Sí, a las 22 horas del día 5 de julio de 1937, con la fresca del anochecer, los soldados de la 10 Brigada Mixta de la 46 División republicana que mandaba Valentín González, "El Campesino", se infiltraron en el más absoluto silencio, entre las posiciones de la 71 División rebelde del Vértice de los Llanos, y el pueblo de Quijorna. El Batallón Especial del V Cuerpo de Ejercito iba en vanguardia. Sigilosos, los soldados republicanos atravesaban los ondulados páramos, como sombras guerreras, cargados de bombas de mano, fusiles-ametralladores, morteros ligeros, ametralladoras Maxim y una fuerte provisión de explosivos de toda clase. Su misión: infiltrase en la retaguardia enemiga, tomar por sorpresa sus posiciones y asegurarlas para que la masa de maniobra de la infantería de reserva y la brigada de carros pudiera avanzar y conquistar los puntos fuertes del enemigo en una arrolladora ofensiva. La moral era excelente. En días anteriores, el Comisario de la Brigada, e incluso otras personalidades de Partido Comunista les habían encarecido para que dieran todo lo que llevaban dentro. Iba a ser una batalla grandiosa para las armas de la República. Las ocho mejores Divisiones del Ejercito del Centro iban a copar en dos rápidas maniobras a nada menos que el cuerpo de ejercito de los duros hombres de Yagüe.
Mucho y bien se había preparado esta ofensiva, cuya
paternidad recaía en el general Miaja, Jefe del Ejercito del Centro, y Vicente
Rojo, su Jefe de Estado Mayor. Atrás quedaban las victorias defensivas del
Jarama y de Guadalajara, y también las frustrantes ofensivas de Segovia-La
Granja y de Huesca, dos fracasos del Ejercito Popular, ambas para salvar el
Norte. Brunete ya no podría salvar Bilbao, que había sido tomado por Dávila,
que sustituía a Mola, muerto en accidente de aviación cuando acudía a
inspeccionar el frente de Segovia. Pero bien podía salvar Santander obligando a
Franco a distraer sus fuerzas del Norte para taponar la brecha que la avalancha
republicana iba a producir en el frente madrileño. La ofensiva estaba bien
planteada. Un ataque de Norte a Sur a cargo de los Cuerpos de Ejercito V y
XVIII, de Modesto y Jurado, partiendo de posiciones cercanas a Valdemorillo con
objetivos finales de alcanzar Navalcarnero y Móstoles respectivamente, y un
segundo ataque de Este a Oeste que desde las posiciones del Manzanares a la
altura de Usera y Carabanchel y a cargo del II Cuerpo de Romero cerraría la
bolsa, enlazando en Alcorcón con las tropas del XVIII Cuerpo. Para la primera
acción se habían concentrado en los alrededores de Valdemorillo las divisiones
del V Cuerpo de Modesto que en aquella batalla fueron la 46 del Campesino, la
11 de Lister y la 35 Internacional de Walter. Cubriendo el flanco izquierdo del
ataque, el XVIII Cuerpo de Jurado, con las divisiones 34 de Galán, la 10 de
Enciso y la 15 internacional mandada por Gal. En la reserva, la 45
Internacional de Kleber y la 47 de Durán. En el frente del Manzanares, el II
Cuerpo del Teniente Coronel Romero, disponía de las divisiones 24 de Gallo y la
4 de Bueno.
A medianoche, la 100 Brigada Mixta de la 11 División,
formada por fogueados veteranos de la 1ª Brigada Mixta y reemplazos de reciente
instrucción, y al mando del Mayor de Milicias, Luis Rivas, siguió los pasos de
sus compañeros de la 46 División y sin ningún tropiezo y sin que el enemigo lo
advirtiera y bordeando la carretera de Villanueva de la Cañada a Brunete, se
plantaron al amanecer frente al dormido Brunete, donde su reducida guarnición
poco pudo hacer por defenderse. Los soldados de la 100, en cuanto las primeras
luces del día aclararon, calaron bayonetas, se repartieron las bombas de mano,
emplazaron sus máquinas y a una voz de su comandante se levantaron y cargaron
contra las primeras casas del pueblo. El griterío alertó a la guarnición. Pero
todo fue inútil. Compañía tras compañía, el Batallón de vanguardia, desalojó a
los estupefactos falangistas que trataban de organizar la resistencia. El
puesto de mando rebelde y algunos edificios resistieron aún unas horas, pero el
fuego cruzado de las ametralladoras del batallón y el bien dirigido tiro de
fusilería acompañado de rápidos asaltos terminó con las últimas resistencias.
Los prisioneros fueron enviados a retaguardia, mientras en hileras, tirando de
los mulos de aprovisionamiento, el resto de la Brigada dispuso una primera
cobertura del perímetro. Los soldados registraron las casas del pueblo buscando
botín de guerra, pero también otras cosas, tabaco, coñac, ¡lo que cayera! Y lo
hubo abundante, coches, camiones cargados de material, y hasta un cañón contracarro
alemán del 37. Apareció un pelotón que llevaba detenidas dos chicas que eran
muy guapas. Las miraron con codicia, aunque con respeto. Ellas dijeron que eran
desplazadas, pero estaba clarísimo que estaban ayudando a la logística de los
rebeldes. El comandante quiso ser severo con ellas pero no fue capaz, y como la
tropa revoloteaba curiosa a su alrededor, e incluso se oían comentarios
sabrosos, decidió remitirlas a la retaguardia con un informe que escribió el
comisario. Resultó que eran aristócratas andaluzas, aunque hablaban tan fino
como los de Valladolid. También parece que en el envite donde fueron capturadas
hubo sus más y sus menos en el trato que les dieron y que unos alféreces
facciosos, ya rendidos, quisieron protegerlas, y fueron muertos por los
soldados en el forcejeo que siguió.
Los cocineros de la Brigada prepararon café caliente
en hornillos portátiles, era el desayuno aplazado. Pero a esta hora ya hacía un
calor del demonio y casi nadie lo quiso, la tropa buscó rápida sombra por los alrededores
del pueblo. Nadie se explicaba que hacían allí parados dos batallones de la
Brigada. Por la carretera de Sevilla la Nueva no se veía un alma, ni amiga ni
enemiga. Una hora después llegaron unidades de la 9ª Brigada Mixta, encuadrada
también en la 11 División, que tomaron posiciones por la carretera de Boadilla
del Monte. Luego se destacó un batallón de dicha brigada para completar el
cerco de Villanueva de la Cañada que por lo visto resistía a la 34 División del
XVIII. Desde luego había tomate, pues los hombres de la 100 oyeron durante toda
la mañana cañoneo y fuego de fusilería. Un prisionero locuaz, todavía con la
camisa azul, le dijo a la tropa que el día anterior un tabor de regulares que
guarnecía Brunete había partido para Quijorna, donde, estando la plaza
fuertemente fortificada, y habiendo el Campesino dispersado sus fuerzas en
ataques poco eficaces, los camaradas de la 10 Brigada de la 46 División tenían
una buena ensalada de tiros. Modesto advirtió a media mañana la mala maniobra
de su jefe de División, y como le conocía y le vigilaba en corto, partió para
allá queriendo poner un poco de orden a los fogosos pero inútiles ataques del
Campesino. Llegó la motorista, nuestra enlace con la Comandancia, había que
recontar todo lo requisado y mandarlo a retaguardia. Además, el comandante de
la Brigada pidió permiso para explorar la carretera de Sevilla la Nueva,
destacando una fuerza motorizada, de motocicletas, y camiones, pues ni los
carros, ni los auto ametralladoras-cañón habían llegado a esas horas. Después
llegó el mismísimo Líster. Venía muy alterado porque tenía ambos flancos
desguarnecidos, ni la 46 cubría el ala derecha, ni las fuerzas del XVIII habían
conseguido rebasar Villanueva de la Cañada y enlazar con nuestro flanco
izquierdo donde la 1ª Brigada se desplegaba en esos momentos. Lister comenzó a
despotricar contra El Campesino, al que odiaba fraternalmente, también contra
Jurado, el jefe del XVIII, que tenía retenidas a la 15 y a la 10 Divisiones. Y
el buenazo de Álvarez, su comisario de división, trataba de consolarle. Pero la
verdad era que Miaja y Rojo estaban remisos en destacar las reservas.
