Lo Último

516. Indalecio Prieto: entre la República y el Socialismo




1. La política y la vida privada

Nacido en Oviedo el 30 de abril de 1883, Indalecio Prieto procedía, a diferencia de otros líderes socialistas, de una familia de la clase media, que se hundió económicamente cuando él contaba seis años. Al morir su padre (contador de la Diputación de Oviedo), y acabarse los ingresos familiares, la madre de Prieto tuvo que emigrar con tres hijos pequeños a Bilbao. Su llegada a esta ciudad y su instalación en el barrio de las Cortes representan, para el despiadado Mauricio Carlavilla, la raíz de la «maldad» de Indalecio Prieto: «Además de ser el barrio de la corrupción sexual, el de las Cortes también era el de la corrupción obrera; la prostituta y el demagogo coincidían allí codo a codo para corromper al proletariado» (1).

Al poco tiempo de la llegada a Bilbao de la familia, Prieto estableció sus primeros contactos con los núcleos socialistas, a través del Centro Obrero situado al lado de su casa, y al que más tarde llamaría «mi cátedra de Sociología». Sin embargo, tuvo que esperar a cumplir los 16 años para ser admitido como miembro del partido socialista. Años después, podría decir a los que le acusaban de inconstante y poco fiel a sus ideas: «(,..) Algunos creen que yo soy un ave de paso en el partido socialista. Pues bien; con exclusión de Iglesias, yo soy el más antiguo del Partido; yo tuve que esperar a cumplir dieciséis años para incorporarme a sus filas» (2).

Como la familia carecía de ingresos suficientes para vivir, Prieto se gano la vida como «un pequeño buhonero» desde los once años. El mismo confiesa en su autobiografía que hizo de todo un poco. Incluso fue comparsa de teatro: representó algunos papeles en diversas zarzuelas, adquiriendo entonces una afición por el «género chico», que conservó durante toda su vida (3). Más tarde, tras aprender taquigrafía, consiguió colocarse en La Voz de Vizcaya para recoger las conferencias telefónicas. Con la fundación de El Liberal de Bilbao en 1901, pasó a este periódico como redactor taquígrafo, fundando también una corresponsalía administrativa. En El Liberal se desarrollaron sus aficiones periodísticas, e incluso con el tiempo este periódico se convertiría en el portavoz ideológico del propio Prieto.

Pero estas inclinaciones se vieron obstaculizadas por una enfermedad en los ojos, que a veces le dejaba medio ciego, y le obligaba a taparse los ojos con una especie de cortinillas negras para evitar las molestias producidas por cualquier rayo de luz. Quizá por esta enorme dificultad para leer, su formación teórica fue muy elemental, y su conocimiento de las obras marxistas muy escaso. En el período republicano, el propio Prieto se jactaría en su tertulia del café Fornos de no haber leído las obras de Marx y de Engels, llamándoles «esos dos de la barba larga y llena de piojos».

Su introducción a la vida política activa se produjo en 1911, al ser designado candidato a diputado provincial. Pero en estos años no era la política lo que más atraía al joven Prieto, aunque pronto se viera atrapado por ella, y sin posibilidades de volver a la vida privada. Como confesó en 1920, en una entrevista recogida por «El Caballero Audaz»: «Yo no siento la política; me asquea, me repugna. (...) Yo quiero todos los días salirme de la política; pero de pronto surge una gran injusticia, y me quedo con el coro de farsantes para clamar... Estoy ya enganchado por la faja, como dicen los chulos. (...) La popularidad que se adquiere en la política me molesta, me ofende... No quisiera que nadie ene conociese... Mi tendencia siempre es pasar inadvertido, tal vez por la contradicción que existe entre mis sentimientos políticos y mi figura... Constantemente oigo decir a mi alrededor: 'Mira ese es Prieto; tiene cara de obispo... Esto me indigna... Además yo vivo una vida interior muy intensa; soy muy despreocupado; a veces voy por la calle hablando solo, y me aturde encontrarme de pronto con la risa de un transeúnte que me está observando» (4). Dejando de lado sus deseos, de 1912 a 1915 Prieto desempeñó el cargo de diputado provincial por Vizcaya, y se convirtió en una de las figuras fundamentales del Partido Socialista en la zona. Aunque todavía en 1917 estuvo a punto de abandonar definitivamente la política, y marchar a Nueva York como cualquier pequeño burgués deseoso de ganar algún dinero. En este momento, como señala E. Malefakis en su Prólogo a Discursos fundamentales: «(...) No sólo parecía que el nacimiento de Prieto dentro de la clase media se había reafirmado por encima de las circunstancias proletarias de su infancia, sino que parecía que Prieto se encontraba en Buen camino para optar al ingreso en el Grupo de los nouveaux riches adinerados». Sin embargo, de nuevo prevaleció en él el sentido de la disciplina de partido, al recibir, a su vuelta a España, órdenes de Pablo Iglesias para ir a Bilbao y ponerse al frente de los socialistas bilbaínos: «Obedecí —declaró— sin poner reparos. Estaba escrito que la política me había de absorber». A veces el destino juega con los hombres, y este parece ser el caso de Indalecio Prieto. Aunque declaraba en 1920 que su única ambición era retirarse de la política y «vivir tranquilamente en medio del campo», por muchas razones tuvo que renunciar a esta aspiración para convertirse en uno de los principales protagonistas de los acontecimientos políticos españoles hasta 1939.


