Que salga el caza
Las fuerzas republicanas atravesaban momentos muy
difíciles (...) La situación estaba tomando por momentos un aspecto cada vez
más trágico. Nuestro viejo material, debido al excesivo trabajo a que lo
sometíamos y a la superidad numérica del enemigo, estaba disminuyendo
alarmantemente. Con el personal sucedía lo mismo. Habíamos sufrido muchas bajas
y el agotamiento de los que quedábamos era considerable. Llegó un día de triste
recuerdo, en el que tuve que dar en singular la orden de salir al aire:
"Que salga el caza". Aquel día sólo nos restaba un aparato. Desde el
frente nos pedían caza y caza, con palabras muy poco académicas, pero lógicas
en aquellos instantes. Nos preguntaban por qué no acudíamos. Nos repetían
constantemente que los estaban bombardeando sin parar, que los ametrallaban
impunemente. Y yo, sin poderles decir la verdad, sin poderles explicar que nos
habíamos quedado sin aviones.
Doce "Dewoitine" y seis "Potez"
Los aviones alemanes e italianos empezaron a llegar a
España desde el primer día de la sublevación. Los alemanes venían en vuelo
directo, y los italianos haciendo escala en Argelia y en la zona francesa de
Marruecos. (...) A los pocos días del alzamiento, un aparato alemán
"Junkers-52" con armamento, que volaba hacia la zona rebelde, llega
por equivocación al aeródromo madrileño de Barajas. Cuando después del
aterrizaje se encamina a los barracones, la tripulación advierte su error. El
piloto da media vuelta, despega y pone rumbo a Portugal, pero tiene que tomar
tierra antes de salir de nuestro territorio, por falta de gasolina, y los
republicanos se apoderan del aparato y de los tripulantes. Al día siguiente ya
teníamos preparado este avión para bombardear a los fascistas, pero la embajada
alemana, con el apoyo de Francia, hizo una reclamación y el Gobierno prohibió
utilizarlo. Permaneció en un hangar del aeródromo hasta que un día fue
destruido en un bombardeo realizado por una escuadrilla de "Junkers-52",
es decir, del mismo tipo. A la tripulación se la puso en libertad, también por
orden del Gobierno.
He aquí la versión que de estos mismos hechos de la
ayuda militar a los rebeldes desde el primer momento de la sublevación dio el
embajador de los Estados Unidos, Claude G. Bowers, en su libro "Misión en
España". El señor Bowers escribe: "...Un embarazoso incidente no nos
deja duda sobre la muy pronta llegada a España de los fascistas italianos.
Aviones enviados por Mussolini a los rebeldes, en cumplimiento de previos
acuerdos, se vieron obligados a aterrizar en África del norte en territorio
francés.
El Gobierno francés envió al general Denain, inspector
general de la aviación francesa, y éste informó que los aviones habían
despegado de Cerdeña y se dirigían a Melilla y a Ceuta, entonces en poder de
los rebeldes." Y sobre la aventura del "Junkers-52", el
embajador Bowers escribe: "Un trimotor aleman Junkers-52, que se vio
obligado a aterrizar por falta de gasolina, fue incautado por el Gobierno
español. Era un avión militar. Bajo órdenes de Hitler, Hans Voelkers, encargado
de negocios alemán, se presentó a Augusto Barcia, ministro de Estado, exigiendo
la libertad inmediata del avión. Una hora después de haber salido Voelkers del
despacho del ministro español, el encargado de negocios francés visitó a Barcia
con instrucciones de Delbos, ministro de Negocios Extranjeros francés, para
pedir que la demanda de Hitler fuera inmediatamente respetada". He copiado
las palabras del embajador americano, pues dan una idea del ambiente que los
gobiernos europeos crearon en torno al gobierno legítimo de España, del cinismo
con que trabajaban desde el primer momento a favor de los rebeldes los
diplomáticos nazis y fascistas en España, y de la vergonzosa actitud de los
diplomáticos de las naciones llamadas democráticas (...)
Nuestra aviación tenía urgente necesidad de material.
Habíamos movilizado un gran número de personas por todo el mundo, con orden de
comprar, al precio que fuese, cualquier clase de aviones. Pero todos nuestros
esfuerzos fracasaban, uno tras otro, pues las potencias
"democráticas" habían decidido asfixiarnos para poder contemplar, muy
satisfechas, como el fascismo destruía la libertad en España. Esta situación se
agravó con la puesta en marcha de la política llamada de no-intervención, que
prohibía vender y proporcionar armamento a cualquiera de los dos bandos
contendientes (...) Mientras los Estados fascistas (Alemania, Italia, Portugal)
violaban descaradamente el acuerdo, del que hicieron caso omiso desde los
primeros momentos, y enviaban constantemente a los rebeldes armas y unidades
militares, las otras potencias lo aplicaban con gran rigidez en perjuicio del
Gobierno legal español, estableciendo un verdadero cerco legal a la República.
