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335. Historias de amor, República y muerte III (Ángel y Victoria)





Victoria llamaba a su marido en su lecho de muerte tras más de 30 años sin verlo


ALEJANDRO TORRÚS - 26/08/2012 - Público.es

Ángel Herraiz y Victoria Pradal se conocieron en un conocido parque de Almería donde llevaban a jugar a sus hermanos menores al principio de la República. Tímidos, en el parque cruzaban pocas palabras. Hasta que llegó el día del baile de máscaras donde aprovechando la capacidad de desinhibición que otorga tener el rostro oculto comenzaron a charlar y arrancó una larga historia de amor que duró hasta el último suspiro de vida de Victoria cuando en su lecho de muerte llamaba a Ángel a pesar de llevar más de 30 años separados por una dictadura que parecía no terminar nunca.

Afiliado al Partido Comunista y miembro del comité ejecutivo del Frente Popular en Almería, Ángel se enroló en las milicias republicanas para participar en la Guerra Civil a partir de 1937. A comienzos del 39, la guerra ya estaba perdida. Las tropas franquistas llegaban desde Málaga a Almería y no había forma humana de defender la ciudad, por lo que Ángel debió huir. Junto con su cuñado, el joven partió en coche con destino Alicante, último bastión republicano. Aunque antes, pasó por su casa a despedirse de su mujer y sus dos hijos de muy corta edad.

Ángel y Victoria se despidieron en 1939 y jamás se volvieron a ver.

“Mi madre siempre recuerda la cara de Ángel cuando bajó aquellas escaleras. Tenía la cara blanca, muy blanca. Como de un muerto”, recuerda Gemma Pradal, sobrina-nieta de Victoria. Ángel intuía que aquella vez, aquél invierno del 39 sería casi con toda seguridad la última vez que viera a su esposa e hijos. Ahora debía huir. Camino de Alicante, Ángel y su cuñado decidieron cambiar de planes y comprar una pequeña barca para marchar al norte de África. Desde ahí, Ángel, completamente solo, inició el viaje de su vida y se exilió en Rusia.

Nada más supo la familia de él, hasta que el hermano de Victoria, Gabriel Pradal, viajó hasta México para formar las Cortes republicanas en el exilio. Allí conoció una delegación de Rusia que conocía a Ángel. Había batallado en la II Guerra Mundial y había estado a punto de morir. De hecho, los médicos lo dieron por muerto. Una enfermera, Nina, lo cuidó en su tiempo libre desoyendo los consejos de los médicos y consiguió salvarle la vida.

Recuperado el rastro de su familia, Ángel envió varios regalos y cartas hasta Almería. “Pasaban por París, después por Madrid y después Almería. Era muy importante que nadie descubriera la procedencia de los paquetes que llegaban”, señala Gemma, quien recuerda el regalo más bonito que envió Ángel desde Rusia. “Un día llegó un paquete especial. Cerraron todas todas las puertas, ventanas, persianas, todo. Toda la familia unida se reunió en la última habitación de la casa. Con una luz pequeña Victoria abrió el paquete. Era un broche de topacios con la forma de un girasol. Desde aquél día siempre lo llevó puesto. Fueron inseparables”, recuerda Gemma.

Victoria nunca más volvió a ver a su marido y nunca más volvió a enamorarse. Vivió enamorada de Ángel a pesar de la distancia. “Mi tía abuela jamás miró a un hombre, ni permitió ninguno se insinuara. Ni siquiera una mirada más de lo normal. Su marido se fue y para ella dejaron de existir los hombres”, relata Gemma, que recuerda los últimos momentos de vida de Victoria cuando agonizando llamaba a Ángel: “Pensé que llamaba a su hijo Ángel y le dije que estaba al lado que si lo llamaba y ella me dijo: 'No es a ese Ángel al que llamo'.

Su marido murió tiempo después. En Rusia, su país de adopción. Allí había hecho carrera como traductor de las obras de Máximo Gorki, conocido literato identificado con el movimiento soviético revolucionario. A su funeral asistió su hijo Ángel, quien pudo conocerlo justo un año antes de su muerte.






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