II. Primera etapa política de Prieto: 1911 - 1923

La participación de Prieto en la vida de la Agrupación Socialista de Bilbao, especialmente intensa a partir de 1911, estuvo caracterizada por un enfrentamiento de creciente agudeza con el líder histórico del socialismo vasco, Facundo Perezagua. Entre ambos, como señala Fusi, «se desarrolló (...) una lucha por el control de la Agrupación local», en la que finalmente triunfaría Prieto como consecuencia del mal carácter de Perezagua, y sobre todo de «su incapacidad para adaptarse a las transformaciones que había experimentado la política local y para comprender los renovados sentimientos y aspiraciones de las clases obreras de Bilbao» (5).

Frente al obrerismo rígido de Perezagua, la posición pro-republicana de Prieto se basaba fundamentalmente en que para terminar con el dominio político de la derecha, España necesitaba un partido republicano fuerte y bien organizado que aglutinara a la pequeña burguesía descontenta con la Monarquía, papel que no podía desempeñar el PSOE al no disponer de los efectivos necesarios. Malefakis opina que al proceder de esta forma, Prieto fue el más realista de los líderes socialistas de su tiempo. Por ello consiguió, en el congreso del PSOE de 1915, apoyado por Pablo Iglesias, desplazar a Perezagua de la dirección de la Agrupación de Bilbao de forma «oficial», aunque «de facto» lo había logrado dos años antes, a raíz del proceso electoral de 1913, en el que la presión republicana logró eliminar a Perezagua de la candidatura de la Conjunción, y sustituirle por Prieto, más flexible y menos conflictivo. Desde este momento, la polémica entre ambos dirigentes fue cada vez más violenta. Perezagua se enfrentó radicalmente con la línea del PSOE, denunciando la alianza electoral con los republicanos. Y aunque Pablo Iglesias, gran amigo de Perezagua, intentó intervenir para evitar la escisión de la Agrupación de Vizcaya, no consiguió arreglar la situación. Finalmente, con la decisión del Congreso del PSOE de octubre de 1915 de votar a favor de la política de Prieto y la expulsión del Partido de Facundo Perezagua, el primero se convirtió en el principal líder del socialismo vasco. El triunfo en Madrid, ratificado poco después por la victoria de Prieto sobre Perezagua en las elecciones locales por el distrito de Cortes de noviembre de 1915, representó, en opinión de algunos historiadores, un cambio importante en la trayectoria política de la Agrupación Socialista de Bilbao: había vencido la línea reformista v el revolucionarismo socialista sufrió un rudo golpe en Vizcaya. Como señala Fusi: «La victoria de Prieto tenía un valor simbólico. Significaba el fin de toda una etapa de la historia del movimiento obrero de Vizcaya, caracterizada por la dureza de sus conflictos industriales y el radicalismo laboral de sus líderes» (6). De forma similar, Malefakis afirma que la actitud tomada por Prieto era la más aconsejable por las circunstancias políticas de Vizcaya, dada la tendencia claramente derechista que entonces mantenía el Partido Nacionalista Vasco, en virtud de la cual «hubiera resultado suicida no unirse con los republicanos». Lo que Malefakis llama «política realista» de Prieto, dio lugar a la formación de una alianza cada vez más fuerte con los grupos republicanos vascos, quizá porque éste era el más cercano a sus concepciones políticas. En este sentido se definió a sí mismo en una conferencia pronunciada en la Sociedad El Sitio, de Bilbao, en marzo de 1921, y titulada La libertad, base esencial del socialismo: «Yo he de decir (...) que soy socialista a fuer de liberal»; y esta debilidad suya por la democracia burguesa, mantenida a lo largo de toda su vida, ha hecho decir a Amaro del Rosal: «Prieto era el menos socialista de todos los socialistas, y el más republicano de todos los republicanos» (7). Consecuentemente con estos postulados teóricos, Prieto se opuso a todo intento del PSOE de establecer alianzas con el resto de las organizaciones obreras, primero con los cenetistas y después con los comunistas.

