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804. Ángel Fernández Tijera, un superviviente de la represión franquista en Tenerife



Fue uno de los presos republicanos del Batallón 91 de trabajadores forzados, que el régimen trajo a las islas para hacer las carreteras y las obras públicas

SB Noticias - Sanborondon.info  

Ángel Fernández Tijera nació en 1920 en Secadura y a los 3 años su familia se trasladó a San Mamés (Cantabria). Eran 7 hermanos, 5 hombres y 2 mujeres. Su padre falleció a los 50 años cuando él tenía 7 u 8 años. Trabajaban constantemente en la agricultura y ganadería, hasta el punto de que de las 40 vacas que tenían, 17 tenía que ordeñarlas él.

En julio de 1936, con el Golpe de Estado, se rindió Bilbao y a continuación Santander, donde entraron las tropas “cortando cabezas”, robando el grano, caballos y hasta la leche de las vacas. Dijo que en los 6 pueblos que forman el Valle donde vivía había 6 curas que desaparecieron, acusando a los rojos de que los habían matado, pero estos religiosos aparecieron a los pocos meses en otra ciudad, sin embargo sí que desapareció un cura que ayudaba a los vecinos, después se conoció que las tropas franquistas lo encarcelaron en su propia vivienda hasta que se murió. “Había un palacio que convirtieron en prisión. Allí lo encarcelaron, y lo tuvieron incomunicado. Le daban de comer en una lata como a un perro; tenía que comer a oscuras con la mano. Lo sacaban a trabajar. A su madre y a sus hermanas les afeitaron la cabeza, encarceladas en el tercer piso. Él estaba en el segundo. Ellas creían que a él lo habían fusilado. Su hermana le dijo que tenía el sarampión, pero eran las picadas de pulgas y chinches que habían dejado los soldados con sus caballos”.

Cuando los aviones alemanes venían a bombardear el pueblo hicieron un refugio. A él lo confinaron a desmontar el refugio, lo obligaron a ir al monte con la carreta a buscar a unos maquis que los falangistas y guardias civiles ametrallaron en su intento de huida a Francia. “Los traje al pueblo y los descargué delante del cementerio, pero luego me enteré de que los enterraron fuera del cementerio”.

Explicó que todas las madrugadas los falangistas hacían un círculo en medio del cual se dedicaban a castigar a los rojos del lugar, tras lo que señaló que fue detenido en 1939 y encerrado junto con otros ciudadanos en Santander. “De madrugada llegó un camión lleno de falangistas y guardias civiles; esposaron de dos en dos, muñeca con muñeca; me ataron con cuerdas y no con esposas. Tenían que subir por la rampa al camión delante de los represores, que iban con pistola en mano, sabiendo que iban a ser asesinados”.

Fernández Tijeras recordó como le dijo al oído a don Benjamín, su compañero, que les iban van a liquidar, y que se iba a escapar porque se estaba soltando la cuerda. Mientras tanto los llevaron al cementerio y cuando bajó del camión para ir con los demás, emprendió a correr, tumbando a los que pudo; entonces tenía 16 años; hubo tiros pero la noche era muy oscura y eso le salvó la vida. Se escondió en un surco de un sembrado de millo hasta que recuperó aliento, hasta que sobre la media hora sintió la ametralladora matando a los demás en el cementerio.

“Me quedé inmóvil durante horas hasta que me fui arrastrando y alejando del lugar. A las 6 de la mañana entré en la capital, por el Sardinero. Me encontré con 2 falangistas armados, a los que les di la buena hora y fui correspondido. Me refugié en casa de una tía, de quien un hijo era teniente coronel de las tropas de Franco. Le conté lo que había ocurrido y me dio instrucciones de que me quedara oculto en la casa, porque estaban fusilando a mucha gente. Allí permanecí 6 meses. Luego acordamos presentarme en la Guardia Civil, él de uniforme para hacer ver que lo tenían que respetar; me levantaron atestado y me encarcelaron en Santa Catalina” narró.

