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488. Los primeros Chatos



El Polikarpov I-15, "Chato", caza biplano híbrido de madera y metal y con tren de aterrizaje fijo.
Se recibieron 131 unidades y se montaron 237 con componentes recibidos de Rusia y otros fabricados en España



Que salga el caza

Las fuerzas republicanas atravesaban momentos muy difíciles (...) La situación estaba tomando por momentos un aspecto cada vez más trágico. Nuestro viejo material, debido al excesivo trabajo a que lo sometíamos y a la superidad numérica del enemigo, estaba disminuyendo alarmantemente. Con el personal sucedía lo mismo. Habíamos sufrido muchas bajas y el agotamiento de los que quedábamos era considerable. Llegó un día de triste recuerdo, en el que tuve que dar en singular la orden de salir al aire: "Que salga el caza". Aquel día sólo nos restaba un aparato. Desde el frente nos pedían caza y caza, con palabras muy poco académicas, pero lógicas en aquellos instantes. Nos preguntaban por qué no acudíamos. Nos repetían constantemente que los estaban bombardeando sin parar, que los ametrallaban impunemente. Y yo, sin poderles decir la verdad, sin poderles explicar que nos habíamos quedado sin aviones.


Doce "Dewoitine" y seis "Potez"

Los aviones alemanes e italianos empezaron a llegar a España desde el primer día de la sublevación. Los alemanes venían en vuelo directo, y los italianos haciendo escala en Argelia y en la zona francesa de Marruecos. (...) A los pocos días del alzamiento, un aparato alemán "Junkers-52" con armamento, que volaba hacia la zona rebelde, llega por equivocación al aeródromo madrileño de Barajas. Cuando después del aterrizaje se encamina a los barracones, la tripulación advierte su error. El piloto da media vuelta, despega y pone rumbo a Portugal, pero tiene que tomar tierra antes de salir de nuestro territorio, por falta de gasolina, y los republicanos se apoderan del aparato y de los tripulantes. Al día siguiente ya teníamos preparado este avión para bombardear a los fascistas, pero la embajada alemana, con el apoyo de Francia, hizo una reclamación y el Gobierno prohibió utilizarlo. Permaneció en un hangar del aeródromo hasta que un día fue destruido en un bombardeo realizado por una escuadrilla de "Junkers-52", es decir, del mismo tipo. A la tripulación se la puso en libertad, también por orden del Gobierno.

He aquí la versión que de estos mismos hechos de la ayuda militar a los rebeldes desde el primer momento de la sublevación dio el embajador de los Estados Unidos, Claude G. Bowers, en su libro "Misión en España". El señor Bowers escribe: "...Un embarazoso incidente no nos deja duda sobre la muy pronta llegada a España de los fascistas italianos. Aviones enviados por Mussolini a los rebeldes, en cumplimiento de previos acuerdos, se vieron obligados a aterrizar en África del norte en territorio francés.

El Gobierno francés envió al general Denain, inspector general de la aviación francesa, y éste informó que los aviones habían despegado de Cerdeña y se dirigían a Melilla y a Ceuta, entonces en poder de los rebeldes." Y sobre la aventura del "Junkers-52", el embajador Bowers escribe: "Un trimotor aleman Junkers-52, que se vio obligado a aterrizar por falta de gasolina, fue incautado por el Gobierno español. Era un avión militar. Bajo órdenes de Hitler, Hans Voelkers, encargado de negocios alemán, se presentó a Augusto Barcia, ministro de Estado, exigiendo la libertad inmediata del avión. Una hora después de haber salido Voelkers del despacho del ministro español, el encargado de negocios francés visitó a Barcia con instrucciones de Delbos, ministro de Negocios Extranjeros francés, para pedir que la demanda de Hitler fuera inmediatamente respetada". He copiado las palabras del embajador americano, pues dan una idea del ambiente que los gobiernos europeos crearon en torno al gobierno legítimo de España, del cinismo con que trabajaban desde el primer momento a favor de los rebeldes los diplomáticos nazis y fascistas en España, y de la vergonzosa actitud de los diplomáticos de las naciones llamadas democráticas (...)