Para la actividad política de Prieto, la huelga general de agosto de 1917 y sus consecuencias inmediatas marcaron un giro decisivo. En el verano de este año, nuestro personaje se encontraba en Bilbao para tratar, según la consigna recibida por Iglesias, de preparar un movimiento revolucionario cuyo fin último era derrocar al régimen monárquico. La huelga general frustró estos planes, que en su opinión podían haber derrocado al régimen monárquico ese mismo año. Prieto dijo en su autobiografía: «Cuando tenia medio hecha en Bilbao la misión que se me confió me notificaron el acuerdo adoptado en Madrid de declararla huelga general el 13 de agosto. Me pareció improcedente, absurdo. La huelga fracasó, estrangulando un movimiento revolucionario que hubiese podido cambiar los destinos de España».

A pesar de su escasa participación en el desarrollo de la huelga, Prieto se vio obligado a salir de España y refugiarse en Francia, donde permaneció hasta abril de 1918. Pero tras su proclamación como candidato para diputado a Cortes por Bilbao, decidió volver a España «protegido por las sombras de la noche, como un espía o un contrabandista», para ocultarse en Bilbao. Desde su escondite preparó, ayudado por Luis Araquistain, una campaña electoral cuyo tema central fue la demostración del carácter fundamentalmente pacífico que tuvo en Vizcaya la huelga de 1917, de la que se declaró solidario. Así lo afirmaba en su Manifiesto electoral de 22 de febrero de 1918:

«No incurriré ahora, aunque ello supusiera un beneficio desde el punto de vista electoral, en la cobardía de atenuar mi solidaridad con aquella huelga. Sí, represento la huelga de agosto; acepto la responsabilidad que incumbe a los organismos directores de un movimiento honrado, un poco ingenuo, que no tiene sobre sí pecado de ningún crimen, de ninguno (...)» (8).

El triunfo electoral, apoyado en el mantenimiento de la Conjunción republicano - socialista, y también en la oleada de solidaridad que llevó a los líderes de la huelga de 1917 al Parlamento, dio origen al desarrollo de una nueva faceta de la vida política de Indalecio Prieto, en la que con el tiempo alcanzaría una gran maestría. Como orador parlamentario, su Primer discurso, pronunciado en mayo de 1918, estuvo dedicado a la descripción y análisis de la huelga le 1917 en Vizcaya, y de la represión sufrida por los huelguistas (la propia esposa de Prieto fue ultrajada delante de sus tres hijos). Conviene señalar que en esta ocasión el moderado socialista resultó más radical que sus compañeros de partido, al poner de manifiesto las limitaciones de aquel intento de huelga general pacífica: «(...) Yo personalmente no concibo que se pueda derribar a un régimen con una huelga pacífica (...). Una huelga pacífica es tanto como dejar asomar la cabeza a la revolución y atarla las manos (...)» (9). Para declarar a continuación: «Y digo más: que en Bilbao había armas y municiones, y que yo llevé alguna de esas armas y municiones; pero supe que era una huelga pacífica, yo no tenía ninguna participación».