Asombrados por la facilidad de la maniobra de Líster y temerosos de la reacción
franquista que pudiera copar a la 11, no dieron permiso de avance sin que los
flancos estuvieran bien asegurados. El mismo Líster estuvo de acuerdo. Pero los
fascistas resistían en tres puntos, dos en la retaguardia de la 46, el vértice
de los Llanos, unas alturas cercanas al río Perales, y el pueblo de Quijorna que
tenía una fuerte guarnición y estaba bien atrincherada. Y otro a la retaguardia
de la 11 pero en el sector del XVIII que era Villanueva de la Cañada, y que
caería a la mañana siguiente por la acción decisiva de un batallón de carros y
el arrojo de la infantería de la 34 que entró a bombazo de mano limpio y a la
bayoneta calada.
Mientras tanto, la fuerza destacada en dirección a
Sevilla la Nueva alcanzó esta población, algunos de cuyos habitantes huyeron
despavoridos. Los exploradores descendieron de los vehículos y se apostaron
entre los secos matorrales. No vieron enemigo por ninguna parte, ni aviación
facciosa, ni movimiento de fuerza armada. No teniendo órdenes precisas de
avanzar y dado lo exiguo de la fuerza, el capitán que la mandaba, ordenó la retirada
no sin cierta pesadumbre. ¡Si hubiera estado allí los tanques! Podrían haber
llegado a Navalcarnero en unas horas. La aviación republicana entró en acción
sobre los focos de resistencia y otras columnas enemigas en retirada. Sobre las
diez, unidades rebeldes se adentraron por el sector de la 1ª Brigada con la
intención de socorrer Villanueva. La primera contraatacó y los facciosos se
atrincheraron en unas alturas cercanas a Brunete. Se trataba de tropas de
categoría, nada menos que el batallón de la Victoria mandado por un decidido
oficial rebelde dispuesto a plantarle cara a Lister, quién inmediatamente
organizó el ataque a la posición enemiga. Pero el 75 Batallón rebelde no cedió,
pese a sufrir grandes bajas. Unidades de moros y legionarios fueron destacadas
también horas más tarde al frente y a la derecha de nuestras posiciones en
Brunete, pero no entraron en acción hasta el día siguiente. Para Modesto, el
momento era crítico. Habló con el estado Mayor y con el mismo Jurado y les
propuso que adelantaran sus hombres hasta enlazar con las tropas de Líster.
Pero ni Miaja ni Rojo tenían la confianza de Modesto en su tropa. Únicamente,
algunos batallones internacionales de la 15 se encaminaron hacia el Vértice
Mosquito, aunque no pudieron cruzar el Guadarrama. Atardeció sobre los
combatientes de la 100, que buscaron acomodo como mejor pudieron sobre las
recién cavadas trincheras que el comandante había ordenado. A sus espaldas
seguía el fregado, la 34 división con el apoyo de los internacionales de la 15
despejaban y hacían retirarse a la guarnición de Villanueva de la Cañada, y la
10 brigada de la 46 peleaba en Quijorna y en Los Llanos, todavía sin
resultados. Pocos durmieron esa noche, los estampidos de la artillería e
incluso de la aviación, relampagueaban en el horizonte a espaldas de los
combatientes de Brunete. En Los Llanos, en Quijorna y en Villanueva de la
Cañada se peleaba duramente contra sus decididos defensores. En esta última
localidad, el batallón británico de la 15 División internacional sufrió una
artera emboscada de los rebeldes, que usando civiles como parapetos, trataban
de romper el cerco. Cuando los británicos se hicieron con el control, no
tuvieron muchas contemplaciones con los supervivientes. Era vital para la
República limpiar cuanto antes aquellos focos de resistencia, de lo contrario
peligraba la ofensiva, que como bien habían explicado los comisarios, no sólo
se trataba de estrangular las tropas de Yagüe, sino obligar a Franco a retirar
las Brigadas Navarras del frente de Santander. Por tanto, era previsible que el
contraataque enemigo cayera sobre Brunete en cuestión de días, incluso de
horas. El mismo Modesto no se explicaba el porqué del retraso del XVIII, y por
qué Miaja le retenía parte de la 35 División, que bien empleada y con el apoyo
de los tanques podía resolver de un solo golpe todo el ala derecha de la
ofensiva. Pero así estaban las cosas. Para colmo de males, en el Puesto de
Mando de la 11 se recibió la noticia de que todo el II Cuerpo de Romero se
replegaba luego de un fácil avance hasta la carretera de Toledo. Las fuerzas
que les hicieron retroceder no eran de envergadura, pero los soldados de
Romero, ha poco milicianos, combatían mejor a la defensiva, con Madrid a sus
espaldas. En las ofensivas se desorientaban, perdían el enlace con sus
oficiales y rápidamente creían verse copados. La presencia de aviación en campo
abierto les impelía a correr en todas direcciones, en vez de buscar refugio en
las ondulaciones del terreno, como hacían los veteranos del V. Aún no eran verdaderos
soldados del Ejercito Popular de la República. De amanecida, la tropa de la 100
se encontró con la cuba de agua vacía. Hubo que ir al pueblo a llenarla y el
pelotón a su cargo se llevó un buen rapapolvo. El caso es que la tropa se quedó
en ayunas, lo que cabreó mucho al personal. Afortunadamente no faltó coñac para
enjuagar la boca y matar el gusanillo. Nos enteramos de que Villanueva de la
Cañada había sido tomada por la 34 y que había gran cantidad de prisioneros y
botín de guerra, dijeron también que cayó un Coronel fascista. Todavía temprano
aparecieron por el sur escuadrillas de aviones facciosos que bombardearon
nuestras posiciones y las columnas de abastecimiento, haciendo mucho daño en
hombres y precioso material, hasta que apareció "La Gloriosa" con sus
excelentes Moscas I-16 y los dispersó. Lister ordenó a la 1ª Brigada que
adelantara sus posiciones para enlazar con otras unidades del XVIII, que por
fin se ponían en marcha, contactando finalmente en el puente de la carretera a
Boadilla y que cruza el Guadarrama, con unidades de la 34 y de la 15
Internacional. A nuestra derecha también entraron en acción los internacionales
de la 35, concretamente la XI Brigada, y para completar esta brillante
maniobra, la 101 brigada de la 46 División del Campesino, que había sido creada
a la par que la nuestra, atacó con coraje, en ese mismo sector, sobre el Monte
Perales, expulsando de allí a elementos de vanguardia de la 150 División
franquista (los moros) a los que hizo una carnicería. Y para terminar estas
excelentes noticias, El amigo Jurado y previa preparación artillera y aérea
lanzó la 10 División de Enciso y una brigada de la 45 Internacional contra
Villanueva del Pardillo. ¡La ofensiva era generalizada! En ese estado de cosas.
