El Gobierno de la República, desde el primer instante de su advenimiento, ha querido comunicar con el país, enterándole de las noticias gratas y de los hechos adversos, de los motivos de satisfacción y de aquellos que hondamente le apenan.
El día de hoy, continuación
de la jornada de ayer, el Gobierno lo lamenta, y está dispuesto a reprimir y a
impedir la continuación de los sucesos. En la unanimidad esencial y completa
del Gobierno, que representa diversas tendencias, no hay la menor
diferenciación para condenar los hechos ocurridos; hoy, igual que los
creyentes, los deploran, los condenan, los ministros que en la plena libertad
espiritual que caracteriza y proclama este Gobierno tienen otra representación.
Los hechos ocurridos hoy no son ni privativos de régimen republicano ni
desconocidos en la Historia de España. Han tenido lugar bajo otras formas de
Gobierno con mayor violencia, con otra intensidad, con repetición durante
varios días y con excesos en las personas y en las cosas, de que se han visto libres
los sucesos que han tenido lugar en el día de hoy en Madrid.
El Gobierno, que no ha
perdido ni un momento la serenidad ni el dominio de los resortes que están a su
alcance, aunque procurara sorprenderle el rumbo y la preparación de los
acontecimientos, queda tranquilo de haber evitado días de luto, jornadas de
sangre, aun cuando conserve el sentimiento de que en su batalla para defender
el orden público no pudiera llegar con toda la eficacia de sus órdenes y de sus
deseos a reprimir los excesos en propiedades, que todas son sagradas y que las
atacadas lo son bajo otro aspecto que afecta a las creencias de muchas
personas» El Gobierno afirma su inquebrantable propósito de utilizar para ello
todos los resortes y los medios que la ley le dé y que están en su mano.
Con él no ampara un interés,
no sirve una tendencia; defiende a la República y salva el interés nacional de
España. En la culpa de lo ocurrido hay que destacar enemigos del régimen de una
y otra tendencias. Hemos asistido al choque, que a veces es coincidencia y que
en ciertas ocasiones, por absurdo que parezca, puede ser hasta alianza de
enemigos que procuran flanquear a la República por la derecha y por la
izquierda. Ha habido la torpe provocación de elementos monárquicos, que
hicieron un cálculo aproximado, aunque deficiente, de toda la impopularidad de
su significación y de toda la reacción que iban a provocar; ha habido también
la temeridad de elementos extremistas, que queriendo desbordar la República en
otra dirección, han aprovechado la indignación explicable y legítima del pueblo
republicano, de la masa de los partidos republicanos y socialistas, para
derivar la indignación por otros caminos.
El Gobierno, que sabe los
inconvenientes de estar flanqueado por dos fuerzas enemigas, conoce también la
táctica para seguir adelante y para desbaratar los planes de una y de otra. Más
que la agresión de los adversarios monárquicos y de los adversarios
extremistas, lamentaría la ofuscación de los elementos sincera y honradamente
republicanos, que pueden perder la serenidad manejados por los unos o por los
otros. A ellos y a los socialistas, de cuya disciplina estamos seguros, se
dirigen para que no sirvan ninguna maniobra tortuosa, vuelvan al trabajo,
vuelvan a la normalidad y deshagan el juego de cuantos son adversarios de la
República.
En esta significación, quiere
decir el Gobierno que así como fue el honor del régimen mantenido desde el
primer instante, prolongado hasta el día de ayer que la República surgió, era
sin un tumulto, sin la agresión al derecho de nadie, sin el ataque a la
significación de ninguno, con los comercios abiertos y con todos los ciudadanos
en la calle. La tristeza para ella es que ese espectáculo se perturbe, y la
resolución del Gobierno de que como en régimen de democracia la calle es de
todos, y para ser de todos no puede ser de los alborotadores, y en nombre del
país, quien tiene que asegurar el libre disfrute de cada uno es el propio
Gobierno.
El Gobierno, sin obedecer a
presión alguna, desenvolviendo un plan perfectamente meditado antes de su
constitución, ha ido adoptando y en el día de hoy ha tomado varios acuerdos que
responden al ansia legítima de la verdadera opinión republicana del país. El
Gobierno comprende toda la equivocación que ha podido inducir a la masa la
maniobra intencional de ayer; el Gobierno se hace cargo de todo el daño que ha
podido producir también la aquiescencia a aquellos hechos tristísimos de Huesca
y de Jaca, que aún sangran en la conciencia del país, y ha tomado las
determinaciones legitimas que satisfagan el verdadero espíritu republicano; la
libertad que, con precipitación extraña, se concedió al general Berenguer, ha
sido rectificada por medidas de gobierno, ingresando en Prisiones Militares en
virtud de medidas legítimas y preparándose por el señor fiscal del Tribunal
Supremo el ejercicio de acciones penales que desde hace varias semanas había
empezado a redactarse y documentarse con la justificación necesaria contra
todos los abusos de la Dictadura, sin olvidar ninguno de ellos, ni siquiera el
atropello del Ateneo ni algún otro que en recientes despachos el celo del
Gobierno y de sus subordinados descubrió como indicio de falsedad y de
favoritismo en la obra del Gobierno; al propio tiempo, respondiendo a la
significación que tiene el sentido de justicia civil, a la aspiración del país,
el Gobierno ha decretado la unificación de fueros, reduciendo la justicia
militar a los límites estrictos y disolviendo el Consejo Supremo de Guerra y
Marina, que sobre no responder a una buena organización jurídica, no había
sabido reflejar el sentimiento de la conciencia jurídica española; pero el
Gobierno todas estas medidas las ha tomado y las toma dentro del cauce de la
ley. Responsabilidades, sí; ante Tribunales de excepción, no; con toda la
severidad de la ley restablecida, sí, con legislación de venganza retroactiva,
no.