La conversión de Prieto en figura política de primera importancia dentro del PSOE, tras su elección como diputado en 1918, se produjo casi simultáneamente al comienzo de la discusión sobre la Tercera Internacional, que dividiría al Partido Socialista durante los años 1919-21, dando lugar, tras la celebración de tres Congresos, a la escisión del llamado sector «tercerista» y a la creación del Partido Comunista Obrero Español. En este largo debate, la postura de Indalecio Prieto fue totalmente favorable a la pervivencia de la afiliación tradicional del PSOE a la Segunda Internacional, y claramente opuesta a la división del partido por razones ideológicas. De esta forma en el Congreso de 1919 acusó a la Tercera Internacional de provocar la división del socialismo mundial, y trató de minimizar la importancia del leninismo como elemento ideológico nuevo dentro de la tradición socialista: «Yo comulgo con todo el credo revolucionario ruso; pero digo, ¿es que en el ideario de Lenin y Trotsky había alguna superioridad sobre todo ideario socialista? No. Eso es una insigne blasfemia que no puede salir de labios de ningún socialista» (10). Un año más tarde, cuando el partido había dado un giro a la izquierda que condujo a la aprobación mayoritaria en el Congreso Extraordinario del ingreso en la Tercera Internacional (aunque subsistían diferencias fundamentales en cuanto a las condiciones de este ingreso), Prieto, en su discurso del día 24 de junio de 1920, señaló: «Discutimos aquí porfiadamente, suicidamente, una cuestión de interés secundario: discutimos una cuestión de etiqueta» (11). Al someterse a votación si el Partido seguía en la Segunda Internacional, y, por lo tanto, si asistía al Congreso de Ginebra, se acordó casi unánimemente darse de baja en dicha organización, votando en contra solamente Prieto y cinco compañeros más, entre los que se encontraba Pérez Solís.

Por fin en 1921, en el Congreso que dio lugar a la escisión, Prieto, consecuentemente con lo que había mantenido en los dos Congresos anteriores, se puso al lado de los que rechazaron las 21 condiciones de Moscú. Unos meses antes de la celebración de este último Congreso, Prieto había desarrollado su argumentación teórica en una conferencia pronunciada en la Sociedad El Sitio, de Bilbao, en marzo de 1921. En ella, dedicó todas sus energías a combatir a los defensores de las 21 condiciones, basándose en la trayectoria liberal que había seguido el socialismo español en toda su historia, elogiando la democracia burguesa como forma de gobierno, y situando la libertad burguesa por encima de cualquier otra concepción ideológica: «La libertad ante todo; el socialismo como un medio para consagrar la libertad». Finalmente, afirmaría: «La sumisión del Partido Socialista a las condiciones que se tratan de imponer desde Moscú, es para mí la negación sustancial de la esencia liberal del Partido Socialista».


III. Prieto anticolaboracionista: 1923 - 1930

Como es bien sabido, tras la proclamación de la Dictadura de Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923, el PSOE y la UGT (su central sindical) optaron inicialmente por la inhibición, para acabar aceptando la colaboración con Primo de Rivera. Ante esta actitud, que ha dado origen a multitud de críticas, en especial contra Largo Caballero, Prieto fue uno de los pocos líderes socialistas, junto con Fernando de los Ríos, contrario a dicha colaboración, quizá porque su actividad dentro del partido había sido más política que sindical, y porque sus contactos con los grupos republicanos le impulsaban —como señala Tuñón— a una actitud de oposición a todo acercamiento con el dictador. Por ello, al entrar Largo Caballero en el Consejo de Estado, como vocal obrero del Consejo de Trabajo en 1924, Prieto presentó la dimisión de su puesto en el Comité Ejecutivo del PSOE.

