propósito de la emisión del telefilme Holocausto. En ellas usted dice que «en España no se tuvo conocimiento de la existencia de los campos de exterminio nazis hasta entrado el año 1943, o tal vez hasta 1944, porque, como escribí en un libro hace ya mucho tiempo, esas cosas no se realizaron con publicidad, y la sorpresa y consternación que su conocimiento nos produjo fue para nosotros especialmente grande y dolorosa, como sin duda también lo sería para tantos alemanes dotados de sentimientos de piedad». No sé si el libro a que usted se refiere es Entre Hendaya y Gibraltar publicado por primera vez en 1946. Ciertamente, usted afirma en su libro que cuando fue en delegación a Berlín, el 13 de septiembre de 1940, para mantener conversaciones con su colega alemán, el ministro de Asuntos Exteriores, barón Von Ribbentropp, no sabía nada del genocidio nazi, pero no niega que vio la estrella judía en la espalda y el brazo de los segregados, y que aquello le llevó a sospechar que el interior del engranaje de aquella máquina podía ser terrible.
Hacía exactamente un mes que el presidente de la
Generalidad, Lluis Companys, había sido detenido en La Baule (Bretaña) por la
Gestapo, acompañada de agentes franquistas.
Señor Serrano Súñer: usted es católico, y estoy segura
que es un hombre que siente piedad. Es por estas razones que quisiera hacerle
unas cuantas preguntas que usted puede responder ante la historia.
Una vez ya le pregunté, no sé si lo recordará, si
durante su conversación con Ribbentropp sabía que había republicanos españoles
en el campo de exterminio de Mauthausen. Y si se lo había comentado al ministro
alemán. Usted me respondió: «Se lo comenté de pasada, porque alguien me lo dijo
en el avión de ida. Los nazis me dijeron que no eran españoles, sino gente que
había combatido contra ellos en Francia.»
Usted, pues, admitió que «alguien» le había informado
sobre la existencia de españoles en los campos nazis. Usted, parece, se
conformó con la respuesta de que no eran españoles, sino «gente que había
combatido contra los alemanes en Francia».
Entonces yo intenté explicarle quién era esa «gente».
Se trataba de prisioneros que procedían de los batallones de Maroja, compañías
de trabajo y de campos de refugiados civiles. No eran judíos, no pertenecían a
un país ocupado por el ejército alemán.
Parte de esa «gente» estaba formada por ancianos y
niños refugiados en Angouleme y que habían pasado la frontera en febrero de
1939, huyendo del terror franquista. Eran la escoria de la escoria. Gente
parecida a aquellos españoles que también morirían abrasados y ametrallados en
Oraduor-Sur-Glane, el 10 de junio de 1944, masacrados por la temible Panzerdivision alemana.
El 20 de agosto de 1940, nazis armados con metralletas
rodearon el campo de refugiados. Familias enteras fueron llevadas por la fuerza
al tren. Al cabo de cuatro días el tren se paró en el pequeño pueblo de
Mauthausen. Allí ordenaron descender, bajo golpes, lazos y la amenaza de las
fauces de los perros a los hombres y a los adolescentes. Había ancianos de
setenta años y niños de trece. Las mujeres empezaron a gritar, llenas de
desesperación, porque intuyeron que sus esposos, padres, e hijos, eran llevados
al matadero. Y así fue; apenas unos pocos sobrevivieron de aquel convoy de 430
hombres. No sé si recordará ahora esta historia que yo le conté. Usted sólo me
respondió: «Mi preocupación más importante era entonces luchar para que los
tanques de Hitler no entraran en España.»
No dudo de los loables esfuerzos que debió usted
llevar a cabo para que España no se desangrara todavía más con una intervención
estéril en la segunda guerra mundial, pero hay que hacer un esfuerzo para
recomponer los retazos de nuestra historia pasada y saber asumir las
consecuencias que sé extraigan de su conocimiento.
Sigamos: los deportados españoles que fueron
internados en Buchenwald, Auschwitz, etcétera, por hechos de resistencia sobre
todo a partir de 1943, llevan el triángulo rojo de los políticos. Habían sido
detenidos directamente por la Gestapo o la policía de Vichy, de entre las filas
de los resistentes franceses. ¿Por qué, señor Serrano Súñer, los deportados o
españoles que entran en Mauthausen a partir del 6 de agosto de 1940 llevan,
salvo unos pocos resistentes que entrarían a partir de 1943, el triángulo azul
de los apátridas con la S de Spanier cosida encima? ¿Por qué esta contradicción?