Nuestra aviación tenía urgente necesidad de material. Habíamos movilizado un gran número de personas por todo el mundo, con orden de comprar, al precio que fuese, cualquier clase de aviones. Pero todos nuestros esfuerzos fracasaban, uno tras otro, pues las potencias "democráticas" habían decidido asfixiarnos para poder contemplar, muy satisfechas, como el fascismo destruía la libertad en España. Esta situación se agravó con la puesta en marcha de la política llamada de no-intervención, que prohibía vender y proporcionar armamento a cualquiera de los dos bandos contendientes (...) Mientras los Estados fascistas (Alemania, Italia, Portugal) violaban descaradamente el acuerdo, del que hicieron caso omiso desde los primeros momentos, y enviaban constantemente a los rebeldes armas y unidades militares, las otras potencias lo aplicaban con gran rigidez en perjuicio del Gobierno legal español, estableciendo un verdadero cerco legal a la República.

A completar este asedio contribuyeron también los EEUU con su política de "neutralismo", que sirvió, como la de no-intervención, para dejar las manos libres a Hitler y Mussolini y ayuarlos a que invadiesen y destrozasen nuestro país. Al mismo tiempo, el Gobierno norteamericano, tan rígido en aplicar el embargo a los republicanos, suministraba a Franco todo el petróleo que necesitaba para hacernos la guerra. (...) En aviación, la única adquisición que logramos en los cuatro primeros meses de la guerra fueron doce "Dewoitine" de caza y seis "Potez" de bombardeo. Tanto los "Dewoitine" como los "Potez" eran de modelo bastante anticuado y llegaron sin armamento. Estos aviones pudimos traerlos de Francia a España por sorpresa, pero en cuanto se enteró nuestro "amigo" León Blum, jefe del Gobierno francés, puso el grito en el cielo y ordenó una vigilancia especial y severísima en la frontera. El resultado fue que las autoridades francesas se incautaron del armamento de estos aviones, que nos lo mandaban por tierra (...). Con estos aviones llegaron doce o catorce pilotos franceses, dirigidos por el escritor André Malraux. Yo no puedo decir que Malraux en aquella época no fuese, a su manera, un hombre progresista, ni que no viniese a España de buena fe para ayudar a los republicanos, tal vez ilusionado con el pensamiento de hacer en nuestro país el papel de Lord Byron en Grecia. Lo que sí puedo y debo decir es que Malraux, que por su personalidad como escritor podría habernos sido útil, se anuló él mismo al pretender hacerse jefe de una escuadrilla, sin haber visto en su vida un avión, sin tener la menor idea de lo que es la aviación y sin darse cuenta de que no se puede jugar a los aviadores sin serlo, y mucho menos en una guerra.


El Gobierno huye, Madrid se queda

Un día, a mediados de octubre, Indalecio Prieto me llamó a su despacho del Ministerio. Eran las primeras horas de la tarde. Durante el camino, hablando con el capitán Hernández Franch, que me acompañaba, le iba diciendo que temía que aquella llamada fuese para anunciarme alguna catástrofe, pues rara era la vez que veía a Prieto que no me diese alguna mala noticia. Efectivamente, me llamaba para decirme que la situación en Madrid era crítica y que yo debía evacuar las oficinas y el personal que tenía en la ciudad. Para justificar esta alarmante medida me dijo que habían decidido que el Gobierno y el presidente de la República saliesen lo antes posible para Valencia. Aunque yo conocía el pesimismo de Prieto, aquella noticia y los macabros razonamientos con que me la dio, me dejaron hecho polvo. Yo estaba pasando por aquellos días ratos muy malos a causa de la falta de aviones. Habría necesitado que el ministro me diera algunos ánimos, en vez de repetirme machaconamente que "no había nada que hacer" (...) Salí con Hernández Franch, que me esperaba en el antedespacho, y decidimos dar una vuelta por las calles para observar el aspecto de la ciudad en aquellos momentos. No sé si sería por mi estado de ánimo, pero las calles de Madrid me parecieron tristonas, y las personas que circulaban por las calles me dieron la impresión de estar preocupadas o del mal humor. En el paseo del Prado, cerca de las ruinas del hotel Savoy, destruido por un bombardeo, vimos una aglomeración de gente junto a una columna de camiones. Eran los familiares de los últimos niños que quedaban en Madrid, que venían a despedirlos, pues los evacuaban a Levante. La escena tampoco era como para levantar la moral. Los familiares no ocultaban su tristeza ni sus lágrimas. Los chicos, contagiados por la desazón de sus parientes, lloraban a lágrima viva y algunos gritaban desesperadamente y se resistían a montar en los caminones. Por fin, después de muchos esfuerzos, la columna partió para su destino con todos los niños. Algunos familiares abandonaron el lugar, pero la mayoría se quedó, haciendo los naturales comentarios.

