El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde
("Radio Nacional de España") difundía el último parte de la Guerra Civil
Española, que decía lo siguiente:
“En el día de hoy, cautivo
y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos
objetivos militares. La guerra ha terminado”.
Burgos, 1º de abril de
1939, año de la victoria.
El Generalísimo. Fdo.
Francisco Franco Bahamonde.
La guerra más cruenta había
empezado, la guerra contra mujeres y niños solo por ser “la mujer de” o “el
hijo de”, la guerra contra obreros y campesinos, la guerra contra cualquier
persona que oliera a República a sindicalista o simplemente a obrero o a
jornalero del campo, la guerra contra una mayoría silenciosa, descalza y
hambrienta, la guerra encaminada no solo a destrozar cuerpos sino también
almas.
El hermano de Leonor,
Antonio, el que a escondidas en su juventud la enseño a leer y a escribir,
aquel que le recitaba largos poemas, que cantaba subido a un olivo mientras
trabajaba de sol a sol, aquella persona sensible pero con callos en las manos
por el duro trabajo, al que como único crimen le podían atribuir haber luchado
en el lado de un ejército vencido, en las filas republicanas, huyó con la
desbandada hacia la frontera y estaba en paradero desconocido. Unos años
después se enteraron que había podido llegar a Francia, en una carta a su
sobrina Araceli dirigida a Alcolea donde residían entonces. No había sido la
primera carta enviada pero si la primera que llegó, fue en abril de 1948,
en ella hace referencia a una carta enviada por Araceli, entonces con 13 años.
Sabemos poco más de él, que al entrar en Francia fue recluido en un campo de
concentración, que estuvo allí hasta finalizar la segunda guerra mundial y que
luego fue liberado, que le concedieron la ciudadanía francesa y que jamás hasta
su muerte muchos años después y ya muerto el dictador y bien entrada la
“democracia”, jamás, tuvo valor para volver a España. Cuando no era una
bronquitis, era el dinero, tenía miedo, mucho miedo, contó que cruzó el Ebro en
medio de soldados de uno y otro bando cogido a la cola de un burro ya que no
sabía nadar. Las entonces niñas, Araceli y Lola aun recuerdan a Mamá Dolores,
su abuela, arrodillada en el suelo, con la carta en las manos llorando y
repitiendo “está vivo, mi hijo está vivo”.
Las entradas de madrugada en
la casa familiar eran lo peor. Noches enteras sin dormir, todos los ocupantes
en camisón al frío de la noche, los abuelos, Leonor y sus hermanas, las niñas,
todos callados, temblando, no sabían muy bien si por frío o por miedo. Minaban
su resistencia, pisoteaban su honor, exponían su vergüenza, hombres armados con
horrendos tricornios, defensores de la ley, que rajaban colchones, destrozaban
muebles, rompían armarios y quemaban recuerdos familiares, ropa, fotografías.
Cocinas destrozadas, saqueadas de lo poco que había y por encima de todo la
sensación horrible de violación, de ver sus pocas pertenencias volcadas a la
luz de todo el mundo. Las pequeñas hoy tienen pocos recuerdos, escondidas tras
las faldas, recuerdan aun sombras de buitres verdes envueltos en capas que
semejaban alas, gritos que aun oyen envueltas en la tibieza de sus camas.
Los vecinos quietos, mudos en
sus casas, deseando que se cansaran con ellas y no fueran a las suyas, ya les
tocaría otro día, pero ni ese ni los siguientes, ni el que les tocaba,
dormirían, nadie dormía en Adamuz pero tampoco nadie hablaba, solo los piadosos
cristianos del bando nacional que acudían a los interrogatorios manifestando y
firmando todo aquello que les ponían delante, a cambio, terrenos, concesiones,
casas requisadas pasaban a su propiedad dudosamente demostrada obviando los
gritos que oían en las dependencias de la casa cuartel, las caras
ensangrentadas y las parihuelas con desgraciados destrozados a golpes.