La oposición de Prieto a la línea colaboracionista del partido, defendida por Largo Caballero, Saborit y Besteiro, se planteó con toda agudeza en el XII Congreso del PSOE celebrado en Madrid del 1 al 5 de julio de 1928 (el primer Congreso que se reunía después de la muerte de Pablo Iglesias). El debate en torno a la gestión de la Ejecutiva del partido se animó con la presentación de una ponencia contraria a la línea táctica colaboracionista, suscrita por Prieto y Teodomiro Menéndez (representante de un grupo de la Federación asturiana opuesto a Manuel Llaneza), que en este momento aparecía como portavoz de aquél. En los discursos pronunciados por ambos, se negaba a priori la conveniencia táctica de colaborar con cualquier tipo de régimen cuyos gobernantes no garantizasen la libertad política de los ciudadanos, como en el caso de España a raíz del golpe de Estado: «Nosotros los socialistas —dijo Teodomiro Menéndez— nos diferenciamos de los anarquistas en que somos evolucionistas y aceptamos, por tanto, la intervención en los organismos públicos, actuando así siempre que la situación gobernante garantice la libertad política de los ciudadanos» (12). Mientras la ponencia de Prieto y Teodomiro Menéndez solicitaba la retirada de los socialistas del Consejo de Estado, de los ineficaces Comités Paritarios y de todo cargo público, los representantes de la Ejecutiva defendieron la participación en estos puestos como forma de mantener las ventajas obtenidas por el proletariado. Las diferencias entre ambas concepciones eran sustanciales: mientras Largo ratificó, una vez más, su fe en las virtudes del «colaboracionismo» con todo régimen burgués, Prieto y Teodomiro hacían hincapié en la primacía de las consideraciones políticas democráticas sobre el estricto «obrerismo» de los sindicalistas. En palabras de Teodomiro Menéndez, «en los derechos del hombre y del ciudadano reconocemos mayor grandeza que en los derechos del trabajador».

En la quinta sesión del Congreso celebrada el 3 de julio, el enfrentamiento entre ambas posiciones tácticas alcanzó el nivel de mayor violencia, tras la declaración de Prieto sobre la importancia de las convicciones republicanas del partido socialista, y sobre su decidida actitud de mantener sus posiciones por encima de los acuerdos del Congreso: «Cualesquiera que sean las resoluciones que aquí se adopten, nosotros cumpliremos con nuestros deberes de conciencia». Besteiro y Saborit acusarían violentamente a Prieto de representar la postura derechista y pro-republicana del partido, y de ser el causante de la división entre los socialistas, abusando de la buena fe de los delegados asistentes al Congreso: «¿Para quién habla aquí Prieto con su republicanismo y su oposición al régimen?», preguntó Besteiro, mientras Saborit consideraba al discurso de Prieto como un arma favorable a los difamadores del partido: «El discurso de Prieto seguirán esgrimiéndole nuestros enemigos como arma para hablar de derechas e izquierdas en el Partido socialista, y cuando eso es mentira, y tú, Prieto, jamás serás izquierda en el Partido» (13). La habilidad de Prieto y la firmeza de Teodomiro no impidieron que el Congreso aprobara la táctica del Comité Nacional y de la Ejecutiva por 5.064 votos contra 740, y aceptara la continuación en el Consejo de Estado por 5.785 votos contra 593. A la hora de la reelección de la Comisión Ejecutiva y otros cargos representativos del Partido, Prieto no consiguió más que 739 votos para el puesto de vocal, quedando, por tanto, al margen de los puestos directivos del PSOE, detentados por el sector aglutinado en torno a Largo, Besteiro y Saborit.


IV. Prieto, Ministro de Obras Públicas 

La intervención a título personal de Prieto en el Pacto de San Sebastián en agosto de 1930, al lado de los líderes republicanos más importantes, contribuyó a consolidar su imagen como el socialista más cercano a los republicanos. En opinión de Malefakis, pudo participar en el Pacto sin ningún problema como consecuencia de no haberse «dejado implicar en el oportunismo de la mayor parte de su Partido» durante la Dictadura.