La 11 División recibió la orden de Modesto de profundizar al sur y al sudeste.
Orden que recayó sobre la 9ª. Mientras la 1ª se empeñaba en un duro combate
contra la cota que dominaba el 75 Batallón del enemigo. Ya muy debilitado por
nuestro fuego de artillería y aviación. En cuanto a nosotros, se formó el
batallón y tras repartir algunas provisiones y munición saltamos los parapetos
y corrimos por la carretera de Sevilla la Nueva para tantear las posiciones de
la 1ª Bandera de la Legión. Nos recibieron con fuego de maquinas automáticas,
de las que tenían gran abundancia, pero del grupo de exploradores se destacaron
unos hombres que les abrasaron con bombas de mano. Clavados en el suelo, les
veíamos saltar de las trincheras y correr perseguidos por nuestros valientes
exploradores. Era fácil distinguirlos, si tenían esos ridículos pantalones
ceñidos a la pantorrilla eran legionarios, y si llevaban los bajos sueltos
hasta las alpargatas, eran de los nuestros. Tomamos la posición y nos hicimos
con sus máquinas, que sorprendentemente era rusas, seguramente perdidas por
nuestros milicianos en las batallas de octubre a noviembre del 36. Unos
vehículos que venían a nuestra retaguardia retiraron los heridos pero no las
máquinas que nos adjudicamos inmediatamente. El enemigo no contraatacó ese día
nuestra nueva posición que estaba como a un kilómetro al sur del cruce de la
carretera del Sevilla la Nueva con la de Villaviciosa. Lo que aprovechamos para
fortificarnos y construir sombrajos donde refugiarnos del sofocante calor. Otro
problema que se nos planteó fue el agua. Había que ir a por ella al pueblo con
un par de mulos. Por tanto, se racionó a cantimplora por día y hombre, lo que
era del todo insuficiente. Vimos pasar aviones alemanes que descargaron su
mortífera carga contra nuestros puestos de retaguardia y carreteras aledañas.
También nuestros cazas les hicieron frente con fortuna aunque no vimos aviones
derribados. En la cota 633 se peleaba terriblemente, Líster se había destacado
allí tomando las alturas circundantes pero el enemigo se defendía en esa loma
con gran tenacidad, y hubo muchas bajas. Los internacionales de la 15 atacaron
en dirección a la carretera de Boadilla con su arrojo acostumbrado obligando al
enemigo a replegarse. Se decía que una compañía de la XV Brigada Internacional
con el apoyo de una escuadrón de tanques había alcanzado las afueras de
Boadilla del Monte, teniendo posteriormente que retirarse perseguidos por
fuerzas de refresco franquistas que acudieron prestas a taponar la brecha. Otra
buena noticia era que la 34 División había cruzado el Guadarrama en algunos
puntos y amenazaba Villafranca del Castillo por el Sur, mientras se encontraba
combatiendo victoriosamente por unas posiciones denominadas Loma Mocha y el
castillo de Villafranca. La ofensiva parecía ir bien, la acción del XVIII
Cuerpo, aunque algo tardía, asustó al mando franquista lo suficiente para que
las brigadas rebeldes, IV y V de Navarra (en realidad, verdaderas divisiones)
recibieran la orden de traslado al frente madrileño desde sus posiciones en el Norte.
Los rebeldes también desplazaron divisiones en formación como la 108 y la 105,
y para completar el masivo despliegue de tropas, crearon una división
provisional, la 12 de Asensio, que casi era un cuerpo de ejercito, y que
rápidamente tomó posiciones entre Villafranca del Castillo y la posición
fortificada Romanillos. Para completar el despliegue, la 13 de Barrón y la 150
marroquí tenían orden de detener a las fuerzas republicanas en el sector de
Brunete y también el furioso embate de la 101 Brigada del Campesino al norte de
Perales de Mina. En el sector de Los Llanos, todavía resistían pequeñas
unidades rebeldes, aunque muy desorganizadas. Se esperaba que la 10 Brigada
limpiara la zona en las próximas horas. Por desgracia, un nuevo ataque del II
Cuerpo de Romero fue duramente rechazado con gran fuego artillero y aéreo.
Visto el gran refuerzo que los facciosos hicieron en el sector de ese frente,
quedaba claro que la ofensiva dependía exclusivamente de las fuerzas del V y
del XVIII. Los días siguientes fueron terribles en todos los sectores de la
batalla. Continuaron los éxitos republicanos con la toma de Los Llanos al
amanecer del día 8. Hubo allí escenas dantescas entre los moros supervivientes,
unos se suicidaron en masa, otros realizaron ataques suicidas contra las
patrullas de vanguardia de la 10 Brigada. Hubo que cazarlos uno a uno pues
parecían enloquecidos por la sed y las penurias pasadas. El XVIII tuvo un
resonante éxito y logró cruzar el Guadarrama en toda su amplitud preparándose
para atacar la línea fortificada Vértice Mosquito-Romanillos. Villanueva del
Pardillo quedó completamente cercada y caería finalmente el día 10 con el
consiguiente avance de la 10 División hasta las afueras de Villafranca del
Castillo. En el sector del V, Quijorna costó mucho tomarlo, hubo que emplearse
a fondo, pues los franquistas consiguieron reforzarlo en una audaz operación.
Se emplearon fuerzas de la brigada de tanques, caballería y además de varios
batallones de la 10 Brigada otro de la 11, el nuestro, que relevado de nuestras
posiciones al sur de Brunete el día 8, entramos en acción contra dicha
población apoyando el ataque de la 10 Brigada. La marcha fue rápida y fatigosa,
en parte caminando por carretera, en parte por el llano y a la descubierta. La
aviación enemiga había castigado duramente nuestros suministros, y había mucho
material destrozado por cunetas y badenes. También había soldados sin enterrar,
con los cuerpos hinchados y oliendo como sólo los cadáveres humanos lo hacen.
Esto irritó mucho a la tropa, y se elevó una queja a Álvarez, Comisario de la
División, porque muchos reconocían a compañeros en los muertos. Arrastrando
nuestras pesadas Maxim, los morteros ligeros, los fusiles ametralladores, y los
macutos repletos de munición y bombas de mano, alcanzamos nuestras posiciones
al amanecer. Íbamos bien armados y equipados. Sólo el agua, el maldito agua,
nos traía de cabeza. Se sudaba abundantemente, sobre todo las dotaciones de las
Maxim. Teníamos muy buena opinión de estas máquinas, pero nunca entendimos por
qué los rusos le habían puesto aquellas ruedas macizas, y lo que es peor, el
pesado escudo que la protegía. Tirar de más de cincuenta kilos, bajo aquel sol
de justicia, sin agua, y huyendo de la aviación enemiga, era una autentica
tortura. Además, competían con nosotros por la escasa agua. Pero todo se lo
perdonábamos cuando entraban en acción con su seguro tiroteo y su fiabilidad
mecánica. La batalla fue muy dura. El propio Modesto la dirigía porque no
confiaba en absoluto en la pericia del Campesino. Organizó certeramente el
fuego artillero y coordinó los bombardeos aéreos de los Katiuska con la acción
terrestre. Modesto era un buen táctico. A las diez de la mañana del día 9,
nuestra artillería inició un preciso y rápido bombardeo que dejó a los defensores
aturdidos. Instantes después, la aviación descargó su fuego sobre sus
trincheras sin darles tiempo a replegarse a posiciones más seguras, como
habitualmente hacían cuando tronaba la artillería republicana. La compañía
especial de la 46 División avanzó resuelta y atacó el cementerio mientras otras
unidades lo hacían simultáneamente contra las alturas que protegían la
población. Emboscados entre los olivares, les tiroteamos cuando se replegaban.
