El 1 de julio de 1936, el Gobierno de Mussolini firmó cuatro contratos por los que se comprometía a suministrar aviones y armas a los insurgentes españoles. Faltaban diecisiete días para la rebelión.
Es el momento de dar a
conocer algunos pormenores que rodearon el “18 de Julio”. No gustarán a
franquistas, neofranquistas, conservadores y neoconservadores. Menos aun a los
“historiadores patrióticos”. Hay que reescribir un pelín la conspiración, los
antecedentes del golpe y revalorizar, sobre todo, la conexión fascista.
Hechos
a) El 1º de julio de 1936 se firmaron en
Roma cuatro contratos. Detallaban el material que los italianos se
comprometieron a suministrar a los futuros insurgentes. El primero fue el más
importante: recayó sobre 12 aviones Savoia-Marchetti 81, bombas, carburantes y
productos varios de aviación. Ascendió a 16.246.750,55 liras. Los aviones
constituían la parte del león (14.400.000 liras). El lote debía entregarse en
el mes de julio.
b) Los otros contratos
abarcaron aviones, explosivos, municionamiento y diversos materiales,
extremadamente detallados en larguísimos anexos. Debían entregarse antes de
finales de agosto. Lo más significativo fueron los primeros: 24 Fiat CR 32, los
famosos chirris; 3 hidroaviones de caza Macchi 41 y
otros 3 SM 81.
c) El importe de los cuatro
contratos ascendió a 39,3 millones de liras. Los precios se especificaron
pormenorizadamente. Aplicando los tipos de cambio utilizados en uno de los
pagos parciales, ello equivalía a 615.987 libras esterlinas, de las cuales
362.915 correspondían a los 42 aviones. Expresado en pesetas de la época los
compromisos representaban unos 22.5 millones. Hoy, aplicando la fórmula utilizada
por el profesor José Ángel Sánchez Asiaín, los suministros contratados
supondrían al menos 337 millones de euros.
Implicaciones
La determinación del material y de sus
precios tuvo que llevar tiempo. Los contactos operativos que desembocaron en
los contratos debieron establecerse tras las elecciones de febrero de 1936. No
había motivo para hacerlo antes. Probablemente, y como es habitual, en las
negociaciones habría un toma y daca. Tuvieron lugar en Roma. Los nombres de los
negociadores son desconocidos, pero entre ellos hubo aviadores italianos y
probablemente españoles.
Fueron los monárquicos de
Renovación Española y del Bloque Nacional los que negociaron con Italia
Mussolini entendió su apoyo
en una clave ofensiva contra la República que databa, según Heiberg, de 1931.
Esto revela el carácter agresivo de su política exterior. Acababa de
demostrarla con éxito en Abisinia. Una España amiga le permitiría, por su
posición geoestratégica, aspirar a la hegemonía en el Mediterráneo occidental.
El Duce, que ya se aproximaba velozmente a Hitler, se disponía a sentar las
bases para agredir, en su momento, a las decadentes democracias. Las
elucubraciones de historiadores como Renzo de Felice y sus numerosos
seguidores, que la caracterizaron de “oportunista”, deben descartarse. Los
contratos dan la razón, por el contrario, a las interpretaciones de Mauro
Canali, Lucio Ceva, John Gooch, Morten Heiberg, MacGregor Knox, Robert Mallet o
Brian Sullivan. (El lector no encontrará demasiadas referencias a estos autores
entre nuestros historiadores “patrióticos”).
Del lado español, es obvio
que los conspiradores no retrocedían ante una guerra. La composición de los 42
aviones contratados, en general muy superiores a la aviación gubernamental,
permitía combinar tres tipos de operaciones: de bombardeo, de transporte y de
caza. También proteger ciertos territorios. Nos inclinamos a pensar que se
trataba de las Baleares. Actividades, no es necesario subrayarlo, que eran
estrictamente bélicas.
¿Quiénes lograron tan
significativo éxito? Podemos eliminar a los falangistas (hiperexaltados en
cierta literatura). También a los políticos de la CEDA (que se concentraron en
otras actividades como las de excitar a la opinión pública y, en frase inmortal
de Gil Robles, “desgastar a las izquierdas”). Sabemos que no fueron los
carlistas.
¿Quiénes quedan? Algunos
militares, que aportarían su know-how técnico, y sobre todo los monárquicos:
la gente de Renovación Española y del Bloque Nacional. Con nombres y apellidos:
Joaquín Calvo Sotelo, Antonio Goicoechea, Pedro Sainz Rodríguez. Los que
gravitaban en torno a la revista Acción Española. Quienes
predicaban la “contrarrevolución” y se preparaban para la guerra pura y dura.
Los que durante años habían amamantado cuidadosamente los contactos con los
italianos. Quienes no temían adentrarse por la vía fascista, como anunció
orgullosamente Calvo Sotelo el 14 de junio en las Cortes. Precisamente cuando
Goicoechea escribió a Mussolini pidiendo dinero. Por si las moscas.
