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722. ¡Yo acuso!

Ramón Vías Fernández logró que su escrito "Yo acuso" saliera de la cárcel y fuera difundido fuera de España, en el que narraba su negativa a delatar a sus colaboradores y su intento de suicidio ante las torturas de la policía dirigida por el inspector Eduardo López Ochoa.

Ingresado en la Cárcel de Málaga, protagoniza dos fugas espectaculares fugas.  Delatado y localizado en su refugio junto con sus compañeros de fuga, la Guardia Civil termina con su vida el 27 de septiembre de 1946 en Granja Suárez, Málaga.

          
¡Este es el maldito régimen franquista! Todos los hombres y mujeres del mundo civilizado han sentido estremecerse sus fibras más sensibles ante el horroroso relato de los monstruosos crímenes cometidos por las fieras hitlerianas en Belsen y Dachau.

Toda la humanidad se ha sentido horrorizada al conocer en sus mas íntimos detalles las salvajes atrocidades de las bestias nazis. Millones de seres han sentido jubilosos como acababa la dantesca pesadilla de la dominación nazi y su secuela de asesinatos y crímenes en masa, con la victoria de los ejércitos liberadores de las Naciones Unidas.

¡Pero el fascismo no ha sido totalmente destruido! ¡Aún pervive su brutal dominación en España! Cuando los países de Europa renacen a la vida democrática, nuestro país vive bajo el martirio, el escarnio y el crimen de la dictadura de Hitler.

Acorralados por la repulsa del mundo democrático, por el odio unánime de toda la Nación, las fieras franquistas, al mismo tiempo que recrudecen bárbaramente el terror, tratan de falsear y ocultar sus crímenes bajo el manto de la "democracia cristiana".

¡En cada ciudad española hay un Belsen!

Yo, Ramón Vías Fernández, patriota español, combatiente por la libertad en las filas de las Naciones Unidas, condenado a muerte por el régimen de Vichy, combatiente en España en una agrupación de patriotas armados, en lucha por la libertad y la democracia, desde la cárcel de Málaga, con el cuerpo destrozado y mi carne hecha jirones por las torturas y apaleamientos, me dirijo a todo el mundo democrático, a todos los patriotas españoles, para acusar al régimen franquista y denunciar su bárbara política fascista de terror.


Mis datos biográficos

Nací en Madrid. Hijo de gentes humildes, a los 10 años abandoné la escuela para trabajar en un taller como obrero metalúrgico, donde permanecí hasta el 18 de Julio de 1936, en que se produjo la sublevación militar-fascista.

Durante la guerra de independencia serví a la causa de la República con alto sentido nacional y patriótico. Al finalizar la contienda, salí de España y llegué hasta Orán, donde fui recluido en un campo de concentración.

Más tarde, por defender la causa de las Naciones Unidas, fuí condenado tres veces a muerte por los tribunales de Vichy, en Marsella, Orán y Argel, acusándome de "¡Inteligencia con la plutocracia angloamericana y la Rusia Soviética!"

Terminada la guerra con la victoria de los ejércitos Aliados, pasé desde Orán a España en una barca, incorporándome al combate de los patriotas por la libertad y la República.

El día 15 de noviembre fui detenido en Málaga, por la delatación de un desertor llamado Eugenio Navarro.


Así es la Justicia franquista

Camino de la comisaría, el inspector, hijo del general López Ochoa, que dirigió la represión en Asturias en 1934, me preguntó:

- ¿Tu eres de Madrid?

Como le contestara afirmativamente, añadió

- Yo también soy de Madrid y ahora nos vamos a ver las caras.

Mi entrada en la comisaría se produjo en medio de una expectación y felicitaciones al Sr. Ochoa, quien empezó el interrogatorio.

- ¿Cómo te llamas?
- Ramón Vías Fernández, - contesté.
- ¿Dónde vives?
- En ningún lado, respondí.
- No empecemos así - me dijo furioso-

Como insistiera en mi negativa, Ochoa dijo a uno de sus esbirros que ya llevaba un buen rato enseñándome su vergajo de toro: - Empieza a darle.

Durante tres horas estuvieron golpeándome en el empeine y dedos de los pies con tal violencia que parecían haber perdido la cabeza. Los pies engordaban por segundos hasta que empezaron a reventarse. Así continuaron golpeándome, hasta que decidieron darme de plazo para pensarlo hasta las diez, bajo amenaza de tremendas palizas.

A las diez y media hace otra vez su aparición el Inspector con nueve esbirros.

- Venga traerle para acá, -ordena. E inmediatamente me colocan en medio de todos y -me dice- pero en primer lugar has de decirnos dónde vives.