Si no tenían patria, ¿por qué los alemanes sabían que eran españoles? ¿Quién
negó que esa gente era española? ¿Por qué los soldados franceses detenidos por
los alemanes durante la drole de guerre son liberados y
devueltos a sus casas, mientras que sus compañeros, los españoles de los
batallones de marcha y las compañías de trabajo, permanecen unos meses en
los stalags (campos de prisioneros de guerra) y luego son
deportados a Mauthausen? En el mes de abril de 1941 la Gestapo fue al stalag
11 A y preguntó a los presos españoles quiénes eran los que habían
participado en la guerra de España. Los que dijeron que sí fueron enviados a
Mauthausen.
El único testigo español en el juicio de Nuremberg
contra los crímenes de guerra nazis, el catalán Francesc Boix, fue interrumpido
por Charles Dubost, delegado adjunto del Gobierno de la República francesa, en
el preciso momento en que el ex deportado iba a contar el porqué de los
triángulos azules. El Gobierno de la Francia recién liberada no había dejado de
reconocer al régimen del general Franco. Sin embargo, muchos de mis testimonios
afirman que la clave de este enigma está en la famosa conversación que usted
mantuvo con el barón Von Ribbentropp, que fue en septiembre de 1940, cuando se
decidió que estos republicanos españoles no tenían «patria». Cuando se decidió
su exterminio en Mauthausen.
Usted ha afirmado también que en España no se tuvo
conocimiento de los campos de exterminio hasta bien entrado el año 1943 ó 1944.
Durante un largo tiempo, los deportados españoles en Mauthausen son considerados NN y no pueden escribir a sus familiares. Estaban
totalmente incomunicados con el exterior porque recibían el mismo trato que los
prisioneros más «peligrosos», los famosos Noche y Niebla. Esta gente tenía que
desaparecer totalmente. En 1942, centrado el odio nazi contra los checos y los
soviéticos, los españoles pueden escribir a casa. Han muerto ya las dos
terceras partes. En 1942, pues, el servicio de correos español empieza a
repartir postales desde un lejano punto de Austria a los familiares de los
deportados. Pero ya antes, en 1941, según el ex deportado Josep Bailina, fue
reclamado un deportado que era casi un niño por la Embajada española en Berlín,
según parece por la mediación de usted. Se trata de Joan Nos Fibla, de Alcanar
(Tarragona), el cual llegaría a su casa a finales de 1941. Su padre había
muerto el 16 de octubre en Gusen, campo anexo a Mauthausen, porque difícilmente
un hombre mayor de cuarenta años podía sobrevivir a la deportación hacia enero
o febrero de 1943; más de un deportado español vio en Mauthausen a Josep
Queralt Castell, un falangista catalán que regresaba de la División Azul.
Estaba allí por que, según parece, había ido a «visitar» a su primo, el
deportado Joan Subills. Con todos estos datos -y tengo más-, ¿se puede seguir
afirmando que el Gobierno español no sabía liada de los campos de exterminio
nazis?
El rey don Juan Carlos inició el pasado año un bello
gesto al colocar una corona de flores en el memorial de los deportados
españoles de Mauthausen. Era la primera vez que se reconocía oficialmente este
inmenso sacrificio de compatriotas nuestros. Usted mismo, señor Serrano Suñer,
dedicó sus memorias «a cuantos sientan el espíritu de conciliación que haga
imposible nuestros desgarramientos».
Reconstruir la historia a base de la razón
y el conocimiento no significa azuzar el resentimiento y el rencor.
Hay que cubrir las parcelas borrosas del olvido para
reconciliarnos con nuestro pasado colectivo, para dejar de tener una relación
neurítica con él. Nadie le va a pedir cuentas personales, pero usted, y otros
como usted, pueden colaborar en una parte importante para que este país, tan
enfermo, tan crispado, empiece a mirar serenamente hacia atrás. Usted tiene en
sus manos parte de las claves de nuestra historia, y a estas alturas no se
puede eludir ninguna responsabilidad.
Montserrat Roig
El País 1 de julio de 1979
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