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871. Emilio Herrera Linares, in memoriam

Recordamos a Don Emilio Herrera Linares, militar, científico y político español,  en el aniversario de su nacimiento (13 de febrero de 1879).


(...) En la vida y en la muerte el General Herrera quedará para siempre como ejemplo y símbolo del honor militar, de la abnegación patriótica y de la dignidad ciudadana.

No tengo yo la competencia suficiente para ponderar la profundidad de sus conocimientos científicos. Hiciéronlo a su hora con la autoridad debida la Real Academia de Ciencias de España, designándole para que ocupase el sillón que antes habían ocupado José Echegaray y Torres Quevedo; la Academia de Ciencias de Francia, laureándole y pensionándole, las revistas técnicas y científicas de Europa y América que publicaron sus notables trabajos sobre aviación, astronaútica y energía nuclear.

Lo que yo puedo medir y admirar son sus cualidades humanas, su acrisolada lealtad, su insobornable espíritu ciudadano, su patriotismo incorruptible, Realizábase en él la constelación platónica de las virtudes cívicas, catárticas, y paradigmáticas que caracterizan al varón perfecto.

Unas cuantas anécdotas realzaran mejor que cualquier comentario científico o filosófico las enseñanzas que se desprenden de tan larga y noble vida. La anécdota demuestra mejor que la verdad de una doctrina que cualquier sistema de razones y silogismos, en cuanto que la anécdota es la vivencia histórica del pensamiento humano.

Las hazañas de Don Emilio Herrera como militar y como adelantado -pionero se dice ahora- de la aerostática y de la aviación españolas, le valieron la distinción de ser nombrado por el entonces Rey de España Gentilhombre de Palacio. Don Emilio, que jamás renegó de ninguno de sus afectos, conservaba aun durante su largo destierro la llave de oro que le diera acceso a la cámara privada del soberano. Como tal gentilhombre, estaba ligado por el juramento de la lealtad a la persona de Don Alfonso XIII. Sabido es que cuando se instauró en 1931 la República, el gobierno republicano ofreció a todos los jefes y oficiales la opción caballerosa y humana de o retirarse de los cuarteles con derecho a percibir vitaliciamente los haberes correspondientes al rango que ocupaban a la sazón en los escalafones del Ejército, o permanecer en él para seguir sirviendo a la patria, tras haber prestado juramento de lealtad al nuevo Régimen representativo de la voluntad nacional.

Don Emilio Herrera, antes de tomar tan solemne decisión, hizo entonces lo que no se le ocurrió, que yo sepa, a ningún otro militar, singularmente a ningún otro gentilhombre de palacio: plantearse el conflicto de las lealtades consultando la situación con Don Alfonso:

"Señor, yo estoy ligado por un juramento de lealtad a Vuestra Majestad. Para seguir en el Ejército he de comprometer mi palabra de honor de ser leal a la República. Yo no puedo hacerlo, si antes Vuestra Majestad no me libera de mi anterior juramento, porque un hombre de honor no tiene dos palabras.

"El soldado no sirve al rey sino a la patria", le contestó caballerosamente el soberano. "Yo te libero, pues, de tu juramento. Permanece en el Ejército y sigue sirviendo lealmente a España"

"Bien entendido" replicó el General Herrera, "que si yo presto mi palabra de honor de servir a la República, le seré tan fiel como lo he sido y como lo habría seguido siendo a Vuestra Majestad".

Y he aquí como, en cumplimiento de la más alta virtud del soldado, la caballerosidad, la fidelidad hasta la muerte a la palabra de honor empeñada, Don Emilio Herrera, a partir de 1931, durante la guerra civil y a lo largo de casi treinta años de destierro, ha compartido las aspiraciones, el heroísmo, la gloria, la tragedia y la derrota de la República española, como maestro, guía y ejemplo de la gloriosa aviación republicana que desde 1939 se bautizó a si misma con el significativo nombre de Las Alas Plegadas.

Uno de sus hijos fue voluntariamente a la lucha y a la muerte en combate imposible con la aviación ítalo-alemana de Franco, y sus abrasados restos mortales yacen, si no se calcinaron al sol, insepultos en tierras de España: El otro, el poeta José Herrera "Petere", ha sobrevivido para cantar con estrofas pindáricas la epopeya a que inmolaron a  padre, una vida ejemplar y su hermano una muerte heroica.

Su oposición tesonera al régimen franquista y a su caudillo, era inconmovible, precisamente porque estaba enraizada en las más nobles virtudes de su carácter: en su ciencia, en su patriotismo, en su lealtad de caballero. (...) Pasara lo que pasase, Herrera no podría perdonar jamás a sus compañeros de armas que hubieran arrastrado por el cieno de una victoria inmerecida -sangre, barro y lágrimas- la virtud esencial del soldado: la fidelidad a la palabra de honor jurada, o dicho en términos jurídicos, el acatamiento a los poderes legalmente constituidos, por la voluntad soberana de la Nación.

Nada ni nadie podría redimirles en esta vida -la victoria tampoco- del pecado original de haberse sublevado contra el régimen legítimo de la nación, desatando la guerra civil con su catarata inevitable de crímenes horrendos, cuya responsabilidad recae enteramente, no sobre el pueblo que la padeció, ni sobre el Gobierno que no pudo o no supo evitarla, sino sobre los rebeldes que se la impusieron.

A sus ochenta y ocho años de edad y tras una vida intensa y plenamente lograda, su muerte no podía ser ya una sorpresa para nadie; lo que acrecienta nuestra pena es que haya tenido lugar ausente de una patria a la que por tan alta manera había amado y servido. Durante estos prolongados años de exilio, el General Herrera vivió como había vivido el gran Machado, "soñando caminos", soñando caminos que todos llevaban a España.

Y Don Emilio Herrera - como Don Niceto Alcalá Zamora, como Don José Ma. Semprún, como Monseñor Vidal y Barraqué, Arzobispo de Tarragona, como Don José Antonio de Aguirre, Presidente de los vascos, como tantos otros ilustres exiliados, era católico practicante. "Murió como un santo", nos decía su esposa Doña Irene, modelo de damas españolas, si su esposo lo fue de caballeros cristianos. Ha muerto como lo que era.

En la iglesia de Ginebra donde se celebraron los funerales,  por voluntad de la familia no había sobre el túmulo más que una corona: la ofrendada por el Gobierno de la República en el exilio, en nombre y representación de todos los ciudadanos libres de la España Errante y de la España Silenciosa. Un ejemplo, una enseñanza, un símbolo más, de como pueden hermanarse con universal respeto de creyentes e incrédulos, la Iglesia y el Estado, la religión y la ciudadanía.

En el cementerio, para no turbar la solemnidad del rito religioso, permanecimos mudos los ciudadanos que acompañábamos el féretro a la morada de su eterno reposo. Los creyentes musitaban en silencio sus oraciones; los incrédulos le dedicaron un fervoroso recuerdo que, por estar impregnado de amor era también una plegaria. Y sobre su tumba se podrá escribir un día, como sobre la del Cardenal de Cataluña, también muerto en el exilio, un epitafio que recoja las palabras con que se despidió de este mundo el gran Papa reformador Gregorio VII:  HE AMADO LA JUSTICIA Y ABORRECIDO LA INIQUIDAD, POR ESO MUERO EN EL EXILIO.


Fernando Varela
Discurso en el Ateneo Íbero-Americano de París (Ver documento)
Velada necrológica en memoria de D. Emilio Herrera Linares, Presidente-fundador del Ateneo.


18 de noviembre de 1967









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