Aquel espectáculo me recordaba a los matarifes, cuando ya tienen colgada la res y empiezan a quitarse la chaquetas y a remangarse las mangas de la camisa: Igual hacían estos señores "defensores de la fé
cristiana".

Como me negara a dar mi domicilio, dijo Ochoa: - Venga, túmbale en el suelo y darle.

La paliza la empezaron por los pies, apaleándome durante media hora. Como insistiera en mi negativa, Ochoa, enfurecido, me dijo: - Di dónde vives, porque tú no sabes lo que te espera. Hazte a la idea de que aquí nadie ha salido con vida sin hablar, porque en caso de no decirlo ahora, lo dirás luego y nosotros no tenemos prisa.

Yo continuaba negando. Después de darme diez minutos para pensarlo, volvieron todos de nuevo.

- Venga - me dijeron - y ten en cuenta que mañana duelen más los golpes y pasado mucho más.

De esta forma, palo va y palo viene , estuvieron torturándome hasta las tres de la mañana en que me bajaron los pantalones, y como consideraban "que ya estaba bien" me llevaron de nuevo al calabozo, repitiéndome la recomendación de que tenía toda la noche para pensarlo.

Al día siguiente, por la tarde, me pasaron al despacho del comisario, que llenaron de guardias, uno de ellos me preguntó qué me pasaba. Me bajé los pantalones, mostrando mi cuerpo lleno de heridas.

- Pues yo he dado orden de que no te pegaran - dijo el Comisario-. Pero claro, tú tienes la culpa por no decir lo que tú sabes-añadió-. Debes darte cuenta que eres un hombre derrotado y debes saber perder. Detenido tú, no te deben importar los demás, y has de decir todo lo que sabes, que es mucho. Eso es saber perder, porque de lo contrario, de aquí no sales con vida.

Después de dicho esto, comenzó de nuevo el interrogatorio, sin que consiguieran sacarme una palabra. En vista de lo cual me dejaron descansar esa noche.

Al día siguiente, a primera hora de la tarde, me llevan a otro despacho donde hay cuatro individuos, que de inmediato comienzan la sección de gritos, puñetazos, insultos y amenazas como la de: "Te vamos a hacer añicos". Después de una buena paliza y con la promesa de "prepárate para esta noche", me llevan de nuevo al calabozo.

En efecto, a las diez, vista mi negativa, me meten en el cuarto de castigo, donde cogen los vergajos y empieza la sesión.

- ¿Lo dices?
-¡No!
-¡Entonces ponerle bocabajo!

(Los pies se me habían reventado ya, y las manos también)

- ¡Ponerle en cruz!, dijeron.

Me abren los brazos y las piernas y el uno me pisa una mano, otro la otra; otro me pisotea el cuello, otro las corvas de las rodillas y con una porra se lía a pegarme como si fuera a destajo, mientras otros me patean las espaldas, y los restantes dirigen la operación. De vez en cuando me atizan alguna que otra patada en los costados. El de la porra se baja encima de mis rodillas y empieza a golpearme en los riñones, al mismo tiempo que uno grita: -¡Más fuerte, más fuerte!

En vista de como marchaban las cosas, yo callé y no decía ni pío, mientras pensaba para mí: "Ya pararán"

Cuando vieron que daban con toda su fuerza y no me quejaba, creyeron que ya estaba muerto, por lo que pararon y empezaron a echarme agua. Uno decía "Os lo habéis cargado".

Otros contestaban: "Pues uno menos". Entonces empezaron a quemarme con los cigarrillos, las manos, los pies y los muslos, y en aquel momento me acordaba de la democracia cristiana que ellos dicen defender. Me levantan y venga agua. Me toman el pulso y dicen: "Se le ve fatigado, pero le marcha".

Otro añadió: "No creas, que yo le di, pero bien y con ganas". Otro dijo: "Este tío como ahora no hable, dejármelo a mi" y así continúan, agua va y agua viene. Como abriera los ojos, me dijeron: "Vaya, ya se te pasa; si quieres te daremos un poco de vino". Me dieron ganas de decirle "Los c....", pero quise ser prudente, porque la realidad era que estaban como fieras desbocadas. Una vez que me puse mejor, empezaron las palabras dulces, pues había para todos los quites. Uno se enfureció y me dijo: - me vas a decir dónde vives, porque me cago en tu p... madre.

Y se lió a darme patadas y puñetazos en la barbilla, lo que me ha tenido tres días, sin comer por no poder abrir la boca. El que estaba más rabioso me dijo: - Me cago en tu madre, y echó mano a la pistola para matarme.