Cedían en todas partes. Modesto ordenó entonces atacar al escuadrón de T-26 y
pegados a su trasera y esquivando su fuego automático cargamos contra su flanco
con grave peligro de cerco para ellos. En ese momento, nuestra caballería les
cayó encima y ya fue su desbandada. Entramos en el pueblo protegidos por los carros
y pegados a las paredes para evitar los pacos. Quijorna era nuestro. Fue una
acción magnífica de Modesto, que en esta ocasión demostró que no sólo era capaz
de mandar un cuerpo de ejercito, sino que si hacía falta, se ponía en primera
línea y mandaba, los batallones y la compañías como el mejor capitán. Lastima
que no hubiera emprendido esta acción el primer día de la ofensiva. Debido a
fuertes contraataques de la 13 División rebelde, fuimos destacados de nuevo al
frente al sudeste de Brunete. Los fascistas atacaron con terrible eficacia,
coordinando, como sólo ellos sabían, su artillería y su aviación. Los aviones
He-51, protegidos por los modernísimos Me-109, formaban una cadena continua de
ataque en picado sobre nuestras posiciones que, causaba gran mortandad cuando
sus bombas de 50 kilos nos caían del cielo mezcladas con bidones de gasolina.
Su efecto era terrible. Levantaba los hombres y los sacos terreros varios
metros del suelo, y luego, una pegajosa espuma negruzca quedaba ardiendo sobre
todo lo que alcanzaba la vista. La primera vez que recibimos ese tipo de ataque
quedamos tan aterrorizados que la tropa no se movió de los agujeros donde se
acurrucaba hasta pasado un buen rato del bombardeo. Para terminar de
destrozarnos, y cuando nos creíamos sobrevivientes del mismo infierno, su
artillería pesada nos castigó con no menos estrago. No hubo apenas unos minutos
entre el ultimo cañonazo y el griterío creciente que nos anunció que los
legionarios cargaban. Recuerdo como nuestro Comisario agarró a los
supervivientes de la camisa y los levantó a voces para que pusieran las Maxim a
funcionar, porque era imposible reaccionar y tener la mente fría después de lo
que nos había caído encima. Aquella parálisis que la combinación de ataques
aéreos y artilleros provocaba, dejaba compañías enteras a merced del enemigo.
Sólo la enorme valentía de algunos oficiales y comisarios conseguía sacar a la
tropa del aturdimiento y desorientación que semejante lluvia de fuego y
metralla producía. Además, al poco de reaccionar, al sentir en la piel,
aquellos gritos inhumanos que el enemigo daba, nos quedó a la vista, en sus más
amplia y desoladora expresión, lo que habían sido nuestros parapetos, regados
de cadáveres destrozados, carbonizados, en los que pese a todo, reconocíamos a
nuestros camaradas. Y en este trance, un clamor gimiente, un odio irrefrenable
recorrió nuestras filas, que reaccionando con automatismo al oír el
tranquilizador tiro de nuestras Maxim, se transformó en un arrojo inexplicable
que nos impelía a saltar de los parapetos y correr contra el enemigo para
destriparlo y abrasarlo a bombazos, culpable al fin y al cabo de hacer una
guerra tan inhumana. Y así fue. El batallón, rabioso, pero cargado de gravedad,
caló bayonetas y casi sin correr, con los dientes apretados y el valor
enloquecido de los sobrevivientes, avanzó contra las oleadas legionarias,
quienes al vernos en tan loco pero desafiante ataque, flaquearon y quedaron
mudos, no pudiendo creerse lo que veían. La matanza que siguió fue inenarrable.
Los oficiales legionarios, aún más tenaces que su hombres, impidieron la
desbandada pistola en mano, liquidando sin piedad a los remisos. No les quedó
más remedio que enfrentársenos. De aquella compañía del Tercio no hubo
supervivientes, pues los pocos que optaron por rendirse fueron muertos en el
acto, casi sin mirarlos, con un odio atroz. Cuando el comandante de la Brigada
consiguió retomar el control, bien podía haber disuelto el batallón, pues sólo
90 hombres quedábamos ilesos.
Al volver a nuestras posiciones, nadie pudo hablar,
aquel sofocante calor y el terror y la furia, dejaron nuestras bocas y nuestras
gargantas completamente secas. Y además no había agua. En todo el sector de la
11 División, la lucha había sido durísima, terribles bombardeos seguidos de
furiosos avances rebeldes y prontos contraataques republicanos. Pero ellos eran
relevados por tropas de refresco y nosotros no. Pues las reservas del V estaban
empeñadas, concretamente en nuestro flanco derecho y además en peores aprietos.
Tres batallones de la 150 División enemiga asaltaron las posiciones de la XI
Brigada Internacional. Hasta el día 12, todo el V Cuerpo aguantó firme la
impresionante embestida fascista. Afortunadamente, en el sector del XVIII, la
34 División tomó el vértice Mocha poniendo en apuros las posiciones enemigas de
Villafranca del Castillo. En cuanto a la línea fortificada Vértice
Mosquito-Romanillos, la 15 División Internacional, al límite de los soportable,
atacó y atacó una y otra vez, hasta que las compañías se disolvían en la nada y
los batallones quedaban en pelotones. Y en los ojos de estos valerosos
combatientes iba quedando sedimentada la faz de la locura, ora indiferente a
todo, ora iracunda, ora temerosa. Habiendo unidades de la 34 de relevarles so
pena de que cayeran muertos de agotamiento. O quizá llegado al límite que todo
soldado tiene, los soldados pasearían desnudos por los parapetos sin
importarles un bledo los tiradores enemigos o incluso le pegarían un tiro a un
estúpido oficial incapaz de comprender la situación. La División del Campesino
siempre era motivo de rumores y macutazos. La compañera enlace nos dijo
mientras cavábamos pozos antiaéreos y sin descender de la motocicleta, que
había aparecido muerta y con las testículos en la boca toda una compañía republicana
en el sector del río Perales. Y que el Campesino había organizado
inmediatamente un ataque frontal, casi suicida, donde un tabor de moros había
sido capturado. Se decía que los hombres del Campesino los habían fusilado en
silencio, uno por uno, sin gritos ni palabra alguna, ni por parte de fusilados
ni de fusiladores. Tanto horrores y en tan pocos días, y la patente
imposibilidad de continuar la ofensiva debilitaron la moral de la tropa, aunque
no de los hombres conscientes. No sabíamos que lo peor estaba aún por llegar,
que llegaríamos a beber de los pozos emponzoñados por cadáveres sin enterrar,
que la disentería nos dejaría exhaustos, y que jamás seríamos relevados de
aquellas posiciones infernales donde durante días y días, artillería, aviación,
tanques e infantería se abatirían sobre nosotros hasta aniquilarnos pero no
vencernos. El Día 18, los rebeldes iniciaron un fuerte contraataque, con la
severa intención de embolsar a las fuerzas gubernamentales. Se trajeron lo
mejor de lo mejor, las divisiones Navarras, concretamente, la IV y la V, y las
fuerzas de Regulares y legionarios de las divisiones 150 y 13. Tras una
desmoralizadora preparación artillera perfectamente coordinada con la aviación
táctica alemana e italiana, las masas de la infantería rebelde cargaron
valientemente contra las en principio desorganizadas líneas republicanas.