A completar este asedio contribuyeron también los EEUU
con su política de "neutralismo", que sirvió, como la de
no-intervención, para dejar las manos libres a Hitler y Mussolini y ayuarlos a
que invadiesen y destrozasen nuestro país. Al mismo tiempo, el Gobierno norteamericano,
tan rígido en aplicar el embargo a los republicanos, suministraba a Franco todo
el petróleo que necesitaba para hacernos la guerra. (...) En aviación, la única
adquisición que logramos en los cuatro primeros meses de la guerra fueron doce
"Dewoitine" de caza y seis "Potez" de bombardeo. Tanto los
"Dewoitine" como los "Potez" eran de modelo bastante
anticuado y llegaron sin armamento. Estos aviones pudimos traerlos de Francia a
España por sorpresa, pero en cuanto se enteró nuestro "amigo" León
Blum, jefe del Gobierno francés, puso el grito en el cielo y ordenó una
vigilancia especial y severísima en la frontera. El resultado fue que las
autoridades francesas se incautaron del armamento de estos aviones, que nos lo
mandaban por tierra (...). Con estos aviones llegaron doce o catorce pilotos
franceses, dirigidos por el escritor André Malraux. Yo no puedo decir que
Malraux en aquella época no fuese, a su manera, un hombre progresista, ni que
no viniese a España de buena fe para ayudar a los republicanos, tal vez
ilusionado con el pensamiento de hacer en nuestro país el papel de Lord Byron
en Grecia. Lo que sí puedo y debo decir es que Malraux, que por su personalidad
como escritor podría habernos sido útil, se anuló él mismo al pretender hacerse
jefe de una escuadrilla, sin haber visto en su vida un avión, sin tener la
menor idea de lo que es la aviación y sin darse cuenta de que no se puede jugar
a los aviadores sin serlo, y mucho menos en una guerra.
El Gobierno huye, Madrid se queda
Un día, a mediados de octubre, Indalecio Prieto me
llamó a su despacho del Ministerio. Eran las primeras horas de la tarde.
Durante el camino, hablando con el capitán Hernández Franch, que me acompañaba,
le iba diciendo que temía que aquella llamada fuese para anunciarme alguna
catástrofe, pues rara era la vez que veía a Prieto que no me diese alguna mala
noticia. Efectivamente, me llamaba para decirme que la situación en Madrid era
crítica y que yo debía evacuar las oficinas y el personal que tenía en la ciudad.
Para justificar esta alarmante medida me dijo que habían decidido que el
Gobierno y el presidente de la República saliesen lo antes posible para
Valencia. Aunque yo conocía el pesimismo de Prieto, aquella noticia y los
macabros razonamientos con que me la dio, me dejaron hecho polvo. Yo estaba
pasando por aquellos días ratos muy malos a causa de la falta de aviones.
Habría necesitado que el ministro me diera algunos ánimos, en vez de repetirme
machaconamente que "no había nada que hacer" (...) Salí con Hernández
Franch, que me esperaba en el antedespacho, y decidimos dar una vuelta por las
calles para observar el aspecto de la ciudad en aquellos momentos. No sé si
sería por mi estado de ánimo, pero las calles de Madrid me parecieron
tristonas, y las personas que circulaban por las calles me dieron la impresión
de estar preocupadas o del mal humor. En el paseo del Prado, cerca de las
ruinas del hotel Savoy, destruido por un bombardeo, vimos una aglomeración de
gente junto a una columna de camiones. Eran los familiares de los últimos niños
que quedaban en Madrid, que venían a despedirlos, pues los evacuaban a Levante.
La escena tampoco era como para levantar la moral. Los familiares no ocultaban
su tristeza ni sus lágrimas. Los chicos, contagiados por la desazón de sus
parientes, lloraban a lágrima viva y algunos gritaban desesperadamente y se
resistían a montar en los caminones. Por fin, después de muchos esfuerzos, la
columna partió para su destino con todos los niños. Algunos familiares
abandonaron el lugar, pero la mayoría se quedó, haciendo los naturales
comentarios.