Durante el día no se
realizaban registros pero no eran mucho mejores, mendigando trabajo a cambio de
casi nada, nadie se atrevía a ayudarlas, ni a ellas ni al resto de las
marcadas. Súplicas a las “bondadosas” damas de buenas familias, algo para las
niñas, algo, ni que fuera a cambio de llevarlas a misa diaria. Las de domingo
eran obligatorias, todos quietos, haciendo ver que rezaban ante aquellos curas
sin conciencia, de negra sotana y sombra larga. A lo largo de los años Leonor
volvió muy pocas veces mas a la iglesia, por la boda de sus hijas y bautizos de
nietos y biznietos, siempre temerosa de que aquel cristo crucificado bajase y
se la llevase con él dejando a sus hijas huérfanas, un cristo que aprendió a
temer y a odiar en silencio, olvidando poco a poco su devoción de jovencita a
la Virgen del Sol patrona de Adamuz y a la de Araceli, patrona del campo
andaluz.
La supervivencia era dura,
Leonor se jactaba en su vejez de haber trabajado más que un hombre, su
espalda encorvada daba fe de ello, la artrosis insoportable que la torturo
hasta la muerte era una muestra, sus vértigos y mareos por una columna cervical
aplastada, sus manos deformadas, daban fe de sus manifestaciones, eso y otra
cosa que oculto a quien la rodeaba, las terribles torturas a las que la sometió
la Guardia Civil en el puesto del pueblo para intentar que diera noticias de
“su” Alfonso.
Sobrevivían haciendo jornales
cuando los llamaban, cazando conejos en el campo o recolectando hierbas para el
puchero, con el contrabando de aceite por el que Leonor estuvo presa varias
veces, con faenas en las casas de los señoritos, faenas y quien sabe que más,
para lograr tirar adelante una familia humillada, vejada y perseguida aun en su
desgracia, como cientos de miles de familias más en estos años en los que a los
generales saliendo de misa y después de comulgar se les llenaba la boca
diciendo que antes destruirían España que dejar a un solo “rojo” de pie. Todos
o de rodillas o bajo tierra.
El 29 de mayo de 1940
arrestaron al padre de Leonor y lo sometieron a un procedimiento sumarísimo de
urgencia, la descripción del guardia civil que procedió a su detención y que se
encuentra en el Archivo Militar de Sevilla manifiesta que:
“Estando apostados a la
entrada del pueblo a las dos de la mañana se procede a dar el alto y detener a
Antonio Avila Cazalla, de 59 años y vecino de Adamuz, lo cogieron entrando con
un saco vacio en el pueblo, el dijo que venía de vigilar su melonar y como era
sabido que en esa época los melonares no necesitaban vigilancia y se conocía la
circunstancia de que dicho “individuo” tenía un hijo en paradero
desconocido y un hijo político huido a la sierra se procedió a su detención por
temer que fuera enlace de los huidos toda vez que también era de ideas
izquierdistas y que había participado en cuantas huelgas había habido antes del glorioso alzamiento".
Describía también el atestado
que "el referido sujeto era persona de mala conducta y antecedentes de
pertenencia a partidos de izquierda, que estuvo haciendo guardia con los rojos
a la entrada del glorioso ejército nacional, que se dedicaba a cazar conejos
para venderlos a las fuerzas del orden y familias de bien y con ello se
enteraba de cosas que se hablaban en el cuartel e informaba al enemigo”.
Por ello fue detenido y
encerrado en la cárcel nueva del pueblo a la espera de juicio. En el dosier del
padre de Leonor también constaba que la constatación de las pruebas fue
obtenida después de la utilización de la fuerza en el interrogatorio en este
puesto, la “fuerza”, y está escrito en el atestado sin ningún tipo de
vergüenza. El informe habia sido facilitado por dos vecinos de Adamuz,
Francisco Cortez y Juan Antonio Jiménez. El juicio se celebró en Córdoba en
noviembre del mismo año, algún vecino de peso declaró a su favor y la pena por
ser padre y suegro de huidos y persona de mala conducta y de ideas
izquierdistas fue su ingreso en un batallón de trabajo de Algeciras donde
permaneció hasta el 24 de marzo del 42.
La familia se quedó sin el
único hombre de la casa. La responsabilidad, como en la mayor parte de las
familias de los vencidos recayó en una mujer, en Leonor.
Continuará.
Araceli Pena
Febrero 2013
Primera parte: Leonor Ávila Amil y Alfonso Sanz Martín, "El corneta"
Preciosa!
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