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432. Así fue la Defensa de Madrid (General Vicente Rojo)

El General Miaja junto al Comandante Juan Perea Capulino. Detrás, Vicente Rojo


«La batalla de Madrid, como acontecimiento militar, tuvo un jefe, un conductor que, como tal, gobernó el suceso afrontando con entereza una responsabilidad inmensa, y una masa que, como ejecutante, lo llevó a cabo con abnegación; el conductor fue el general Don José Miaja Menant; la masa, el pueblo español. A ellos corresponde la gloria que del suceso narrado pueda desprenderse.» (Vicente Rojo, jefe de Estado Mayor de la Defensa de Madrid)


Pocas veces el objetivo de una acción bélica se ha mostrado con tan sobresaliente poder como en el caso de la batalla de Madrid, por cuanto era, al propio tiempo, un objetivo de valor estratético y táctico, político y social, económico y geográfico (...) La importancia atribuida al objetivo por ambos contendientes quedó revelada en el hecho de que los dos sistemas de fuerzas que se batían absorbieron la mayor parte de las reservas en hombres y materiales que pudieron crear o adquirir durante cuatro largos meses sus respectivos Comandos Superiores.

(...) Como todas las batallas, la de Madrid tenía un antecedente de maniobra, ya conocido hasta la noche del día 6. Correspondía al tiempo que había mediado entre el 6-X-36 y el 6-XI-36, durante el cual el adversario, partiendo de la base Maqueda-Torrijos-Toledo, maniobró para consolidar su enlace con el frente de combate ya existente en la serranía, al oeste de Madrid, y ganaba una buena base de partida para dar el asalto o ataque a su objetivo, dejando previamente cubierto su flanco derecho, apoyado en la línea Jarama-Tajo.

(...) Fracasado el contraataque de Illescas a primeros de octubre, con el cual quiso el mando del Ejército del Centro contener el ataque a Madrid batiendo a la principal columna adversaria (...) las fuerzas, replegadas con algún desorden, se reorganizaron en la línea de los Torrejones, a vanguardia de la carretera de Valdemoro a Griñón.

(...) La confusión fue extraordinaria mientras nuestras tropas se hallaron en campo abierto, y sus esfuerzos resultaban baldíos porque las pequeñas unidades que los realizaban se veían facilmente desbordadas y en peligro de ser envueltas, en razón de la mayor aptitud maniobrera de las tropas enemigas y por ser mejor el en cuadramiento y la conducción de las mismas. Nosotros prácticamente carecíamos de cuadros subalternos de mando (...) En síntesis: las unidades de milicias podían resistir esporádicamente en algunos lugares donde se imponía la energía de algunos jefes, pero esto no impedía que el conjunto fuera incesantemente arrollado y que el despliegue careciese de un mínimo orden, aunque en la lucha se multiplicasen los actos de valor.

(...) Como ya se ha dicho, en esos mismos días el gobierno decidió su desplazamiento a Valencia. Se había discutido en el campo político con opiniones contradictorias (y muy agrias) si procedía efectuarlo. Prevaleció la respuesta afirmativa, y los rápidos progresos de la maniobra atacante en los primeros días de noviembre obligaron a que se llevase a cabo con alguna precipitación.

Tal circunstancia provocó, primero, una crisis que deprimió la moral de la masa ciudadana y después una reacción que sería en el orden militar favorable a la defensa, por cuanto el pueblo madrileño comprendió la gravedad del peligro de ver asaltada su ciudad y la necesidad de consagrarse abnegadamente a su defensa.

Tal crisis se manifestaba en unos sectores en forma de exaltación patriótica, vinculada o no a sus ideales políticos, pero ahora con un significado profundamente humano; en otros se descubrían caracteres de negro pesimismo, temor, desconcierto, miedo....; los más, eran víctimas de la duda. ¿Era posible la resistencia, o inevitable la caída? Sin embargo, la crisis era cierta y la ansiedad de saber qué iba a suceder tenía, en los más, signos de angustia.

El resultado de esa crisis dependía realmente de cómo se revelase la voluntad de acción de las masas humanas (combatiente y meramente humana), es decir, de cómo se produjese la revulsión del enfermo que iba a entrar en periodo de coma, hacia la muerte o hacia la vida (...). El doctor (gobierno), al despedirse del paciente, le había recetado simplemente unos paliativos sin transcendencia curativa alguna, dejándolo en manos de Dios para que la fe y la naturaleza hiciesen lo que la ciencia rectora de la política no había sabido o podido hacer. Y fueron esa fe, a través de la moral de guerra, y esa obra de la naturaleza, a través de la voluntad (savia inextinguible en el hombre español, en sus horas difíciles), las que produjeron una exaltación de la moral a la que contribuyeron poderosamente los dirigentes políticos, viejos y jóvenes, que voluntariamente se quedaron en Madrid conservando sin desmoralizar el espíritu de sacrificio, luchando hasta el fin (...).

(...) La crisis que acabamos de exponer no podía percibirla el adversario, pero por su proceder parece que la intuía. Lo que no podía sospechar ni intuir era la mutación que simultánea e insensiblemente se estaba produciendo en la masa combatiente, ajena a aquel derrotismo.

Pensando con la lógica en la mano, nuestros adversarios veían fácil, llana, rápida la acumulación de su obra entrando en Madrid, pues era natural que así lo estimasen después de la experiencia de un mes de operaciones victoriosas y, especialmente, por los resultados que habían obtenido los últimos cuatro días. De aquí que, paralelamente a la elaboración de su Orden de Operaciones para la maniobra de ataque, otros organismos ajenos al Mando militar redactasen el programa de festejos con que se había de celebrar tan gran acontecimiento, tanto en Madrid como en toda España.