A lo largo de todo el año de 1930, Prieto dedicó sus mejores energías a promover la unión de todos los grupos políticos en desacuerdo con el régimen monárquico, dejando de lado las controversias ideológicas, como única forma de canalizar y coordinar el descontento de la mayor parte de la población. Como señalaba en un discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid en febrero de 1930 bajo el título «Con el Rey o contra el Rey»: «Yo creo que es preciso desatar, cortar un nudo; este nudo es la Monarquía. Para cortarlo vengo predicando la necesidad del agrupamiento de todos aquellos elementos que podamos coincidir en el afán concreto y circunstancial de acabar con el régimen monárquico y terminar con esta dinastía en España (...). Hay que estar con el Rey o contra el Rey. El Rey debe ser el mojón que nos separe.» El violento ataque a la monarquía de este discurso llevó a Bagaría a publicar una caricatura en El Sol, en la que la cabeza de Prieto semejaba una bomba explosiva. De esta forma, al crearse la unión de los grupos republicanos más representativos para derrocar a la monarquía que cristalizó en el Pacto de San Sebastián, Prieto asistiría a esta reunión por invitación de los demás asistentes, sin representar oficialmente a su partido. Pese a ello, la cuestión de la conveniencia táctica para el PSOE de entrar en la alianza fue planteada por Prieto y De los Ríos en una reunión de la Ejecutiva celebrada dos meses más tarde, en la que se acordó participar en el movimiento revolucionario con los republicanos, y se eligió a tres representantes socialistas en el Comité revolucionario: Largo Caballero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, que además formarían parte del nuevo Gobierno. Recibido el espaldarazo oficial del Partido, nuestro hombre acudió a todas las sesiones del Comité revolucionario que se celebraban en el domicilio de Miguel Maura, donde se establecieron contactos con elementos militares dispuestos a sublevarse contra la Monarquía, y se fijó la fecha del levantamiento para el 15 de diciembre. En la distribución de las carteras ministeriales entre los componentes del Comité, a Prieto se le designó, primero, el Ministerio de Fomento; pero después se le trasladó al de Hacienda, porque con sus Propias palabras, «nadie deseaba cargar con el mochuelo, por lo cual me lo endosaron a mí, entendiendo sin duda que yo servía lo mismo para un roto que para un descosido, manera de no servir prácticamente para nada» (14). Además, para lograr la total coherencia del alzamiento, se señaló a cada miembro del Comité una población desde donde dirigiría el levantamiento en la provincia: a Prieto le atribuyeron Bilbao por su prestigio en la zona desde hacía veinte años. Pero su labor en esta ciudad fue muy reducida; el fracaso del movimiento en el resto del país le obligó a abandonar Bilbao, tras haber mantenido la huelga general durante veinticuatro horas, para esconderse y pasar a continuación a Francia.

Por ello, Prieto se enteró de la inminencia de la proclamación de la República el día 13 de abril a través de Francisco Maciá, que llamó desde Barcelona para darle la noticia. Al día siguiente, Prieto y Marcelino Domingo volvían a España para ocupar sus puestos en el Gobierno. A su llegada a Irún, v ante la gran multitud que les vitoreaba, D. Indalecio confesaba su turbación: «¿Seguiría durmiendo y estaría soñando? Pero no soñaba: vo era el ministro de Hacienda (...)». El recibimiento dispensado en Madrid a los nuevos ministros fue impresionante: un inmenso gentío lanzaba vítores y aplausos, mientras un grupo de correligionarios rescató a Prieto, llevándole a dar un paseo por los barrios bajos, «por donde fui paseado entre vivas y aplausos como Caudillo que regresara de la más descomunal batalla».

Al día siguiente, Indalecio Prieto tornaba posesión del Ministerio de Hacienda. En este Ministerio su gestión se vio dificultada por la desfavorable coyuntura económica nacional e internacional, consecuencia tanto de la crisis de 1929, como de la fuga de capitales españoles tras la proclamación de la República. Los obstáculos con que se enfrentaba diariamente le impulsaron a presentar la dimisión de aquel cargo en varias ocasiones; como señaló Azaña en sus Memorias, «Prieto repite que el Ministerio se le viene encima y que no acaba de penetrar en los problemas» (15). Pese a ello, intentó acabar con el inmenso poder del Banco de España, tratando de desviar hacia el Estado una parte de sus «pingües» ganancias, v preparó un programa de ordenación de la banca privada dirigido a favorecer a las Cajas de Ahorro de índole benéfica, y a proteger el ahorro popular, proyecto que pensaba poner en práctica una vez estabilizada la República. Pero a los pocos meses de estar en el cargo fue sustituido por Jaime Carner. En opinión del propio Prieto, «pecaba de incongruencia conferir la cartera de Hacienda a un socialista dentro de un Gobierno de coalición, predominantemente burgués, poco dispuesto a revolucionar nada y menos el sistema tributario» (16). Por tanto, nuestro hombre salió con satisfacción de este puesto enormemente conflictivo. Donde realmente se manifestaron las grandes dotes de Prieto fue en el Ministerio de Obras Públicas. Desde allí acometió una serie de proyectos para mejorar la red nacional de carreteras y de ferrocarriles; aunque su labor más eficaz fue la realización de obras hidráulicas, en la que continuó la política comenzada por Primo de Rivera para transformar el campo español. Así inauguró pantanos por toda la geografía española, poniendo en marcha proyectos como el de la construcción del pantano del Portillo de Cíjara en la provincia de Badajoz, que más tarde sería utilizado en el «plan Badajoz». Para realizar este vasto programa nacional de obras hidráulicas, Prieto decidió transformar las Confederaciones Hidrográficas (administradoras de las obras hidráulicas desde 1926) en Mancomunidades ligadas entre sí por vínculos económicos, y controladas por el Estado como coordinador de las obras hidráulicas dentro de un plan nacional cohesionado y coherente. El brazo derecho de nuestro personaje fue el ingeniero Manuel Lorenzo Pardo, hombre adicto a la Monarquía y que había trabajado con Primo de Rivera. A pesar de sus ideas contrarias a las de Prieto, realizó su labor de principal asesor del recién fundado Centro de Estudios Hidrográficos con una eficacia asombrosa. Desde este Centro partieron todas las iniciativas tendentes a efectuar cambios decisivos en la agricultura española: regadíos, repoblaciones forestales, electrificación, etc., que, por otro lado, servirían para la realización de la Reforma Agraria sin tantas dificultades. El mismo Prieto afirmó: «En mi nuevo ministerio me enamoré de las obras hidráulicas creyendo que para una honda Reforma Agraria valdrían mejor que cuales-quiera innovaciones jurídicas sobre propiedad de la tierra» (17).