Alonso Vega con la IV de Navarra, consiguió alcanzar las posiciones iniciales
de las alturas de los Llanos, pero tras una enérgica intervención del Campesino
y pese a verdaderos actos de heroísmo de los requetés, los hombres de la 101
Brigada Mixta los devolvieron a sus bases de partida. En el flanco de la 101,
que mandaba el resolutivo Mateo Merino, Modesto dispuso una rápida maniobra
ordenando a Durán que con su 47 División relevara a los hombres de la 10
brigada, unidad que estaba demasiado debilitada para resistir el previsible
empuje de la 150 división rebelde. Esta disposición permitió que el flanco
derecho de la 35 División Internacional quedará fuertemente afianzado, pues
Durán era de los que aguantaba el tipo. En el sector del XVIII, la V de Navarra
atacó y atacó, hasta que a sus mandos se les heló el ánimo, al contemplar como
su jefe supremo conducía las batallas: como un carnicero, alimentando sin parar
la máquina de picar carne. Finalmente, los navarros de la V se tuvieron que
conformar con la conquista del Castillo de Guadarrama en la confluencia de los
ríos Aulencia y Guadarrama. En cuanto al impetuoso ataque de la 13 División,
casi un cuerpo de ejercito, apoyado por todo lujo de artillería y aviación,
tras mucho batallar sólo pudieron hacerse con una posición menor, la cota 672,
que no obstante les sería de vital importancia, visto el modo y manera en que
Franco terminaba sus sangrientas ofensivas finales. La 11 División republicana,
bajo la férrea mano de Líster y los animosos consejos de su Comisario, Álvarez,
resistió y contraatacó con una fiereza inusitada, los seis mil hombres que le
quedaban a Líster estaban rabiosos. Sus contraataques pusieron en fuga más de
una vez a regulares y legionarios, y de haber contado con reservas, algunos de
ellos, podrían haber puesto en peligro todo el sector, dado su inusitada
dureza, se diría que Brunete era su vida y su muerte. Pese a todo, Líster,
consciente de que se estaba quedando sin División y de que los hombres
encaraban los contraataques con la fatalidad de la muerte segura impresa en sus
rostros, le pidió a Rojo que le relevara. Modesto estuvo de acuerdo y se pensó
en la 14 División de Mera, lo que ni a Modesto ni a Líster les agradó, pues los
anarquistas de Mera, eran para las fogueadas tropas del V, unos aprendices de
soldados, sin embargo, la situación era crítica para la 11. Los días siguientes
fueron más tranquilos, sin que cesaran por ello los bombardeos aéreos y
artilleros. En las unidades de vanguardia de la 11, lo que era el 90 por ciento
de los efectivos sobrevivientes, hubo quién pudo aprovechar este pequeño
respiro, en el que la muerte solo venía del cielo, para reponer fuerzas y
dormir, pero hubo otros a los que la inactividad terrestre junto a las mil
calamidades que padecían, sed horrorosa, disentería, pérdida de la realidad, y
sobre todo, la dura sensación de haber sido abandonados a su suerte, pudo más
que la razón y menudearon los casos de desesperación y locura, apretados en los
improvisados refugios, pegados al fondo de las trincheras, abrasados de sudor,
heces, terror y sangre. Locos de muerte. Y cuando esto ocurría, cuando aquellos
valientes soldados, de todos conocidos, compañeros de fatigas y hazañas, se
encaramaban al parapeto, pérdida toda noción de realidad, había que actuar con
rapidez, antes de que los sanguinarios francotiradores de los regulares los
abatiesen. El número de comisarios de compañía y de batallón muertos en estas o
similares tareas, era elevadísimo. El comandante de la 100 dio orden de que no
se socorriera a nadie. Pero era tan terrible la situación y tan angustiosa la
sensación de impotencia, mientras los camaradas se volvían locos, que hubo
quienes les disparaban a las piernas, para que cayeran y evitar el mortal
disparo enemigo en la cabeza. Esto generaba broncas y gritos de los
malhumorados oficiales, mientras oleadas de Heinkels 51 descargaban al unísono
sus bombas con fatal puntería y casi impunemente, pues nuestra DCA se
encontraba más al este. Bien, el 24, Franco, contra el criterio de sus
generales, y contra el criterio de cualquier mando que fuera más allá de la
visión de comandante de Bandera de la Legión, que es lo que era en realidad
Franco como estratega, preparó el ataque definitivo. Había ordenado el traslado
de la V de Navarra desde sus posiciones de Villafranca del Castillo, para que
se emparejara con la 13 división y terminaran de una vez por todas con la
cuestión de Brunete. Órdenes: destruir al V Cuerpo de Modesto y reconquistar
Brunete.
Era un ardiente sábado, aquel 24 de julio de 1937.
Amanecía sobre la castigada tropa de ambos bandos. El Sol despuntaba, ya
deslumbrante, sobre las romas lomas sembradas de quemados rastrojos y sobre las
escasas manchas de verdor, olivos, que vestían la desnuda llanura. Los
parapetos, aun frescos, servían de refugio y duermevela a los combatientes y el
frente estaba tranquilo. Algunos aventurados pájaros trinaban, alegres en su
ignorancia. Las filas republicanas a lo largo de una gran ese que iba desde la
carretera de las Rozas hasta el río Perales, estaban cubiertas por los restos
de castigadas divisiones, únicamente la 45 internacional y la 47 de Durán, una
a cada extremo de la línea se mantenían verdaderamente operativas. El resto, la
46, la 11, las 35 y 15 internacionales, la 34 y la 10, solo eran remedos de lo
que habían sido, reducidas a la mitad de sus efectivos, agotadas, enfermas, y
desmoralizadas. Y también, altamente conscientes, de que iban a morir todos.
Esto, producía efectos contrapuestos. En las unidades de escasa conciencia
política, incluso, en algunas unidades de internacionales, dejaba la moral por
los suelos, pero en las divisiones de la elite republicana, cuajaditas de
voluntarios de las JSU y de otras impetuosas organizaciones de izquierda, como
eran la 11, la 46 y la 35, esta desoladora apreciación de que la muerte corría
desbocada y carcajeante entre sus filas, producía odio, ira contenida, deseos
de asesinar, deseos inusitados de morir matando. Como así fue. A las seis en
punto, los pájaros dejaron de trinar. Una tempestad de fuego de la
excelentemente manejada artillería rebelde, resquebrajó los cielos y la tierra,
volteó los parapetos, pulverizándolos, y mandó al infierno compañías enteras.