Esperaban como suceso natural y fulminante el derrumbamiento de la moral de su adversario. Pero la verdad, al otro lado del Manzanares, era que a moral se exaltaba de manera pocas veces igualada.

Este hecho, concebido por pocos, provocado no se sabe por quién, pero alentado por innumerables hombres y mujeres de acción, sin distinción de clases ni de matices políticos, y vivificado por la voluntad de cientos de miles de españoles, entre los que naturalmente no se contaban los que se habían marchado a Valencia, hizo variar en el curso de media jornada el panorama de la lucha (...).


Actividades en el Comando de la Defensa.

Situémonos en el ambiente del Estado Mayor: desde la misma noche del 6 de noviembre, y de acuerdo con el Comandante de la Plaza en la interpretación del problema, comprendimos la necesidad de no perder una sola hora en la adopción de algunas medidas de máxima urgencia. Fueron las siguentes:

1. Convocar a los jefes de las fuerzas que operaban cubriendo los ejes de penetración en Madrid, y a los jefes de organismos de retaguardia (Parque de Artillería, Abastecimientos, Sanidad, Transportes, etc.) para obtener información directa y precisa de la situación y de la disponibilidad de medios, y darles órdenes (las transmisiones funcionaban mal y se sospechaba que estaban intervenidas).

2. Informar a los combatientes y a la ciudad del cambio de Mando y de los propósitos del comandante que se había designado para dirigir la defensa.

3. Poner orden en el desorden reinante en el frente y en la retaguardia.

4. Asegurar, con elementos de enlace, la relación con los mandos responsables y con las unidades que pudieran localizarse en el frente de lucha, garantizando la continuidad de esa relación mediante un sistema de transmisiones directamente controlado por el Comando.

5. Dar vida a una consigna a la que unánimemente se atribuyó la máxima importancia: todos los hombres aptos para la lucha y todas las armas que poseían y se mantenían en la retaguardia debían desplazarse al frente porque allí estaba el deber de los primeros y el más eficaz empleo de las segundas.

6. Citación a los jefes y oficiales disponibles en Madrid para ser empleados dando una nueva estructura a la red de Mandos.

7. Establecer una permanente y estrecha colaboración con cuantos organismos oficiales o privados pudieran auxiliar al Mando o simplificar su libertad de determinación en la conducción de las fuerzas.

8. Resistir sin idea de repliegue. Exigir que todos mantuviesen, a través de jefes responsables, contacto permanente con el Comando de la Defensa. Asegurar enlaces laterales entre las unidades y columnas del frente de combate. Reaccionar sistemáticamente contra las infiltraciones de pequeños grupos. Intensificar las tareas de fortificación en todo el frente y esperar nuevas órdenes, que llegarían dentro de la jornada del 7, tan pronto se aclarase la situación y se estableciese un ordenamiento táctico de las tropas. Todo ello sería tema de a orden categórica que se daría a los jefes de Columna que accedieran al llamamiento indicado en el inciso 1; a los demás se les comunicaría mediante agentes de enlace antes del amanecer.

9. En razón de la manifiesta penuria de medios, recabar del Mando Superior las urgentes ayudas que se consideraban indispensables y que se precisarían tan pronto se conociesen las disponibilidades reales de la defensa.


(...) Las primeras doce horas de la defensa fueron tan críticas como fecundas. Desde los primeros cañonazos del atardecer del 6, hasta las primeras horas del ataque del 7, había transcurrido una noche de verdadera fiebre bélica para aquel enfermo que era Madrid, y la espiritualidad del enfermo pasaba del máximo desaliento a la máxima exaltación. Fueron horas de extrema confusión y desconcierto; choque de unas voluntades firmes con otras huidizas, desmoralizadoras. A las 12 de la noche aún dominaban en el ambiente las ideas de evasión, afanes de eludir lo que se estimaba un aplastamiento inevitable, porque las manifestaciones de la lucha durante los días 4, 5 y 6 de noviembre habían atraído el fantasma de la derrota con todos sus implacables augurios, y mostraban como luz mortecina próxima a extinguirse la del deber político, militar, nacional, humano...

Mas, si para unos ya era un deber imposible de cumplir, porque todo estaba agotado, para otros la tarea había de cumplirse hasta el sacrificio total porque lo que se defendía no era una entelequia, sino un derecho, el de la soberanía, y un ideal, el de la libertad, encarnados en una ciudad de un millón de almas, que podía conocer, con la vergüenza de la derrota, el horror de las represalias. 

(...) No caben aquí especulaciones literarias ni metafísicas. Sólo quiero aportar algo de luz sobre una situación y unos hechos que dejaron al descubierto esta verdad indiscutible: el gigantesco espíritu de sacrificio del hombre español, que se disponía a defender Madrid con una abnegación que no sería heróica, sino realidad candente que testimoniarían los hechos mismos.

No cabe duda alguna de que en ese complejo psicológico creado por las múltiples circunstancias que se han ido señalando, pesaban los ideales políticos, las creencias religiosas y sociales, los intereses de unos y otros grupos involucrados en el problema, las influencias de los agitadores, las consignas, las arengas, el incesante martilleo de la prensa y la radio, las alocadas promesas de los que ofrecían mucho y nada podían dar, el temor a un mañana dramático... pero insisto en que todo eso se vio superado por la cruda imagen de la realidad: el hombre ante su deber de hombre, de padre, de hijo, de patriota, de ente vinculado a una empresa, cuyo significado justiciero y digno intuía hondamente, sin que apareciese la duda, aunque no llegara a comprenderlo ni supiese explicarlo.


Vicente Rojo Lluch









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