Declarado monumento nacional en 1931, en este convento de la orden de Santiago estuvo preso y desterrado Quevedo en 1621 por sus relaciones con el duque de Osuna, y su antigua iglesia fue sepultura de Doña Urraca y Jorge Manrique. |
"Y
no halle cosa en que poner mis ojos,
que no fuese recuerdo de la muerte"
(Francisco de Quevedo)
María Torres / 4 febrero 2013
La bella imagen que presenta el Monasterio de Uclés,
un recinto amurallado de un kilómetro cuadrado en la cima del cerro de El
Portillo, se yergue colosal en las soledades del oeste de Cuenca, y contrasta
dolorosamente con la que guarda la tierra a los pies de sus muros, donde yacen
cerca de 500 cuerpos de republicanos españoles víctimas de la Guerra y de la
brutal represión franquista.
En la entrada del recinto donde se encuentran las
fosas comunes y que fue cerrado por la Iglesia en 1986 hasta el año 2005, los
religiosos del Monasterio colocaron una placa en la que se lee:
“En julio de 1936 el monasterio de Uclés fue saqueado
y 11 religiosos agustinos fueron asesinados. Hasta 1942 el edificio estuvo
destinado a hospital militar y a prisión. Durante esos años fallecieron más de
quinientos hombres de distintos pueblos. Unos víctimas de la violencia
revolucionaria. La mayoría 373 a causa de enfermedades y heridas de guerra. Los
otros por acción penal. Unos 400 yacen en este cementerio restaurado en 1986.
Orad a dios por todos”
El Monasterio de Uclés siempre formó parte del
escenario de la Guerra española en Cuenca. En 1936 se convirtió en hospital del
VIII Cuerpo Médico del Ejército Popular de la República. Hasta final de la
contienda estuvo recibiendo heridos, sobre todo de los frentes de Madrid y
Teruel. Es entonces cuando se crea el cementerio del hospital. Lo primero
que se enterró allí fueron los miembros amputados de los soldados heridos en el
frente así como los soldados y civiles que fallecían durante su estancia en el
hospital.
Con la entrada de las tropas franquistas en marzo
de 1939 se convierte de inmediato en campo de concentración y en enero de 1940
en terrorífica prisión hasta diciembre de 1943, en la que se hacinaban más de
cinco mil prisioneros en su mayoría hombres, muchos de ellos condenados a
muerte en Consejos de Guerra que ya se habían celebrado en las localidades de
Tarancón, Huete, Belmonte y San Clemente.
Andrés Iniesta López, en sus memorias “El niño
de la prisión” cuenta que los prisioneros eran formados en el patio nada
más acceder a la cárcel. Desolados, ateridos de frio, allí aguantaban
hasta escuchar la arenga del comandante militar de Tarancón desde uno de los
balcones del Monasterio. De lo primero que les informaba era que más del
sesenta por ciento de los detenidos tendrían que enfrentarse a los pelotones de
ejecución. Después continuaba: “Hijos de puta, hijos de Rusia, asesinos
cabrones, de aquí ninguno saldréis con vida, a todos os vamos a machacar,
tenemos que hacer buena escarda para que la mala hierba no salga jamás. Los
enemigos de la patria no levantarán la cabeza porque sus cuerpos serán
agujereados por las balas y porque después, la cal que les echemos se comerá
rápidamente sus malas carnes.”
Igual de degradante era el trato que recibían las
presas por parte del capellán de la prisión, Niceto Lángara, obligadas a
escuchar misa en el coro vallado: “Vosotras, zorras, putas, ladronas,
estáis ahí por pecadoras y lo vais a pagar, lo vais a pagar con lo más
preciado, con vuestra vida. Todas lo vais a pagar, aquí no se escapa nadie,
dios premia a los buenos y castiga a las zorras, putas y ladronas como
vosotras.”
El odio del capellán salvador de la patria hacia
los reclusos era intenso. Defensor acérrimo de la idea franquista de recuperar a los vencidos según los valores del Nuevo
Estado, intentó captar a Andrés Iniesta para enseñar religión a los reclusos.
Ante la negativa del reo, le aseguró que a partir de entonces estaba condenado
a una muerte segura.
Otro de los personajes siniestros de la prisión al que
llamaban “La zorra” era un capitán del Cuerpo Jurídico Militar que pertenecía a
la Auditoría de Guerra de Aranjuez, desde donde llegaban las órdenes de
fusilamiento. Cuando estas se producían se situaba en el balcón
central del patio, mientras los presos que se encontraban paseando eran
informados con su sola presencia que en la madrugada siguiente habría
ejecuciones. Encoje el corazón pensar como se sentirían los condenados a muerte
ante semejante adelanto.