Después, aviones alemanes, italianos y rebeldes completaron la destrucción
haciendo la línea irreconocible. Entonces cargaron los moros y los legionarios,
los requetés y los soldaditos de Franco. A las nueve de ese día, la 100 brigada
tenía los efectivos reales de poco más de un batallón, las otras dos brigadas
de la División, otro tanto de lo mismo. En el primer envite de la infantería
enemiga y a causa del aturdimiento del bombardeo fuimos desalojados de las
posiciones que teníamos a las afueras de Brunete en la carretera de
Villaviciosa de Odón, replegándonos directamente sobre el pueblo. Pero el
comandante de la División que había visto lo sucedido desde las alturas
próximas a Brunete descendió de un vehículo y nos ordenó contraatacar y
recuperar las posiciones perdidas. Se reagruparon por ello las unidades
dispersas y se repartieron botellas de coñac y armas automáticas y granadas de
mano. Fuimos reforzados con una compañía apresuradamente formada con unidades
destruidas de las otras Brigadas de la División. Era una compañía fantasma,
donde nadie se conocía, lo que es una desventaja a la hora de combatir. Un
comisario de batallón ordenó emplazar máquinas a nuestras espaldas y todos le
miramos con cara de asesino. ¡Hijo de perra! Calamos las bayonetas, unas
bayonetas excepcionales para perforar las tripas del enemigo. Los oficiales y
suboficiales se armaron con Astras automáticas, muy del gusto de las unidades
de Carabineros, pero nosotros preferíamos los fusiles-ametralladores, de más
lenta cadencia, pero de tiro seguro y preciso. El comandante se volvió y nos
miró. Iba prácticamente desnudo, con su destrozado pantalón caqui y su rota
camisa. Solo la gorra parecía entera. Pero así estábamos todos, rebeldes
incluidos. El cañoneo se había desviado hacia las posiciones de la 15
internacional, y estábamos tan acostumbrados a oírlo, que en cuanto se alejaba
un poco, nos parecía el silencio absoluto. En cuclillas, de rodillas, apretados
unos contra otros y protegidos por los desniveles del terreno y algunas casas
en ruinas, cuatrocientos desarrapados pero rabiosos soldados republicanos
supervivientes de una unidad de más de novecientos hombres contemplaron en
silencio a su comandante. Éste, alzó la mano y gritó: ¡a por ellos! Sin
protección artillera, sin aviación que nos cubriera, y con el apoyo de una
sección de renqueantes carros T-26B, que nadie sabía de dónde los había sacado
Lister, como verdaderas fuerzas republicanas, carros e infantería en solitario,
y tras lanzar unos aullidos espeluznantes, contraatacamos menos de una hora
después de haber perdido nuestras posiciones iniciales. Nuestra embestida fue
rápida y sangrienta. Los carros nos transportaron con cierta seguridad hasta
muy cerca de los parapetos enemigos. Pero su artillería contracarro que era
alemana, y sus máquinas nos diezmaron en ese momento. No obstante les lanzamos
cuantiosas granadas de mano, muchas de las cuales se cebaron en su carne
africana.
Alcanzamos nuestras antiguas posiciones menos de cien
hombres y no conseguimos desalojar al enemigo en ningún punto, retirándonos con
presteza a mejor ocasión. Tres de nuestros carros quedaron allí, dos
destruidos, otro averiado. Los carristas lo abandonaron sin destruirlo. Los
golosos moros corrieron hacía el abandonado tanque, pues les daban 500 pesetas
por cada uno capturado en buen estado, pero un pequeño grupo a mis órdenes y
disponiendo de una ametralladora ligera rusa de tambor circular, de las que
siempre llevábamos alguna a los asaltos, nos parapetamos a su costado y fuimos
segando sin piedad las vidas de aquellos odiados mercenarios. A mi costado, un
joven soldado de las JSU, musitaba entre dientes, una y otra vez, mientras me
alargaba sartén tras sartén: ¡mátalos, mátalos! Los moros nos largaron varios
bombazos de mano que explotaron peligrosamente cercanos, de modo que recogimos
nuestras armas y nos replegamos siguiendo los pasos de nuestros camaradas. Por
lo menos habíamos despachado a veinte. Inesperadamente, los moros
contraatacaron aprovechando nuestro repliegue. Venían por la carretera de
Boadilla y eran centenares. Pero de nada les sirvió, les rechazamos con
abundantes bajas. Nos apostamos en las afueras del pueblo, los camilleros
retiraban algunos heridos que se había conseguido rescatar del anterior
contraataque. Algunos gemían, todos los conscientes fumaban, incluso los
heridos en el pecho, otros callaban y nos miraban con los ojos vidriosos. En el
fondo eran unos afortunados. En ese momento llegó la mula con las barricas de
agua, a su hora, como todos los días. Parapetados en las ruinas de las casas
que fueron las afueras de Brunete, uno de cada diez soldados se arrastró
sigiloso hasta la mula para rellenar nuestras cantimploras. No había motivo
para ello. Nadie nos atacaba en ese momento, pues los regulares se reagrupaban
como a unos trescientos metros. Pero desde el día seis, y estábamos a 24, todo
lo que hacíamos lo hacíamos a hurtadillas, con sigilo, con miedo. Por contra,
un rumor se extendió por la Brigada, la 14 nos relevaba. ¡Ya era hora! Pudimos
beber doble ración, la de los muertos, e incluso conservar las cantimploras
llenas. También nos echamos al coleto unos mendrugos acompañados de lo que
personalmente se pudiera. Desde nuestras posiciones, el comandante se
tranquilizó. Eran sólidas, tenían profundidad, y hasta teníamos una batería del
quince y medio no lejos del cementerio, que podía acudir en nuestra ayuda. De
nuestra aviación ni soñarlo, se reorganizaba a marchas forzadas tras las graves
pérdidas de las semanas anteriores, y hacía lo que podía. Pero en cualquier
caso, haría falta algo más que un tabor de regulares para sacarnos de allí, ni
con tanques, pues también contábamos con algunas pieza antitanque. Y de
máquinas automáticas estábamos bien servidos. Y el comandante se sintió seguro.
Unos minutos después, se le ensombreció el rostro. Oleadas de trimotores,
alemanes e italianos dejaron caer su mortífera carga sobre Brunete. Las líneas
quedaron desorganizadas, la retaguardia quedo convertida en un caos, las
columnas de aprovisionamiento, y los convoyes de heridos se deshicieron como
azúcar. Aquello era el fin. Brunete perdía su fisonomía por momentos, y lo que
ya era una ruina, quedó convertido en mero escombro. Sin apenas receso, la bien
coordinada artillería rebelde tomó el relevo de la artillería aérea y un bien
dirigido tiro levantó por los aires máquinas, cañones, soldados y sacos
terreros. Y para terminar aquella lluvia de fuego, los moros atacaron en masa,
en una acción suicida, inexplicable para unos vulgares mercenarios, sin que
tuviéramos tiempo, los supervivientes, de reponernos. El instinto de soldados
veteranos nos hizo correr hacía el interior del pueblo, pero como verdaderos
veteranos, cada ametrallador y su proveedor cargaron con las máquinas, porque
sin ellas no éramos nada. Arrastrar los cuarenta y pico quilos de la Maxim, era
un rudo trabajo en condiciones normales, pero cuando estás al borde de la
deshidratación por permanentes diarreas, cuando nos has comido decentemente en
una semana, y cuando apenas se bebe un litro de agua al día a cuarenta grados
de temperatura ambiental, es entonces cuando la mera tarea de replegarse
llevando esta maquina, era algo sobrehumano. Malditos rusos, ¿serían gigantes?
A las diez y media, medio pueblo era suyo, pensábamos que por lo menos eso nos
aliviaría de su artillería y su aviación. Pero eran implacables, trajeron
cañones de infantería y los pusieron a tiro raso, y encima aviones alemanes de
bombardeo en picado protegidos por sus cazas nos deshacían los improvisados
parapetos y también las esperanzas de conservar Brunete.
