En esta guerra europea que comenzó en España hace ocho
años, no podrá terminarse sin España. En la Península se notan síntomas de
agitación. De nuevo la voz de los republicanos españoles se manifiesta por las
ondas. Ha llegado la hora de que volvamos nuestra mirada a ese pueblo sin par,
tan grande por su corazón como por su altivez, cuyo mérito no ha disminuido
ante la faz del mundo, desde la hora desesperada de su derrota.
Al principio de esta guerra ha sido elegido el pueblo
español para ofrecer a Europa el ejemplo de las virtudes que debieron haber
logrado su salvación. A decir verdad, fuimos nosotros y nuestros aliados quienes
lo elegimos para ello.
Por esto es por lo que muchos de nosotros, desde 1938,
jamás hemos pensado en ese país fraternal sin experimentar una secreta
vergüenza. Vergüenza por partida doble: primeramente por haberle dejado morir
solo y segundo, cuando nuestros hermanos, vencidos con las mismas armas que
habían de aplastarnos a nosotros más tarde, han reclamado nuestra ayuda les
hemos ofrecido los gendarmes para guardarlos a distancia. Los que llamábamos
entonces nuestros gobernantes inventaron pretextos para esta dimisión. Según los
días aplicaban la “Nointervención” o el “realismo político”. ¿Qué podía pesar
ante estos términos imperiosos el pobre concepto del honor?
Pero ese pueblo, que encuentra tan naturalmente el
lenguaje de la grandeza, apenas se despierta de seis años de silencio en la
miseria y la opresión, se dirige a nosotros para liberarnos de nuestra
vergüenza. Como si comprendiera que era él el llamado ahora a tendernos la
mano. Ahí lo tenemos enteramente en su generosidad, sin pena ni dificultades,
encontrando con justeza lo que precisaba decir.
Ayer en la radio de Londres sus representantes han
dicho que el pueblo francés y el pueblo español tenían en común los mismos
sufrimientos; que los republicanos franceses habían sido castigados por los
falangistas españoles, así como los republicanos españoles lo habían sido por
fascistas franceses y que, unidos por el mismo dolor, esos dos países debían
estarlo mañana en el disfrute de la libertad.
¿Quién de nosotros puede ser insensible a ese gesto?
¿Y cómo no proclamar aquí, tan alto como sea posible, que no podemos volver a
incurrir en los mismos errores y que los españoles son merecedores de nuestro
reconocimiento y de nuestra ayuda para liberarse a su vez? España ha pagado ya
el precio. Nadie puede dudar que ese pueblo ardiente está dispuesto a volver a
empezar la sangría. Corresponde a los Aliados el evitarlo, economizando esa
sangre tan pródiga y ofreciendo a nuestros camaradas españoles la República por
la cual tanto han luchado.
Ese pueblo tiene derecho a la palabra. Que se le dé,
siquiera sea un momento y se elevará en una sola voz para gritar su desprecio
al régimen franquista y manifestar su pasión por la libertad.
Si el honor y la fidelidad, si la desgracia y la
nobleza de un gran pueblo son razones que justifican nuestra lucha,
reconozcamos que ellas rebasan nuestras fronteras y que, nosotros mismos, no
nos podremos considerar victoriosos en tanto que esos principios sean hollados
en la España dolorida.
Albert Camus
"España libre"
Combat, 7 de septiembre 1944
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