No se conformaban con la privación de libertad, con el
sometimiento de los vencidos, con las penurias materiales a las que se vieron
obligados muchos, la mayoría. Además había que doblegar a los presos,
aniquilando su identidad utilizando para ello toda la miseria integral de la
que eran capaz el sistema penitenciario franquista para después, decidir sobre
sus vidas.
Cientos murieron por palizas, inanición, torturas,
frío, falta de asistencia médica y por los disparos de los centinelas a los que
se premiaba con veinte duros y un mes de permiso por hacer blanco con
los presos que se acercaban a las ventanas, aunque según los informes oficiales
fallecían de “miocarditis aguda” o “avitaminosis”; Otros murieron delante de un
pelotón de fusilamiento. Se fusilaba todos los sábados. Ese era el día que los
reclusos escuchaban “La internacional” de las bocas de los compañeros que
estaban a punto de morir.
Durante casi los tres años que estuvo en
funcionamiento la prisión del Monasterio, la represión y violencia franquista
dejó una lista de 533 defunciones (hombres, mujeres y niños de edades
comprendidas entre 3 y 72 años). Correspondiente al periodo de la guerra, de
1936 a 1939, hay doscientas personas documentadas, en su mayoría soldados
republicanos.
Todos ellos fueron enterrados en la mayor fosa común
de la provincia de Cuenca, “La Tahona”, que se halla a los pies del Monasterio,
sobre una superficie de 1200 metros y en la que durante los últimos años
se han removido miles de metros cúbicos de tierra para proceder a la exhumación
de los cadáveres que se encuentran repartidos en distintos espacios. En uno de
ellos se hallan los fusilados y en otros los fallecidos por muerte
inducida. También se han encontrado, junto con los restos humanos, restos de
cerdos y un potro. Parece ser que una epidemia mató a varios componentes de
la piara del monasterio y los verdugos, carentes del más mínimo respeto hacia
las víctimas, los enterraron junto a éstas.
Exactamente el mismo respeto que demostró hace varios
años el obispo de Cuenca cuando se le solicitó permiso para colocar una placa
en recuerdo a los enterrados en la fosa de Uclés y su respuesta fue: “Los
perros no necesitan de tanto recuerdo”.
Encomiable la caridad cristiana.
En recuerdo del abuelo de Pilar y Ana,
encontrado en “La Tahona”.
En recuerdo de todos y de tantas
víctimas de la represión y el silencio.
El Fin de la Espera
Emotivo artículo en el que me siento identificado por muchos motivos. El primero de ellos porque mi abuelo también estuvo en ese campo de concentración y posteriormente trasladado al penal de Ocaña, por lo que crecí con estas historias.
ResponderEliminarPor otro porque participé como voluntario en estas exhumaciones promovidas por la ARMH de Cuenca y llevadas a cabo por la Universidad Autónoma de Madrid durante los cinco años que duraron, tanto éstas como la posterior identificación. Toda mi etapa de estudiante.
Fue el motivo por el que fundé mi propio equipo de investigación y lo centré únicamente en el plano forense, judicial, con objeto de poder aportar mi conocimiento para que se haga justicia.
Aún a pesar de que el nuevo gobierno ha aniquilado las subvenciones de investigación, seguimos adelante ofreciendo cursos de formación cuyos fondos van destinados a poder seguir adelante con los proyectos de los que tenemos la fortuna de disfrutar y crecer junto a ellos.
Gracias por su artículo. Me da muchos ánimos y me trae muy gratos recuerdos.
Ricardo Ortega Ruiz, director técnico de ArqueoForense
Gracias por tus palabras Ricardo y por tu militancia en busca de verdad. Los huesos hablan siempre ¿Verdad?
ResponderEliminarEs difícil no rasgarse el corazón cuando se escribe sobre estos temas. Mi abuelo también estuve en la Prisión del Seminario, y un total de trece personas de su pueblo fueron sepultadas bajo la tierra del Monasterio por la barbarie franquista.
Contra la retirada de subvenciones, contra la desmemoria, tan solo nos queda militar en el recuerdo para mantener viva la historia de los muertos y represaliados y que el silencio no absuelva a los verdugos.
Un abrazo,
Mi bisabuela Luisa estuvo allí durante 3 años, donde tuvo a uno de los hermanos de mi abuelo. Estoy agradecida a mi familia que siempre hablaron de ella como una mujer que estuvo privada de libertad por conseguir la idea de un mundo mejor.
ResponderEliminarMe siento orgullosa de decir con la cabeza bien alta que mi bisabuela era comunista, republicana y feminista.
Honor y gloria para tu bisabuela Luisa y por su valioso legado. Un abrazo.
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