Ana Gaitero | Diario de León - 19/08/2012
Amalia de la Fuente Peral
tiene 95 años y una memoria tan prodigiosa como serena. Es una de las miles de
presas de Franco cuya tragedia ha permanecido en la sombra de la historia y de
la memoria. Todo empezó con la Guerra Civil.
«Estaba en Fabero en la mina
y como había que estar afiliada, me puse en las juventudes de la CNT porque
‘hablaba’ con el chico más destacado. Cuando estalló la guerra nos marchamos
por el monte hasta que pudimos pasar a Asturias», cuenta la mujer.
Pasada la guerra, regresó.
«Un día fui a Cacabelos con mi padre, mi marido y otros hermanos. Fui a comprar
unas avellanas y vi a un hombre, Lobato, de los nacionales, que hizo muchas
cosas malas: iba a sacar a la gente de casa mientras dormían».
Sus temores se confirmaron.
«El lunes por la mañana fueron los guardias a buscarme a casa». Por entonces
Amalia tenía una hija de tres años y estaba embarazada de ocho meses. La
llevaron presa a Ponferrada. En la cárcel se encontró con muchas caras
conocidas. «Eran mujeres Canedo, de Campelo, de San Juan... como habían estado
por el monte», apunta. Ese era el motivo de su detención.
En Ponferrada, recuerda, «no
se portaron muy bien. Me tuvieron todo el día sin darme de comer». Después la
trasladaron a Astorga. Debido al avanzado embarazo, precisa, «no me podía
sentar en el asiento. Iba de rodillas. Los guardias me dijeron que me bajara en
el pueblo que quisiera y marchara. Pero, ¿a dónde iba yo en mi estado?».
Ingresó en Astorga.
Dos meses después parió entre
rejas: «Me habían puesto una cama de esas de tijera, pero cuando me agarraba
marcha. La directora llamó al director y le dijo: por favor, traigánme una
silla, traigánme una silla si no esta mujer no da a luz, reviente. Me puse de
rodillas y afirmada el estómago encima de la silla ya sí di
a luz. Luego me querían echar en la cama. Pero dije que no, sentía que salía y
tenía miedo a hacerle daño. Era un niño muy hermoso, recuerda. Fue bautizado en
la cárcel, pero «se me murió a los dos meses. Eso se lo tengo que agradecer a
Lobato. Quien lo pagó todo fue la criatura», dice con tristeza.
En la cárcel de Astorga no
había camas. «Dormíamos con los petates en el suelo. No había camas, no
teníamos ni silla ni nada... comíamos sentadas en el suelo». En Astorga estuvo
recluida con su hija de tres años, de la que no se quería separar. «Aquella
niña no comía nada. El abogado que tenía se portaba muy bien y él y su novia me
llevaban comida para la cría. Había otra vecina de Campelo que también tenía un
niño. La celadora nos avisó de que los iban a llevar al orfanato y mandé a mi
padre a buscarla». Una prima se hizo cargo de la criatura.
Sin su hija y de luto fue
sometida a un consejo de guerra en León. La condenaron a muerte. «Había un
sacerdote que testificó a favor mío y otro a favor del que me denunció: dijo
que le habíamos ido a robar cuando estábamos en el monte». Amalia de la Fuente
pasó once meses con la angustia de la pena de muerte, hasta que le conmutaron
la condena por 20 años y un día de prisión. «Cumplí cuatro años, aunque en
realidad fueron ocho porque como trabajaba redimía un día por cada uno de
cárcel», explica.
Amalia de la Fuente se
convirtió en la cocinera de la cárcel de mujeres de Amorebieta (Vizcaya), a
donde fue trasladada desde Astorga. «No pedí trabajo, pero un día me llamaron y
me dijeron que me iban a poner en la cocina».
Ya había demostrado sus
cualidades en los fogones de la cárcel astorgana: «No podíamos comer lo que nos
cocinaban en el cuartel porque había más bichos que verdura. Pedí que nos
dieran la parte que nos correspondía para cocinarlo yo».
Si en Astorga su entrada en
la cocina mejoró sus condiciones de vida en los últimos días de su embarazo, en
Amorebieta fue muy duro hacer comidas y cenas para las 700 presas recluidas en
el penal en los años 40. «Me levantaba a las cuatro de la madrugada y tuve los
pies que se me cortaban de tanto calor. Había una monja a la que llamaban la
Guadaña, pero conmigo se portó muy bien y me fue curando los pies», relata. Las
monjas también se fiaban. Y había una que las dejaba salir a la huerta para
refrescarse.
«Hermana, ¿y si nos
escapamos?», le preguntó en cierta ocasión para ver su reacción porque lo
cierto es que «ni pensábamos en ello».
De Amorebieta recuerda una
vez en que llegó un cargamento de habas de mayo. «¿Quién sabe de qué año
serían. No tenían nada dentro más que bichos». Un día llegó un papel con su
libertad condicional. «Puede quedarse en Bilbao y venir a trabajar aquí. Le
pagaremos, me dijeron», recuerda Amalia de la Fuente.
Ella lo rechazó: «Cuando yo
salga de aquí no voy a mirar ni para atrás. Tengo una hija y tengo que salir a
recogerla», dijo con la determinación de volver al Bierzo. Y así lo hizo aunque
poco tiempo después decidiría marcharse a León en busca de trabajo. Ha
sobrevivido a su hija y vive con una nieta en Barcelona.
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