Él y su familia estuvieron en la cárcel 3 años, tiempo en el que les hicieron 3 consejos de guerra, asignándoles todo tipo de delitos falsos, como por ejemplo que su hermana le había quemado el manto de la virgen, cuando no tenía manto porque era pintado. En esa etapa, la gente los insultaba “a esos rojos, córtenles la cabeza...” eran algunas cosas que les decían. A su madre y hermana las soltaron a los 3 años y a él lo confinaron al campo de concentración de Miranda del Ebro, con 5.000 presos políticos más, lugar en el que a las 12 de la noche había “sacas”.

Entraban los falangistas y sacaban a 25 o 30 presos para fusilarlos. “Allí si te tocaban los pies, no escapabas”. En ese campo de exterminio estuvo 3 meses pasando mucha hambre, hasta que los trasladaron en un tren de mercancías a Madrid (Escuelas de Miguel de Unamuno, convertido en campo de concentración) en donde confinaron a unos 1.500 presos. “Nos daban latigazos para levantarnos de la cama y salíamos despavoridos escaleras abajo y al llegar abajo, otros gallegos nos daban latigazos para que subiéramos. Era inconcebible la humillación. Como ganado nos metieron en vagones del tren sin saber a dónde íbamos, aunque se corrió la voz de que el destino era África”.

En San Fernando y Cádiz los tuvieron arreglando alcantarillas y carreteras. “Un día nos llevaron a la playa. Al llegar, formamos desnudos frente al agua. Los que no sabían nadar no se atrevían a meterse y los sargentos empezaron a disparar. Yo sabía nadar muy bien, pero me alejé tanto por el miedo a las balas, que tuve muchos problemas con la corriente para llegar a la orilla”.

Tras la etapa de trabajos en Cádiz, tocó el turno de Canarias. “Nos llevaron andando a los 1.500 hombres al muelle y nos trajeron todo el trayecto hasta las islas en cubierta”. Recuerda aún la farola del mar a su llegada a Santa Cruz y que compraron bocadillos a unos niños que no se pudieron comer pese al hambre de días que tenían porque la escolta no lo permitió. “A las 22:00 horas nos desembarcaron cerca de la marquesina y ns llevaron andando al cuartel de San Carlos, ya inexistente. Allí había una cuadra de mulos, que sacaron y sobre los excrementos y la paja que había, nos tuvieron 2 días. Ya la comida era un poco distinta. Enviaron a mitad de los presos a Gran Canaria, a la otra mitad nos enviaron en camiones rusos que Franco le requisó a la República, al Teide. El camino de la Laguna era la Rambla Pulido; el del sur era el que llevaba a la prisión de Fyffes. Siguieron a La Orotava. En El Portillo hicieron el primer campamento; dormíamos a la intemperie, mientras que la escolta sí tenía tiendas de campaña”.

El objetivo era construir la carretera. “De ahí nos llevaron a Boca Tauce, donde hicimos la recta grande. De Vilaflor, nos llevaron a Las Lajas. Pasábamos noches enteras helados, con solo una manta”. El alcalde de Vilaflor se enteró e hizo gestiones con los militares para cederles casas vacías. “Ramón Arce y yo pasábamos por la plaza de Vilaflor con el resto de la compañía y un niño al vernos gritó ¡mamá! ¡no tienen rabo! Porque se habían repartido carteles reflejando el diablo persiguiendo a los rojos con rabo. El alcalde mandó a retirar los carteles. Ahí hicimos muchas amistades que perduran aún, como por ejemplo José Luis Fumero”. En este pueblo conoció a la mujer con la que se casó.

Formaron el batallón 91 de soldados trabajadores. Los cuales no figuraban como presos. Hicieron la carretera de Vilaflor; la de Playa Santiago a Tamaimo. A él le tocó la carretera de Arafo. Gran parte del batallón 91 acabó en Marruecos, mientras otros muchos murieron en Fuerteventura por beber aguas contaminadas.










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