Manifiesto
revolucionario de diciembre de 1930. La izquierda española define sus
objetivos: «Venimos a meter a la monarquía en los archivos de la
Historia».
«¡Españoles!
Surge de las entrañas sociales un profundo clamor popular que demanda justicia
y un impulso que nos mueve a procurarla. Puestas sus esperanzas en la
República, el pueblo está ya en medio de la calle. Para servirle hemos querido
tramitar la demanda por los procedimientos de la ley, y se nos ha cerrado el
camino: cuando pedíamos justicia, se nos arrebató la libertad; cuando hemos
pedido libertad, se nos ha ofrecido una concesión, unas Cortes amañadas, como
las que fueron barridas; resultantes de un sufragio falsificado, convocadas por
un Gobierno de dictadura, instrumento de un Rey que ha violado la Constitución
y realizadas con la colaboración de un caciquismo omnipotente. Se trata de
salvar un régimen que nos ha conducido al deshonor como Estado, a la impotencia
como nación y a la anarquía como sociedad. Se trata de salvar una dinastía que
parece condenada por el Destino a disolverse en la delicuescencia de todas las
miserias fisiológicas. Se trata de salvar un Rey que cimenta su trono sobre las
catástrofes de Cavite y Santiago de Cuba, sobre las osamentas de Monte Arruit y
Annual; que ha convertido su cetro en vara de medir, y que cotiza el prestigio
de su majestad en acciones liberadas. Se trata, por los hombres del pasado y
del presente, de una cruzada contra los hombres del porvenir, para estorbar la
acción de la justicia popular, que reclama enérgicamente las responsabilidades
históricas. No hay atentado que no se haya cometido; abuso que no se haya
perpetrado; inmoralidad que no haya transcendido a todos los órdenes de la
Administración pública, para el provecho ilícito o para el despilfarro
escandaloso. La fuerza ha sustituido al derecho; la arbitrariedad, a la ley; la
licencia, a la disciplina. La violencia se ha erigido en autoridad, y la obediencia
se ha rebajado a sumisión. La incapacidad se pone donde la competencia se
inhibe. La jactancia hace veces de valor, y de honor de desvergüenza. Hemos
llegado por el despeñadero de esta degradación, al pantano de la ignominia
presente. Para salvarse y redimirse, no le queda al país otro camino que el de
la revolución. Ni los braceros del campo, ni los propietarios de la tierra, ni
los patronos, ni los obreros, ni los capitalistas que trabajan, ni los
trabajadores ocupados o en huelga forzosa, ni el contribuyente, ni el
industrial, ni el comerciante, ni el profesional, ni el artesano, ni los
empleados, ni los militares, ni los eclesiásticos... Nadie siente la interior
satisfacción, la tranquilidad de una vida pública jurídicamente ordenada, la
seguridad de un patrimonio legítimamente adquirido, la inviolabilidad del hogar
sagrado, la plenitud del vivir en el seno de una nación civilizada. De todo
este desastre brota espontánea la rebeldía de las almas, que viven sin
esperanza; y se derrama sobre los pueblos, que viven sin libertad. Y así se
prepara la hecatombe de un Estado que carece de justicia y de una nación que
carece de ley y de autoridad. El pueblo está ya en medio de la calle, y en
marcha hacia la República. No nos apasiona la emoción de la violencia,
culminante en el dramatismo de una revolución; pero el dolor del pueblo, y las
angustias del país, nos emocionan profundamente. La revolución será siempre un
crimen o una locura, donde quiera que prevalezcan la justicia y el derecho;
pero es justicia y es derecho donde prevalece la tiranía. Sin la asistencia de
la opinión y la solidaridad del pueblo, nosotros no nos moveríamos a provocar y
dirigir la revolución. Con ellas salimos a colocarnos en el puesto de la
responsabilidad, eminencia de un levantamiento nacional, que llama a todos los
españoles. Seguros estamos de que para sumar a los nuestros sus contingentes,
se abrirán las puertas de los talleres, de las fábricas, de los despachos, de
las Universidades, hasta de los cuarteles; porque en esta hora suprema todos
los soldados ciudadanos libres son, y todos los ciudadanos soldados serán de la
revolución al servicio de la Patria y de la República. Venimos a derribar la
fortaleza en que se ha encastillado el poder personal, a meter la Monarquía en los
archivos de la Historia y a establecer la República sobre la base de la
soberanía nacional y representada por una Asamblea Constituyente. De ella
saldrá la España del porvenir, y un nuevo Estatuto inspirado en la conciencia
universal, que pide para todos los pueblos un Derecho nuevo, ungido de
aspiraciones a la igualdad económica y a la justicia social. Entre tanto,
nosotros, conscientes de nuestra misión y de nuestra responsabilidad, asumimos
las funciones del Poder público con carácter de Gobierno provisional. ¡Viva
España con honra! ¡Viva la República!-.
Niceto Alcalá
Zamora, Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Santiago Casares
Quiroga, Indalecio Prieto, Miguel Maura Gamazo, Marcelino Domingo, Alvaro de
Albornoz, Francisco Largo Caballero, Luis Nicolau d'Olwer, Diego Martínez
Barrios.»
MIGUEL MAURA: Así cayó Alfonso XII
México, 1961, págs. 97 y 98
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