En aquel instante vemos que tres muchachos, muy jóvenes, acercan un banco al grupo. Uno de ellos se sube a aquella tribuna improvisada pidiendo que le escuchen unas palabras. Y con un dominio de sí mismo que me dejó asombrado, comenzó diciéndoles que no tenían que estar tristes ni lamentarse, porque sus hijos iban a un lugar donde serían bien tratados y estarían más seguros, pues Madrid se hallaba en peligro. La única manera de salvarlo era que todos, hombres y mujeres, se movilizasen para tomar parte en su defensa. Que ya había comenzado la construcción de trincheras, pero que hacía falta mucho personal (...). Mítines como éste se hacían constantemente en todas las barriadas de la capital. En los cines, en las fábrica y en los patios de vecindad, cientos y cientos de agitadores repetían incansablemente que había que luchar contra los derrotistas, que Madrid podía defenderse, que había que tener confianza en el pueblo y que no estábamos solos, como pronto podría verse. Esto último de que no estábamos solos lo captó la gente inmediatamente, y tuvo una gran influencia para activar la movilización. Así es como se puso en pie el pueblo para defender su capital.


Los primeros chatos

Creo que fue el 5 de noviembre cuando la primera escuadrilla de cazas que nos había enviado la URSS, puesta a punto, emprendió el vuelo desde Albacete en dirección a Alcalá de Henares. Llegaron a este aeródromo al anochecer y se prepararon para realizar al día siguiente su primer servicio. Yo fui a Madrid para presenciarlo. El 6 de noviembre por la mañana hicieron su aparición los Junkers de bombardeo alemanes, acompañados por una escuadrilla de cazas Fiat italianos. Sin la menor preocupación se dispusieron, como tenían por costumbre, a bombardear y ametrallar, con toda impunidad, los frentes de Madrid y la capital. En aquel momento, y antes de que las sirenas terminasen de dar la alarma, un grupo de aviones con los emblemas rojos de la aviación republicana surgen en el cielo de Madrid y se lanzan rápidos, ágiles y potentes, contra los aparatos fascistas. No puedo -y lo confieso- describir aún ahora, mis reacciones ante aquello. Estaba tan excitado, que lo raro fue que no me estallase el corazón.

El espectáculo que pudieron ver los madrileños aquella mañana fue algo grandioso, de los que no se olvidan jamás. Los continuos e impresionantes zumbidos de los motores, cuando los pilotos se lanzaban contra los Junkers en un picado casi vertical, y el que los fascistas no tirasen sus bombas, hicieron comprender al pueblo de Madrid que algo nuevo, alguna cosa inesperada, estaba ocurriendo. La gente abandona los refugios, se lanza a la calle y, sin acordarse del peligro de las bombas, aquel pueblo que había estado sufriendo día a día, sin poderse defender, los terribles bombardeos enemigos, presencia con emoción inenarrable la primera batalla aérea en defensa de su ciudad. Entre las acrobacias de los combates y el ruido de las ráfagas de las ametralladoras, los madrileños vieron cómo los aviones republicanos derribaban, uno tras otro, nueve aviones enemigos, mientras el resto de las escuadrillas fascistas salían huyendo, cada uno por su lado, perseguidos por los cazas de la República (...) El pueblo de Madrid, aquel día, bautizó a los nuevos cazas (I-15) con el nombre de "chatos". Escasos días después de esta batalla ocurrió un suceso poco conocido (pues en aquellos tiempos no podíamos revelar la presencia de pilotos soviéticos a nuestro lado), que como español me da vergüenza relatar, pero que me considero en la obligación de hacerlo, para recordar una vez más lo que es el fascismo. Un avión fascista arrojó al anochecer, sobre Madrid, con paracaídas, un cajón dentro del cual se encontraba el cadáver descuartizado de un piloto soviético que, por desorientación, había tomado tierra en zona enemiga, cerca de Segovia. En el cajón venía un papel donde habían escrito: "Este regalo es para que el jefe de las Fuerzas Aéreas de los rojos vaya tomando nota de la suerte que le espera a él y a todos sus bolcheviques".


Ignacio Hidalgo de Cisneros,
Jefe de la Fuerzas Aéreas de la República Española (FARE)
Cambio de rumbo 



 











1 comentario:

  1. SALVAJOSMO ,SOLO SALVAJISMO SE PUEDE CALIFICAR ,LO QUE LE HICIERON AL PILOTO RUSO.

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