En vista del cariz que iban tomando las cosas, los otros le echaron del cuarto y empezaron con palabritas dulces y ofrecimientos. En vista de que no sacaban nada, y prometiéndome que la próxima sería mayor aún y que no saldría vivo de ella, me llevaron al calabozo, arrastrado por dos guardias y dos policías, donde no podía estar sentado, ni tendido, ni bocarriba, ni bocabajo, por los dolores.

A media mañana me conducen al despacho del Comisario. Este me dirigió una serie de buenas palabras: - Debes hablar, y se han acabado los palos. Si hay que darte cuatro tiros, se te darán aunque te lleves a la tumba todos tus secretos.

Por la noche me llevaron a otro lugar y comienzan las torturas de nuevo hasta las dos de la madrugada que me llevan de nuevo al calabozo.

A las diez de la noche del día siguiente, dos policías y un Inspector nuevo en el asunto, empiezan a interrogarme con mucha suavidad.

Venga de ahí Ramoncillo- me dice el Inspector- ten un gesto valiente conmigo, para que yo pueda decirle a los demás: "Veis, el más viejo y sin pegarme me lo ha dicho todo". ¡Cómo si fuera eso una lucha de gallos!

En vista de mi negativa, se lanzan encima de mi, diciéndome a gritos: - Tienes que hablar ahora mismo y si no, esta noche te espera otra mayor que la última. La Guardia Civil se encargará de ti y ya verás que pronto te aplican la Ley de Fugas.

Dicho esto, empezaron de nuevo los palos hasta que se cansaron y me llevaron de nuevo al calabozo.

Estaba ya claro para mí, que cada minuto que pasara en la Comisaría aumentaría el odio de mis verdugos, que mi vida no dependía, sino de la voluntad de unos cuantos torturándome hasta la muerte, pues yo no traicionaría a mis compañeros.

Por eso pensé fríamente cómo luchar contra el terror, pues estaba convencido de que aunque me hicieran trizas no me sacarían nada. Juzgué que lo mas útil era quitarme yo mismo la vida, evitando que me la quitaran ellos, recreándose de mi muerte. Con la hebilla del cinturón y con los pinchos de dentro, preparé una especie de lanceta para cortarme las venas.

A las seis menos cuarto me dí el primer corte. Me envolví un trapo al brazo y me dejé chorrear la sangre en un lugar donde mojaba con un poco de guata de la hombrera de la chaqueta. Así escribí en los azulejos de la pared del calabozo. "Hago esto, no por miedo al terror, sino porque no quiero servir juguete de escarnio para mis verdugos ¡Viva la República!"

A las siete comprobé que ya no salía más sangre, y cuando disponía a darme otro corte, sentí las llaves con que empezaban a abrir el calabozo. Un poco mareado me puse la chaqueta y fui al despacho del Comisario. Inmediatamente me dió un mareo y cuando me vieron las manos llenas de sangre, se armó un gran revuelo en la comisaría. Vino el médico y me dieron a beber inyecciones. El Comisario me preguntó por qué había hecho esto, y yo respondí: - "Es el único medio que tenía en mis manos de protestar contra el terror".

Al día siguiente el comisario me dijo: - Hasta el Gobernador está interesado en saber dónde has vivido y cuáles han sido tus actividades en Málaga.

Yo insistí en no decir absolutamente nada. Intentaron sobornarme, dándome toda clase de seguridades de que no me pasaría nada si me colocaba a su servicio. Se podía observar que de estas entrevistas estaba pendiente hasta el último mono en la comisaría. Las mujeres que hacen la limpieza decían: "Menos mal que Ramón se va mañana y podremos limpiar bien".

En vista de que no había medio de sacarme nada, me hicieron la declaración sacada a máquina donde tenía que decir porque había intentado suicidarme. Yo me ratifiqué en los motivos que me habían llevado a tal decisión, pese a que Ochoa intentaba convencerme de que dijera: "Que me había intentado suicidarme el comprender la gravedad de los delitos cometidos."

Firmada la declaración, contraria a los designios de Ochoa, éste me dijo: - Estoy en la convicción de que eres un hombre muy peligroso para el actual régimen, porque eres firme, inteligente y organizador.

Trece días después fui trasladado a la cárcel, donde estoy incomunicado, pero algo mejor de salud.


Ramón Vías Fernández


Fechado en la Cárcel Provincial de Málaga el 15 de diciembre de 1945










1 comentario:

  1. Me siento orgullosa de la sangre que corre por mis venas.... "aires de libertad".
    El es Tio Ramón, hermano de mi padre Ignacio Via Fernández.
    Espero algún día conseguir estos escritos.

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