En concreto, además de la construcción de varios lantanos en Castilla, León y Extremadura (como el de La Maya, en la provincia de Salamanca, o el del Portillo de Cíjara), Indalecio Prieto concibió la idea de un vasto plan para completar los riegos del Levante español y superar el drama de las tierras improductivas, por falta de agua, de esta región y de gran número de las de la Mancha. El proyecto se basaba en un mayor aprovecha-miento de las aguas de los ríos Júcar, Tajo y Guadiana, cuyos caudales se reunirían en el Pantano de Alarcón, que serviría de colector y distribuidor en de Valencia, Albacete, Murcia, Alicante y Cartagena. Para la realización de estas obras se necesitaba un capital de 5.000 millones de pesetas, y sobre todo tiempo (Prieto y Lorenzo Pardo calculaban que tardarían veinticinco años en ejecutar las obras). Pero el tiempo, factor fundamental para la realización de todos los grandes proyectos, fue el mayor enemigo del entonces ministro de Obras Públicas, que no contó con un Gobierno lo suficentemente fuerte para mantenerse en el poder y llevar a la práctica estas ideas. En opinión de Ramos Oliveira: «Ni el ingenio del técnico ni el entusiasmo del político bastaban para realizar una idea que requería un régimen político estable» (18).

Este programa comprendía también la construcción de una amplia red de carreteras y ferrocarriles, con objeto de mejorar las comunicaciones, basándose en los proyectos comenzados por Primo de Rivera. Por ello, Prieto completó el proyecto de construcción del túnel de ferrocarril en la sierra de Guadarrama en 1933, para acortar las distancias entre Madrid e Irún. También emprendió la creación de terminales subterráneas en Madrid y Barcelona, donde se comenzaron a construir las del Paseo de la Castellana --cuyas obras se terminaron aún no hace muchos años— y la de la Plaza de Cataluña. Con su puesta en marcha se evitarían dificultades a los usuarios, al conseguir el abaratamiento de los transportes públicos, además de una mayor des-congestión del centro de ambas capitales. Para la consecución de estos proyectos, Indalecio Prieto consiguió el apoyo decidido 'de las Cámaras de Comercio, las de Industria y las organizaciones obre-ras como organismos más afectados. Sin embargo, el costo de las obras emprendidas, cuyo presupuesto ascendía a 80 millones en 1932, y a 175 en 1933 (19), hicieron muy lento y enormemente difícil el avance de los programas de Prieto; incluso su gran amigo y sustituto en el Ministerio de Hacienda, Jaime Carner, pediría encarecidamente a aquél que redujera gastos en los presupuestos presentados.

