La “patética” de Tchaikovski era en aquel tiempo la música de fondo más apropiada para el terrible conflicto que asolaría nuestro solar patrio allá por el año 1936. En este hermético y asfixiante cuadrilátero que era la España de entonces, una lluvia fúnebre regaría con desastres sin cuento estas tierras tan curtidas en sufrimiento.
En ambos bandos se destacaron multitud de voces contra las consecuencias de aquella ira desatada. Notables humanistas, intelectuales y los más, el pueblo llano con sentido común, se verían arrastrados por los intereses de una minoría hacia un abismo que lo fagocitaría todo sin contemplaciones. Entre ellos estaba ‘Garbo’.
‘Garbo’ era el sobrenombre de Joan Puyol, un irrepetible oficial del ejército republicano español. En el momento álgido de la II Guerra Mundial, le sería impuesta, in absentia, la máxima condecoración del III Reich (la Cruz de Hierro), y más tarde, a la conclusión del conflicto más sangriento en la historia de los enfrentamientos de la humanidad, con la Orden del Imperio Británico, algo insólito en la historia conocida.
El odio engendrado hacia el fascismo tras el golpe de estado que acabó en la Guerra Civil Española, le llevaría a colaborar con los servicios de Inteligencia Exterior británicos (MI5), en un servicio de impecable factura y excelentes resultados. Su habilidad aún hoy asombra a propios y extraños por el espectacular ingenio que desarrolló este maestro de espías.
La piedra angular de la victoria aliada
La obra cumbre de ‘Arabel’, su nombre en clave para la Abwehr, el servicio de inteligencia alemán dirigido por el almirante Canaris, fue el de crear un objetivo secundario en Calais a modo de cebo o atracción, para desviar a lo más granado de la Wehrmacht y las Waffen-SS, del auténtico lugar de desembarco que no era otro que el de Normandía. Alrededor de 56 divisiones, 10 de ellas Panzer acorazadas y cuatro divisiones SS, esto es, más de medio millón de hombres, cubrían la costa atlántica francesa y belga.
La potencia de fuego de este grupo del ejército alemán impedía a todas luces un desembarco con garantías y el fracaso estaba asegurado si el intento se llevaba a cabo. Complementando con bombardeos de alfombra, un largo y cruento ejercicio de erosión de la altamente cualificada tropa teutona, se optó por un trabajo de orfebrería a una escala desconocida hasta entonces en la práctica del espionaje.
Un minucioso trabajo de la inteligencia militar anglo-norteamericana, llevado con la precisión de un reloj suizo, pondría a este militar excombatiente en las filas de la república, en la privilegiada posición de ganarse la confianza total del espionaje alemán para, influyendo de manera decisiva en Hitler y su Alto Estado Mayor, ejecutar de manera magistral un programa de intoxicación sin precedentes. El poder de convicción de este enjuto y culto poeta e intelectual uniformado, se convertiría en la piedra angular de la victoria aliada con el reconocimiento sin reservas de quienes apostaron por él.
Lo más granado del espionaje británico
Juan Puyol, al que a partir de ahora llamaremos Garbo, pues fue con este alias con el que pasó a la historia por sus incuestionables dotes de actuación, era un humanista comprometido y amante de la ciencia y el progreso. Criado en una familia catalana de clase media, la apuesta de sus progenitores no fue otra que la de invertir en una sólida cultura para el chaval, que será sin lugar a dudas de influencia determinante en la vida del futuro espía. Su infancia y juventud se desarrollan en la Barcelona próspera y convulsa de principios del siglo XX y es con 24 años cuando le sorprende el inicio de la Guerra Civil.
Garbo vivió con intensidad la atmósfera del terror revolucionario de los primeros meses de la guerra con sus juicios exprés, la proliferación de las checas y el caos intramuros inicial al que tuvo que enfrentarse la república en Cataluña, lo que le distanció de los métodos de los anarquistas y comunistas, pasándose inicialmente al bando franquista. Pero el horror desatado por el baño de sangre del régimen fascista español y su colaboración con la Alemania nazi le hacen desmarcarse de este Apocalipsis doméstico.
Dos personajes de inagotable fascinación, dos rara avis. Tomas Harris, un pintor bohemio hijo de española, y la enorme picardía de Garbo como intoxicador, crean un tándem único por su pericia y arrojo en la historia del espionaje moderno. Eran quizás, lo más granado del (MI5).
Berlín tenía en Madrid una embajada de proporciones gigantescas con más de 500 agentes de la Gestapo y el Abwehr que pululaban como Pedro por su casa. Al frente de este equipo estaba Wilhelm Leissner, amigo personal del almirante Canaris. Aunque de ideología conservadora, no daba el perfil idóneo como para jugar en la Premier, pero su fidelidad incuestionable y su discreción casi obsesiva al margen de su amistad personal con Canaris le hicieron acreedor de la confianza de Berlín para este cargo.
El golpe maestro.