Podemos tranquilamente dejar
de lado a Luis Antonio Bolín y sus omnipresentes mentiras. Al igual que en la
operación del Dragon Rapide, se
autopresentó como un superman. Él solito habría detonado la ayuda italiana,
camelo que se ha creído más de algún autor. Hasta ahora.
La
realidad no fue la prevista
Los
planes monárquicos se cumplieron en lo instrumental. Tan pronto como Goicoechea
y Sainz Rodríguez se desplazaron a Roma el 24 de julio despejaron las
incógnitas que habían hecho dudar a Mussolini durante varios días. Sus espías
militares le habían informado desde Tánger que el golpe se hacía bajo la
dirección de un desconocido general, Francisco Franco. ¡Pero nadie había
negociado por Franco en Roma! Aclarada la cuestión, los 12 SM prometidos
emprendieron raudos el vuelo hacia Marruecos, más fácil de alcanzar que Burgos.
Aterrizaron solo 9. Mussolini cumplió a rajatabla y en plazo el primer
contrato. También cumplió los otros, adaptándolos a las nuevas circunstancias
de guerra.
El Duce aspiraba a la
hegemonía en el Mediterráneo occidental y se disponía a sentar las bases para
agredir a las decadentes democracias
¿Y Mola? Atascado en Burgos y
desesperado. Las cosas no le habían salido como había previsto. No avanzaba
hacia Madrid. Necesitaba aviones. Afirmó (en contra de la máxima de que a nadie
le desagrada una perita en dulce) que no era para ganar la superioridad aérea.
Lo que quería era aviones para apoyar las tropas de tierra, que podrían
desmoralizarse fácilmente en cuanto se las bombardease, aunque fuera con
bombitas. El conde de los Andes salió disparado a Roma a convencer a los
italianos.
Este episodio no es
anecdótico. Le otorgamos un interés relevante. Mola estaba dispuesto a adquirir
aviones a cualquier precio. Tal
era el inequívoco mensaje. Los italianos lo entendieron y cumplieron a rajatabla
su deseo. No gustará a los historiadores neofranquistas que comparemos los
precios de los aviones contratados el 1º de julio de 1936 con los suministrados
al simpar Caudillo a lo largo de la guerra. Muestran un notable aumento. Los SM
pasaron de 1,2 millones de liras por unidad a un máximo de 2 millones, con
precios intermedios entre 1,35 y 0,954 millones según los niveles de
equipamiento. Los chirris, valorados en
los contratos a 175.000 liras (9 lo fueron a 250.000 porque tendrían un equipo
superior), ascendieron hasta 664.000. Y ¿qué hizo Franco? Tragárselos. Como
también se tragó los sobreprecios cargados por los nazis, siempre tan pulcros y
aseados. (El lector debe saber que este reproche del trágala lo hacen algunos
autores a los republicanos en relación con los precios soviéticos, aunque
ninguno de ellos ha querido advertir que estuvieron en línea con los cargados a
Franco, a pesar de partir de supuestos de atribución de costos de producción
radicalmente diferentes).
Con la muerte violenta del “proto-mártir”
Calvo Sotelo, el accidente mortal de Sanjurjo, el estancamiento de Mola y el
fulgurante ascenso de Franco, supuesto general monárquico, los planes
restauradores de Renovación Española y del Bloque Nacional no fructificaron. Se
contentaron con lo que, en el fondo, más les importaba: anular las reformas
económicas, sociales, educativas, políticas y culturales republicanas. Ni
siquiera fueron capaces de reconocer su mayor logro: el haber apalabrado la
ayuda fascista antes del 18 de julio. Si Alfonso XIII, en Roma, había estado al
corriente de las negociaciones, lo cual es verosímil, tampoco dijo ni pío.
Algunos, eso sí, maldijeron de Franco de puertas adentro. A Goicoechea Franco
le compró con la suculenta prebenda de gobernador del Banco de España. Sainz
Rodríguez, ministro de Educación Nacional, echó la vista hacia la España
católica, imperial y sobre todo reaccionaria como modelo a emular.
Las interpretaciones
propaladas en general por los republicanos (que presentan la sublevación un
golpe militar fascista o la guerra civil como una de defensa contra el
fascismo) se aproximan más a la realidad documentable que las de la derecha (un
golpe para impedir que España cayera en los abismos del comunismo). Todavía
algunos de sus prohombres continúan creyendo tal camelo.
Coda. Se ha defendido la no desclasificación de
millares de documentos militares entre otras razones para no “perjudicar” las
relaciones diplomáticas. Desvelar la fría agresión italiana, que es lo peor que
un país puede hacer a otro, no dañará las relaciones con Italia. Un Gobierno
temeroso del pasado y que tampoco se fía de sus ciudadanos da que pensar. En la
Unión Europea, tras tantos años, España vuelve a ser diferente.
Ángel
Viñas.
Historiador
y catedrático emérito de la UCM
Os dejamos un enlace a otro
post de este blog donde se contempla el tratado secreto: Aquí
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