Más tarde, Viñuales, nuevo ministro de Hacienda, propuso, en colaboración con Prieto, un nuevo método de financiación de las obras, basado en la creación de una sociedad anónima formada por Bancos y Cajas de Ahorros; pero este propósito quedó truncado también al caer el Gobierno Azaña. La obra realizada por Indalecio Prieto, durante el tiempo que estuvo en el Ministerio de Obras Públicas, fue de primera importancia, como reconocen la mayoría de los historiadores. Hasta Ricardo de la Cierva, poco sospechoso de veleidades izquierdistas, afirma: a De cara ya a la recta final del siglo XX, el historiador no tiene que esforzarse demasiado para colocar a Indalecio Prieto, junto a Guadalhorce y Silva Muñóz, en el terceto de los grandes ministros de Obras Públicas de la España contemporánea» (20). Pero la crisis ministerial de 1933, y la pérdida del poder tras las elecciones de ese mismo año interrumpirían la realización de este programa, y colocarían a Prieto y al Partido Socialista ante una situación totalmente distinta a la del primer bienio republicano.


María Ruipérez
Tiempo de Historia nº 13, diciembre de 1975


(1) Indalecio Prieto: Yo y Moscú. Prólogo, comentarios y notas de Mauricio Carlavilla. Ed. Nos. Madrid, 1955, pág. 66. Fuente en ningún caso recomendable, que se reduce a ensartar, uno detrás de otro, los insultos de peor gusto del léxico castellano, y que sólo citamos para recordar la virulencia con que, hace no muchos años, se escribía en este país sobre la historia del movimiento obrero.
(2) Entrevista realizada por «El Caballero Audaz» en 1920, y recogida en Lo que sé por mí. Novena Serie. Ediciones Mundo Latino. Madrid, 1920, págs. 19-27. (Debo esta referencia a Jorge Campos). Prieto participó con otros jóvenes socialistas en la redacción del reglamento de la Juventud Socialista de Bilbao en 1903. Juan Pablo Fusi: Política obrera en el País Vasco. 1880-1923. Ed. Turnar, Madrid, 1975, pág. 248
(3) Como recuerda Zugazagoitia: «Otra rama de su especialidad nemotécnica, de la que con gusto suele hacer alarde, se proyecta sobre la Zarzuela española. En este punto es imbatible». Julián Zugazagoitia: Guerra y vicisitudes de los españoles. Librería Española. París, 1968, T. 1I, pág. 76.
(4) «El Caballero Audaz»: o. c., págs. 22-23.
(5) Juan Pablo Fusi: o. c., pág. 334.
(6) Ibid., pág. 356.
(7) Juicio formulado por Amaro del Rosal en conversación mantenida con la autora de este artículo, en Madrid, el mes de septiembre último.
(8) Manifiesto recogido en: Indalecio Prieto: Discursos fundamentales. Ed. Turner, Madrid, 1975. Todas las referencias a artículos o discursos de Prieto, proceden de esta obra, salvo que indiquemos otra fuente.
(9) El Socialista, 25-V-1918.Prieto defendió también el carácter pacifico de la huelga de 1917, en un artículo publicado en El Liberal el 20-11-1917, titulado: La huelga de agosto, escrito para defenderse de los ataques de sus oponentes en las elecciones de ese año. Recogido por Juan Pablo Fusi: o. c., pág. 509.
(10) El Socialista, 13-XII-1919. Para una información detallada de los debates suscitados en este Congreso, véase El Socialista del 10 al 16-XII-1919.
(11) El Socialista, 24-VI-1920.
(12) El socialista, 1-VIII-1928.
(13) El Socialista, 3-VIII-1928. Los acuerdos del Congreso pueden verse en los números de 3 y 5-VIII-1928.
(14) Indalecio Prieto: Convulsiones de España. Ediciones Oasis, México, 1968, T. IV, pág. 101.
(15) Manuel Azaña: Obras Completas. Ed. Oasis, México, I968, T. IV, pág. 13.
(16) Indalecio Prieto: o. c., pág. 101.
(17) Ibid., pág. 103.
(18) Antonio Ramos Oliveira: Historia de España. Compañía General de Ediciones, S. A., México, T. III, pág. 157.
(19) Gabriel Jackson: La República española y la Guerra Civil. 1931-1939. Princenton University Press. México, D. F., 1967, pág. 87.
(20) Ricardo de la Cierva: La historia perdida del socialismo español. Ed. Nacional. Madrid, 1972, pág. 139.








No hay comentarios:

Publicar un comentario