En aquel instante vemos que tres muchachos, muy
jóvenes, acercan un banco al grupo. Uno de ellos se sube a aquella tribuna
improvisada pidiendo que le escuchen unas palabras. Y con un dominio de sí
mismo que me dejó asombrado, comenzó diciéndoles que no tenían que estar
tristes ni lamentarse, porque sus hijos iban a un lugar donde serían bien
tratados y estarían más seguros, pues Madrid se hallaba en peligro. La única
manera de salvarlo era que todos, hombres y mujeres, se movilizasen para tomar
parte en su defensa. Que ya había comenzado la construcción de trincheras, pero
que hacía falta mucho personal (...). Mítines como éste se hacían
constantemente en todas las barriadas de la capital. En los cines, en las
fábrica y en los patios de vecindad, cientos y cientos de agitadores repetían
incansablemente que había que luchar contra los derrotistas, que Madrid podía
defenderse, que había que tener confianza en el pueblo y que no estábamos solos,
como pronto podría verse. Esto último de que no estábamos solos lo captó la
gente inmediatamente, y tuvo una gran influencia para activar la movilización.
Así es como se puso en pie el pueblo para defender su capital.
Los primeros chatos
Creo que fue el 5 de noviembre cuando la primera
escuadrilla de cazas que nos había enviado la URSS, puesta a punto, emprendió
el vuelo desde Albacete en dirección a Alcalá de Henares. Llegaron a este
aeródromo al anochecer y se prepararon para realizar al día siguiente su primer
servicio. Yo fui a Madrid para presenciarlo. El 6 de noviembre por la mañana
hicieron su aparición los Junkers de bombardeo alemanes, acompañados por una
escuadrilla de cazas Fiat italianos. Sin la menor preocupación se dispusieron,
como tenían por costumbre, a bombardear y ametrallar, con toda impunidad, los
frentes de Madrid y la capital. En aquel momento, y antes de que las sirenas terminasen
de dar la alarma, un grupo de aviones con los emblemas rojos de la aviación
republicana surgen en el cielo de Madrid y se lanzan rápidos, ágiles y
potentes, contra los aparatos fascistas. No puedo -y lo confieso- describir aún
ahora, mis reacciones ante aquello. Estaba tan excitado, que lo raro fue que no
me estallase el corazón.
El espectáculo que pudieron ver los madrileños aquella
mañana fue algo grandioso, de los que no se olvidan jamás. Los continuos e
impresionantes zumbidos de los motores, cuando los pilotos se lanzaban contra
los Junkers en un picado casi vertical, y el que los fascistas no tirasen sus
bombas, hicieron comprender al pueblo de Madrid que algo nuevo, alguna cosa
inesperada, estaba ocurriendo. La gente abandona los refugios, se lanza a la
calle y, sin acordarse del peligro de las bombas, aquel pueblo que había estado
sufriendo día a día, sin poderse defender, los terribles bombardeos enemigos,
presencia con emoción inenarrable la primera batalla aérea en defensa de su
ciudad. Entre las acrobacias de los combates y el ruido de las ráfagas de las
ametralladoras, los madrileños vieron cómo los aviones republicanos derribaban,
uno tras otro, nueve aviones enemigos, mientras el resto de las escuadrillas
fascistas salían huyendo, cada uno por su lado, perseguidos por los cazas de la
República (...) El pueblo de Madrid, aquel día, bautizó a los nuevos cazas
(I-15) con el nombre de "chatos". Escasos días después de esta
batalla ocurrió un suceso poco conocido (pues en aquellos tiempos no podíamos
revelar la presencia de pilotos soviéticos a nuestro lado), que como español me
da vergüenza relatar, pero que me considero en la obligación de hacerlo, para
recordar una vez más lo que es el fascismo. Un avión fascista arrojó al
anochecer, sobre Madrid, con paracaídas, un cajón dentro del cual se encontraba
el cadáver descuartizado de un piloto soviético que, por desorientación, había
tomado tierra en zona enemiga, cerca de Segovia. En el cajón venía un papel
donde habían escrito: "Este regalo es para que el jefe de las Fuerzas
Aéreas de los rojos vaya tomando nota de la suerte que le espera a él y a todos
sus bolcheviques".
Ignacio Hidalgo de Cisneros,
Jefe de la Fuerzas Aéreas de la República Española
(FARE)
Cambio de rumbo
SALVAJOSMO ,SOLO SALVAJISMO SE PUEDE CALIFICAR ,LO QUE LE HICIERON AL PILOTO RUSO.
ResponderEliminar