Nuestra enlace, entrañable motorista, que era íntima
de la no menos admirada conductora inglesa de una ambulancia de la División,
nos dijo que todo el flanco izquierdo de nuestro frente se había derrumbado el
día anterior y que los requetés se batían ya con la 9ª Brigada de nuestra
División. ¡Que se fuera a hacer gárgaras el flanco izquierdo! ¿Dónde estaba el
relevo? ¡Dónde estaban esos jodidos anarquistas de Mera? Pero Modesto los había
tenido que meter en el baile. Así que solo algunas afortunadas unidades de la
División habían sido relevadas por los anarquistas. En eso, oímos la gruesa e
inconfundible voz de Lister, ¡hay que resistir!, los relevos están de camino,
pero mientras tanto hay que resistir. ¡Brunete no puede caer! Luego y
confidencialmente le masculló al comandante, como por lo bajini pero suficiente
para que lo oyéramos los próximos: —Confío menos en Mera que en la solidez de
la mierda que cagáis los de la 100. Todos reímos, pero poco. La artillería
enemiga disolvió la reunión, Líster se fue para reagrupar la 9ª y detener la
avalancha del maldito flanco izquierdo. Los compañeros retiraban heridos, pero
no de bala ni de metralla, ¡de piedras! cascotes que silbaban como veras balas
y que podían mandar tu cabeza a veinte metros. Casa por casa, legionarios y
regulares, en dos pinzas, fueron convergiendo sobre el centro de Brunete,
mientras dejaban las otrora calles del pueblo, bien regadas de sus muertos y
heridos. Una hora después no quedaban unidades de la 11 División republicana en
Brunete. Aunque tampoco quedaba Brunete. Nos replegamos a un alto, precisamente
donde estaba el cementerio. Era una posición muy buena y nos dimos a la tarea
de fortificarla. Se nos unieron hombres de la 14 y también internacionales de
la 35, y nadie les preguntó cómo coño habían llegado hasta allí. Ya en el
cementerio y atrincherados en sus sólidas tapias, Modesto envió refuerzos de
artillería ligera y carros, apresuradamente sacados de otros cuerpos. Nuestra
aviación hizo acto de presencia, aunque nada pudieron contra los cazas
alemanes. Supimos entonces la envergadura de la retirada. Y corrieron trágicos
rumores sobre motines en el XVIII. Vimos a los anarquistas de Mera, que todavía
conservaban, más que nosotros, que ya era decir, esos aires de milicianos del
otoño anterior, cuchicheando y protestando por haberles sacado de su cómodo
frente al noreste de Madrid, ellos que se consideraban los héroes de
Guadalajara y que a los de la once nos temían y odiaban tanto como a los
fascistas. Regresaron los comandantes de las fuerzas allí concentradas de una
improvisada reunión con el mando. Había que contraatacar. Esta manía de
contraatacar una y otra vez, estaba muy bien para los Estados Mayores, pero era
desoladora para la tropa de primera línea. Era algo así como: vamos otra vez,
hasta que nos maten a todos. Y había que ser muy templado para que no se te
encogiera el ánimo y quisieras salir pitando. El enemigo parecía tomárselo con
calma. Una vez conseguido su objetivo principal, se dedicó a consolidar sus
posiciones, y llevó su esfuerzo aéreo y artillero a otros sectores.
Apenas el sol perdió un poco de vigor, los oficiales y
comisarios supervivientes de la 11, restos de la 35 y de la 14, que al parecer
había tenido un dudoso encuentro con los Junkers y los Savoia, a los que no
estaban acostumbrados, comenzaron a agitarse. Los soldados salieron de los
sombrajos, chasquearon sus lenguas secas y llenas de polvo. Buscaron sus
exiguas reservas de agua, y el que pudo bebió, luego corrieron botellas de
coñac y de un seco anís de la zona que tiraba para atrás. Valor lo infundía y
mucho pero el cuerpo lo dejaba para el arrastre. Se organizaron las columnas de
asalto, tintineaban las cantimploras y los machetes, y los soldados aligeraron
peso. Los internacionales guardarían la posición, una compañía de la 11 y otra
de la 14 atacarían en vanguardia pegados a los carros. Detrás, dos batallones
reorganizados. Aviación ninguna, apoyo artillero tampoco. Rodeado por los
supervivientes del Batallón, algo más de un centenar de hombres valerosos, que
éramos ahora la compañía de asalto en vanguardia: expertos en respirar los
gases de los tubos de escape de los carros y también en montarnos a su grupa
cuando la marcha lo permitía, salimos a todo meter contra el objetivo: Brunete.
A unos doscientos metros comenzó el jaleo. Corríamos todo lo que podíamos y
llevábamos la ropa empapada de sudor y polvo. Su artillería de campaña,
afortunadamente de poco calibre, tiraba con granadas especiales, italianas, que
esparcían metralla pequeña pero mortífera. Después, las Hotchkiss y las Fiat,
ambas, máquinas del calibre 7, y que los moros y legionarios tenían en
profusión segaron la tierra a nuestros pies. Hubo un intento de detenerse, pero
los comisarios estaban locos de furor. ¡Adelante el batallón! Gritaron, y golpeaban
la coraza de los T26 con rabia, para que los tripulantes aceleraran. Y así fue.
Un pelotón de la compañía especial del V cuerpo, hombres duros y valientes,
especialmente enviados allí por Modesto a petición de nuestro comandante, nos
adelantaron por la derecha, llevaban naranjeros, ametralladoras ligeras y otras
armas automáticas que guarnecieron nuestro flanco y rebajaron la presión
artillera. Los carros alcanzaron las primeras casas del pueblo no muy
malparados. Mi pelotón, con algunos veteranos del Jarama y de la defensa de
Madrid, arrasó el lugar con bombas de mano. Luego entramos en las casas
disparando con las pistolas automáticas liquidando a los moros, fueran heridos
o sanos y dando unos gritos atroces. Observamos con espanto que, los carros,
detenidos a la entrada del pueblo, estaban siendo machacados por la artillería
pesada, que ya había sido alertada por el eficiente sistema de comunicaciones
rebelde. No tardaría en aparecer su aviación. Los cuarenta hombres que habíamos
conseguido entrar en Brunete, hubimos de parapetarnos y mirarnos a la cara para
ver qué hacíamos. Nuestros carros retrocedían y con ellos el furioso ataque
republicano se perdía. Decidimos enlazar con la posición avanzada de la
compañía especial, que en aquellos momentos recibía con fuego automático la
carga de un escuadrón de caballería mora. ¡Era una delicia verlos caer
desmontados! Y ver cómo sus caballos reventaban y sus entrañas se esparcían por
la quemada llanura salpicando las hazas de rojo sangre. Arrastrándonos, gateando
y corriendo según los casos, conseguimos alcanzar la posición amiga, donde
contribuimos a poner en fuga a la caballería mora. El oficial al mando, el
único superviviente de tres valientes hermanos, nos informó que se replegaban a
las posiciones originales del cementerio pues era de esperar un duro
contraataque en cuestión de minutos. Cargamos con los heridos, y exhaustos pero
ilesos alcanzamos las líneas republicanas. Las compañías en vanguardia del
ataque habían sido deshechas. Decenas de heridos estaban siendo atendidos y
preparados para la evacuación. otros tantos yacían gimientes en el camino a
Brunete, y que no se habían podido recoger. Y más aún, estaban los muertos,
repartidos en hilera, como las migas de Pulgarcito, señalando la senda de fuego
de ida y de vuelta, de nuestro inútil asalto. Y ahora, protegidos por sus
piezas del 15 y medio, los moros cargaban de nuevo, infantería y caballería.
