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616. El voto que cambió la historia

12 de abril de 1931. Un ciudadano acude a votar en "camilla"


María Torres / 12 de abril de 2013

El domingo 12 de abril de 1931 se celebraron las elecciones municipales que pusieron tras la frontera a Alfonso XIII. Cayó la monarquía, el régimen de la Restauración y España se transformó en una república. Habían sido convocadas como prueba para sopesar el apoyo a la monarquía y las posibilidades de modificar la ley electoral antes de la convocatoria de elecciones generales.

El voto estuvo repartido entre las candidaturas monárquicas y las republicano-socialistas. A la cabeza de estas últimas Niceto Alcalá-Zamora, recién elegido.

Madrid estaba dividido en diez distritos electorales. En aquellos donde una candidatura no hallara contrincante, el artículo 29 del estatuto electoral proclamaba vencedora a la única lista presente.

La victoria de la coalición socialista-republicana triplicó en votos a los monárquicos. Frente a los 33.884 de éstos, la coalición consiguió en Madrid 91.898. Valencia, Barcelona, Sevilla, y todas las grandes ciudades registraron el triunfo de los antimonárquicos. Las candidaturas republicanas consiguieron la mayoría en cuarenta y una capitales de provincia.

Los partidos monárquicos vencieron en ocho capitales de provincia: Cádiz, Palma de Mallorca, Las Palmas, Burgos, Ávila, Soria, Lugo y Orense. En Vitoria y Pamplona, donde triunfaron los jaimistas, tras la proclamación de la Segunda República se repitieron las votaciones el 31 de mayo, con sendas victorias republicanas.

Nada más conocerse el triunfo de los republicanos-socialistas, la gente empezó a tomar las calles con un entusiasmo desbordante. El ambiente era festivo y el ejército y la guardia civil, dirigida por el general Sanjurjo, no actuaron ni para reestablecer el orden ni para reprimir a las masas, respetando la decisión del pueblo.

"El rey debe abandonar la ciudad al ponerse el sol". Estas fueron las rotundas palabras de Niceto Alcalá Zamora, al Conde de Romanones, ministro del gobierno liberal.

Alfonso XIII aceptó el resultado electoral como “la suprema voluntad nacional”. Redactó y firmó un manifiesto en el que renunciaba a sus funciones pero no a sus derechos dinásticos, partiendo posteriormente al exilio.

Comenzaba, sin duda, una época de esplendor y brillantez para el Estado español, que fue sesgada por el estallido de la Guerra y ensuciada a lo largo de cuarenta años por la dictadura franquista que proclamaba una imagen de caos y sangre para justificar la sublevación del Franco. 
No hubo fracaso de la República. La República fue arruinada.













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