De él dependía uno de los agentes más activos del espionaje militar en España, Friedrich Knappe Ratey, cuyo alias era Federico, que resultó ser el mentor de Garbo y que no se percataría en ningún momento de la guerra de los manejos de éste. Para consumar el trío, Ángel Alcázar de Velasco, un falangista de “toda la vida”, furtivo torero siempre al límite en las dehesas extremeñas, además de esforzado pintor en busca de un esquivo reconocimiento, sumaba a sus cuestionables capacidades para tan exigente oficio, una razonable amistad personal con Ramón Serrano Súñer, familiar sobrevenido del general sublevado, ministro de asuntos exteriores y de indudable filia pro nazi, que sería discretamente relevado conforme la guerra se iba decantando en contra de los germanos.
El esforzado Anacleto de andar por casa que era Ángel Alcázar sería neutralizado rápidamente a causa de su irrefrenable afición a las faldas y al morapio, dejando el espionaje activo por la puerta de atrás y pasando sin pena ni gloria al anonimato, pero eso sí, “largando” jugosa información, que Garbo, presto, enviaba a sus superiores en Londres.
Mientras Garbo se trajinaba un exilio dorado en Lisboa, pergeñando todo tipo de patrañas para tener a los alemanes contentos, y montaba una red ficticia de colaboradores que recordaba a las más famosas añagazas de Rommel en su apogeo, los contribuyentes germanos no sabían que estaban financiando la mejor versión de Jano. Tras verificar su compromiso sin ambages con la causa de los ingleses, de los que les fascinaba su alta calidad democrática, comienza a enviar “comprometida” información a sus enemigos declarados.
Cuando la Operación Torch (desembarco en Túnez de las tropas aliadas), Garbo informará a los alemanes por vía aérea con una carta con falso matasellos unos días antes, pero que es deliberadamente enviada cuando la operación ya está prácticamente consumada. Retraso aparte, la información es tan exacta, que los alemanes le condecoran sin dudarlo un momento. Este será uno de sus golpes maestros, pero no el único.
El cebo en el que picaron los alemanes
Gracias al riguroso entrenamiento al que fue sometido Garbo por parte de los servicios de inteligencia alemana, de su dominio de la criptografía y la explícita preocupación de estos por una invasión de los aliados al continente, permite a los ingleses una y otra vez descifrar los contenidos de estos últimos. La activa red fantasma de espías inexistentes de Arabel -Garbo informará a los alemanes de movimientos de tropas que jamás se producirán-. Un supuesto asalto a Calais bajo el mando de Patton es el cebo en el que pican los alemanes. Esta información les obliga a reforzar aún más la zona del estrecho, lo que les impide atender la que será posteriormente la cabeza de puente del desembarco más famoso de la historia reciente.
Para el 6 de junio de 1944, los aliados ya han desembarcado en Normandía, lo que descoloca a los engañados alemanes. A estas alturas, Rommel, salvado in extremis de la quema de Túnez, y atento a su fina intuición, ordena desplazar cinco divisiones desde Calais hacia Normandía, lo que supondría, de llevarse a cabo, un serio revés y complicaciones sin cuento a los aliados.
Entonces Garbo enviará el que posiblemente sea el mensaje más importante en el desarrollo de la II Guerra Mundial. Les dice a los alemanes que la operación en curso es una maniobra de distracción y que el asalto determinante se materializará en Calais, por donde los aliados tratarán de entrar en Francia. El mismísimo Hitler entra al trapo en esta desinformación y ordena que no se envíe refuerzo alguno a Normandía.
Ausencia de reconocimiento público
La Luftwaffe hace vuelos de reconocimiento y detecta un número considerable de aviones y tanques aliados... de cartón piedra y rellenos de aire comprimido en un segundo frente que no es más que un espejismo diseñado ad hoc.
Durante los meses de junio y julio, un gran número de soldados alemanes en Calais esperan un ataque que jamás llegará. El desenlace es de todos conocido.
Garbo era un hombre orquesta que parecía él solo una filarmónica entera. Había dotado a cada uno de sus agentes ficticios de una personalidad, un estilo de prosa y caligrafía particulares. Se habían enviado más de 400 cartas secretas y cerca de 2.000 mensajes de radio a los alemanes. La fértil imaginación de Garbo era ilimitada. Convertiría una de las mayores patrañas de la historia en una realidad de desbordante originalidad. A veces uno decide asomarse, abrir la ventana y mirar donde el resto no mira o no quiere mirar por temor a que le vean mirando y parezca sospechoso. Ese era Garbo, alguien que fue más allá.
Al acabar la guerra, Garbo se desvanece en su particular y enigmático adiós a las armas. Tuvo que fingir su propia muerte y fue enterrado en Puigcerdá. Años más tarde, un periodista británico lo localizará en Venezuela para proponerle un homenaje y el reconocimiento del pueblo inglés. Pero lo cierto es que ni en Londres, en la sede de los servicios de inteligencia en Vauxhall Cross, ni en las Ramblas de Barcelona hay un monumento, ni placa o estatua que conmemore la gesta de aquel enorme luchador por la democracia.
Como es habitual en nuestro país, Saturno devora a sus hijos.
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