El
Gobierno quiere salvar la República y no quiere deshonrarla ni comprometerla
con arbitrariedades que lleven el sello de la venganza y la marcha de la
imprevisión.
El hombre que habla al país
se da cuenta de que por azares de la fortuna le acoge hoy y le ampara una
popularidad máxima que no podía soñar. Pues bien: para merecerla tiene que
comprometerla sirviendo su conciencia y no las voces de la populachería. Os he
dicho y os repito que responsabilidades, sí; Tribunales de excepción, no; leyes
preestablecidas, sí; venganza con efecto retroactivo, no, porque eso seria
deshonrar a la República. Libertad de conciencia y ejercicio de cultos como
conquista de la civilización jurídica, se incorporarán a nuestro Código
fundamental; pero, en nombre de ellas mismas, amparo a todo lugar donde se
eleve la oración de Dios, cuidando de evitar que allí se profane con la mezcla
de otros intereses, de otras ambiciones o con la torpe adhesión a instituciones
caedizas o caídas.
Pero todavía, al afirmar que
la tranquilidad está restablecida; al dar esa sensación a España, el hombre que
sabe que goza de popularidad y no tiene inconveniente en comprometerla para
dejar a salvo la conciencia, previene a la opinión española contra todos
aquellos que, a título de conquista democrática o de salvaguardia de la
República, piden insensatamente el desarme de la Guardia Civil, no. Yo tengo el
deber de hacer justicia a la Guardia Civil y de tributarle, no el elogio del
halago, pero sí discernir la recompensa que merece. La Guardia Civil, contra lo
que digan los agitadores, no era instrumento de la Dictadura, sino el medio en
el cual inevitablemente se reflejaban las torpezas de aquel sistema de
gobierno. La Guardia Civil tiene en su haber y en su gloria haber sido
instrumento adicto al régimen constitucional y dispuesto incluso el 13 de
septiembre de 1923, si hubiera habido decisión en los gobernantes, a aplastar a
la Dictadura en su nacimiento y haber salvado el imperio de la Constitución. La
Guardia civil ha sido el primer Cuerpo del Ejército que el día 14 de abril se
puso a disposición del Gobierno republicano, y al mediodía, cuatro horas antes
de tomar posesión del Poder, estábamos seguros de la lealtad y del concurso de
aquel instrumento. La Guardia civil fue la que abrió las puertas de Gobernación
y la primera que rindió honores y presentó sus armas ante el Gobierno
revolucionario que en nombre del pueblo tomó posesión de aquel edificio; la
Guardia Civil, en la jornada de ayer, ha dado el ejemplo más hermoso de
disciplina, de adhesión la más leal, la más probada, resistiendo el insulto,
resistiendo el ataque, serena en la confianza de su valor, siempre mostrado;
abnegada en el heroísmo que pasivamente obedece, dispuesta a restablecer con
prudencia el imperio de la ley cuando la necesidad lo reclame.
La Guardia Civil supo ser
constitucional y ha sabido ser republicana; y yo, sea cual fuere la murmuración
que contra mí dirija el odio de los agitadores, prevengo al pueblo de que la
Guardia civil, leal al Gobierno, es un instrumento que sabrá defender y salvar
la República de cualquier peligro que la aceche.
Y ahora, a todos. Al lado del
Gobierno, respetando el derecho, volved al trabajo, dejad solos en las calles a
los conspiradores monárquicos y a los agitadores que hacen su juego en extrema
izquierda. La masa, apartada, tranquila, confiando en nuestra justicia; si la
fuerza tiene que intervenir, que sea frente a quienes merezcan y motiven su
empleo. Pocos enemigos y conocidos. Los inocentes, la masa general del país,
que no se mezcle con ellos. La tranquilidad está restablecida; el Gobierno
amparará el orden.
Jornadas en desprestigio de la
República no se consienten. La gloria con que nació hemos de procurar que se
conserve.
Niceto Alcalá Zamora
El Sol, 12 de mayo de 1931
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