Tenaces, fieros, ululantes, aquellos arrojados pero sanguinarios mercenarios
que hacían temblar de miedo a muchas unidades republicanas. Despreciando la
muerte, se lanzaron como locos contra el cementerio, alentados por los gritos
de sus oficiales españoles, aun más locos que ellos, impelidos por la ira, de
ser resistidos, por el desprecio que los militares franquistas nos tenían,
seguros de que éramos rusos y no españoles, pues todo lo que tuviera capacidad
militar, para ellos, si era republicano, seguro que era ruso. Cayeron a
centenas, barridos por nuestro fuego automático, y cuando ya las máquinas se encasquillaban
o descalibraban por falta de refrigeración, se replegaron exhaustos, diezmados.
Entonces Rivas, reagrupó la brigada, y sin contar para nada con los hombres de
la 14, que habían luchado bastante bien hasta el momento, se lanzó en
persecución de los regulares en fuga. Saltamos pues las tapias y verjas, y con
las pistolas en una mano, los machetes en otra y el fusil terciado al hombro,
los alcanzamos muy cerca de Brunete, donde, perdido el aliento, hubimos de
retroceder de nuevo, detenidos por fuego de barrera. Una hora después volvieron
a intentarlo por las posiciones de los internacionales, y nosotros volvimos a
contraatacar, también sin resultados. Y así, ataque y contraataque, nos
oscureció, y en el más absoluto límite de la resistencia humana.
Amaneció el Domingo 25, el día en que seríamos
aniquilados, y la División dejaría de ser operativa aunque no relevada. Nadie
estaba en sus cabales en aquella fantasmagórica posición, territorio de
muertos, cuando, tras rechazar un ataque de los regulares apenas amanecido,
afortunadamente por esta vez, con escasa preparación artillera, para pillarnos
por sorpresa en la peor hora del día. Los mandos prepararon un nuevo
contraataque. ¡No era posible! Con la 100 que no contaran, la mitad de los
efectivos sobrevivientes estaban dispersos, algunos relevados, ¡vaya suerte!,
otros en paradero desconocido y el batallón, de fortuna, parapetado en el
cementerio de Brunete, carente de toda fuerza militar. Al menos eso creíamos
nosotros, aun a sabiendas que cada soldado es siempre un pozo de fuerza sin
fondo. Siempre se puede un poco más. Siempre puede morir más gente.
Afortunadamente llegaron nuevas unidades de la 14 División con la misión de
contraatacar. Tendrían el apoyo de la artillería de reserva del cuerpo, en realidad
pocas y muy desgastadas piezas, un batallón de carros, también muy mermado, y
les prometieron apoyo aéreo. Vimos al flaco Mera desde lejos, discutir con
Modesto. Se consideraban unas víctimas por tener que contraatacar. Nosotros,
nuestro Batallón, en realidad, menos de una compañía en efectivos reales,
llevábamos, para mi cuenta, más de medio centenar de ataques y contraataques,
desde el ya lejano día 6 de julio cuando iniciamos el avance sobre Brunete.
Líster del que oíamos sus lejanos exabruptos, también estaba en la discusión.
Mera argumentaba que sus unidades estaban desechas y desmoralizadas por lo
bombardeos aéreos. Al parecer, en una descubierta, los Junkers les habían
sacudido bien. ¡Y a nosotros, qué! ¡Les tocaba y punto! Nosotros solo esperábamos
el relevo bien ganado. Con tan baja moral, poco pudieron hacer, pero además,
mala suerte para Mera y sus hombres, los fascistas estaban decididos a terminar
con nosotros y trajeron su aviación al completo, y pasada tras pasada hicieron
papilla la brigada en cabeza, que con toda razón se retiró deshecha. Hubo que
poner orden para evitar la desbandada, Hombres del Batallón Especial del V
Cuerpo, con sus gorras de plato blandas, ladeadas sobre la cabeza, muy al gusto
de lo que fuera el Quinto Regimiento, los detuvieron sin contemplaciones,
liquidando incluso a algunos que pretendían huir en una ambulancia de la que
habían desalojado previamente a heridos de su propia división. Nadie dijo nada.
La situación estaba desquiciada. Todo el mundo sabía que mantener aquella
maldita posición, podría tener extrema importancia en los mapas del Estado
Mayor, o en los historiales de nuestros mandos, pero ahora, para los
enloquecidos internacionales de Walter que por capricho de los combates habían
pasado de defender nuestro flanco derecho, a proteger el izquierdo, y para los
desesperados supervivientes de la 100 Brigada de la 11 División, menos de mil
de más de una plantilla inicial de mas de tres mil, y donde los oficiales,
suboficiales y comisarios habían sido borrados del mapa incluyendo el propio
puesto de mando de la Brigada, esa pretensión de morir en un cementerio ramplón
de un villorrio de la estepa castellana, cuya única virtud era dominar
levemente desde su poca altura, el pueblo, vacío ahora de las almas de las que
se nutría el camposanto, esa locura, era una burla sangrienta. Pero además, ni
la aviación, ni la artillería antiaérea, ni la mera artillería de campaña hacía
ya acto de presencia en nuestra ayuda. Ya solo quedaban los fusiles y sus
bayonetas, las pocas ametralladoras que todavía disparaban, las escasas bombas
de mano, y algunas armas automáticas. Y para completar este desesperante
cuadro, desapareció el aprovisionamiento de agua, de víveres y de municiones,
pues toda la línea a lo largo de nuestras posiciones era en realidad un
infierno, donde era imposible entenderse, siquiera mirarse a los ojos ante la
infernal lluvia de obuses, bombas incendiarias, proyectiles de todo tipo, y
fuego de concentración que los facciosos dirigían con certera y maldita eficacia.
Los restos de las tres divisiones, desperdigados en posiciones alrededor del
cementerio, estaban pegados al terreno, pues durante eternos minutos, dicen que
más de veinte, fue imposible levantar la cabeza, ni la vista para hacerse una
idea, más allá de la propia destrucción del paisaje donde se apretaban los
hombres, vivos o muertos, quién lo sabía ya, de qué infierno era aquel, que
todavía podía sorprendernos en crudeza, muerte y destrucción después de todo lo
que habíamos pasado. Entonces oímos terribles gritos, una sección de regulares,
más suicidas que valientes, asaltaba las tapias, ahora abandonadas, empujando a
nuestros soldados ladera abajo. Ese fue el principio. Hice que mis hombres
recogieran el material ligero, y nos retiramos. Nuestro ejemplo fue seguido por
todo soldado republicano aun vivo. Y los regulares tomaron el cementerio de
Brunete, donde la República dejó más muertos, que el pueblo de Brunete en toda
su historia. Algunos oficiales trataban de reorganizar a la tropa en los olivares,
pero nos pareció un suicidio, los pilotos alemanes nos cazaban como si fuéramos
patos. Nosotros corrimos hasta Villanueva de la Cañada, donde restos de la
División se fortificaban a marchas forzadas. Quienes quedaron en los olivares,
hombres de la 14 sobre todo, pero también de la 11, fueron despedazados por los
trimotores de la Legión Cóndor. Apenas llegaron supervivientes. Dispuestos a
morir allí mismo, más por nuestra incapacidad de movernos, la División esperó
su final mientras la tarde decaía, y toda actividad militar desaparecía. Pero
ningún rebelde asomó la cabeza, ningún avión nos bombardeó. Franco se daba por
satisfecho.
Mike Blacksmith
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