Nos queda ya lejos, veinticinco años, reuniéndonos aquí, en el Cerro de la Atalaya, en Santa Cruz de Moya, en la encrucijada de Aragón, Castilla y Valencia.
Hacia finales de los ochenta, fue en la segunda ocasión en el que los guerrilleros volvieron a estas tierras. Aún se sentían jóvenes, aún conservaban, como hasta ahora, estén dónde estén, las ganas de luchar, luchar por la democracia y la libertad, que en forma de república, habían podido conocer, algunos siendo unos niños, otros escuchando la llamada de su patria ante el golpe militar, todos ellos reivindicaban su contribución al edificio de la democracia que ellos fueron los primeros en forjar.
Esta vez no empuñaban pobres armas, ni caminaban en la oscuridad de las noches, no eran perseguidos, caminaban de día, alguno de ellos conservaba, como hoy oiremos a sus descendientes, el acento francés, cuño del forzado exilio. Catalanes, valencianos, castellanos, gallegos, andaluces, extremeños, del norte y del sur, vinieron a este pueblo e instituyeron uno de los actos originarios de lo que se ha venido en llamar el “movimiento de recuperación de la memoria".
Desde aquel primer domingo de octubre, Santa Cruz de Moya se convirtió en el lugar de encuentro y reivindicación de los guerrilleros y de sus descendientes, así como de historiadores que indagaban en aquellos obscuros años, de escritores, de cineastas, documentalistas; y de todo aquel que quisiera conocer con mayor profundidad lo que significó la presencia de la guerrilla en el mundo rural.
No cundió su desánimo ante la esperanza frustrada de la transición que les prometía el reconocimiento. Hoy todos sabemos que aquellos pactos trajeron estos lodos y que seguimos escuchando alabanzas al franquismo por parte de personajes y cargos públicos, en un revisionismo histórico, que es condenado judicialmente en aquellos países que sufrieron, como el nuestro, feroces dictaduras, y por el contrario, los que se resistieron a que la dictadura se afianzara, siguen condenados al olvido.
Frente a ello, como un reguero, desde los finales de los ochenta a nuestros días, se han ido propagando las actividades de reconocimiento, de estudio y homenaje a los hombres y mujeres que integraron y colaboraron con las agrupaciones guerrilleras y combatieron por la libertad. Y en todo ese amplio abanico, el conocimiento de nuestro pasado encontraba en Santa Cruz, cada año, un centro de encuentro, donde bullían nuevas ideas, nuevos proyectos y la obstinación de los guerrilleros por recibir igual trato que recibían más allá de nuestras fronteras.
Los años transcurridos junto a estos veteranos luchadores, nos mostró inexorablemente que un día debíamos ser nosotros, todos los que nos hayamos aquí, los herederos de sus paradigmas y sus reivindicaciones y junto a todos aquellos que no han podido estar aquí presentes, renovar nuestro compromiso con una España que no puede tener dueños, que el único dueño debe ser el pueblo, aquel que labra el futuro con sus manos y el sudor de su frente.
La historia de nuestro país, solo debe tener un protagonista, su pueblo, por el que lucharon los guerrilleros. Un pueblo que debe de enfrentarse a una clase dirigente corrupta, un estado caduco, falto de reflejos democráticos y lleno de tics franquistas y conservadores desde su cúspide, hasta los despachos de las diferentes administraciones que nos mal gobiernan.
Siguen siendo los poderes que convirtieron a España en una inmensa cárcel, los que nos gobiernan y dirigen nuestros designios, y a ellos les decimos, desde la humilde Serranía de Cuenca, que por mayor empeño que pongan en edulcorar la dictadura, en despreciar la lucha heroica de los hombres y mujeres sencillos, y en convertirnos en siervos de sus propósitos, que siempre habrá un Cerro de la Atalaya, siempre habrá un referente de la lucha por la justicia y la libertad y siempre habrán flores al pie de este monumento en los primeros días de octubre.
Aquellas Asociaciones y colectivos que deseen sumarse a este manifiesto podrán hacerlo al final de acto.
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